06 mayo 2013

Cap 2 Mis 2 maridos




CAPÍTULO 2

Me cuesta mucho dar el primer paso con el farmacéutico, en realidad desde que me quedé viuda yo no he coqueteado con nadie, me encerré y quise olvidarme del mundo. Es el primer hombre que me gusta después de Jake.

Y son tan opuestos. Blanco y negro, día y noche… fuego y hielo.

Edward se ve tan formal, educado, pulcro. Y no sonríe. Bueno la última vez que me atendió y se equivocó en darme el vuelto esbozó una ligera sonrisa. O tal vez fue mi imaginación.

Y yo de acosadora, voy a comprar una pastilla a diario. O algodón, o gasas… incluso he ido sólo a comprar venditas.

Siempre trato de hacerle conversación. Pero él sólo habla lo justo.

— ¿Qué es bueno para el dolor de cabeza?— pregunté un día.

—Los analgésicos pueden hacerle daño, sería mejor que se realice un chequeo con su médico para descartar cualquier problema— fue lo más largo que me ha dicho en todo el tiempo que llevo visitando su farmacia.

La librería no queda muy lejos de la farmacia. Y toda la mañana me la paso pegada al vidrio para verlo pasar.

Sé que tiene un automóvil plateado. Llega y se estaciona de forma impecable delante de su negocio.

Baja, saca su portafolio, un maletín de primeros auxilitos y acomoda el tapasol. Cierra la puerta, le pone seguro al coche y sube a la vereda. Camina pausadamente pero con una elegancia que nunca vi en un hombre.

Cuando abre la farmacia ya trae su mandil blanco. Y también sus gafas con medida. Pero no suele usarlas cuando llega ¿Será que quiere verse más intelectual?

El otro día me fijé en sus tics nerviosos. Cuando está cuadrando la caja por las noches (sí, también lo he espiado algunas noches) se toca el puente de la nariz o se pasa las manos por el cabello. Yo supongo que es porque las cuentas no le cuadran. Yo nunca he hecho eso, debe ser complicado.

Hoy iba decidida a logar una sonrisa o un rechazo. Había ensayado varios minutos frente al espejo esta mañana.

“¿Le gustaría tomar un café conmigo?” le preguntaría. Frente al espejo se veía bien. Espero que no se me note lo nerviosa.

Conté los minutos en el consultorio de Ángela, ella era una gran persona. Nos habíamos hecho amigas y me pidió tutearla. Me cambié la ropa de limpieza por un vestido ligero, no era llamativo pero resaltaba mi figura. Espero no parecerle muy delgada. Peso 48 kilos, nunca bajé de 52 mientras estuve casada, incluso antes. Pero con la depre, había llegado a unos peligrosos 45 kilos. Y me ha costado subir de peso.

Hoy pediría una botella de alcohol. Había notado que no tenía en casa. Hice una gran lista de cosas que le faltaban al botiquín. Sólo para tener excusas de pasar por la farmacia.

Esperé a que el ultimo cliente se marchara y me acerqué a hacer mi pedido.

—Una botella de alcohol por favor— pedí.

— ¿De 70, 90 o 100 grados?— preguntó.

—No sé. Es para uso doméstico— sonreí aturdida por tanta información.

—La de 70 entonces. ¿De cuántos mililitros?— preguntó. No sabía que contestarle.

—Tamaño pequeño, vivo sola— me ruboricé al confesar eso. Pero él no dijo nada, fue a sacar la botella de la vitrina, la colocó en una bolsa y regresó.

—Es un dólar con 25 centavos— dijo suavemente.

—Gracias, aquí tiene— dije extendiéndole un billete de 10 dólares.

Fue por mi cambio y mi estómago parecía una feria, en la parte más alta de la montaña rusa.

Tomé aire… vamos Bella ¿Qué tal difícil puede ser invitarlo a tomar un café?

Estaba por abrir la boca para decir algo del clima e iniciar la conversación cuando sentí una mano en mi nalga derecha. Pegué un grito.

—Hola Bella ¿Qué haces por aquí?— Era Mike Newton tratando de ser sensual. Quizás hace mucho, mucho tiempo Mike pudo ser guapo. En la época de la escuela.

Pero ahora, con 20 kilos demás se parecía mucho a un bad piggie de angry birds.

—Hola Mike— dije conteniendo mis ganas de meterle tremenda cachetada.

—Tu cambio— Edward me tendió el alcohol, el cambio y el recibo. Su rostro estaba más serio que de costumbre. ¿Era mi imaginación o Edward había dicho “tu cambio”?

Nunca me había tuteado. Siempre se dirigió a mí como “usted” ¿ Qué extraño no?.

—Oye Bella, Jessica y yo tenemos una fiesta el sábado ¿no quieres venir?— Mike arqueó las cejas varias veces como si intentara tentarme.

—Bella no estará disponible el sábado— dijo Edward. Mi corazón casi se detiene.

¿Estaba insinuando que entre nosotros había algo? ¿Lo hacía por defenderme? ¿O realmente insinuaba que no estaría disponible este sábado?

Ay Dios, ay Dios. Mis piernas no lo resistían.

— ¿Ah sí? ¿Y por qué no estará disponible?— preguntó fastidiado Mike. Yo también quería saber la respuesta. Miré a Edward con curiosidad.

Ambos esperábamos una respuesta, Mike y yo mirábamos a Edward fijamente.

—Porque estará ocupada ¿Verdad amor?— me miró.

¿Me dijo amor? ¿A mí?

Con su permiso, yo quisiera desmayarme, este hombre me llamó “amor”.

—Cla… claro— dije tartamudeando. –Estaremos muy ocupados— traté de seguirle la corriente.

—Oh bueno. Igual Bella, ya sabes, que las puertas de mi casa siempre están abiertas para ti… y tu pareja también— dijo Mike sonriendo. Aj, eso sonó repugnante. –Necesito esto— le dijo a Edward tendiéndole una receta.

—Bella ¿te parece si esperas aquí dentro?— Edward me abrió la pequeña puerta lateral para entrar dentro de la farmacia, detrás de los mostradores.

—Gracias— dije obedeciéndole. No sabía porque le seguía la corriente, era más fuerte que yo. Él me ofreció una silla y me senté.

Con las manos sudorosas y el corazón acelerado esperé a que atendiera el pedido de Mike. Edward surtió su receta con tranquilidad, nadie podría decir que minutos antes había mentido descaradamente.

¿Será que se le da muy bien engañar?

Cuando te han mentido, engañado, coaccionado y chantajeado anteriormente, una siempre tiene dudas. Pero Edward se ve tan formal, tan decente.

—Que tenga buena noche— escuché que el farmacéutico despedía a Mike.

—Gracias. Adiós Bella— dijo el bad piggie antes de salir de la farmacia.

Apenas sonreí. Esperé sentada como buena niña a que Edward pusiera en orden todo, anotara lo vendido y viniera a mí.

Casi grito de alegría cuando llegó y me miró con ese par de ojos brillantes.

— ¿Quieres salir a tomar un café?— propuso.

Sonreí pero no pude decir nada. Me había quedado sin habla. Efectos secundarios de un deslumbramiento, seguramente.

—Tomaré eso como un sí. Déjame cerrar y nos vamos— me regaló la más hermosa y radiante sonrisa. Quise caer desmayada pero el piso se veía muy duro.

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