06 mayo 2013

Cap 5 Mis 2 maridos




CAPÍTULO 5

Todo fue muy diferente de lo que estaba acostumbrada. Edward iba lento, como si tuviésemos una eternidad por delante. 

Me desvistió sin prisas, mientras iba dejando suaves besos en mi cuello. Y sus manos ¡Eran tan suaves!

Yo por supuesto, luego de más de un año sin sexo, estaba más encendida que una fogata. Quería arrancarle la ropa y hacerle mil cosas atrevidas, una más sucia que la otra.

Pero esperé… con toda la fuerza de voluntad que pude reunir, recordando lo tierno y dulce que es Edward.

Quería que me muestre otros matices del amor y del sexo. Necesitaba sentirme amada y no una muñeca inflable.

Besó cada centímetro de mi piel, dejó un camino de besos desde mi boca hasta mi sexo. Y me hizo suya. De una forma diferente, única.

El sexo ya no sólo era placer para mí. Era entrega, deseo, éxtasis. Una danza de dos, que tenía ritmo, tenía arte.

Me miraba a los ojos, podía sentirme deseada, amada, incluso venerada. Éramos uno, no era sólo orgasmo tras orgasmo. Él y yo nos estábamos fundiendo.

El calor de su cuerpo, su olor, sus gemidos suaves me llevaron al cielo, una y otra vez.

Cuando logró adentrarse en mí, quedamos unidos no sólo por la carne… había una mágica conexión. Suspiros, gemidos, promesas silenciosas.

Me decía “te amo” en cada caricia, susurraba “te quiero” en cada beso. Edward detuvo el tiempo mientras me llenaba de su esencia.

“Hazme tuya Edward, te entrego mis miedos, mis dudas, mis penas. Hazme tuya, tuya por completo. El mundo es nuestro y somos uno”.

..

Desperté cómoda, sobre un cuerpo tibio, el olor era agradable. “Quisiera seguir así por mucho tiempo, vivir en tus brazos fuertes”

—Hola—dije mirándolo a los ojos. Sabía que me estaba observando.

—Hola bonita— besó la punta de mi nariz. Sonreí. — ¿Tienes hambre?— preguntó. Estuve a punto de contestarle “de ti” pero me contuve.

—Tengo sed— repasé mentalmente el contenido de mi heladera. Había un litro de jugo de peras que podrían saciarme. — ¿Quieres que vaya por algo de comer?— pregunté. Casi al instante mi cuerpo se levantó.

Cuando Jake tenía hambre, había que correr a la cocina y darle cualquier cosa que encontrara o podía morderme. Algunos hombres se trasforman en trogloditas cuando el estómago les ruge.

—No te vayas— volvió a tomarme Edward. Me besó tiernamente. –Déjame preparar el desayuno— murmuró.

¿Preparar el desayuno? ¿En mi cocina revuelta?

Llevo años preparando los alimentos, incluso antes de casarme. Charlie y Renée son un par de inútiles cuando se trata de artes culinarias. Mi madre no sabe freír un huevo y a papá se le quema el agua. Y Jake… él era de los que piensan que a los hombres que cocinan, se les cae las manos.

— ¿En serio? Este… no tienes porque… yo hago unos deliciosos huevos revueltos— me excusé.

—Me apetece crepas dulces, jugo de frutas y un café. Déjame hacerlo, quédate en la cama. Te traeré algo delicioso— besó mi oreja.

Me quedé hecha una estúpida, con una sonrisa en la cara y baba en la boca. ¿La razón? No era el beso o el hecho que quisiera alimentarme… o que la noche anterior me hiciera ver las estrellas. Edward se levantó, se colocó su bóxer y tuve un primer plano de sus exquisitas nalgas. Redonditas y blancas. Yo sé que no es bueno comparar pero a veces no puedo evitarlo. Jake tenía pelos en el culo y eso nunca me pareció sexy. Pero ver ese culito Cullen me hizo el día. Era como si quisiera pellizcarlo. ¡Estoy demente!

Durante cinco minutos imaginé las formas de volver a meter a Edward en mi cama, necesitaba otra ronda de Cullengasmos urgentemente, sólo recordar la noche anterior hizo que me humedeciera. Pero chillé como gata al escuchar romperse algo en la cocina.

¡Lo olvidé! Ayer no lavé un puto traste “¡Bella esa boca… esos pensamientos!” Ayer no lavé nada, el lavabo debe estar lleno de grasa, restos de comida y cáscaras de fruta.

¡Qué vergüenza! Trabajo limpiando y ni siquiera tengo en orden mi casita. Me vestí rápidamente y corrí a ver qué pasaba.

Edward estaba recogiendo un plato del suelo. Ese era del viernes pasado. ¡Debía apestar!

“Bella porque no aprendiste a ser más ordenada, con razón la vieja bruja de tu suegra, vivía diciendo que eras holgazana” me pateé mentalmente.

Pero en realidad no era que fuese holgazana… es que soy muy dispersa. O tal vez esa sea mi disculpa para no hacer las cosas. ¡Qué sé yo!

—Lo siento. Te dije que yo debía preparar algo— ayudé a recoger el tiradero.

—Yo lo siento— se disculpó Edward. –Traté de juntar todo pero se cayó— me sonrió.

Este hombre debía amarme para soportar el mal olor, una casa desordenada y a una persona descuidada.

Pero eso va a cambiar. Como que me llamo Bella que pondré más atención en mantener el lugar impecable.

— ¿Te parece si desayunamos fuera?— le sugerí.

Aceptó de inmediato, no sé si se dio cuenta que tendríamos algo de desayunar para la hora del almuerzo o quizás por el hedor que despedía el lavabo.

En fin. Anotado como trabajo. Además de ponerme guapa, debo ordenar y limpiar mí casa para llevar con gusto a mi novio.

Me pregunto porque él nunca me ha llevado a la suya. ¿Ocultará algo?

Tengo instintos de sabueso lo confieso. 5 años casada con Jake me habían vuelto experta en el arte de hurgar. Dicen que una mujer celosa, investiga mejor que el FBI y la CIA juntas. Y es cierto. Lo malo no es buscar pista tras pista, alguna señal de otra mujer. Lo malo es encontrarla. Descubrí una docena de veces que Jake se revolcaba con otras.

Al principio me lo negaba. Pero era bastante tonto para ocultarlo. Los perfumes baratos se impregnan en la ropa. Los labiales manchan. Y los mensajes de texto se quedan grabados en los celulares.

— ¿En qué piensas?— preguntó Edward.

—En zorras—respondí. – En que algunas especies de zorros están en vías de extinción. Lo vi ayer en un programa— me apuré a corregirme. Sudé frío y traté de mostrar una cara de inocencia.

— ¿Miras Animal planet?— preguntó terminando de meter la bolsa con vidrios rotos en el tacho de basura que desbordaba.

—Todo el tiempo. ¿Qué te parece si vamos a desayunar al McDonald?— pregunté.

—Demasiado azúcar y harinas, quisiera algo más natural— sonrió. ¿Natural? “Podríamos ir a cosechar fresas en La Push” pensé.

Terminamos tomando jugos sin azúcar en una cafetería hindú. Al menos no debo temer a la diabetes con Edward a mi lado… aunque la comida no tenga sabor. La hamburguesa de soya me sabe a cartón con tomate y cebolla.

Recuerdo la comida que preparaba antes. Jake siempre decía “Échale más, de todo” y eso incluía, sal, pimienta, ají y demás especies que hacían que me duela la lengua.

— ¿Puedes acompañarme a la farmacia antes de ir a tu trabajo?— preguntó y olvidé lo que andaba pensando.

—Claro. ¿Necesitas ayuda?

—No. Hicimos el amor si protección Bella. ¿No te parece que debemos hacer algo al respecto?

Qué bonito sonaba “hicimos el amor”

¡Por Dios era cierto! Hace más de año y medio que no me pongo la inyección anticonceptiva. ¿Edward me la pondrá? No creo… sería de mal gusto.

— ¿Exactamente qué?— pregunté con temor.

Sonrió de lado y me explicó con paciencia sobre la pastilla del día después. La verdad yo ni enterada, sólo cumplía con ir cada 6 meses al hospital público y colocarme la inyección para no reproducirme. Eso me lo había dicho tantas veces mi madre que inconscientemente le obedecía. Una tarde se había tomado el trabajo de explicarme las consecuencias de no hacerle caso. Cómo empeoraría mi vida y las cosas mortales que esto acarrearía. Además me advirtió de todas las maneras posibles que ella no me ayudaría a criar ningún cachorro de Jake. Esto último lo había resaltado mucho.

No fue tan difícil hablar de ello con Edward, se sorprendió saber la composición de las inyecciones que me inoculaban. Me dijo que esas vacunas no eran buenas para mí. Propuso que él podría cuidarse con preservativos. Pero recordé que hace años me causó irritación así que al final Edward me dio unos parches muy bonitos y seguros.

Resuelto ese pequeño problema. Además eso dejaba entrever que vendrían muchas noches como la de hoy. Y eso, sonaba muy prometedor.

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