16 julio 2013

No digas Adiós Capítulo 6



Seis


El camino hacia Port Ángeles duró dos días, pernoctaron en posadas del camino a fin de dar de comer a los caballos y descansar cómodamente en una cama blanda. Bella y Esme se alojaron juntas, y tuvieron ocasión de conversar mucho acerca de lo que habían vivido estos dos meses que no se habían visto.

La madrina detalló a su querida niña, todo lo que le había llamado la atención en su viaje. A pesar de no haber ido de turismo, Esme aprovechó para recorrer tiendas, galerías y adquirir diarios locales. Venía cargada de nuevas noticias, moda, arte y variedad. Pero eso no pareció importarle mucho a Bella. La muchacha tenía sus pensamientos en La Push.

— ¿Se puede saber qué es aquello que te tiene tan pensativa querida?— preguntó Esme sin poder contenerse.

—Me preocupa Irina. Fue un accidente lamentable, aún no se había recuperado completamente y no sabemos si su caída dejará secuelas— dijo la muchacha.

En parte aquello era verdad. Bella se había preguntado un ciento de veces si aquel accidente habría encadenado a Edward a Irina. Si por obligación debía hacerse cargo de ella por estar implicado en el incidente. Según Jessica, los padres de Mike daban por hecho que Edward pediría la mano de su hija en cualquier momento. Sin embargo Edward se había marchado.

—Esas muchachitas Newton han sido siempre muy imprudentes. Desde su vestimenta hasta su modo de conducirse. Sé que los tiempos cambian pero una dama debe ser moderada en sus actitudes y en sus palabras. La juventud no es excusa para la insensatez.

La madrina no preguntó más sobre lo sucedido en La Push pero parecía a punto de decir algo que luego callaba.

Casi al llegar a Port Ángeles Esme se atrevió a hablar.

—Bella, a pesar del apuro, llegar de un viaje tan largo y luego empalmar con éste, me di tiempo para visitar a mis nuevos vecinos. Los inquilinos de tu casa— dijo mirándola fijamente.

— ¿Qué te parecieron madrina?— preguntó la joven de ojos chocolate.

—Agradables pero me sorprendí. La señora Whitlock es una vieja conocida tuya— le sonrió.

—Sí. Es Alice Cullen. Yo también me llevé una agradable sorpresa— sonrió la joven.

—El matrimonio la ha cambiado, está más hermosa y parece haber adquirido una sabiduría envidiable— comentó Esme. Menuda sorpresa que se había llevado al ver que la muchachita que a veces le hacía los mandados, ahora dirigía una residencia. Vestía de fina seda y se dirigía a los empleados con un educado lenguaje.

—Sigue siendo ella a pesar de todo— aseguró Bella.

—Espero que su presencia no te haya removido viejos recuerdos.

—No es la presencia de Alice la que me ha perturbado. Su hermano también llegó con ella— Bella miró por la ventanilla. Las primeras casas de Port Ángeles aparecieron tras la quebrada.

—No se lo pregunté. No me pareció sensato. Pero ahora que lo mencionas, espero que ante su presencia, hayas mantenido la compostura.

— ¿La compostura? ¿Madrina crees que iba a arrojarme a sus brazos apenas apareciera en Forks?— las palabras de la muchacha estaban llenas de reproches.  Los mismos que nunca manifestó en voz alta pero que guardó en su corazón todo este tiempo.

Esme fue la principal razón por la que Bella no siguió su corazón hace casi ocho años. Desde que su madre murió, la madrina se encargó personalmente de su formación. Se mantuvo en contacto mientras Bella hizo el internado en Seattle. Iba a visitarla regularmente y tenían largas y reconfortantes conversaciones. De las tres hijas de Charlie Swan, Isabella era a quien más amaba Esme. Su carácter sereno y reflexivo la había hecho merecedora de todo su afecto. Sus hermanas eran muy distintas a ella. Tanya, vanidosa y superficial como su padre, no aceptaba consejos de nadie. Jessica había sido un dolor de cabeza para Esme. Cada vez que esa niña abría la boca avergonzaba a su familia. Por ello nunca se le permitió asistir a los bailes o reuniones importantes.

Pero Bella, su Bella, era la hija que ella siempre añoró.  La que perdió un día hace tantos años. Coincidentemente el mismo año que Bella vino al mundo.

Sus consejos habían sido siempre tomados en cuenta. Esme se preocupó por inculcarle valores y convertirla en una señorita virtuosa. Lamentablemente la presencia de Edward Cullen estuvo a punto de hacer sucumbir a su protegida.

Esme no veía con buenos ojos tal unión. No había protestas por el carácter del joven. Era un buen muchacho, responsable y educado. Pero las diferencias eran obvias. Charle jamás hubiese aceptado tal unión. Habría desheredado a su hija  y tal vez, la hubiera repudiado. ¿Y qué sería de su adorada Bella vagando por el mundo de la mano de un joven sin fortuna? No podía permitir que su niña caiga en desgracias. Le había prometido a Renée antes de morir que cuidaría de sus hijas como propias y eso hacía.

No, no se arrepentía de haberla  persuadido de no seguirlo. Esme insistió muchas veces en que debía cancelar el compromiso que los unía y no alentar un amor imposible. A pesar que eso causó cierta lejanía con su ahijada.

Pero Esme no había previsto que un corazón roto, podía ser para su joven portadora en inicio de una vida llena de pesares. Prefirió no decir más al respecto, apoyar a Bella en sus proyectos y mantenerla entretenida tanto como pudiera.  Una pena de amor es mejor no alentarla, ni siquiera para dar consejos.

La madrina sufría porque Bella perdía brillo con el tiempo. De aquella jovencita dulce y de sonrisa tierna apenas quedaba rastro. Parecía que la pena no la abandonaba ni con el mayor de los esfuerzos.  Por eso había hecho aquel viaje rápido. Para procurar vender algunas propiedades y conseguir el suficiente dinero para hacer un largo y provechoso viaje por el mundo. Habían salido junta a varios lugares en estos años. Llegaron hasta Chicago una vez. Pero ni siquiera eso alegró el corazón de Bella. Confiaba que un largo viaje podría devolverle la Bella que recordaba.

Y ahora, nuevamente, la razón de sus tristezas estaba en Forks. ¿Qué pensará Edward? ¿La seguirá amando? ¿Albergará aún esos sentimientos hacia ella? Porque es evidente que Bella no ha podido olvidarlo. La prudencia, le ordenaba guardar silencio pero su conciencia le pedía a gritos que ayude a su querida ahijada.

—No querida, no pensaba eso. Sé quién eres— alargó su mano para acariciar el dorso de su mano y darle un poco de su fuerza.

“Pequeña criatura, lo siento tanto” suspiró Esme callando nuevamente.

Ambas decidieron no mencionar el tema pero el abismo estaba allí, ahora más grande que nunca.

“Quizás con el paso de los días pueda hablarlo con mi madrina pero ahora no. No tengo la fuerza suficiente para contarle de los todos los momentos cerca de él, el viaje a La Push, su esfuerzo por ignorarme y su trato distante. Me confunde todo acerca de Edward” pensaba Bella. “Es demasiado en que pensar. Es mejor esperar”.

Al igual que en Forks, Esme había alquilado una casa al lado de los Swan. Muchas veces algunas de sus amigas le habían insinuado a Esme la posibilidad de convertirse en la esposa de Charlie. Era obvio que él confiaba plenamente en ella, le tenía afecto y le confiaba a sus hijas.  Pero una unión así no le parecía bien. Charlie estaba demasiado pendiente de superficialidades. Vivía en las nubes, pensando en títulos y nobleza que en América no existían. Ambos habían nacido en Londres y habían migrado al nuevo continente. Crecieron escuchando hablar a su familia de palacios y cortesanos. Pero en el nuevo mundo la nobleza la conformaban no sólo apellidos renombrados, sino aquellos que con su suerte o trabajo amasaban fortunas. En América unos miles de dólares bien invertidos valían más que cualquier título.

A ella su viudez la había hecho rica. Su marido fue un hombre torpe para los negocios pero la dejó con muchas propiedades que podía vender para invertir.


Dejó a Bella en su nueva casa y siguió a ocupar la suya. Debía descansar un poco para poder ponerse al corriente de las actividades de la nueva ciudad y hacer las visitas respectivas.

0 comentarios:

Publicar un comentario