CAPÍTULO 1: YO CUIDO
LO QUE ES MÍO
BELLA
Estaba apurada terminando de hacerle la papilla a Renesmee,
ella había volcado el biberón y gran parte de su leche goteaba ensuciando el
piso de mi inmaculada cocina. ¡Rayos!
A veces, cuando me desbordaban los quehaceres, tenía ganas
de salir corriendo y regresar a mi antiguo empleo en la revista de modas que mi
cuñada Alice, dirigía.
Pero yo misma elegí quedarme al lado de mi hija hasta que
cumpliera al menos 6 meses.
Nadie mejor que yo para cuidar de ella. Sabía que al volver
a trabajar tendría que esforzarme el doble pues la moda cambia a una velocidad
vertiginosa.
El teléfono sonó y me debatía entre ir a contestar o apagar
la cocina. Renesmee empezó a llorar.
Creo que debí aceptar la propuesta de Edward y dejar que
venga alguien a ayudarme con la limpieza, el lavado y la cocina. Pero quería
ahorrar, necesitábamos ese dinero.
Nuestra bebé era una fuente inagotable de egresos. Pañales,
leche, ropa, juguetes.
Y yo con gran alegría iba de tiendas los fines de semana a
comprar todo lo que hacía falta. Aunque en el transcurso de la semana trabaje
como esclava en el hogar.
Levanté a mi enana y le dejé en su corralito, unos minutos
lloriqueando no le harían mal. Corrí a levantar el auricular antes que dé la última
timbrada y la llamada sea derivada a la contestadora.
— ¿Diga?
—Buenos días. ¿Disculpe, es la casa del Doctor Edward
Cullen?— era la voz de una mujer. Y no la conocía.
—Sí, él está trabajando ¿Quiere dejar algún encargo?
—Bueno, no en realidad, quisiera saber la dirección de su
consultorio— dijo.
Una paciente, sonreí. Mi marido era el mejor psicólogo de la
ciudad, a veces lo llamaban a casa para consultas privadas.
—Claro. Es en el 535 de la Avenida Lincoln— dije recordando
el hermoso lugar que Edward había conseguido hace tan sólo un año atrás. Antes
tenía una consulta en una zona no muy próspera,
se dedicaba a ayudar adolescentes desadaptados, pero desde que nos
casamos él “sentó cabeza” como dijo su padre. Puso un consultorio elegante y le
va de maravilla. No sé porque tardó tanto en asentarse.
—Gracias. ¿Disculpe, es usted su hermana?— preguntó
nuevamente aquella voz suave.
—No, soy su esposa— contesté muy orgullosa.
—Oh. No sabía que Edward era casado. Bueno gracias. Adiós—me
colgó el teléfono.
Achiqué los ojos. Si algo me molestaba, eran las mujeres que
miraban demasiado a mi marido. O las
ofrecidas que se le regalaban. Y he conocido docenas de ellas, que tan sólo
mirarlo parecen perder las bragas. ¡Malditas!
Bueno, sólo espero que esa “mujercita” quiera una consulta
profesional. Ganas no me faltan de poner cámaras en el consultorio de Edward
para saber cuáles de todas sus pacientes le hacen propuestas indecentes,
mientras yo aquí en mi casa, soy su cenicienta. Porque aunque Edward no me lo
diga, sé que ha tenido que echar de la consulta a más de una lagartona que le
ha pedido que las “relaje”. Como si mi marido estuviera para satisfacer sus
frustraciones. ¡Las odio! ¡Regalonas!
¡Qué exagerada que soy!
Mi marido era un hombre correcto. Y si estoy aquí con papilla en la
cara, leche en mis zapatos y un delantal manchado, es porque yo lo elegí. Bien
podría tener a alguien que se encargue de todo mientras yo juego con mi bebé, o
podría también estar sentada en una cómoda oficina redactando artículos de
moda. O vigilando a mi marido… no sería mala idea.
El grito que pegó mi hija me hizo saltar. ¡La papilla!
…
—Amor, hoy te llamó una mujer pidiendo la dirección del consultorio— comenté
mientras servía la cena. Lo miré fijamente para ver si sus expresiones
cambiaban.
— ¿Te dijo su nombre?— respondió mi Edward secando sus manos.
—No. Sólo dijo… Que no sabía que eras casado— el tono de mi voz
se hizo duro.
— ¿Así? Quizás sea una antigua paciente que me encontró por
la guía telefónica, hace tanto que no voy ni un fin de semana a apoyar a los
albergues para madres adolescentes— él ni cuenta se dio que yo estaba un pelín
molesta por esa llamada.
Edward siempre estaba en las nubes, pensando en cómo ayudar
a las personas, planeando hacer centros de rehabilitación para suicidas,
adictos y demás gente llena de problemas.
He de confesar que no soy alguien muy altruista. Me dedico a
la moda, con eso digo todo.
Me da pena el sufrimiento del prójimo pero no es algo que me
quite el sueño. Debe ser porque he tenido un hogar normal, sin altibajos, ni
problemas. Crecí en un ambiente tranquilo, estudié, me gradué, conseguí un
empleo, conocí al hombre de mi vida y formé una familia. No me salté etapas ni
tuve una adolescencia rebelde. Quizás porque no había razón para rebelarme por
nada.
—Pues no sé quién era. No dijo su nombre. Y me colgó— seguí
haciéndome la interesante.
—Hoy no he tenido pacientes nuevos. ¡Qué bien huele eso!—
acercó su nariz a mi asado. Edward era despistado para mis reclamos. ¿O se
hacía el despistado?
Una vez me había dicho que entendía mejor a un suicida que a
una mujer celosa. Y que si quería reclamarle algo, se lo diga de frente y con
todas sus palabras.
Bueno, esto no ameritaba decirle que estaba celosa. Era sólo
una llamada. Seguramente aquella mujer ni siquiera iría a verlo, ya le había
dejado bien en claro que él tenía dueña. No hay de qué preocuparme.
…
Dos semanas después me encontraba en el centro comercial
esperando a Alice y Esme. Necesitaba comprar más ropa de bebé. Nessie crecía a
una velocidad asombrosa y estaba engordando. Necesitaba todo, una talla más
grande.
— ¡Ey Bella!— escuché que me llamaban. Reconocería esa voz
en cualquier lugar. Mi mejor amiga, mi socia. Alice Cullen.
Nos conocimos en la universidad, yo cursaba el último
semestre de literatura y ella el de administración. Pero ambas coincidimos en
que nos gustaba mucho la ropa, los accesorios, las carteras. Con mis ediciones
y su visión de empresa nos fue bastante bien.
Ahora me siento tan desplazada. Rosalie Hale, la esposa de
Emmett entró a trabajar en mi lugar. No es tan buena redactando los artículos
pero las fotografías y la edición han mejorado bastante.
Y, cómo para terminar de deprimirme Rose venía al lado de
Alice. Nunca fuimos las mejores amigas, siempre guardé mis distancias porque
las rubias no me caen bien.
— ¡Bella! ¡Nessie! ¿Cómo está la bebé más hermosa del mundo?—
allí iba mi cuñada otra vez. Siempre que veía a mi hija la llamaba como el monstro
del Lago Ness y se dedicaba a hacerle caritas a la niña.
—Hola Bella, tu hija está muy bonita— una sonrisa genuina
alumbró el rostro casi siempre adusto de Rose.
—Gracias. ¿Cómo va todo en la revista?— pregunté.
—Ah muy bien, nos demandaron esta semana. ¡Me sonrió!
¿Vieron? ¿Vieron?— Alice saltó de alegría mirando a su sobrina mientras yo me
quedé helada.
—La línea de primavera que sacamos es bastante parecida a la
de Savagge, la empresa de Jessica— me anunció Rose. Caray, eso no podía ser
verdad.
—No es parecida, es la misma. La muy idiota se copió mis
diseños antes que yo los sacara. Hace dos meses se malogró la fotocopiadora de
la empresa, como no quise gastar la tinta de todas las impresoras, las llevé a
fotocopiar a un centro fotográfico. De allí debió haberlas tomado. Pero no hay
problema, las tengo patentadas desde hace un mes y su revista apenas salió el
lunes. ¡Me hizo un puchero! ¡Mírenla! ¡Me ama!— chilló mi amiga. La revista era
lo que menos le importaba en este momento.
—Pero es seguro ¿Verdad? ¿No habrá problemas?— pregunté
alarmada. Rosalie también parecía encantada con Renesmee y no mostraba la
debida preocupación.
—A menos que ella las patentara antes, no tendremos de que
preocuparnos, en todo caso, nuestros folios están fechados. Emmett prometió
encargarse personalmente del asunto— había olvidado que el marido de Rose era
abogado.
Entramos a más de veinte tiendas y adquirimos tanta ropa que
sería suficiente para que mi nena se vistiera por varios meses. Alice estaba
loca de alegría probándole muchos vestidos, que cansada de tantas cosas nuevas,
la princesita se durmió.
Mientras comíamos algo Alice recibió una llamada, era Esme.
—No mami… no, no he visto a papá desde anoche. Si, le
llamaré— colgó. Rose y yo la miramos. –Papá se le perdió. Seguro está en una
operación y por eso tiene el celular apagado— contestó. No sé porque Rose hizo
un gesto desagradable. ¿Cuál era su problema? Nuestro suegro era una persona
bastante recta. No podría imaginármelo haciendo algo indebido.
Nos despedimos casi al anochecer y me fui a casa.
Preparé la cena, la comida de Nessie, que nunca paraba de
comer. Carambas, yo también estoy empezando a llamarla así. Planché un poco de
ropa, miré algo de televisión y Edward no llegaba. Era extraño, él nunca se retrasaba.
Marqué su celular y estaba apagado. No sabía qué hacer. Le
llamé a mi suegra pero me dijo que Carlisle y Edward estaban juntos por un
detalle médico.
Mi marido llegó una hora después, bastante serio.
— ¿Qué pasó amor? ¿Por qué llegas tan tarde?— pregunté.
Quizás elevé un poco el tono de mi voz.
—Problemas en el trabajo— respondió colocando su maletín en
el lugar de siempre.
— ¿Qué problemas?— pregunté poniéndome delante de él.
Esperaba que no saliera con su discurso de siempre, cuando estoy enfadada.
Edward me había pedido varias veces que vaya a ver a una colega suya, porque
mis emociones están algo desequilibradas desde el parto.
—Alguien falleció— dijo muy preocupado.
— ¿Se mató?— me asusté mucho.
—No. Ya estaba mal, yo no sabía. Apenas me enteré hace un
par de días de su estado. Tendré que ayudar un poco, era una mujer… con pocos
recursos— dijo quitándose el abrigo.
—Claro amor. Pero deberías contactar con servicio social ¿No
crees?— pobre de mí Edward, tenía tan buen corazón, creo que debido a eso nunca
amasó fortuna. Siempre estaba ayudando a los demás olvidándose de sí mismo.
Pero ahora no podía darse el lujo, no cuando nuestra hija crecía y necesitaba
cosas. Además estaba la hipoteca de la casa. Él ganaba bien pero el pago
mensual de nuestra residencia nos dejaba sólo el 50% de sus ganancias.
—Sí. Eso haré. Mañana estaré fuera del consultorio…
arreglando papeles— me sonrió tristemente.
Antes de irnos a la cama, eché un ojo a su abrigo. Tenía la
mala costumbre de hurgar en sus bolsillos por si tenía papeles que botar.
También revisé su celular. Había tres llamadas entre ayer y hoy que no estaban
registradas. De distintos números. No me
pareció importante.
Dicen que quien no siente celos no está enamorado. Y yo
estoy loca por Edward. Pero cuido lo que es mío, estoy siempre al pendiente,
siempre vigilante. Una planta que no se cuida, muere. Por ello yo siempre estoy
muy pendiente de las necesidades de mi marido.
Le tengo la comida más deliciosa preparada cuando llega.
Cuido mi aspecto, no quiero que crea que soy una mujer descuidada de mi
apariencia. Tengo la casa muy bien arreglada para que sea un ambiente
agradable. Su ropa siempre está limpia, sus cosas en orden. Soy la esposa perfecta.
Pero durante el día lo extraño tanto que me desespera saber
que él sale a comer con sus colegas, va a reuniones de la sociedad de
psicólogos, lleva una maestría los sábados.
Y yo no estoy incluida en eso. Tengo miedo que por allí conozca a
alguien más bonita, más joven, más… interesante. Sé que él me ama pero ¿Cómo
estar segura que me es fiel siempre?
Los hombres suelen mirar a las mujeres, se fijan en un buen
trasero en unos pechos enormes. No sé si Edward sea la excepción. Y hay algunas
ofrecidas que no le importa que sean hombres casados. Igual ofrecen su
mercadería sin el menos pudor. ¡Cuántos hogares se han destruido por esas tipas
que no tienen moral!
Recuerdo que en mi hogar sólo una vez hubo un problema de
ese tipo. Una vez llegó a trabajar a la delegación de policía una teniente que
venía de Seattle. Y le echó el ojo a mi papá. Se hizo amiga de mi madre, venía
a la casa a visitar. ¡Incluso me regaló una cadena de oro en mi cumpleaños!
Grande fue mi decepción al ver que se le regalaba a Charlie
el día del aniversario de la policía. Mi padre, que no suele tomar alcohol,
había bebido un par de copas. Yo llegué al salón de eventos porque mamá me
envió con algunos bocaditos. Ella estaba muy resfriada y no pudo ir.
Escuché claramente como esa teniente le proponía a papá ir a
otro lugar más privado. Le dijo que estaba muy atraída por él. ¡Que sus bigotes
eran sexys!
Yo quería llorar de rabia, afortunadamente papá se negó.
Aproveché que ella fue al baño para hacerle una escenita. Tomé las butifarras
que mamá y yo habíamos hecho y le restregué en la cara y el cabello con tiras
de asado y cebollas. Le advertí que no volviera a casa o le contaría a mamá sus
bajas intensiones.
Al poco tiempo esa perra se fue de Forks y Renée nunca se
enteró de nada. Pero ese pasaje quedó tan marcado en mi memoria que tengo miedo
siempre que alguien como esa “Sue” aparezca en la vida de mi esposo.
Dormí tranquila esa noche. Creo que fue la última noche que
descansé bien. Porque desde entonces mi vida rutinaria se transformó en un
verdadero infierno que me arrastró a cometer muchas acciones precipitadas.
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Primer capítulo de este fic corto.
Gracias por leer.