06 mayo 2013

Cap 4 Mis 2 maridos




CAPÍTULO 4

En unos días se cumpliría 1 año de la muerte de Jake. Y yo ya tenía novio nuevo. Tal vez la noticia ya llegó a oídos de la señora Rebeca, mi ex suegra. Sólo esperaba que no me hiciera ningún escándalo cuando fuera a dejar flores a la tumba de Jake.

Me apuré a decirle a Edward que no podría estar con él, la tarde del martes.

—La semana que viene, se cumple un año de la muerte de mi marido— le dije temerosa.

En realidad apenas habíamos tocado el punto. No es que estuviera prohibido, Edward jamás me prohibía nada. Es sólo que nunca encontré la fuerza para hablarle de mi relación anterior.

— ¿Vas a hacer algo especial?— preguntó.

—Iré al cementerio en La Push. Fui hace 6 meses y tuve un encuentro desagradable con mi suegra. Espero no verla esta vez— dije fastidiada al recordar a esa vieja bruja.

— ¿Quieres que te lleve o que te recoja de allí?— se ofreció.

La verdad sería de gran ayuda. Mi viejo monovolumen estaba fallando y en cualquier momento me dejaría tirada en medio de la carretera.

—No, está bien. Puedo ir sola— sonreí.

Prefiero regresar caminado de La Push a exponer a Edward a toda la gente de la reserva. Sobre todo a mis suegros. Billy es tratable pero su mujer es una histérica.

Pedí en la florería que me prepararan una corona floral. Ese fin de semana me la pasé recordando muchas cosas que viví con Jake. Los recuerdos ya no dolían tanto.

Rememoré nuestros inicios, la forma tan apasionada en que nos hicimos amantes. Cómo mis padres se unieron para separarnos…

Nuestro primer beso fue en realidad nuestra primera vez en todo, al menos para mí. Vine a vivir con papá a los 16 años porque mamá se volvió a casar y a pesar que yo hice todo lo que pude por ayudarla, su relación no andaba bien. Ella es muy celosa y quería ir con Phil a todas partes. Y yo sobraba.

Mis primeros amigos en Forks fueron los chicos de La Push porque Charlie tenía la costumbre de llevarme cuando iba a pescar. Le compró mi camioneta a Billy y así conocí a Jake. Quedé fascinada con su sonrisa, su carisma. Todo en él me atrajo.

Un día mi automóvil falló y Jake lo llevó a reparar a su casa. Papá se fue a Port ángeles ese fin de semana y cuando Jake trajo mi auto listo lo invité a comer.

Ya habíamos cruzado palabras, él solía adularme diciéndome que yo era muy bonita. Pero aquella tarde, en la sala de mi casa, me besó. Y el beso fue tan intenso que me dejé llevar. Dejé que él tomara las riendas de la situación y me abandoné a las sensaciones que tanto pedía mi cuerpo.

Y no se detuvo. Jacob Black jamás pensaba las cosas.

Esa semana gastamos una caja completa de preservativos. Pero Charlie lo supo. La mamá de Jake le llamó para contarle y a la semana siguiente me enviaron con Renée.

Mi madre hecha una fiera me llevó al médico, me practicaron exámenes y sin consultarme siquiera ordenó que me aplicaran una inyección anticonceptiva de seis meses. Luego me regresó a Forks donde papá apenas tocaba el tema pero me dijo que estaba castigada de por vida.

Fue Billy, el padre de Jake el que intercedió para que nos dejen salir, como novios. Pero yo ya estaba trastornada por Jake. Me escapaba de casa todas las veces que podía. Incluso por las noches. Fue así que apenas terminé la escuela, Jake me propuso irnos a vivir juntos y acepté de inmediato.

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El martes amaneció nublado, iba a llover. Me llevé un sobretodo de plástico para no mojarme. Y me calcé unas botas gruesas. Recogí la corona de flores y enrumbé hacia La Push. Hacía meses que no ponía un pie allí.

Miles de recuerdos me llegaron de pronto. El río en el que tantas veces nos bañamos. El puente donde escribimos nuestros nombres. Todo estaba igual. Los mismos árboles, las mismas casas. La misma gente… eso sí era una lástima.

Aparqué en el viejo cementerio sólo para encontrarme cara a cara con Rachel. De toda la familia, tenía que encontrarme con la víbora más grande. Esa mujer me odió desde que vine a vivir aquí. No había reunión ni fiesta familiar dónde no me lanzara uno de sus comentarios malintencionados.

Respiré hondo y descendí del auto. Dispuesta a no bajar la cabeza ante nadie. Si alguna vez me humillé por seguir con Jake, no más. Ellos ya no tenían ningún poder sobre mí.

—Hola Rachel—saludé sin ninguna emoción. Es más, ni siquiera la miré ni me detuve a ver si me devolvía el saludo.

— ¡Bella! Quien diría, tú por aquí. Creí que estabas la mar de bien en Forks— escuché su risita estúpida.

—Pues sí, me va muy bien la verdad— seguí caminando y la dejé atrás.

Ese sendero me entristecía. Recuerdo el año anterior. Por aquí caminé, ayudada por Leah, la única que se portó bien conmigo cuando Jake murió. Lloré tanto al saberme sola. Días enteros sólo me dediqué a lamentarme. Me sentía perdida.

El accidente fue brutal. Jake se estampó contra un camión que transportaba madera, un domingo por la mañana. No había ingerido alcohol y tampoco llevaba el casco puesto. Yo lo esperaba en casa muy molesta. Se había largado desde el viernes en la noche a Makah a embriagarse con sus primos de ese pueblo. Odiaba cuando eso pasaba porque a veces tardaba días. Y acababa con todo el dinero que habíamos juntado.

Cuando Leah llegó con la noticia del accidente, me desmayé. Sólo recuerdo vagamente que alguien me dio a tomar pastillas que me ayudaron mucho a sobrellevar ese momento. Durante un par de días sentí que miraba todo desde fuera, como si lo que me ocurría le pasara a otra persona. Pero cuando el efecto del narcótico pasó, volví a mi realidad…

— ¡A qué vienes!— un grito histérico me sacó de mis recuerdos tristes. Era Rebeca, mi suegra… o ex suegra.

—Becka tranquila— la llamó Billy. Pobre hombre, siempre sentí pena por él. Casado con una loca histérica que lo conservaba a su lado por puro chantaje. Ella lo amenazaba constantemente, diciéndole que si la dejaba, lo demandaría por pedofilia, pornografía y demás cosas. Por eso él no se iba de su lado.

—Vine a dejar flores a la tumba de mi esposo— dije tranquilamente.

Eso ni siquiera ella lo podría negar porque así no lo aceptara, Jake y yo nos casamos. En secreto, sólo en compañía de un grupito de amigos. Pero legalizamos nuestra unión y eso es lo que más le molestó a mi ex suegra. Jake era su único hijo varón y ni siquiera les avisamos.

—Mi hijo se murió por tu culpa, ahora ya tienes otro marido ¡lárgate!— gritó. No le hice caso, dejé mi corona floral al lado de la lápida.

—Fue un accidente ¿Qué no se acuerda?— le reproché. Podría acusarme de todo menos de tener la culpa en el accidente de Jake. –Yo no tengo otro marido— dije furiosa.

— ¿Qué no te revuelcas con el boticario? Todo mundos sabe que te vendes con él— sonrió víbora de cascabel.

—Es mi novio. No me vendo— le aclaré.

— ¿Novio? Jajaja ¿quién te querría para algo serio? Una inútil, fea como tú. No sirves para nada— soltó una carcajada grosera.

Quisiera decir que sus palabras no me afectan pero mentiría. Dolía, aún ahora, después de 1 año, cada insulto me seguía doliendo. ¿Qué le había hecho para que me odie tanto? ¿Acaso casarme con su hijo hizo que cayera una maldición sobre mí?

—De todas formas, no es su problema— dije agachándome a tocar el mármol de la lápida.

“Jake, espero que estés bien. No te guardo rencor, todo lo que vivimos fue loco, inconsciente y atrevido pero yo participé tanto como tú. Incluso en las orgias, yo no me negué porque te amaba. Pero ahora… ahora es diferente… he conocido a alguien. Y quiero ser feliz, gracias por todo Jake. Esto es un adiós” murmuré muy bajito.

Estaba decidida a no regresar más a La Push o estar cerca de estas personas que de una u otra forma me lastimaron.

No más insultos ni humillaciones ¡Basta por una puta vez!

—Gracias por todo señora— empecé. –Gracias por hacer miserable mi vida. Por denunciarme, por hacer que su hijo me golpeara, por enviar a sus dos hijas a echarme de mí casa. Por tantos y tantos insultos. Estoy segura que todo el mal que me hizo le será devuelto. Adiós.

Caminé de vuelta a mi auto pero Rebeka y Rachel me cerraron el paso.

— ¿Crees que te vas a ir sin recibir tu merecido zorra?— como quisiera tener la fuerza necesaria golpearlas a ambas. Pero soy una simple mujer que ni siquiera sabe defenderse.

—No creí merecer todo lo que me hicieron pero lo resistí. Ya tengo suficiente de ustedes. Espero no volver a verlas nunca más— quise abrirme paso entre ellas pero no me dejaron.

Rachel, la más obesa me empujó y caí de culo contra un charco de lodo que se había formado con la lluvia.

Hace casi tres años, Jake se fue a Seattle a recoger un motor que le vendieron por ebay. Cómo no teníamos mucho dinero, me dijo que para comprar víveres le pidiera dinero a Rachel que le debía 100 dólares. Pero la desgraciada de mi cuñada me salió con el cuento que no tenía un centavo. Ella es madre soltera y trabaja en la escuela de la reservación.

Jake dijo que demoraría dos días, pero en realidad demoró cinco. Y los últimos días no comí. Yo estaba peleada con mi suegra y no fui a su casa. Emily me invitó algunos panes. Tampoco tenía mucho.

Tuve que cocinar como la gente antigua de la tribu. Asar algunas patatas quemando troncos secos, pues nos cortaron el servicio eléctrico ni bien Jake se fue, por falta de pago. Y eso fue culpa de Rachel, yo nunca había pasado hambre y frío con mi familia. Mis padres muchas veces me dejaron de lado o no me prestaron mucha atención pero jamás me hicieron pasar necesidades.

Me levanté furiosa.

—Sabes Rachel… nunca sabré cuál es tu problema. Si son los 100 kilos demás que llevas encima o la mala suerte que tienes con los hombres. Pero yo no tengo la culpa de tus miserias nena, si tanto me envidias… ¡cósete la boca y deja de tragar como puerco!— le grité.

Metros más allá Leah soltó una carcajada espantosa. Rachel ahogó un grito lastimero. En realidad no quería ofenderla por su figura, es más, siempre creí que las gorditas eran buena onda… hasta que la conocí a ella. 110 kilos de pura maldad.

—Cuando acabe contigo huesuda, vas a desear no haber puesto tus ojos en mi hermano— Rebeka, su gemela se acercó con el propósito de lastimarme. Pero yo no se lo iba a permitir. Demasiado tiempo soporté sus humillaciones mientras Jake vivió. Sobre todo porque él nunca decía o hacía nada por defenderme.

—Tal vez yo nunca les agradé pero al menos no tengo el alma podrida. Par de víboras, se nota de quien son hijas— grité con todas mis fuerzas.

Corrí hacia mi camioneta, feliz de haber sacado lo que por años callé por temor de herir a Jake. Subí y arranqué lo más rápido que pude con una enorme sonrisa en la cara.

Ellas se lo habían buscado… eran malas. No les iba a dar el gusto de verme llorar. ¡No más!

Ahora soy una mujer fuerte, que sabe lo que merece, tengo confianza en mí misma. Y quiero una vida tranquila, quiero rehacer mi vida, una familia, un hombre que me ame… eso ya lo tengo.

Voy a luchar por todo lo que merezco, voy a ser fuerte y a salir adelante porque… ¡Por qué ahora! Un ruido horrible me hizo volver al presente, a mi realidad.

¿Por qué mi viejo monovolumen viene a fallarme justo ahora? Parece que el cielo se está cayendo a pedazos de tanto llover y yo aquí en medio de la carretera. Es mi karma, no debí llamarle gorda a Rachel.

¿Qué voy a hacer? De aquí a Forks son al menos 10 kilómetros.

Me revolví en mi asiento, quise llorar de cólera. Mi viejo auto jamás me había fallado, a lo mejor es su protesta por haber ofendido a la familia de su antiguo dueño.

No pude más, soy una llorona empedernida. ¡Retengo líquidos si no lloro!

Me apoyé en el volante y derramé unas cuantas lágrimas. Primero de rabia por haberme quedado a medio camino y luego de alegría por haber tenido el coraje de decirle a ese trio de brujas que eran unas víboras. Las caras de Rachel y las dos Rebeka fueron mi paga.

¡Cuántas veces tuve que tragarme sus desplantes e indirectas! Incluso sus maldades Y el tonto de Jake, bien gracias. Siempre me decía “no me quiero meter en líos de mujeres”.

Escuché un fuerte claxon y me sobresalté. ¡Estaba en medio de la carretera! ¡Cualquier camión podría embestirme!

Miré hacia adelante y vi un auto. Alguien bajó corriendo, debajo de un paraguas negro. Lo vi llegar hasta mi ventana y golpear.

¡¡Era Edward!!

Oh, mi príncipe que viene a rescatarme… bueno mi príncipe farmacéutico. Le abrí la puerta.

— ¿Estás bien? ¿Qué haces en medio de la carretera? ¿Estuviste llorando?— no lo dejé continuar y lo besé.

Él no sabía lo que esto significaba para mí. Hasta mis padres se olvidaban de ir a la escuela por mí, Jake jamás fue a buscarme a ninguna parte a menos que se lo exigiera o estuviera seguro que íbamos a tener sexo.

Pero aquí estaba Edward, sin que le pidiera nada. Vino por mí… ¡me ama!

—Bella— dijo entre besos.

—Gracias por venir— lo abracé. –Mi auto se descompuso— hundí mi cabeza en su cuello.

—Amor, vamos. Ven conmigo.

Me dio el paraguas y rápidamente me tomó en brazos y cerró mi vieja camioneta de una patada. Me llevó hasta el asiento del copiloto de su volvo.

—Creí que tal vez… me necesitarías — sonrió.

—Gracias, no te imaginas cuánto— dije con lágrimas en los ojos.

Esa tarde ni siquiera fui a limpiar el consultorio de Ángela y la farmacia del pueblo estuvo cerrada. Edward y yo no salimos de casa hasta la mañana siguiente.

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