05 mayo 2013

Cap 4 Tu, mis celos y yo





CAPÍTULO 4: AHORA CONOCERÁS MI FURIA


El timbre sonó media hora después, fui corriendo a abrir la puerta. Edward de seguro olvidó sus llaves con el apuro.

Quiero que me diga de una vez lo que pasó, dónde ha estado y con quién. Si es verdad lo de la rubia adolescente y el laboratorio ese a donde se supone que fueron.

Pero no era mi marido quien llamó.

—Buenas noches— era una jovencita rubia. Su mirada tímida me hizo creer que me tenía miedo. Vestía ropa oscura. ¿Será metalera? ¿Emo? Qué se yo, tanto loco que hay por allí.

— ¿Sí?— dije extrañada. ¿Será alguna vecina nueva? No tenía pinta de vendedora. Parecía nerviosa.

—Está… ¿Está Edward?— reconocía su voz de inmediato. La misma tipa que días atrás lo había llamado a casa. ¿Era ella? ¿Era su amante adolescente?

—No. ¿Qué quieres?— dije empezando a sentir que se me inflamaban las venas.

—Es que… lo siento, no debí venir— dijo evidentemente intimidada por mi cara de esposa engañada.

— ¿Qué tienes con mi marido?— pregunté sin rodeos.

— ¿Él no ha hablado con usted?— preguntó. Parecía altanera, incluso vanidosa pero triste. Tal vez Edward no quería nada con ella.

—Te lo pregunto a ti. ¿Qué tienes con mi esposo?— volví a preguntar.

—No quiero molestar. Le dice a Edward que vine, le llamaré más tarde— trató de irse pero yo no pude contenerme más.

La tomé de la blusa y tiré de ella.

— ¿Cuál es tu nombre?— pregunté sujetándola del cuello.

—Soy… Tanya— dijo respirando con dificultad.

— ¿Cómo tienes el descaro de venir a mi casa?— pregunté sosteniéndola más fuerte.

— ¡Suélteme! ¡Suélteme!— gritó. Por mi la dejaba sin aire pero no valía la pena ensuciarme las manos con alguien tan insignificante como esta mujercita. Escuché pasos rápidos y pronto unas manos grandes me hicieron dejar de apretarla.

— ¡Bella! ¡Basta!— Edward me hizo desistir de seguirle presionando parte del cuello a esa desgraciada. ¿Cómo se atrevía a defender a su amante?

— ¿Basta? ¿La estás defendiendo?— grité.

— ¿Estás bien?— el muy imbécil ni siquiera me hacía caso, estaba más preocupado en ver si la puta esa tenía algún daño. Ya no tenía más que hablar con él. Nada más.

Entré y cerré la puerta de un golpe. Le puse seguro para que el muy idiota no pudiera entrar.

¡Esta es mi casa y no voy a permitir que me haga esto aquí! ¡Me ha humillado, ha preferido defender a esa puta en lugar de darme mi lugar!

No podía creerlo… era increíble. Mi Edward, era sólo un desgraciado más. Un estúpido hombre con una amante joven.

¿En qué fallé? ¿Qué pasó para que se busque una amante?

Debió ser durante mi embarazo, los últimos meses no tuvimos sexo. Dejamos de tener intimidad casi cuatro meses. ¡Debió ser eso!

¿Qué no se pudo aguantar? ¿Tanto necesitan sexo los hombres que corren a buscar a otra cuando sus mujeres están embarazadas?

Me eché a llorar al sofá. No presté atención a los golpes de la puerta. Se tardó más de media hora en regresar. Seguro fue a acompañar a aquella mujercita a tomar un taxi, o quizás la llevó al lugar donde la tiene. ¡Maldito cerdo!

Mi teléfono empezó sonar, luego el de la casa pero yo no tenía ánimos para atender, ni para contestarle. Sólo quería estar sola y que él no volviera. ¡Qué se largue con su puta!

Una hora después el llanto de mi hija me hizo ponerme de pie. Ya era hora que tomara algo de leche, en todo el día no le había dado pecho. Pero preferí no hacerlo yo misma, tal vez le pase algo de mi coraje y ella no merecía sentir nada de lo que yo sentía. Fui a preparar su fórmula, mis manos aún temblaban de rabia y de frustración.

No sé que hacer. Estoy tan des orientada.

Ni siquiera podía llamarle a mi mejor amiga. Alice no podría ayudarme ahora, es lo malo de casarte con el hermano de tu mejor amiga, cuando pierdes el marido, tal vez puedes perder su amistad. La gente suele ponerse de parte de la familia, en lugar que de los amigos.

Alice va a tener que decidir pronto de qué lado está. Si conmigo o con el infiel de su hermano. Y lo mismo mis suegros.

Esme es tan buen persona pero su debilidad es su hijo y dudo mucho que me dé su apoyo. Mi suegro en cambio es más recto. Pero según la recepcionista del laboratorio, había un hombre rubio con ellos. Me jugaría el pellejo a que es Carlisle.

Él debe saber lo que ha pasado. Imagino que a Edward se le fue todo de las manos cuando ella se embarazó y le dijo a su papá. Y claro, los padres debemos ayudar a nuestros hijos aunque metan la pata. Entonces tal vez Carlisle le aconsejó que la tipa esa se realice una prueba de ADN intrauterina para probar si el bebé es de Edward.

Pero si la puta se atrevió a venir aquí, debe ser porque esa prueba fue positiva. ¿Quién se arriesgaría a ir a la casa donde vive su amante sino tiene derechos? ¡El hijo debe ser de Edward!

Me revienta que esa maldita viniera hasta aquí. Debe sentirse tan segura, tan feliz con un hijo de mi marido en sus entrañas. Y él, siempre tan protector conmigo, ahora lo era con esa putita. Con gusto los envenenaría. ¡Par de cerdos! ¡Malditos!

Pero esto no se quedará así. Me voy a asesorar bien, mañana mismo iré a consultar con una de esas abogadas feministas para asegurarme. Esta casa es mía y de mi hija, no me iré para que él traiga a su amante. Lo demandaré por adulterio, necesitaré pruebas pero puedo conseguirlas. Nada mejor que esos análisis que se hicieron en el laboratorio para probar su engaño.

¡Ay Edward Cullen, te voy a dejar en calzoncillos! ¡Te voy a quitar hasta los pantalones con tantas demandas que te pondré! Vas a tener que rogarme para que te deje ver a Nessie. Y vas a pagar todo lo que me haces pasar. Como que me llamo Bella Swan, te vas a arrepentir de hacerme sufrir.

Me limpié otra vez las lágrimas y me prometí no llorar. Dicen que el dolor es inevitable pero el sufrimiento es opcional y yo no le iba a dar el gusto a esa mujercita poca cosa de verme destruida. Yo soy una mujer que sabe lo que vale y no va a dejarse pisotear.

Dormí temprano, antes desconecté el teléfono y apagué el celular para que no me molesten. Vi algunas llamadas perdidas de Esme. No tenía intenciones de hablar con mi suegra.

.

Me desperté en la madrugada a darle la leche a Nessie, preparé dos maletas con algunas prendas para Edward. Quería que se vaya de una buena vez. No le iba a permitir que vuelva a poner un pie en mi casa, que la infecte con su asquerosa presencia. Pensar que yo lo admiraba tanto, que creí ciegamente en él.

El amor te vuelve estúpida y de eso se aprovechan los hombres para engañarte.
Con mucha pena quité las cosas personales de Edward del baño. Como su afeitadora eléctrica, sus lociones que olían tan bien. El dolor estaba presente pero al embolsar algunas de sus objetos personales como su pasaporte volví a llorar. Miré todos esos sellos de distintos países que visitamos desde que nos hicimos novios. Viajamos a México, Venezuela, Brasil, España, Francia. Nuestra luna de miel en Europa abarcó muchos lugares. Cada uno de esos sellos representaba el tiempo que disfrutamos nuestro amor.

¿Por qué lo hiciste Edward?

Al día siguiente subí las maletas al auto, alisté a Nessie y me dirigí a uno de los bufetes de abogadas feministas más influyentes de la ciudad. Esperé a que me atendieran.

—Buen día señora Cullen ¿En qué puedo ayudarla? Soy Victoria— me saludó una abogada pelirroja muy guapa.

—Vengo a asesorarme, quiero pedir el divorcio por infidelidad— traté de sonreír.

—Pase a mi oficina, personalmente me haré cargo de su caso.

Entré a una de las oficinas más imponentes que había visto en mi vida. Fotos de la abogada adornaban las paredes. Escalando, en paracaídas, montando a caballo… haciendo canotaje. Parecía que le gustaban los deportes extremos.

— ¿Esa es usted?— pregunté mirando una enorme foto de dos personas bajo el agua, una de ellas metía la cabeza dentro de un tiburón.

—Sí, soy yo. Son mis pequeños trofeos, la gente piensa que estoy loca pero a mí me recuerdan que debo seguir adelante cada día— sonrió. Qué mujer más extraña.

—Bueno, quisiera saber cómo puedo demandar a mi esposo para que se aleje de nosotras. Mi bebé no llega a los seis meses y él ya tiene una amante… embarazada— le confesé. No pareció sorprenderle.

— ¿La golpeaba su marido? ¿Ejercía sobre usted algún tipo de violencia psicológica o física?

—No— dije muy segura. Edward jamás me había lastimado antes. Pero claro, ahora sentía que me había clavado un puñal en el corazón.

— ¿Su esposo consume algún tipo de drogas o licor?— volvió a preguntar.

—No. Solo bebe en reuniones sociales o familiares. De hecho, jamás lo he visto ebrio.

— ¿Cuánto tiempo de matrimonio?

—Serán tres años el mes que viene— recordé nuestra boda. ¡Qué tiempos tan hermosos!

— ¿Cuántos hijos?

—Sólo una, es ella— miré a mi Nessie en el cangurito en el que iba muy cómoda apegada a mi pecho.

— ¿En qué trabaja su esposo? ¿Y usted?

—Él es psicólogo, yo no trabajo por el momento, dirigía una revista de modas pero… con la nena…

—Le seré sincera señora. Generalmente atendemos casos de mujeres maltratadas, golpeadas, abusadas o abandonadas. Hacemos que los novios, esposos, amantes o abusadores paguen por lo que hicieron. Somos una piedra en sus zapatos, un grano en sus traseros. Para eso vivo, para hacer miserables las vidas de esos rufianes. Yo he sido una mujer maltratada, sé lo que puede hacer con nuestra estima un abusador. Pero, usted solo viene con una supuesta infidelidad. No quiero desmerecer su caso, pero si no me trae pruebas, no podré ayudarla mucho.

—No las tengo aquí. Sé que él fue con su amante a un laboratorio, es una adolescente…

— ¿Adolescente? ¿Qué edad tiene su marido?— preguntó abriendo mucho los ojos.

—Él tiene 35 años.

— ¿Y ella? ¿La amante?

—No creo que llegue a la mayoría de edad. Apenas la he visto.

—Podemos acusarlo por pedofilia, necesito saber el nombre y la dirección del trabajo de su esposo— me tendió un papel. Algo insegura escribí la dirección allí.

— ¿Qué hay de mí? ¿Puedo pedir el divorcio y la custodia de mi hija?

—Mencionó un laboratorio.

—Sí, es el laboratorio Dynacare. Allí fueron a hacerle los análisis de paternidad intrauterina a su amante.

—Necesito esos resultados— pidió.

— ¿Hay algún modo de obligar legalmente al laboratorio para que me entreguen una copia de los resultados? Sinceramente no creo que mi esposo me la de.

—Sí, podemos obligarlos, ellos no pueden negarse a entregar los resultados si hay un proceso legal de por medio. Lo difícil va a ser que admitan su demanda antes. ¿No tiene ni siquiera una fotografía?

—No— suspiré. Nessie empezó a inquietarse en mis brazos.

—Pues necesitamos conseguirlas. Este es Jenks, el investigador más fisgón que existe— me tendió una tarjeta. –Deposita 100 dólares en su cuenta y le llama, dígale que va de parte de Victoria, le da el nombre y la dirección del trabajo de su marido, él me traerá las fotos— sonrió.

Esto no parecía tan difícil de realizar. Al menos la parte legal. No sé si Edward ponga reparos en la separación, yo no quiero conciliaciones extrajudiciales ni terapia de parejas. Quiero el divorcio y una orden de alejamiento.

Salí de allí mucho más decidida, soy una mujer que vale y no voy a dejar que Edward me arruine la existencia.

Pasé por el banco y deposité 150 dólares en la cuenta del tal Jenks. Luego le llamé.

—Señor Jenks, soy Isabella Cullen y le llamo de parte de la abogada Victoria, he depositado 150 dólares en su cuenta. 100 para que obtenga pruebas de que mi marido es infiel y 50 para que se dé prisa. Su nombre es Edward Cullen y trabaja en el 595 de la avenida Lincoln.

—Entendido señora, mañana mismo tendrá los resultados.

Colgué más tranquila. Edward no podría contra esas pruebas y el laboratorio me daría los resultados. Y podré dejarlo sin derechos sobre ni Nessie y nuestra casa. Hasta su amado volvo sería mío, no le iba a dar el gusto de salir a pasear con su amante y su nueva familia en un auto donde me hizo el amor tantas veces.

Estaba tomando el control de las cosas. Sólo nos protegía a mi bebé y a mí. Si yo que soy su madre no vela por sus derechos ¿Quién más lo haría?

Pero al llegar a casa, de regreso, Edward me estaba esperando. Y no traía buena cara, parecía que no había dormido en toda la noche.

— ¿Qué haces aquí?— grité.

—Debemos hablar— dijo bastante apesadumbrado.

—Yo no tengo nada que hablar contigo Edward. Es obvio por quien te decidiste— entré a dejar en su cuna a Nessie porque se había quedado dormida. Al regresar él todavía estaba de pie en el mismo lugar que lo dejé.

—Bella, tú no sabes cómo ocurrieron las cosas. Déjame que te explique…

—Hay dos maletas en auto, tómalas y vete.

— ¡Necesito hablarte!— parecía que el buen psicólogo estaba perdiendo la cordura.

—Lo sé todo Edward, no necesitas decirme nada. ¡Ahora vete!

— ¿Quién te dijo? ¿Fue Carlisle?

—Yo misma fui a ese laboratorio— me crucé de brazos esperando a ver que me decía. Ya no tenía más excusas.

¿En qué momento empezaría a suplicarme? ¿Lloraría? Muchos hombres usan todos los recursos para pedir perdón y claro, luego regresan con las amantes.

—No quise ocultártelo…

— ¿Qué no quisiste ocultármelo? ¿Creías que nunca me iba a enterar de tus cochinadas?— grité.

—No tengo palabras para expresarte…

—Ahórrate tus palabras Edward, sólo quiero que te largues de aquí, te lleves tus cosas y que salgas de mi vida.

—Bella, me juzgas duramente…

— ¿Duramente? Yo te voy a enseñar lo que es algo duro—para entonces ya estaba fuera de mis casillas. Verlo allí tan pusilánime, intentando explicarme su engaño me encendió más todavía.

Tomé uno de los adornos de la hornacina y se lo arrojé. Él pareció asombrado ante mi reacción.

—Tranquilízate, no podemos hablar así— sugirió.

—No me tranquilizo nada ¡Vete a la mierda Edward! Tú y tus excusas ridículas, no las necesito. Lárgate y fírmame los papeles del divorcio cuando te lleguen— seguí arrojándole adornos, incluso una fotografía con todo y marco.

— ¿Divorcio?— preguntó asustado.

— ¡Divorcio! Ni creas que mi hija va a compartir la casa con tu bastardo, ni nada de lo que es nuestro. Te voy a quitar todo lo que tienes, si quieres mantener a tu puta vas a tener que empezar de cero pero conmigo no cuentes— le grité.

—Jamás creí que tuvieras un corazón tan mezquino. No tengo que decir más. Me voy— me dio la espalda. Cómo deseaba golpearlo con mis propias manos y preguntarle porque me hizo esto… porqué nos hizo esto… a nuestra familia…

— ¡Maldito mentiroso! ¡Mezquino tú que te revuelcas con cualquiera! ¡Tú que me engañaste! ¡Que me hiciste creer que eras un hombre bueno y resultaste un cerdo! ¡Vete y llévate tus cosas! ¡Vete porque no te necesito!

Pero él no me respondió nada. Ni siquiera sacó sus maletas de mi auto, sólo subió a su volvo y se marchó.

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