06 mayo 2013

Cap 10 ¿Quién llamó a la Cigüeña?




CAPÍTULO 10

EXAMEN DE MAMOGRAFÍA

Debido a al incidente del súper mercado ya no podía ir a Port Ángeles a hacerme mis chequeos con Bree. Debía aceptar las recomendaciones médicas y quedarme en Forks a pasar el resto de mi embarazo. 

Estar en cama las 24 horas resulta aburridísimo. Leí Orgullo y Prejuicio nuevamente. Cumbres Borrascosas, incluso Jane Eyre. Y sólo habían pasado cinco días.

¿Qué haré para no morir de aburrimiento? Miré varios los capítulos de “No sabía que estaba embarazada” y una maratón de “Un bebé por minuto”. Acabé con trauma. Ver a mujeres pujando me puso al borde de los nervios. Me iba a doler, lo sabía. Una sabe eso desde que se embaraza. Pero cada vez queda menos tiempo para sentirlo. ¿Y si el parto se me complica? ¿Si me paso dos o tres días con dolores? ¿Quién va a estar a mi lado?

Eso me deprimía. Papá y Jake trabajan todo el día. No puedo pedirles que abandonen sus labores para estar conmigo mientras doy a luz o tengo las contracciones. Es en estos momentos que más falta me hace mamá.

Tenía una cita en el hospital de Forks para dentro de dos días. Esperaba que me toque con una doctora. No estoy en contra de los varones pero me agradaría más ser atendida por una mujer. Imprimí mi hoja clínica que Bree me envió y esperaba que la nueva persona que me atienda, tomara en cuenta mis antecedentes y sobre todo que necesito que me hagan la histerectomía al dar a luz.

Papá había hablado con Jake para que me acompañe a mi cita en el hospital y le había advertido que si me dejaba caer nuevamente iba a conocer su arma. A veces Charlie es muy sobreprotector. En muy raras ocasiones.

Me preguntaba si vería a Edward en algún pasillo del hospital. ¿Seguirá molesto conmigo? ¿Se acordará de algo?



Jake llegó muy temprano con una enorme silla de ruedas. A lo que me opuse rotundamente. No me iba a subir en eso. Parecía hecha para alguien enorme.

—Bella sé razonable, quizás en el hospital no hay. No vas a caminar por los pasillos.

—No me vas a subir en eso. ¿Qué te pasa Jake?— le grité.

—Anda, me costó 20 dólares el alquiler. Era de la suegra de mi primo Kevin— trató de persuadirme. Pero yo estaba decidida a no andar en algo tan feo.

— ¿Y qué le pasó a esa señora?— pregunté.

—Bueno… pasó a mejor vida pero la silla es nueva— sonrió.

—No voy a poner mi trasero en la silla de una difunta Jake.

Peleamos y al final acepté que lleve la condenada silla de ruedas en su camioneta con la condición que si en el hospital había sillas disponibles usaría esas y no el armatoste que me consiguió.

—Te ves muy bien— comentó Jake en el auto.

—Gracias— sonreí. La verdad me había cepillado el cabello y me maquillé un poco. Muy discretamente, mis labios apenas tenían brillo transparente.

—Espero que no sea por el idiota de Cullen.

Jake me quitó la sonrisa de agradecimiento. A veces los hombres son tan… directos, indiscretos, brutos… Giré mi cabeza hacia la calle. El paisaje era más interesante.

Para mi suerte el hospital contaba con varias sillas de ruedas disponibles. Así que no tuve que pasar la vergüenza de entrar en una silla donde podría sentarme con Jake y sobraría espacio.

Al preguntar en recepción nos indicaron el número del consultorio. Lo extraño era que no parecía una consulta pre natal. No había carteles en las puertas. Simplemente una consulta y una fila numerosa.

Suspiré y tomé una revista. Jake se revolvió a mi lado.

—Esto va a demorar un poco— suspiró mi amigo.

—Parece que sí.

—Este… tengo un poco de hambre— se quejó.

— ¿No desayunaste?

—No. Charlie me dijo que debía ser puntual y yo me levanto tarde— sonrío.

—Pues ve a la cafetería.

— ¿Estás loca? Todo mundo sabe que la comida de los hospitales es horrible.

—Jake, la comida para enfermos no tiene grasa ni condimentos. Pero la cafetería es otra cosa.

—No me quiero arriesgar. Regreso en un rato ¿Sí? A dos calles está la sandwichería de un amigo— se llevó una mano al estómago para convencerme.

—Está bien. Ve a comer— le sonreí.

Nunca me puedo molestar con Jake por mucho tiempo. Él es tan divertido, siempre sale con algún comentario gracioso.

Esperé una hora, enfrascada en esa revista sobre chismes reales británicos. El príncipe estaba más guapo que de costumbre, parecía que el matrimonio le sentó de maravilla. Que buena vida se pueden dar en Europa, vacaciones que duran meses en la playa. Castillos y propiedades en el campo…

Yo soy feliz si puedo ir a Port Ángeles algún fin de semana. Y viajar a Seattle es toda una hazaña. El viaje más largo que he hecho en los últimos meses fue una tour de fertilidad a Vancouver. Y la verdad estuvo muy buena…

La puerta del consultorio se abrió y la persona que salió me dijo que era mi turno de entrar. ¡Y Jake que no aparecía!

Ni me dio tiempo de acomodarme el cabello. Empujé las ruedas de mi silla y entré. Edward estaba sentado anotando alguna cosa importante. Ni siquiera me miró.

Cómo pude cerré la puerta a mi espalda.

—Buenos días, siéntese por favor— dijo sin mirarme.

No sabía que decirle, ya estaba sentada. Tomó mi expediente y lo revisó, al ver mi nombre sus ojos se agrandaron un poco. Levantó la vista para verme.

–Hola— dijo forzando una sonrisa. Yo estaba a la par asombrada e indignada. ¿Esto era un juego? Se supone que Edward es pediatra ¿Cómo rayos me iba a atender?

— ¿Qué significa esto?— pregunté muy molesta.

—No entiendo su pregunta señora—dijo secamente. ¿Señora? ¿Se hace el interesante? Sólo hace unos instantes me saludó con un “Hola”.

— ¿Qué haces aquí?—— pregunté.

—Trabajando ¿Y usted?— me dijo en son de burla. ¿O tal vez era mi imaginación? Lo cierto es que él no sabía cómo tratarme, era obvio. Y yo tampoco.

— ¿Por qué me atiendes tú? ¿No eres pediatra?

—Lo soy. Neonatólogo. Pero este hospital es muy pequeño así que debo desempeñar varias funciones, mientras llegan los demás colegas que he solicitado. Hoy tengo consulta externa de todas las especialidades. No pensará que estoy aquí para atenderla a propósito ¿Verdad?— su pregunta me desarmó. ¿Qué se yo porqué estaba aquí? Lo único que quiero es que no sea él quien me atienda.

— ¿Entonces tú me vas a hacer la consulta?— pregunté.

—Créame que tampoco es el paraíso para mí— dijo muy serio.

— ¿Qué? Sera mejor que me vaya— dije tratando de moverme.

—Por favor me llama al paciente que sigue— dijo sin inmutarse.

Me debatía entre lanzarle mi bolso o pegar un grito.

—No puedo ir hasta Port Ángeles. Tengo amenaza de aborto— dije ofuscada.

—Lo sé. ¿Por qué no hacemos la consulta de una vez?— dijo alborotándose el cabello. Parecía estresado o molesto.

—Bien— dije tratando de mostrarme indiferente.

— ¿Edad?

—24 años.

—Estado civil

—Sabes que sigo soltera— eso debía venir en la ficha que llené cuando me hospitalizaron.

—Ni lo sabía ni me importa, sólo lleno el formulario— dijo sin levantar la vista para verme. ¡Era un idiota!

—Soltera— dije tratando de calmarme y contestar las preguntas sin ninguna emoción.

—Póngase una bata por favor, debo revisarla— mis mejillas se tiñeron furiosamente de un rojo vergonzoso. Desnudarme para que él me ausculte… ni muerta.

—No— dije apretando los dientes.

— ¿No puede o no quiere?— preguntó fastidiado. –Si no puede ponerse la bata puedo llamar a una enfermera para que le ayude pero no creo que sea el caso— dijo cruzándose de brazos.

—No quiero— en verdad no quería. ¿Cómo desnudarme para él?

—Mire, tengo al menos 20 consultas el día de hoy. Si no quiere que la revise puede irse, así no me hacer perder el tiempo ni pierde el suyo— me lanzó una sonrisa nada amable.

—No puedes… simplemente llenar tus estúpidos papeles y dejarme ir en paz— le grité.

—Hago mi trabajo señora. No crea que deseo que se desvista por alguna razón pervertida. Así es la medicina.

—Cómo sé que no quieres aprovechar de mí— dije tontamente. Claro que él no quería eso, era yo la que no quería que me viera desnuda y panzona.

—Bien. Todas nuestras consultas de ahora en adelante serán grabadas para su tranquilidad y por mi protección profesional— Sacó una cámara de uno de los aparadores, junto con trípode y lo acomodó sobre su escritorio a pesar de mis protestas.

— ¿Grabarme? ¿Estás loco?— grité.

—Mida sus palabras señora Swan o puedo demandarla por maltrato— casi podría jurar que se estaba riendo de mí.

—Vete a la mierda Edward— salí del consultorio lo más rápido que pude, mi silla se trabó dos veces.

El siguiente paciente entró y la puerta se cerró dejándome ver a un Edward sonriente. ¡Se estaba burlando de mí!

Jake estaba fuera esperándome, se alarmó ante mi semblante.

— ¿Pasa algo?— preguntó asustado.

—Sí, pasa que Edward me va a atender— dije fastidiada.

— ¿Cullen? ¿En serio? Es ginecólogo— preguntó.

—No. Es pediatra, dice que no hay más médicos aquí y él atiende obstetricia— dije calmándome.

—Bells, no puedes hacer el viaje hasta Por Ángeles— me recodó.

—Lo sé. Debo buscar otro médico.

—No hay. A no ser que quieras atenderte con Sue. Ella es partera— sonrió. No, una partera no. Mi hijo merecía una buena atención, además no era de raza Quileute, ellas dan a luz de forma diferente. Y tal vez mi embarazo sea complicado. ¡Maldición!

— ¡No! Debo atenderme aquí pero entra conmigo por favor el idiota quiere filmar todas mis consultas— dije molesta.

— ¿En serio? ¿Por qué?

—Lo insulté, le dije que quería aprovecharse de mí.

—Pero Bella, los médicos deben revisarte, se supone que debes estar sin ropa, al menos eso he oído de los caras pálidas. Allá en La Push todo es más fácil y no nos enfermamos tanto como ustedes— sonrió. Lo que me faltaba que alardee de la buena salud de su raza.

—Jake no quiero volver allí y rogarle que me atienda— lloriqueé.

—Vale, yo entro contigo, vamos a fastidiar un poco a Cullen— sonrió.

Esperamos un buen rato, los demás pacientes no quisieron cederme su lugar. Una señora bastante obesa me dijo que eso me lo tenía merecido por ser grosera con el médico. Que el doctor era un bombón, mas bueno que el pan y no se merecía que le hubiera gritado.

—Bien, ahora podemos entrar— sonrió Jake cuando ya no había más pacientes.

—No confío en ti— le dije entrecerrando los ojos. Esa sonrisa socarrona no me daba buena espina.

—Lo harás— se adelantó para abrir la puerta. — ¿Se puede? – dijo Jake metiendo la cabeza en el consultorio. Edward levantó la vista. Su mirada no era la más amigable, aunque no parecía tan afectado de todas formas.

— ¿Tiene cita para hoy?— preguntó Edward.

—Mi prometida siempre si quiere la consulta—jaló mi silla hacia adentro. ¡Ay tonto Jake!

—Claro. Pero que quede claro que no quiero problemas. Su prometida me acusa de perversión. Si no va a dar problemas puedo dejar de lado la filmación— dijo muy serio.

—No. Bella no va dar más problemas— le aseguró. ¿Yo problemática? ¿Qué se creían ese par?

—Puede quedarse si desea— dijo mirando a Jake.

—Ahhh yo… creo que mejor espero afuera— y así Jake huyó a pesar que le lancé una de mis miradas amenazantes.

—Bien, señora, tome esa bata, puede quitarse la ropa detrás de aquel biombo— indicó. Apreté las uñas contra la silla de ruedas. –Asumo que puede caminar— me miró cuando vio que no me moví.

—Si puedo— dije furiosa. Caminé, hacia el biombo y me quité el vestido y el sujetador. Pero me dejé las pantaletas puestas.

Volví envuelta en aquella bata.

—Recuéstese en la camilla— indicó Edward. Obedecí.

Tomó mi presión arterial, mis pulsaciones y los latidos de mi corazón, mientras anotaba todo muy profesionalmente.

— ¿Le han hecho despistaje de cáncer uterino?— preguntó.

—Sí. Hace cuatro meses— contesté. La verdad ya me estaba relajando. Esperaba que solo me toque la pancita y le tome las medidas para anotar el crecimiento.

—Bien ¿Y mamografía?— preguntó. No recordaba que me lo hubieran hecho.

—No.

—Debemos hacer un examen entonces— dijo muy serio.

— ¿Cuando?— pregunté.

—Aquí y ahora— respondió sin pensarlo mucho.

— ¿Ahora? Bien. ¿Hay algún costo extra?

—No claro que no— dijo tomando un par de guantes de su escritorio.

— ¿Y el mamógrafo?— pregunte mirando hacia todos lados. Esto no me daba buena espina.

—El hospital no tiene. El examen es a la vieja usanza... manualmente— respondió.

No, esto no puede estar pasando. ¿Edward iba a tocar mis pechos? ¿A manosearlos?

— ¿Qué? ¡Eso no es posible!— grite indignada.

— ¿Qué pasa?— entró Jake antes que Edward pudiera responderme.

— ¡Que no tienen mamografo!— le dije molesta.

— ¿Y eso que es?— preguntó el tonto.

—Una máquina para detectar cáncer de pecho— le respondió Edward por mí.

—Ah ¿Eso es muy malo?— volvió a preguntar mi amigo. Ay cuando salga de aquí lo moleré a carterazos.

—Sí. El doctor quiere hacerlo manualmente— le dije abochornada

— ¿Y cuál es el problema?— Jake volvió a hacer otra pregunta estúpida. Pude escuchar claramente cómo Edward ahogaba una carcajada que disimuló con un carraspeo.

—Ninguno— dije otra vez haciendo bilis.

—A vaya entonces acá te espero, no grites por gusto.

Mi amigo me abandonó, el muy canalla. Ni siquiera entendió que es una mamografía por lo que me di cuenta. O no le encontraría nada malo a que me tocaran los pechos.

—Coloque… coloque sus manos detrás de mí… detrás su cabeza— me indicó Edward luego que de un solo tirón retiré la bata de mis pechos. ¿Ahora quien estaba abochornado?

Mis pechitos antes pequeños y sin vida, ahora lucían bastante imponentes. Habían crecido dos tallas.

Obedecí las indicaciones y cerré mis ojos para no ver lo que hacía.

Sus dedos se movieron en círculos sobre mi pecho izquierdo, podía escuchar como Edward tragaba saliva y respiraba entrecortadamente. ¿Estaba nervioso? ¿Todavía podía ponerlo así?

Recuerdo la primera vez que hizo eso, bueno, no con afán médico. Sino la primera vez que me tocó… hace muchos años atrás. Fui yo quien puso su mano sobre mi pecho, quien lo insté a acariciarme. Igual que ahora, parecía a punto de un ataque de asma. Y eso me divertía mucho.

—En perfecto estado. Puede vestirse— dijo aceleradamente una vez que terminó.

—Pero… no me ha medido la barriga. En la otra consulta me tomaban las medidas del crecimiento— reclamé.

—Ah sí, es cierto. ¿En qué estaba pensando?— dijo tomando sus notas.

—En pechos— susurré.

—¿Perdón?— se giró a verme.

—Que tengo una copia de mi historia clínica de Port Ángeles, necesito una histerectomía al dar a luz— le pedí que me alcance mi cartera.

Él la revisó y la anexó a mi historia médica. Terminó de tomar medidas a mi pancita, anotó las pulsaciones del bebé y dio por terminada la consulta.

Me vestí y volví a mi silla de ruedas.

— ¿Para cuándo es la siguiente consulta?— pregunté.

—En dos semanas. Le aseguro que la atenderá un médico de especialidad, estamos esperando la llegada de nuevos colegas al hospital— dijo muy serio.

—Gracias ¿Cree que se podrá realizar la histerectomía que necesito cuando dé a luz?— pregunté.

—Estoy seguro, la especialista en obstetricia es bastante buena— sonrió recordando algo. Me pareció que pensaba en ella. Y eso no me importaba para nada ¡Para nada!

Abrí la puerta para dejar entrar a Jake.

— ¿Ya terminaron?— preguntó mi amigo.

—Si— dije sonriente.

—Vaya, que bueno mi amor. Es hora de almorzar ¿Qué me vas a preparar?— preguntó. ¡Cómo si yo le cocinara algo!

—Algo delicioso— dije muy cariñosa con Jake.

—Eres la mejor cocinera del mundo— me levantó de la silla sin mucho esfuerzo.

—Con cuidado por favor— replicó Edward que estaba bastante fastidiado.

—Bueno doc, gracias, me llevo a mi chica, la silla es del hospital, allí se la dejo— caminó conmigo hasta la puerta.

— ¡Su cita!— reclamó Edward con un papel en la mano.

Jake me acercó hasta tomar el papel de manos de Edward, quien nos fulminaba con la mirada.

—Gracias doctor y disculpe las molestas— le sonreí. Me despedí agitando mi mano antes de desaparecer en los brazos de Jake. 

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