14 julio 2013

No digas adiós Capítulo 3



Tres


—Y vendrán a cenar mañana por la noche, los Whitlock y el capitán Cullen— escuchó decir a Mike.

— ¿Edward Cullen en la casa grande? –preguntó Jessica emocionada.

“Edward aquí” el corazón de Bella latía desesperadamente. “Mañana… mañana”

Esa noche los recuerdos regresaron. Los sueños de Bella estuvieron plagados de añoranza. El primer encuentro, la primera mirada, las primeras palabras… el primer beso. Las dulces palabras de amor, los juramentos…

Le dolió despertar y encontrarse con una realidad diferente.

“¿Por qué lo dejé?” se preguntó. “Pude haberle esperado” suspiró apartando los cobertores  para levantarse. “No tenía por qué romper nuestro compromiso”

Las ideas recurrentes habían vuelto, las mismas que le tomaron alrededor de tres años mantener a raya. No podía volver a caer en aquel círculo vicioso. Edward era el pasado, mucho tiempo y vivencias se interponían ahora entre ambos. Como un marino él había tenido la oportunidad de conocer el mundo, recorrer lugares que ella sólo podía imaginarse mientras leía. Con tantas nuevas experiencias y personas nuevas en su vida era lógico suponer que conoció cientos de mujeres. “Más hermosas, interesantes y valientes que yo” Bella apartó este último pensamiento y empezó sus actividades diarias.

Antes del mediodía, mientras terminaba una carta para su padre, escuchó gritos provenientes del patio trasero. Bajó las escaleras rápidamente, los lamentos de su hermana se podía oír hasta la casa grande.

— ¿Qué pasó? ¡Jessica!— gritó Bella llegando hasta el tumulto que se había formado.

—Es Mike, mi bebé— sollozaba su hermana.

En efecto, el pequeño Mike, hijo mayor de los Newton, se había caído de un árbol. Su madre y dos de las mucamas de la casa grande estaban a su lado. El pequeño no se movía y su madre estaba histérica.

—Gianna ve a la casa grande, pídeles que llamen a un médico— indicó Bella. —Heidi, ve a la casa y ten agua caliente. ¡Jessica, ayúdame a moverlo!— ordenó la joven.

Las empleadas corrieron a cumplir los pedidos pero su hermana estaba fuera de sí, gritaba mientras abrazaba al más pequeño de sus hijos que también lloraba porque no entendía lo que pasaba.

— ¡Jessica ve por Mike!— se le ocurrió a Bella. –Por favor, corre, ve a buscar a su padre.

El hermano menor entendió la indicación y tiraba de su madre. Jessica se dejó llevar. Bella tocó al pequeño herido e intentó despertarlo, era necesario saber si se había golpeado la cabeza primero. Pero el pequeño abrió los ojos al momento.

— ¿Dónde te duele mi amor?— preguntó la tía.

— ¡Mi brazo!— chilló el niño de casi 5 años.

—Eres un jovencito valiente, cariño, pero demasiado travieso.

—Creo que me rompí mi brazo— sollozaba. Bella sacó un pañuelo y secó sus lágrimas.

— ¿Te duele la espalda? ¿Las piernas?

—No tía Bella, sólo me duele el brazo.

—Déjame revisarte, no te dolerá, tranquilo, debes ser fuerte como el hombre que eres— le infundía valor su tía. —Te has dislocado la clavícula, está fuera de su sitio y debo regresarla a su lugar.

— ¿Va a doler?

—Sí. No te voy a mentir porque eres ya un hombrecito. Dolerá.

— ¿Si se queda así? ¿Si la dejamos?

—Si la dejamos torcida crecerás deforme y cuando seas grande ninguna muchacha te querrá por muy guapo que seas— Bella intentaba razonar con el muchachito.

—No quiero ser deforme, voy a parecer un trol.

—Yo te la puedo arreglar pero va a doler un poco.

—Arréglala tía Bella.

—Si muerdes con todas tus fuerzas este pañuelo nadie oirá  tu grito y diremos que has soportado como un verdadero caballero ¿De acuerdo?— ofreció la joven.

El niño asintió y antes que termine de colocarse el pañuelo en la boca, las manos rápidas de su tía regresaron el hueso a su lugar. Apenas chilló el pequeño.

— ¿Verdad que no dolió mucho?

—No tía— dijo con lágrimas en los ojos.

—Entonces te ayudaré a levantarte y caminaremos hacia la casa.

Bella lo tomó del brazo sano y lo puso de pie. Con cuidado lo levantó del suelo y lo llevó a la casa. El niño no dejaba de llorar y lamentarse. Ya en casa, Bella lo depositó en la cama de sus padres,  una de las mucamas le alcanzó agua y un paño para limpiarlo, le cambiaron sus ropas que estaban sucias.

Había terminado de asearlo cuando llegó Mike. Jessica venía llorando detrás de él.

— ¿Qué le pasó a mi hijo? ¿Está bien?— entró alarmado el padre.

—Se dislocó la clavícula—contestó con calma la muchacha.

— ¿Por qué lo trajiste aquí? ¿Si se le deforma el brazo? ¡Eres una irresponsable Bella, si mi hijo llega a quedarse invalido será tu culpa!

—Ya le coloqué la clavícula en su lugar, estará bien— insistió Bella intentando calmar a su hermana.

—Calma Jessica, el pequeño Mike está despierto— sonrió el padre. —El doctor no tarda en venir, gracias Bella— le sonrió.

Horas más tarde Jessica y su marido discutían. Mejor dicho, Jessica gritaba mientras su marido hacía caso omiso de su pataleta. ¿La razón? En vista que el médico había dicho que el niño debía mantenerse en cama, Mike había decidido asistir a la cena que daba su familia como bienvenida a los Whitlock y el capitán Cullen.

— ¡Yo debería estar a tu lado, cómo tu esposa! No es justo quedarme aquí. El niño ni siquiera está grave.

— ¿Y si se siente mal?— preguntó Mike terminando de anudarse la corbata.

—Claro, la pobre madre debe sacrificarse…

—No puedes dejarlo sólo.

— ¡Para eso está Bella!— gritó Jessica.

—Isabella es tu hermana, no tu mucama ni la niñera de nuestros hijos. Podría estás muy bien atendida en Port Ángeles con tu padre. Está aquí como nuestra invitada y creo que ella debería venir a la cena.

—No está invitada— vociferó Jessica.

—Mis padres la invitaron, ellos desean tenerla con nosotros.

—Entonces que venga una de las empleadas de tu madre, a ella le sobra gente de servicio, mientras que yo tengo que apañármelas sola— volvió a quejarse.

—Yo no puedo permitirnos más que una cocinera Jessica y bien lo sabes, mi empleo no es el mejor del mundo, soy administrador, no millonario.

—Pero tú eres el heredero, el mayor…

—Esa fortuna es de mis padres, mantengo a mi familia con mi esfuerzo…

—No tienes viviendo como gente pobre. Yo no estaba acostumbrada a tener una sola empleada. En mi casa tenía docenas de sirvientes, mi madre nunca tuvo que hacerse cargo personalmente de nosotras— empezó Jessica las quejas de siempre.

Bella escuchaba esto con el mayor de los pesares, estaba decidida a escribirle a su madrina Esme para preguntar cuando regresaría o poder quedarse en su casa el resto del tiempo hasta su partida hacia Port Ángeles.

Respiró hondo y salió de su dormitorio hacia la sala. Mike estaba listo ya para partir.

—Mike, creo que el niño necesita que me quede— le sonrió a su cuñado.

—Pero Bella, mi madre te ha…

—Se ha acostumbrado a mis cuentos antes de dormir. Y yo no me siento con ánimos para salir. Me gustaría quedarme y relevar a Jessica. Ella ha estado tensa todo el día, le vendrá bien conversar un poco— sonrió tímidamente.

—Gracias Bella— le devolvió la sonrisa. – ¡Jessica  alístate, me alcanzas!— dijo mirando hacia dentro de la casa. Se escuchó un grito de alegría y sus pasos corriendo. Igual que una quinceañera la hermana menor de Bella no cambiaba su forma egoísta e infantil de ser.

—Diviértanse— dijo Bella tomando un libro entre sus manos rumbo a la habitación de los niños.

—Bella— la llamó Mike antes de partir. —Gracias. Siempre me pesará en la conciencia… ¿Por qué no insistí más?— sonrió sin decir más y salió de casa.

Bella no entendía a qué se refería su cuñado. ¿A insistir en que ella fuera a la cena? ¿Insistir en que su mujer se quede a cuidar de su hijo como era lo correcto? O insistir… no, la muchacha descartó aquel pensamiento egoísta y vanidoso. Mike no podía referirse al pasado. No teniéndola en su casa y estando casado con su hermana.

Aquella noche los niños se durmieron temprano, en parte porque el pequeño Mike estaba muy cansado debido al accidente y los cuidados que le habían proporcionado, no le habían dejado tomar su siesta por la tarde.

Bella se retiró a su habitación a terminar la carta a su padre, que estaba segura, apenas leerían. Se acostó temprano pensando en que a sólo unos metros de allí, Edward Cullen estaba sentado en la mesa de los Newton.

¿Vestiría su uniforme? No, Edward nunca fue fanfarrón, pero de seguro su vestimenta era impecable. Aun cuando él era pobre, se esmeraba en su aspecto. A veces usaba ropas usadas y viejas pero siempre estaba limpio y olía tan bien. Ahora que era un capitán, podría comprarse todos aquellos libros que soñaba con leer, un coche como de las revistas y cenar en lujosos restaurantes a donde había invitado a Bella tantas veces en un futuro no muy lejano. Pero todos esos sueños quedaron atrás. No había coche para ambos, ni cenas en común.

A la mañana siguiente el pequeño Mike amaneció de un humor espantoso. Lloró desde temprano llamado a su madre. Jessica tenía un fuerte dolor de cabeza y a pesar de lo imposible del carácter de su hijo salió a dar un paseo. Dejando a su hermana a cargo nuevamente.

Bella había batallado con los dos niños, esperando que Gianna, la doncella llegara pronto. Como la casa de Mike era pequeña no había espacio para la empleada, ella ocupaba la única habitación libre, por eso la jovencita dormía en la casa grande.

Eran las 8 de la mañana, Mike ya había salido a trabajar, Bella batallaba con sus sobrinos, que muy maleducados por su madre a veces no obedecían los ruegos de su tía.

“Creo que debo ser más dura con ellos y castigarlos” pensaba Bella recogiendo del suelo su libro. Oportunidad que aprovechó el pequeño enfermo para saltar a la espalda de su tía y colgarse de su espalda con el brazo que tenía bueno. En ese preciso momento entró Jessica a casa, seguida por sus cuñadas, Irina y Kate… y detrás de ellas venía el capitán Edward Cullen.

—Mike, por favor ¡Bájate!— Bella ya estaba llegando al límite de su paciencia con sus sobrinos y no se percató de la presencia de los recién llegados hasta que escuchó la risa de su hermana. Creía que ella venía sola pero se alarmó cuando Jessica habló.

—Bella no tiene carácter y ellos hacen lo que quieren de ella— dijo sin hacer nada por reprender a sus hijos. De pronto el peso del niño en su espalda desapareció.

—Gracias…— Bella se quedó boquiabierta mirando a los ojos de la persona que había venido en su auxilio. Era Edward, su Edward. “Eso quedó en el pasado” pensó Bella bajando la vista. Los niños corrieron a buscar a su madre, el pequeño Mike miraba con rabia al recién llegado que se había atrevido a quitarlo de la espalda de tía Bella con una sola mano.

—Buenos días señorita Swan— la saludó.

—Capitán Cullen— dijo ella haciendo una reverencia.

—Cuanta ceremonia ¿Sabían que el capitán Cullen y su hermana la señora Whitlock eran amigos de Bella hace años?— dijo Jessica a sus cuñadas.

— ¿Es cierto Bella? ¿Es verdad que el capitán Cullen vivió aquí hace tiempo? Yo no lo recuerdo para nada— dijo la alegre Irina.

—En esa época estábamos en la escuela interna Irina, solo veníamos en vacaciones—  comentó Kate.

—Sí… la familia Cullen vivió a las afueras del pueblo…— tartamudeó Bella.

—Mis hermanos Alice, Emmett y yo vivimos una temporada aquí en Forks. Mi padre había muerto y nosotros no teníamos residencia— habló Edward.

— ¿Cómo está Emmett? Supe que se casó— preguntó Bella recordando al sonriente Cullen que varias veces le había jugado bromas.

—Está muy bien, gracias. Tiene tres hijos y es muy feliz con Rosalie, su esposa.

— ¿Tres hijos tan rápido?— dijo Jessica con ese tono descarado de siempre.

—Dos gemelos y una niña recién nacida— Edward recuperó un semblante serio.

— ¡Vamos! Sigamos con nuestro paseo— pidió Irina. El capitán se despidió secamente y salió con las dos hermanas de Mike.

—Yo me quedo, gracias por la compañía. Tengo un par de niños que cuidar — dijo Jessica cerrando la puerta y mirándolos desaparecer desde la ventana.

Luego se volvió a ver a su hermana, esperaba encontrarla ruborizada y con lágrimas en los ojos, pero Bella se había recompuesto y leía sentada en el sofá. Los niños volvieron a sus juegos inocentes a las emociones encontradas de los adultos

— ¿Has visto que guapo se ha puesto Edward? Todos los hombres son así. Florecen tardíamente. Y una que se marchita tan rápido…— suspiró Jessica.

—Se le ve bien— fue toda la respuesta que recibió de su hermana.

— ¿Bien? ¡Más que bien! Va a quedarse a almorzar en la casa grande, parece haber congeniado muy bien con Irina y Kate y no lo juzgo, ellas son hermosas y tan jóvenes.

—Me alegro por él— Bella apenas respondía aunque estaba atenta a cada una de las palabras de Jessica.

—Mi suegra pide que te nos unas para comer Bella, te echó de menos anoche.

—Gracias, es muy amable.

La joven siguió en el sofá un rato más pero no pudo continuar su lectura, ya no podía concentrarse en nada más. Subió a su habitación.


“Lo he visto, hemos estado en la misma habitación. He oído su voz… y se ha ido. Puedo ver en sus ojos que no me ha perdonado. Lo decepcioné, rompí mis promesas, quebranté mis juramentos y con ello demostré el poco valor que poseo. Recuerdo cuando no existían secretos ni dudas entre nosotros y nuestros corazones latían a un mismo ritmo… y ahora somos dos extraños, dos extraños que jamás llegarán a ser amigos y dentro de unas horas, la vida me pondrá a prueba una vez más”

1 comentarios:

Susana Díaz dijo...

:( pobre Bella, Edward la trató tan secamente...

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