06 mayo 2013

Cap 11 ¿ Quién llamó a la Cigüeña?




CAPÍTULO 11

¡HAGAN LLORAR A BELLA!

Noté un suave burbujeo dentro de mi adorada pancita, luego unos suaves jaloncitos. Parecía que mi bebé estaba despierto y quería jugar. Me había pasado toda la semana sintiéndolo moverse. Era adorable, me llenaba de emoción cuando sentía eso. Verdaderas mariposas en la panza, no de esas que dicen que se siente cuando te enamoras, no. Estas son tan reales. 

Muchas lágrimas se derraman en mis mejillas, cuando te siento mi pequeñín, mi tesoro. Ya te amo, ya te quiero, mi pequeño milagrito. La espera es larga, necesitas crecer y hacerte fuerte. ¡Cómo anhelo ver tu carita!

Mi cuerpo es ahora tu hogar, yo te cobijaré, juntito a mi corazón. Quédate quieto, no tengas miedo. Cada célula de mi cuerpo sabe que debe cuidar de ti. Yo te arrullaré con dulces cantos, te daré calor para que puedas crecer. Mi sangre te dará el alimento, mi amor la fuerza que necesites. ¿Lo sientes chiquitín? ¿Escuchas mi corazón? No dice tun tun… dice te amo, te amo, te amo.

Mi pequeño inquilino, cada día tú casita es más grande, ya casi no puedo ver mis pies. Mi pancita se ensancha, la piel se estira… ya no tengo cintura y nunca estuve más feliz. Tengo un par de pechos que te esperan, listos para alimentarte.

¿Sabes chiquitito? Nunca creí que se podía sentir tanto amor, tanta ternura. Ni que algo podía ser tan maravilloso, hasta que te sentí dentro de mí.

Ya no existe el “mío”, ahora todo lo que tengo es “nuestro”. Nuestra casa, nuestra habitación, nuestro Charlie…nuestra vida. ¡Lo podemos todo, juntos!

¿Sabes? Siento mucha curiosidad, quiero saber si eres “el” u “ella”. Quiero hacerte zapatitos de estambre, camisitas de lino. Y no sé qué color darles. También hay que pintar tu habitación, no sé cómo decorarla. Si con lindas princesas o con atrevidos astronautas.



Ha llovido todo el día, me di cuenta cuando estuché los truenos a lo lejos. Imagino que son dioses gladiadores que chocan sus espadas. He empezado a leer cuentos infantiles, en voz alta. Quiero que mi chiquitín se acostumbre a los versos y a mi voz. Descargué muchas melodías para que se familiarice con la música.

En un rato saldré hacia la parte trasera de la casa, Charlie me ha acomodado allí una mecedora, que era de la abuela. Quiero escuchar cantar a los grillos, el croar de las ranas y los pajaritos, cuando deje de caer agua del cielo. Yo sé que los grillos festejan las inmensas charcas de agua y las ranitas cantan felices porque el aguacero terminó.

Quiero que mi bebé escuche eso, tal vez no lo distinga aún o sus oídos no estén lo suficientemente desarrollados. Pero creo que si yo lo oigo, él podrá sentirlo también.

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Dos horas después, ya estaba oscuro. Jake llegó, él sabe que me gusta estar aquí en las tardes.

— ¡Bella!— escuché su grito.

— ¡Aquí!— lo llamé.

—Traje pescado— sonrió. Eso debía enviarlo Sue. Últimamente papá no ha ido mucho a verla. Se la pasa las noches conmigo, no quiere dejarme sola. Jake viene casi todos los días pero también tiene sus responsabilidades.

—Vamos, entonces a cocinarlo— le sonreí. Me ayudó a ponerme de pie y caminamos lentamente hacia la cocina. Ahora usaba mucho el microondas. No podía estar de pie para guisar, lavar trastes o picar verduras y carnes. Debía permanecer sentada y hacer el mínimo esfuerzo.

Órdenes del doctor Cullen, que sin saber, era de cierta forma quien nos cuidaba. ¡Qué rayos! Siempre pienso en Edward “sin querer”.

Ahora me da risa lo que pasó en nuestra última consulta. Fui tan tonta. Parecíamos unos viejos cascarrabias peleando por todo. Nosotros somos dos extraños, ya no queda nada del amor que un día nos unió. Aunque lleve un hijo suyo en mi vientre. Él no lo sabe… y este secreto pienso llevármelo a la tumba. Mi bebé es sólo mío.

— ¿En qué piensas?— preguntó Jake.

— ¿Yo?— dije respondiéndole con otra pregunta.

—No… le hablo a los pescados— me miró fastidiado.

—Quiero que me ayudes a pintar la habitación del bebé pero no sé de qué color— hice mi mejor puchero. Jake era tan bueno con nosotros, no quería hacerlo enojar.

—Puede ser un color neutral. ¿Cuándo te hagan el ultrasonido no te pueden decir el sexo del bebe? A lo mejor lo sabemos antes de empezar a pintar— se sirvió un vaso de mi leche.

—Sí. Espero que en la siguiente consulta me programen un ultrasonido— sonreí.

Charlie acababa de entrar, apenas lo sentí llegar, mi pancita me hizo cosquillas. Alguien se había despertado.

Piqué unas cebollas y preparé la fuente para poner los pescados. Le pedí a Jake que lo metiera en el horno y fuimos a sentarnos en el sofá.

Me alegraba tenerlos a mi lado por las noches. Era muy divertido, Jake y yo jugábamos cartas o dominó. Papá nos contaba cómo le fue su día, quien rebasó el límite de velocidad, si hubo algún arresto o simplemente se sentaba a mirar la televisión.

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¡Mi corazón saltó de alegría cuando sentí su primera patadita!

Fue la noche siguiente, se me hacía agua la boca por un buena tajada de pastel que Jake me trajo del supermercado y tardando en abrirlo.

Sólo fue un golpecito leve desde dentro de mi pancita. Lo suficientemente fuerte como para notarlo.

— ¡Me pateó!— grité.

— ¿Qué?— Jake se giró a verme.

— ¿Pateó?— Charlie llegó corriendo desde el salón. –Va a ser un futbolista nato— dijo emocionado.

— ¡Allí está otra vez!—dije al volver a sentir otro golpecito.

—Tu panza se mueve— Jake miró horrorizado cuando otro golpecito más fuerte movió parte de mi blusa.

— ¡Si, es maravilloso!— dije conteniendo las lágrimas de felicidad.

—No, si has visto demasiadas películas de terror— Jake volvió a seguir partiendo el pastel. Charlie también parecía asombrado, me sonrió y se fue a seguir mirando su partido.

—Ellos no entienden porque no pueden sentirte bebe. Yo estoy muy feliz que por fin puedas comunicarte conmigo— le hablé a mi barriguita.

Nuevamente otra patadita me sorprendió. Empecé a jugar con mi pancita, a hacerle toques, caricias, a simular que mis dedos caminaban sobre ella. Pero ya no lo sentía más por ese día.

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—Qué bueno que hoy viniste sin esa silla de ruedas— me burlé de Jake. Había llegado el día de mi siguiente cita. Amanecí nerviosa, quizás me tocaría otra vez con Edward. Había ensayado la noche anterior, estaba lista para una perfecta representación teatral. Mi obra se llamaría “No me importas”. No volveré a perder la paciencia con él. Voy a tratarlo como a un médico más, ni siquiera cómo a un médico al que le tienes afecto y confianza. No. Yo seré de piedra.

—Me ahorré unos buenos dólares— se defendió mi amigo.

Subimos al coche y partimos rumbo al hospital.

Creo que era mi imaginación, o tal vez Jake manejaba muy lento. Me estaba desesperando.

— ¿Tu coche está fallando?— pregunté.

—No. Ayer le hice un afinamiento.

— ¿Y por qué vamos más lento que el camión de la basura?— reclamé.

—Tu papá me pidió no ir a más de cuarenta kilómetros por hora— se quejó.

— ¡Ay Charlie!— suspiré.

— ¿Tienes prisa por llegar?— preguntó alzando una ceja.

—No. Es sólo que siento que caminando llegamos más rápido— le sonreí.

—Ya va, falta poco.

Se estacionó y me trajo una silla de ruedas como la vez anterior. Mi corazón se aceleró al entrar por la puerta del hospital. Quería negarle a mis pensamientos que trajeran a Edward pero mi cerebro no me hizo caso. Dale a pensar en él otra vez.

—Consultorio 3— dijo a recepcionista al mostrarle mi cita.

Jake empujó mi silla en silencio, también él estaba pensando en Edward. ¿Qué pensaría de él? ¿Estaría celoso? ¿Querría volver a hacer de las suyas?

Al girar el último pasillo me di cuenta que habían cambiado muchas cosas. Los consultorios estaban numerados y tenían el nombre de la especialidad en sus puertas.

Debía alegrarme por eso, tendría a alguien que pueda chequearme correctamente. Un médico obstetra que me oriente mejor que un pediatra. Pero no me alegré.

—Es acá, no hay fila, voy a tocar— me anunció Jake.

Esperé sentada tranquilamente. Segundos después que mi amigo llamara a la puerta salió una mujer rubia. ¡Yo la conocía! ¡Era la misma mujer que estaba cerca de Edward en Vancouver! A la que le presté la bufanda del vestido. ¿Será alguna amiga suya?

—Dígame— sonrió.

—Venimos a la cita de mi novia— dijo Jake, algo intimidado por ella. Era impresionante. Bastante más alta que yo, podía verse el vestido que traía debajo de la bata y sus hermosos zapatos de tacón alto. Perfectamente maquillada y con el cabello recogido. Incluso sus gafas eran hermosas.

—Pase por favor— sonrió abriendo la puerta. –Soy la doctora Tanya Denali y yo me haré cargo de sus consultas a partir de ahora, hasta que llegue el momento de dar a luz.

¡Era ella! No me importaban sus dientes perfectos ni su sonrisa de aviso de dentífrico. Era ella. La que me atendió el teléfono de Edward hace 5 años y no me quiso comunicar. La misma que parecía perra en celo alrededor de Edward en Vancouver.

¿Ella iba a atenderme el resto de mi embarazo? ¡Maldita sea! Prefiero que sea Edward quien lleve mis citas, pero eso ya no es posible, yo misma que quejé.

No tengo opción, más que hacerme la loca. Pero se dará cuenta en cuanto le entregue mis documentos. No parece haberme reconocido, su sonrisa perfecta estaba intacta, esperando que entremos. Me habría mirado raro si me reconociera. Sinceramente no creo que lo haga, yo estaba bastante arreglada aquella noche, me maquillé y llevaba un vestido bonito. Ahora traigo el cabello suelto, ropa ancha y común. Confío en que no me recuerde.

Jake empujó mi silla y se sentó en la que estaba libre. ¿Por qué ahora no se iba y me dejaba sola como hace dos semanas, cuando Edward me atendió?

—Su apellido por favor— me miró.

—Swan. Soy Isabella Swan— le respondí. Medí su reacción pero no pareció afectada.

—Aquí tengo su ficha. Amenaza de aborto, debemos cuidar a ese nene travieso. Venga por acá, le ayudaré a colocarse la bata ¿Puede caminar?— preguntó. Yo no quería que me toque, podría desvestirme perfectamente sola.

—Si puedo caminar, la silla es sólo preventiva— dije poniéndome de pie y caminando hacia detrás del biombo.

— ¿Es su primer bebé?— le preguntó a Jake mientras me fui a cambiar.

—Eh… sí es el primero— parecía que Jake estaba embobado con la nueva doctora. Creo que le miraba el enorme escote que traía. Cachorro tonto, luego me va a oír. Puede mirar a cualquier mujer del mundo pero no a esta. Por culpa de ella no pude hablar con Edward hace años y aclararle las cosas.

Regresé con la bata puesta.

—Acuéstese por favor— pidió. Creo que vamos a realizarle un ultrasonido la siguiente consulta. Estoy segura que tienen deseos de saber si es niño o niña— sonrió poniéndose el estetoscopio.

—Sí. Bella quiere pintar la habitación del bebé— contestó Jake.

—Qué alegría que lo esperen con amor, el bebé siente las emociones de su entorno a través de la madre— me descubrió la bata y puso su aparato sobre mi pancita. Nos hablaba como si fuésemos un par de críos, tal y cómo yo les hablo a mis niños en el pre escolar. ¿Qué seguirá? “El papá pone la semillita en la mama y así nace un niño”.

— ¿Y usted de dónde es?— preguntó Jake. Si pudiera le daría una patada. Se supone que estamos aquí por mi bebé, no para que coquetee con esa doctora.

—De Vancouver. Pero crecí en Seattle, regresé a Canadá para la universidad y vine a trabajar aquí hace sólo una semana. Me encanta este pueblo.

¡Qué hipócrita era! A nadie le gusta Forks. Dice eso para quedar bien, lo sé.

— ¿Qué la trae por aquí?— en cualquier momento Jake empezaría a babear como un perro.

—El amor. Mi prometido fue nombrado director del hospital y decidí venir a ayudarle— sonrió mostrándome sus enormes y blancos dientes. En cualquier momento destellarían como en los dibujos animados.

— ¿Es la prometida de Cullen?— preguntó Jake.

Cómo si me importara. ¡Qué diablos me iba importar a mí si era su prometida o su esposa!

— ¿Lo conoce? Sé que él vivió algunos años aquí, siempre quiso volver y hacer algo por este pueblo.

—No mucho. Apenas hemos cruzado palabras— sonrió Jake.

— ¡Qué fuerte late este corazoncito!— dijo ella sorprendida. –Estoy segura que será un niño tan fuerte como su padre— miró a Jake que sólo le devolvió la sonrisa.

¡Idiotas! ¿Yo estaba pintada o qué? Ella tan “amigable” y él hecho un estúpido.

—Vamos a medir esa pancita— tomó una especie de centímetro de colores vivos y procedió a hacer su trabajo. Cuando Jake me miraba le lanzaba dardos envenenados por los ojos.

— ¿Y cuánto tiempo van a quedarse?— preguntó Jake haciendo gala de su indiscreta personalidad. ¡Que nos importaba cuanto tiempo se queden!

—Un año. A Eddy le dieron la dirección del hospital por un año entero. Vamos a pesarla señora— por fin se dirigió a mí.

Me levanté lentamente, me envolví bien la bata y bajé despacio. Me ubiqué en la balanza.

— ¿Y cuándo se casan?— miré a Jake pero él estaba pendiente de la respuesta de Tanya. ¿Qué rayos le pasaba? ¿De cuándo acá tan interesado por la vida de Edward?

—En seis meses— respondió la rubia con una enorme sonrisa. –Mi cuñada Alice lo está preparando todo, viajaremos a Vancouver para la ceremonia. Pero no se preocupe, su hijo nacerá antes y no dejaré a su novia sin atención.

¿Ellos se van a casar? ¿Edward se casará con esta mujer? Con razón ella estaba tan pendiente de él en Vancouver. Pero se marchó a cambiarse su vestido manchado… por eso yo me encontré con Edward a solas y pasamos la noche.

Él está comprometido, a puntos de casarse. Y Alice les está ayudando.

Traté de bajarme de la balanza pero trastabillé y caí hacia adelante. Jake me sostuvo antes de darme contra el suelo.

— ¡Señora tenga cuidado!— se espantó la doctora. Yo no había abierto la boca hasta ahora.

—Lo siento. Soy torpe, lo siento— me disculpé.

—Ella es así, pierda cuidado— Jake no ayudaba en nada.

—Tranquila, voy por un vaso de agua.

Rápidamente Tanya salió del consultorio.

— ¿Estás bien?— preguntó Jake.

—Si— respondí.

—Oh no. Es un sí a secas. Estás molesta.

— ¿Puedes dejar de ser tan intruso en la vida de la doctora?— pregunté con la mandíbula tensa.

— ¿Estás celosa de mí o molesta porque Cullen se va a casar?— me ayudó a regresar a mi silla de ruedas.

No quise responderle, porque ni yo misma sabía la razón. Me enfurecía que él coquetee abiertamente con Tanya. Supuestamente yo era su novia y estaba esperando un hijo suyo. ¿Qué puñetero novio coquetea con una doctora cuando lleva a su mujer a la consulta?

Pero no eran celos de Jake. Me daba rabia que sea tan amable con “esa”.

Tanya regresó con un vaso con agua y unas gotas. Le acepté el vaso pero no el frasquito.

—Son Flores de Bach, no es medicina, se usa para calmar los estados emocionales— me sonrió.

—No estoy alterada— dije muy seria.

—Es para el bebé. Debe haberse asustado.

Se lo acepté de mala gana, leí las indicaciones, me aseguré que estuviese sellado en envase.

—Gracias. ¿Cuánto le debo?— traté de sonreírle pero me salió fatal.

—No es nada, yo trabajo con un laboratorio homeopático y reparto muestras de productos en mis panzoncitas. A veces las emociones hacen que el embarazo sea difícil pero con las Flores de Bach he notado que se relajan y se estabilizan.

—Pues consígame un litro de eso porque Bella lo necesita, últimamente ha estado llorando por todo o se molesta muy rápido— sugirió Jacob. Casi le aviento el frasco.

—No es necesario, sólo debe tomar 4 gotas, cada 4 horas. Le durará bastante— sonrió mientras se sentaba a anotar algo.

—Gracias Doc, en serio, es de lo mejor que he visto por estos rumbos— siguió alabándola Jake.

Apenas salgamos del hospital voy a patearlo tan fuerte que sus ancestros nativos van a enterarse. Y vamos a ver si puede tener descendencia.

—Acá tiene su nueva cita, nos vemos en dos semanas, tenga mucho cuidado por favor— la rubia nos alcanzó el papel con la fecha y hora de mi siguiente cita.

—Gracias doc, fue un placer. No se preocupe que no le quitaré el ojo de encima a Bella— se despidió Jake. Yo apenas le sonreí, lo intenté, juro que intenté que la sonrisa fuera sincera pero no pude.

No tenía ni un ápice de ganas de sonreír. No ahora.

De regreso no abrí la boca, entramos a casa despacio y me senté en mi sofá.

— ¿Estás triste o molesta?— preguntó Jake.

— ¿Por qué eres tan preguntón?— le grité.

—Sólo quiero saber que te sucede— se encogió de hombros.

—Me avergonzaste. ¡Te pasaste toda la consulta sonriéndole y coqueteando con esa!

— ¿Estás celosa de mí?— Jake parecía haber escuchado un chiste y no un reclamo.

— ¿Sabes quién es ella?

—Es tu doctora, está guapa pero comprometida…

—Es la misma idiota que no me quiso comunicar con Edward hace 5 años. ¿Te acuerdas que te conté?

— ¿Qué?

—Si te conté que le llamé a casa de los Cullen en Vancouver y una tipa no quiso pasármelo y me colgó.

—Entonces no estás celosa de mí— Jake caminó hacia la cocina.

— ¡Oye no he terminado de hablarte!— le grité.

Pero no me hizo caso, se tardó un par de minutos y regresó con un vaso de agua.

—Toma, a lo mejor así te enfrías— me ofreció.

—No soy un radiador de auto— le dije molesta.

—No, los autos son más fáciles de entender— dijo entre dientes.

—Ella sabe quién soy— dije tomando un sorbo e agua. –Yo le di mi nombre aquella vez. Pero parece que no se acuerda o finge bien.

—Oye Bella, sé que no debo llevarte la contraria pero creo que estás loquita— me miró con pena.

— ¿Qué te pasa?— me ofendí.

—Yo sé que tuve la culpa de tu alejamiento con Cullen y te he pedido mil veces que me perdones pero ya han pasado varios años. Supéralo ¿No? Sobre todo porque ahora estás embarazada y ya no hay ninguna posibilidad que ustedes vuelvan. Y él va a casarse con esa guapa doctora…

Me levanté y caminé hacia mi habitación. No le hice caso a Jake y le tiré la puerta en las narices, cerré con llave y no quise saber nada más, ni de doctoras sexys, amigos metiches o matrimonios.

Miré por la ventana y si querer las lágrimas empezaron a caer. Ni siquiera las forzaba. No había suspiros, ni lamentos. Tampoco gestos en mi rostro. Sólo mis últimas lágrimas diciéndole adiós a un amor que pudo ser. Que ya nunca sería.

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