05 mayo 2013

Cap 3 Tu, mis celos y yo





CAPÍTULO 3: ODIO SENTIR ESTO

Llegué a su consultorio en un taxi y bajé hecha una fiera. Me preguntaba en el ascensor si era bueno presentarme así de pronto y preguntarle de frente y sin rodeos sobre lo que me habían dicho dos personas. 

O tal vez era mejor esperar y tratar que él mismo lo confiese.

No sabía que carajos hacer pero tenía algo claro, si no me sacaba esta duda, no podría dormir, ni vivir.

Parece que mi aspecto asustó un poco a la señora Zafrina. Era una mujer alta, enorme diría yo. Morena pero ya entrada en años ¿Cuántos tendría? ¿Cincuenta? Veinte años menos y me habría rehusado a que trabajara con mi marido.

—Quiero ver a mi esposo— pedí. Tratando de ser lo más cortés posible.

—Buen día señora Cullen. Su esposo no está— dijo algo extraña.

Tomé mi celular y casi lo estrello al escuchar otra vez la vocecita de la operadora “deje su mensaje”

— ¿Sabes a dónde fue?— pregunté fastidiada.

—No— trató de sonreír pero una mueca en su rostro la delató. ¿Era mi imaginación me estaba mintiendo?

—Mire señora… soy una mujer paciente pero necesito ver a Edward. Si no me dice a donde fue, voy a echarla ahora mismo de aquí— amenacé.

—No le tengo miedo señora Cullen pero le diré la verdad. Su marido fue al laboratorio Dynacare— me contestó sin un ápice de temor por mi amenaza.

¿Laboratorio Dynacare? ¿Qué rayos hacía Edward en un laboratorio?

—Gracias— dije saliendo de allí muy confundida.

¿Le pasará algo a mi esposo? ¿Y si está enfermo y no ha querido decirme nada?

Ahora estaba además de molesta, muy asustada. Tal vez Edward me había ocultado algo grave, por eso se había portado tan extraño estos días. Desde aquella llamada telefónica, mi vida no volvió a ser la misma… cada día había algo nuevo que amenazaba con traer abajo mi felicidad.

Llegué al laboratorio y me quedé fuera. No sabía si entrar o no. ¿Edward seguiría dentro?

Una pareja entró… ella estaba embarazada pero sus rostros no eran amistosos, ni siquiera parecían felices. ¿En realidad era un laboratorio?

Por su fachada si lo parecía, había visto sus anuncios docenas de veces en los diarios.

Claro que era un laboratorio y uno de los más prestigiosos de la ciudad.

Me animé a entrar. Era un lugar enorme, para lo que se dedicaba. Parecía un pequeño hospital, con especialidades para cada cosa. Me sentía perdida, sin saber a quién preguntar. Detuve a un joven que parecía trabajar allí.

—Disculpe… ¿Cómo puedo encontrar a una persona que está en este lugar?— pregunté.

— ¿Qué tipo de análisis vino a realizarse?— me respondió con otra pregunta. Pero yo no sabía qué decirle.

—No lo sé. Sólo me dijo que venga aquí— traté de parecer perdida, lo cual era cierto. Pero no había razón para decirle al amable laboratorista que buscaba a un supuesto infiel.

—Pregunte en informes, a lo mejor le pueden dar algún dato, la señorita que atiende es bastante… fisonomista— sonrió. Creo que lo que quiso decir era “chismosa”

—Gracias— me despedí y fui al escritorio de informes.

Pero la niña que atendía, me estaba mirando interesada.

— ¿Se le ofrece algo?— preguntó muy feliz.

—Busco a alguien. Verá… mi hermano dijo que estaría aquí— sonreí.

— ¿Sabe a qué área venía?

—No

— ¿Cómo es su hermano? ¿O cómo vestía?— parecía que estaba muy interesada.

—Bueno… mide 1.85, delgado, cabello cobrizo, ojos verdes. Viste formalmente— dudé que pudiera acordarse, tanta gente pasa por aquí.

— ¿Muy pero muy guapo?— preguntó. Había olvidado ese pequeño detalle.

—Sí… es muy guapo, demasiado guapo— dije empezando a sentir como me picaban las agujas de los celos. Otra lagartona que había puesto sus ojos chismosos en mi marido.

—Claro que lo vi. La naturaleza de desbalanceó con ustedes— bromeó. ¿Me estaba diciendo fea? Carajo, esto me gano por perseguir a Edward. Pero cuando lo encuentre me las va a pagar. –Vino con su novia, pero es la segunda vez que vienen.

— ¿Su novia? ¿Ya han venido antes?— pregunté con ganas de echarme a llorar.

—Sí, vinieron el viernes pasado con otro señor rubio. Ella parecía muy triste, estaba llorando. Pero hoy me fijé que se atendieron en el segundo piso, creo que vas a ser tía— me sonrió mostrándome sus amarillos dientes.

El mundo se me cayó al piso… quise morir. ¿Ella… esa mujer… estaba embarazada?

— ¿Tía?— dije tambaleándome.

—Bueno en el segundo piso son los análisis para embarazo— me sonrió.

Corrí escaleras arriba, si Edward aún estaba aquí me iba a escuchar aunque todo el maldito laboratorio se entere lo desgraciado que era mi marido.

Pero al llegar allí me confundí más. Habían al menos 12 diferentes puertas cada una con un rotulo diferente. Las primeras efectivamente eran para embarazos pero las siguientes no. “ADN”, “Genética”, “Paternidad prenatal”… y seguían los nombres.

¿Paternidad prenatal? ¿Eso era una prueba de paternidad durante el embarazo?

Casi podría jurar que a eso había venido Edward y su… “golfa”. Quizás ella quedó embarazada y él no estaba seguro de ser el padre. ¿Quién se fiaría de una puta que se acuesta con un hombre casado? Porque no me iba a venir con el cuento que no sabía que él está felizmente casado. Edward es muy popular entre los psicólogos de la ciudad. Y lleva un enorme anillo de oro en la mano, como prueba que me pertenece.

Me dirigí directo a aquella puerta y llamé. No tardaron en abrirme.

—¿Tiene cita?— me preguntó la enfermera.

—No… pero verá, mi hermano está aquí. Me pidió que lo espere— dije conteniendo toda las ganas de gritar que tenía.

— ¿Su apellido?— preguntó.

—Cullen— dije mordiéndome la lengua.

—Lo siento. No hay ningún paciente Cullen aquí— dijo mirando su tablero. Cómo tenía ganas de arrebatarle ese maldito tablerito y buscar yo misma. Quizás ya se habían ido.

—Mire, es importante que lo vea, tengo un terrible problema familiar…— intenté buscarme una excusa.

—Lo siento. No le estoy mintiendo. No tengo a nadie con ese apellido para esta tarde.

¿Y esta mañana? ¿Y hace unas horas? Quise gritar.

—Gracias— dije.

Me dirigí a la primera puerta. “Análisis de embarazos”, no tardaron en abrirme.

— ¿La señora Travis?— me preguntaron. Pero si decía que no, probablemente ni me dejarían entrar.

—Si— dije. La enfermera se apartó para dejarme el paso. No me detuve en la salita de espera, abrí la primera puerta que tenía. Un médico sacaba sangre.

—Lo siento— me disculpé pero eso no me detuvo, una a una abrí las cuatro puertas de los privados. Algunas personas murmuraban.

— ¡Señora Travis, tranquila!— la enfermera muy molesta me cortó el paso del último consultorio.

—Ni me llamo Travis ni estoy tranquila, te arrancaré esa cabellera teñida si no te apartas— amenacé apretando los dientes. No le di tiempo a contestar y la hice a un lado.

— ¿Qué pasa?— un alarmado médico me recibió del otro lado. Pero Edward no estaba allí.

—Busco a mi marido, Edward Cullen y a su amante que han venido aquí— le grité perdiendo el control.

—Señora— la enfermera me tomó del brazo pero lo quité con violencia. –Señora, por favor, no queremos escándalos— me susurró la enfermera.

—Pues si no me dice dónde está mi marido, va a tener un escándalo de dimensiones colosales— la amenacé.

—Somos una institución seria y el principio de confidencialidad…

—Métase por el culo su principio de confidencialidad, sino me dice dónde está Edward Cullen y su amante adolescente… ¡Voy a llamar a los medios y van a enterarse que este lugar apoya el adulterio!— grité a voz en cuello.

Me sacaron resguardada por dos vigilantes matones. El director en persona vino a echarme del lugar. Pero antes de salir la estúpida de la recepcionista de despidió de mi con una sonrisa hipócrita.

Creo que debo agradecer que no me levantaran cargos. Me sentía derrotada, humillada…

Ya eran las 6 de la tarde y me fui a casa. Estaba a punto de echarme a llorar en el taxi. Bajé rápidamente, mi ropa estaba sucia, sudorosa y se me había salido un botón, además de quedarme apretada.

Entré a prisa sólo para encontrarme con Edward que parecía haber llegado unos instantes antes que yo. Apenas había dejado el maletín en su lugar.

— ¿Dónde estabas?— grité furiosa.

— ¿Te sucede algo? ¿Y Renesmee?— miró detrás de mí.

— ¿Dónde estabas? Te busqué, te seguí. Pero eres muy inteligente— dije conteniendo mi furia.

— ¿Dónde está la bebé?— dijo asustado.

— ¡Ella está bien! ¿Por qué me has mentido Edward?— mis palabras salían atropelladas. Lo confieso de haber tenido un florero o algo pesado a la mano se lo hubiera arrojado.

— ¿Mentido? ¿Qué te sucede amor? ¿Te sientes mal? ¿Ha pasado algo grave?— se quitó la corbata.

—No me cambies el tema. ¿No tienes algo que confesar? ¿Algo sucio que no me hayas dicho?

— ¿Sucio? ¿Bella estás bien? ¿Qué has hecho con Renesmee?— preguntó asustado.

— ¡Ella está bien!— grité.

— ¿Dónde está mi hija?— levantó la voz.

— ¿Tu hija? Claro, tu hija. Y yo solo soy la idiota que cuida a tu hija, que limpia tu casa, que lava los platos.

—Bella. Amor. No estás bien. Déjame ayudarte. Tranquila… ¿Dónde está nuestra bebita?— el muy imbécil creía que yo estaba loca.

—Está adentro ¡Y no me cambies el tema!— grité nuevamente.

—Bella, tranquila. ¿Dónde está la bebé? ¿Dónde la dejaste?— él hablaba como si yo fuese una loca.

—Está con su niñera— dije fastidiada que me hable como si fuera su paciente.

— ¿Dónde?

—Adentro, aquí las dejé— entré dándole un empujón.

Caminé hacia la habitación de mi princesa y no había nadie. Tampoco en mi habitación ni en la de huéspedes. Corrí hasta el baño, entré en la lavandería, salí a la pequeña terraza y no había señales de mi bebé ni de Irina.

Me giré a ver a Edward que estaba pálido.

— ¡No están!— dije asustada.

— ¿A dónde fuiste? ¿Cuánto demoraste? ¿Tienes el número de la… niñera?— preguntó asustado.

Tomé mi celular y le marqué a Irina. Su teléfono se escuchó en la casa. Entré corriendo. Pero lo encontré en el sofá, debajo de una babita.

¿Se había llevado a Renesmee? ¿Habían secuestrado a mi bebé?

Yo pude haber evitado esto, sino hubiera estado tan molesta buscando a Edward.

Él tiene la culpa de todo. Él y su amante adolescente.

— ¿Quién es ella? ¿Cómo se llama? ¿Dónde la ubicamos?— me preguntó.

—Te dije ayer pero apenas me prestaste atención— contesté nerviosa. ¿Y si habían secuestrado a mi bebé?

—Estaba… tenía muchos problemas Bella no te tomé atención— se excusó. — ¿Sabes su dirección? Vamos para allá.

— ¡No sé! No recuerdo, no sé. ¡Yo te dije y tú aceptaste pero no me hiciste el menor caso porque estás lleno de problemas!— grité.

—Sí, estoy lleno de problemas pero no quería molestarte con eso— dijo asustado. –Bella ¿Qué hacemos? ¿La niñera tiene a la bebé? ¿Cómo se llama?— preguntó.

—Se llama Irina Denali, tengo su presentación en mi bolso— corrí a buscar mi otro bolso de diario.

Allí estaban sus datos.

“Irina Denali. Lugar de nacimiento: Ontario, Canadá. Lugar de residencia: 201 de la Av. Prescot Departamento 401. Lugar de estudios: Universidad de Seattle, facultad de enfermería médica”

Edward leía conmigo. Su cercanía ahora me resultaba repugnante. Pensar que por seguirlo perdí a mi hija de vista.

—Ella me dijo que tenía clases a las 5 en punto los miércoles— dije recordando que prácticamente la obligué a quedarse hoy.

—Son a las 6:15. Voy a esa universidad a buscarla. Quédate por favor y busca en la guía o en la operadora de la empresa telefónica el número de su casa.

Edward corrió a ponerse un suéter y a buscar sus llaves.

—No quiero quedarme a esperar— dije molesta.

—Bella por favor— me miró molesto.

—Esto no hubiera pasado si tú no estuvieras de puto por allí— le grité. Ya no soportaba más, ahora me iba a escuchar. Ya no más la dulce y dócil Bella que hace todo lo que su esposo quiere y que es adornada con un par de hermosos cuernos.

— ¿Qué te pasa? ¡Bella, no seas necia, la niña es más importante ahora, lo que sea que necesites decirme puede esperar!

¿Me había gritado? Edward jamás me levantó la voz antes, jamás. Siempre se dirigía a mí con mucho cariño, con suavidad. Eso era culpa de su amorío con la perra esa. Una mujer de lo peor que se metió entre nosotros. Me importa un carajo que sea menos de edad cuando la tenga frente a mí le arrancaré todos los pelos de su cabecita rubia y vacía.

Iba a plantarme frente a la puerta pero preferí dejarlo pasar. Ya tendría tiempo de reclamarle por todo lo que me está haciendo. Edward salió sin decir palabra. Tomé el teléfono para llamar a la operadora y pedir el número de la dirección que me proporcionó la niñera cuando escuché la cerradura.

¡Era Irina con mi bebé!

— ¡Dónde estabas!— grité enfadadísima.

—Lo siento señora, le dejé una nota en la cocina. Tenía que ir a dejar un trabajo grupal, de ello dependía mi nota de instrumental quirúrgico, este semestre. Traté de decirle pero me cortó el teléfono— se excusó. —Tomé taxi de ida y vuelta pero el tráfico está terrible y me olvidé el celular o creo que se me cayó— dijo mirando alrededor.

—Estás despedida. Toma tus cosas y vete— dije molesta.

—Lo siento señora en verdad lo siento— dijo muy triste. Tomó sus cosas y salió de allí.

Había sido muy dura con ella pero el susto que me dio fue peor. Podría demandarla por esto.

Acosté a mi hija en su cuna, parecía cansadita. Tomé el teléfono y le llamé a Edward.

—La niñera regresó. La bebé está bien— le dije apenas contestó.

—Voy para allá— dijo aliviado.

No sabía cómo hablar con él sin que mis emociones me volvieran loca. Sentía que necesitaba explotar, gritar, lastimar a alguien. Mi orgullo estaba herido, mi dignidad pisoteada.

Si Edward me salía con alguna excusa barata, de las que he oído a miles de hombres, lo golpearía. Yo no soy una mujer que se deje pisotear, no voy a rogarle que siga conmigo si hay otra mujer. No voy a hacer el papel de mártir y poner a mi hija como excusa para mantener un matrimonio que no tenía remedio. Un engaño, una infidelidad no se perdona así de fácil. Y nada vuelve a ser lo mismo después que eso pasa.

Pero si Edward estaba enamorado de aquella mujer… me dolería más. Me partiría el alma saber que fue capaz de amar a otra teniéndome a mí. Si él confesaba que la quería, debía echarlo de casa. Y pedir el divorcio.

Sea como fuere, no podíamos continuar con esto, no había solución posible. Al menos por ahora en estos momentos en que me encontraba tan dolida, tan lastimada. Era capaz de incendiar una ciudad con el fuego de los celos carcomiendo mi existencia.

Odio sentir esto, lo odio. Detesto pensar que soy menos que otra mujer. Que soy menos bonita, menos agraciada. Nunca he tenido problemas de autoestima pero esto me hace sentirme tan poca cosa.


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