06 mayo 2013

Cap 12 ¿Quién llamó a la Cigüeña?




CAPÍTULO 12

AY SI, LA DULCE ESPERA

Quien se inventó eso de “la dulce espera” seguramente no estaba embarazado. Apuesto mis calzones con refuerzo, a que fue un hombre. Porque ellos no saben nada de esto. Estar embarazada es a veces muy desesperante.

Las horas más tranquilas para mí, era cuando estaba dormida. Sin querer me estoy convirtiendo en un perezoso, duermo la mitad del día. Y la otra mitad apenas me arrastro por la casa. Estoy cansada. Bostezo cada cinco minutos.

Y cuando estoy totalmente despierta tengo ganas de llorar. Me siento sola, papá está todo el día trabajando, Jake apenas viene a vernos, Ángela ya me consiguió reemplazo permanente en la escuela. Qué triste es no tener madre ni mejor amiga.

Algo que me tenía muy desmoralizada eran los gases. Odio hablar de esto pero es algo que no puedo negar. Siento que voy a elevarme como un globo de helio. La panza se me hincha y debo abrir las ventanas todas las noches. Algo leí en internet y creo que como muchas verduras flatulentas o harinas. Quizás hago malas combinaciones. Además, transpiro mucho. Me despierto en las noches empapadas, cómo si llegara de correr un maratón. He cambiado toda mi ropa por prendas de algodón, sino no soporto el escozor.

Voy al baño cada hora, meo más que un borracho. Y cuando río, toso o estornudo debo correr al baño o me hago “pis” encima. ¡Ay cómo detesto eso! Pero tengo mucha sed y debo hidratarme.

Me duele la espalda, la cintura que no tengo, me pican los pechos y también tengo comezón en la panza. Debo aplicarme más crema o tendré estrías horribles.

Ahora las suaves pataditas se habían convertido en una retumbante sesión de pataleo.
“¿Acaso bebé Swan está practicando algún deporte dentro de mí?” le susurré.

Aún no dolía pero si molestaba un poco. Sólo espero que no se le ocurra a mi gusanito seguir pateando de ese modo en el futuro. No podría soportarlo.

Me arrastré hasta la cocina a tomarme un enorme vaso de leche y todo lo que encuentre, me comería un puma si pudiera.

Miré la hora, eran las 8 de la mañana.

¡Ah por Dios!

Tengo cita en el hospital. Con esa patilarga, rubia y perfecta doctora prometida para casarse con el padre de mi hijo, el donador inconsciente: Edward Cullen.

Qué raro que Jake no viniera todavía. Corrí, o bueno, caminé lo más rápido que pude hacia el teléfono. Y le marqué.

— ¿Bella? Jake se fue hace más de una hora para tu casa— dijo Billy. ¿Y dónde rayos se habrá metido?

Me alisté velozmente, me puse el vestido más bonito que tenía. Muy coqueto. Esperaba no sentirme tan adefesio al lado de la doctora Denali.

Jake no llegaba. Intenté subir con mucho cuidado en mi vieja camioneta. Y no entraba. ¿El volante había crecido? Ah no, soy yo quien ahora está enorme como un balón.

No me quedaba de otra que llamar a un taxi. Casi entraba a casa cuando escuché un coche estacionarse estrepitosamente. Me giré a ver, era Jake.

— ¡Bella! Vamos retrasados— gritó.

No respondí. Subí sin decirle nada. Intentaba no reclamarle pues no era su obligación llevarme pero me molestaba que se retrasara y me haga llegar tarde a mi cita.

— ¿Molesta?— sonrió.

Llegamos al hospital, como siempre, Jake trajo una de las sillas de ruedas y empujó hacia la consulta.

Había dos embarazaditas sentadas esperando turno.

—Voy a dejarle tu ficha a la doctora— Jake se acercó a llamar a la puerta.

Ella salió a atender y en cuanto me vio me regaló una sonrisa. ¡Cómo quisiera odiarla pero es tan amable!

—Espere un momento— le dijo a Jake.

Segundos después salió a hablarme.

— ¿Estás en ayunas?— preguntó.

— ¿Qué?— respondí.

— ¿Desayunaste?

—No. No me dio tiempo— sonreí.

—Perfecto, ve con esta orden al laboratorio. Te van a sacar sangre para un análisis— me mostró nuevamente sus enormes y blancos dientes.

Jake empujó mi silla hacia el lugar donde nos indicó.

— ¿Qué estabas haciendo?— no pude resistir mi curiosidad.

—Que curiosa— dijo entre sonrisas.

—Eres malo Jake— lo reprendí.

—En la tarde lo verás.

Llegamos al laboratorio y me extrajeron la sangre. Tuve que girar mi cabeza hacia otro lado para no ver u oler nada.

De regreso a la consulta, Tanya me estaba esperando, parecía impaciente.

—Debes tomarte esto inmediatamente y esperar una hora— me dijo.

— ¿Qué es esto?— pregunté.

—Azúcar disuelta. En realidad es un test para saber si eres propensa a contraer diabetes gestacional. Debemos medir tus niveles de absorción de azucares. ¡Vamos, hasta el fondo!— me animó.

Apenas le di un sorbo a esa cosa me sentí mal. Era demasiado dulce. Miré a Jake de reojo. Él sólo tenía ojos para Tanya.

— ¡Valor! No sabe tan feo— me sonrió la doctora—prometida Denali. Como ella no tenía que tomar ese menjunje asqueroso.

Traté de no respirar y me lo tomé completo. Un vaso grande lleno de sabe dios qué cosa viscosa amarillenta entró en mi cuerpo.

—Vamos a esperar una hora para hacerte otro análisis de sangre— me dijo sonriendo. ¿Qué nunca se le iba esa sonrisa?

– ¡No señora!— dijo Tanya mirando a la mujer que estaba sentada en la banca. –Si lo devuelve va a tener que tomarse otra dosis.

Me asusté. ¿Tendría que volver a tomar eso si no puedo contenerlo dentro de mí? Esto es tortura.

Ella sonrió nuevamente y volvió a entrar. Me quedé allí, al lado de Jake, sintiendo que mi estómago y cabeza me daban vueltas.

Minutos más tarde otra de las pacientes se puso pálida.

—Creo que voy a devolver— dijo tomando la mano de su marido con fuerza.

Se levantaron y caminaron rumbo a los servicios.

Miré a Jake asustada.

—No debe ser tan malo— dijo preocupado.

—Creo que si lo es— dije mientras sentía que algo se revolvía peligrosamente en mi estómago.

—Oye Bella, no he comido— se quejó.

— ¿No tomaste desayuno?

—Bueno sí, a las 6 de la mañana, pero mi segundo desayuno no. Ya es hora— dijo serio.

— ¿Tomas dos desayunos? Ni yo.

—Es que todavía estoy creciendo— se defendió.

—Pero para los lados— le repliqué.

—Quiero una hamburguesa— pidió.

—Vale, ve a comer. Yo espero aquí, no me voy a ir a ningún sitio— dije cerrando los ojos. Intentaba dormir un poquito o al menos concentrarme en alguna película o pasaje de algún libro para ignorar las náuseas salvajes que galopaban en mi estómago.

Pasaron veinte minutos y no lo soportaba, esa cosa iba a salir de mí. Intenté rodar mi silla de ruedas lo más rápido que pude hacia los servicios. Pero iba demasiado lento y esa cosa ya estaba en mi esófago. Me levanté apurada, caminé unos cortos pasos y no pude resistir.

Fue realmente asqueroso, vomité todo aquel líquido amarillo viscoso. Pero un par de zapatos negros se interpusieron entré mis fluidos y el piso del pasillo. Quería morirme, que papelón.

Con el esfuerzo caí en cuatro patas y me ensucié el vestido tan bonito que me había puesto. Rápidamente unos brazos me levantaron.

— ¿Qué te pasa Bella?

¡Ahora sí me quería morir! ¡Era Edward! ¿Por qué siempre me pasan estas cosas a mí? De toda la gente que trabaja y se atiende en el hospital tenía que ser el director, ex novio, padre donador de mi bebé y antiguo amor de mi vida a quien le vomitara.

—Esa cosa— dije intentado limpiarme con las mangas de mi cárdigan.

Pero él me detuvo y limpió mi rostro con algo suave.

— ¿Qué pasó? ¿Tienes nauseas así de fuertes? ¿Le has contado a Tanya? ¿No te ha dado algo para evitarlas?— preguntaba rápidamente.

—No tengo nauseas, es lo que me dieron a tomar… la prueba del azúcar— dije sintiéndome fatal. Sentía algo de líquido en mi nariz, que asco.

— ¿Prueba del azúcar?— preguntó.

—Sí, ahora debo tomar eso otra vez— quise llorar.

— ¿Te han hecho el Test de O´Sullivan?— preguntó. Yo ni siquiera sabía cómo se llamaba esa prueba.

—No sé— respondí, sintiendo algo de emoción al verlo limpiar una parte de mi vestido que se había manchado.

—Vamos al consultorio— dijo ayudando a ponerme de pie. — ¿Esa es tu silla de ruedas?— preguntó al verla en medio del pasillo.

—Sí.

—Sube, tengo que hablar con Tanya.

Mientras Edward empujaba mi silla de alguna forma me sentí protegida.

Llegamos a la puerta del consultorio, afuera estaba la señora que había vomitado antes que yo. También se veía muy pálida.

Edward llamó a la puerta.

—Necesito hablarte— le dijo a Tanya apenas ésta abrió. Por su tono de voz, estaba segura que alguien sería reprendido.

Edward entró y no salió de allí en varios minutos. Si no hubiera gente afuera habría pegado mi oreja a la puerta paras saber que le decía.

— ¿A qué hueles?— Jake llegó a mi lado y arrugó su nariz apenas percibió el olor.

—Mi estómago es débil— sonreí. No porque me diera risa su cara graciosa sino porque imaginaba que Edward reprendía a Tanya, le gritaba por haberme dado esa cosa y terminaba su compromiso.

Pero eso sólo pasó en mi cabeza. Minutos después la puerta se abrió, dejándome ver a la rubia sonriendo. En el umbral de la puerta abrazó a Edward y le dio un rápido beso en los labios. Él parecía abochornado, se repuso y se marchó sin siquiera despedirse de mí.

— ¿Vomitaron?— preguntó Tanya cómo si no lo supiera.

—Sí— me ganó en hablar la otra embarazada.

— ¡Cuánto lo siento!—se excusó. —No importa, no les daré otra dosis, bastará con que me digan si no tienen algún familiar con diabetes.

¿O sea que nos hizo sufrir sin motivo? ¡La mato, yo la mato! Médico embustera. ¿Está experimentando con nosotras o qué?

Esperé más de una hora, estaba muerta de hambre, con nauseas, oliendo a vómito y sucia.

Tanya y su sonrisa de aviso dental salieron a invitarme a entrar.

— ¡Hoy es tu ultrasonido! No lo recordaba sino te habría mandado directo con Jane. Bueno, ve allá y luego regresas— me tendió una orden médica.

Echaba humo pero como soy una mujer madura y madre, me tragué mi orgullo y sin decir palabra le hice señas a Jacob para que me lleve.

—Pudimos ir y volver de tu casa para que te cambies— susurró Jake.

—Ni me lo digas— dije entre dientes.

—Noto algo de furia por aquí— soltó una suave carcajada.

—Es que ella no tenía por qué hacernos esa prueba, bastaba con que nos pregunte si teníamos familiares con diabetes.

—Pero a lo mejor era importante— no le respondí, esa mujer no me quería, eso era seguro. Debió acordarse de mí, de nuestra conversación telefónica hace años… o peor, de lo que pasó en Vancouver.

La antipática de la enfermera malvada, Jane, no se quejó de mi deplorable estado pero sí se colocó una mascarilla y guantes para poder atenderme. Creo que ella nunca ha sonreído, al menos no por amabilidad. Tiene la cara tiesa.

No me dijo absolutamente nada durante el ultrasonido. Nada, ni siquiera me dijo que había terminado, simplemente apagó la máquina y me dio una hoja para llevársela a Tanya. Esa enfermera debe tener algún problema con el mundo.

De regreso con mi obstetra, me explicó que el ultrasonido era normal, que mi bebe estaba en las medidas y el peso adecuado. Y que era muy pequeño aún para saber su sexo. Ni modo, a esperarme un tiempo más.

— ¿No tienes ningún síntoma anormal? ¿Visión borrosa? ¿Pies hinchados? ¿Zumbido de oídos?— preguntó.

—No. Sólo tengo demasiado sueño— respondí.

—Tu presión arterial está algo elevada pero puede que se deba al mal momento de hoy. Siento mucho que te fuera mal, pero la prueba de azúcar se realiza en muchos países del mundo, aún no me llega el medidor de glucosa que pedí, por eso debo recurrir a este método.

—No hay problema— dije intentado sonreír.

Regresé a casa con la moral por el piso, comí algo y volví a mi lugar favorito: mi cama. No debí levantarme hoy, que mal me fue.

3 comentarios:

nany dijo...

oye falta mucho para q ed se entere q va a ser papa

nanys dijo...

si cuéntanos falta mucho, la verdad no comprendo como los hombres llegan a tomar de tal modo k no recuerden nada de lo que hicieron.....

Anónimo dijo...

No esta publicado en fanfiction pense que esta semana no habias publicado :-( quiero mas interaccion E/B please

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