13 febrero 2013

Cap 7 El Contrato


CAPÍTULO 7

ESPERADO ENCUENTRO


ISABELLA SWAN


Me apenaba haber sido áspera con Jasper, se veía que era un buen muchacho pero no sentí nada especial, tal vez podríamos ser amigos.

Me cansé de seguir a Emmett, no me gustaban las tiendas deportivas con gente haciendo alarde de sus músculos.

Renée me había dicho en la mañana que no nos esperaría a almorzar porque estaba muy molesta con Charlie así que quería una copa de helado grande y de muchos sabores ya que no habría almuerzo.

Pero la heladería estaba llena, muchas chicas había venido, seguro por el anuncio de que la más genial escritora visitaría el centro comercial.

Yo ya no estaría esta vez en la larga y agotadora fila para que me firme mi libro. La vida no es como en los libros, ahora me daba cuenta. Y el hombre perfecto no existía, al menos a mi no me dejarían buscarlo.

Hice fila y compré mi helado, tendría que salir y comérmelo afuera pues no había sitio. De pronto divisé una mesa casi vacía. Había sólo un joven de espaldas, me encaminé hacia allí porque no quería comer afuera, podría caerme y el helado se veía delicioso.

Cuando estaba por llegar vi que una chica se me adelantó, me resigné a pasar de frente y salir por la otra puerta cuando escuché sin querer una conversación.

—Hola guapo ¿está libre este lugar?— dijo una la joven que estaba a punto de sentarse.

—No me llamo guapo y ese lugar no está libre— le contestó él secamente.

Su voz era agradable pero sus palabras algo bruscas.

¡Qué maleducado!

La chica se fue ofendida, él no tenía derecho a tratar así a nadie, podría habérselo dicho de forma cortés.

Tomé aire y decidí hacer algo. Caminé decidida, me sentaría junto a él sin pedir permiso ¿acaso se creía dueño de la heladería?

A un par de pasos de él trastabillé, se me pegó una goma de mascar en el zapato y por tratar de quitármela mientras caminaba se me enredaron los pies. Para mi mala suerte la copa de helado que tenía bien sujeta se volcó cayendo las cuatro bolas, el caramelo, las chispas de chocolate y las grageas en la cabeza y el cuello de aquel chico.

Todos voltearon a verme porque luego de ensuciarlo la copa vacía de helado se me cayó de las manos.

En momentos así me gustaría ser invisible o poder correr a velocidad sobrehumana y alejarme lo más lejos posible.

Él se levantó y se giró, su mirada recayó en mí, que estaba enrojecida desde la raíz de los cabellos hasta los pies. Nunca había sentido tal vergüenza, quería llorar, "porque soy tan torpe" me repetía mentalmente, Emmett me lo decía siempre, me llamaba gansa, patito feo, decía que lo mío era enfermedad.

Hace tiempo mi hermano se compro una cámara y empezó a grabarme para enviarlo a los programas de videos donde hay caídas y eventos vergonzosos. El video de mi fiesta de cumpleaños donde botaba el pastel ganó un premio. No fue tan malo, a Emmett le pagaron 1000 dólares y yo no me quejé ya que él había hecho que mi rostro sea irreconocible. De todas formas no le hablé en varias semanas.

Y ahora estaba totalmente humillada frente a un chico que era casi perfecto, que tenía el rostro muy hermoso pero serio, en cualquier momento empezaría a gritarme y no sabía cómo defenderme.

— ¿Estás bien? ¿Te has lastimado?— preguntó más interesado en mi que en sí mismo.

—Lo siento— dije a punto de llorar.

—No te preocupes, siéntate, ven— un mesero se acercó a nosotros y le ofreció papel toalla.

Él se limpió rápidamente, yo tenía la vista clavada en la mesa. ¿De qué color estaría mi rostro? Mamá dice que cambio del rojo al amarillo y luego al verde ¿Por qué reaccionaría así? Mis emociones saltaban a mi piel delatándome. Por eso trataba de ser siempre tan apática, para no demostrar cómo me sentía ya que apenas algo me asustaba me ponía como un papel, si me avergonzaba era un tomate y si sentía culpa como ahora parecía que tuviera hepatitis.

El joven pareció recordar algo y su rostro sereno cambió.

—Regreso en un minuto— dijo, se levantó y salió.

“Huyó” pensé triste. “No me gritó por pena pero huyó de mi”

Ahora me sentía peor. Sentí vibrar mi celular, era mi hermano, no quería hablar con él, menos irnos a casa. Por mi expresión sabría que algo pasó y me atormentaría hasta hacerme confesar.

Conteste por compromiso, le dije algo rápido para que se fuera, parecía tener prisa.

Para mi sorpresa el joven de rostro perfecto, cabellos despeinados y la camisa chorreada de helado regresó unos minutos después y volvió a sentarse.

—Creo que no me he presentado apropiadamente— dijo cambiando el tono de su voz. –Mi nombre es Edward y vengo de Chicago— me dijo mas amistoso. No contesté su voz ahora era suave, melodiosa y me abrumaba.

—Dije que mi nombre es Edward— volvió a decirme.

—Te oí, no soy sorda— le dije apenas.

—Pues no me has dicho tu nombre— volvió a interesarse. Seguí sin abrir la boca.

–Asumo que no quieres hablarme. Puedes hacerme señas si quieres. Adivinaré tu nombre— dijo algo animado.

—Pareces una Ángela, o tal vez Blanca— negué con la cabeza.

—Guiselle… tal vez Sophia, sí, te ves como una Sophia— dijo esbozando una ligera sonrisa. Nuevamente negué con la cabeza.

— ¿Helena?— volví a negarme.

—Luz, Marie…— sonreí, este juego me gustaba y había acertado en mi segundo nombre. Asentí.

— ¿Marie? Es un nombre muy hermoso pero no te hace justicia— dijo muy seguro de sí.

—Es mi segundo nombre— le sonreí.

—Vamos dime tu primer nombre, yo ya me presenté.

—Isabella Swan— le dije por fin.

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EDWARD CULLEN

¿Swan?— pregunté más para mí mismo.

Ese apellido me era conocido, papá lo había mencionado… pero no recordaba si de aquí o de Chicago.

Pero bueno, debe haber cientos de Swan en este país. No iba yo a andar pensando en negocios también, sobre todo con la adorable chica a mi lado.

Apenas la miré algo me afectó como nunca antes. Sus ojos eran muy expresivos y aunque en un primer momento había querido gritarle cuando vi lo indefensa y vulnerable que se veía no pude.

Salí un momento para buscar a Alice que supuestamente estaba a unos pasos en aquella librería pero no la vi. Cuando entraba a la heladería nuevamente saqué mi celular para llamarle y había apagado su teléfono.

Eso quería decir que estaba en una de sus crisis “compra todo” y no quería que la moleste.

Regresé junto a esa niña y me costó conseguir su nombre. Ahora que parecía más tranquila y quise reponerle lo que había perdido.

—Déjame comprarte otro helado— dije.

—No tienes porque, no hay problema— me dijo titubeando.

—De todas formas yo quiero otro y tal vez podríamos conversar un poco.

—Voy contigo— pidió cuando me vio levantarme para ir por otros helados.

—Si te mueves de aquí perderemos la mesa— me miró y asintió.

Compré dos helados nuevos tuve que pedirle que no se quejara, se veía adorable con esa expresión de duda.

Pero lo más extraño sin duda era mi actitud, siempre evitaba ser abordado por muchachas huecas y superficiales por muy guapas que fueran.

Tal vez mi hermana tenía razón y parecía un joven de 30 años por lo serio. Aunque estar cerca de ella me hacía sonreír.

— ¿Eres de New York?— pregunté.

—Si, vivo cerca de aquí, mi padre tiene… bueno trabaja cerca también— dijo dudando.

—Pues el mío me obligó a venir, por negocios— le confesé — ¿A qué te dedicas Isabella— pregunté.

—Solo Bella, por favor— me corrigió. –Pues estoy de vacaciones iré a la universidad el mes que viene—me dijo triste.

—Deberías estar feliz, iniciarás una nueva vida, lucharás por tu sueños— le dije tratando de animarla.

—Si claro— respondió desanimada. – ¿Y tú que estudias?—preguntó.

Ése era mi infierno personal, las largas charlas con Carlisle no lo había hecho desistir de sus esperanzas conmigo.

—Debo entrar a la universidad de Los Ángeles, mis padres quieren que estudie finanzas— dije sin ganas.

— ¿En serio? También me enviarán a Los Ángeles, pero a estudiar Informática— dijo como si le molestara.

—No te gusta la informática— pregunté.

—Tanto como a ti te gustan las finanzas— dijo sonriendo.

—Se me nota que no quiero estudiar eso— pregunté.

—Sí. Yo tampoco quiero estudiar informática, me gustaría periodismo, aunque mamá dice que no tengo pasta de reportera y Emmett dice que puedo causar un desastre.

— ¿Emmett?— tal vez sería su novio.

—Es mi hermanote, se burla mucho de mí, ya sabes, soy descoordinada, creo que ya lo comprobaste— se sonrojó un poco, eso me parecía adorable.

—Yo no creo que seas descoordinada, solo es falta de atención, seguro piensas en muchas cosas y no pones atención donde pisas— le dije para hacerla sentir bien, aunque me fijaría si tenía un problema en los pies, suelo ser muy fisonomista y me doy cuentas de esas cosas.

— ¿Y qué te gustaría estudiar?— preguntó interesada. Era la primera vez que alguien me preguntaba eso, ni Alice había tenido la cortesía de preguntarlo aunque había oído mis quejas sobre la universidad.

—Me gustaría ser pediatra— le confesé.

— ¿Crees que se molesten mucho si cambiamos las carreras? Lo haría pero me falta valor para desafiar a mi padre— dijo mas alegre.

—Pues creo que sería lo mejor, así dejaría de pelear con el mío. ¿Qué dices si empezamos nuestra rebeldía hoy mismo? Seguro me esperan en el hotel pero no tengo intenciones de que me sermoneen ¿podrías mostrarme la ciudad?— pedí.

—Claro, podríamos recorrer todos los lugares interesantes, aunque no nos alcanzará la tarde— dijo con una preciosa sonrisa.

—Entonces podemos continuar mañana ¿Vamos?— pregunté tomando una cucharada mas de helado y levantándome. Le ofrecí mi mano y la aceptó de inmediato.

Iríamos a la misma universidad, no sería malo después de todo. Y su idea me parecía genial, cambiar de carrera sin que mi padre supiera, para cuando se enterara, estaría graduándome de médico y no de esclavo financiero.

Corrimos por las calles de la ciudad, fuimos al Rockefeller Center y luego al Central Park donde entramos a todos los museos que pudimos, cuando me di cuenta ya había oscurecido. Seguía tomado de su mano.

—Creo que es tarde, debería regresar a casa— dijo

— ¿Dónde quedó la rebelde? ¿Acaso te asusta la noche?— la reté.

—Claro que no. Puedo hacer lo que sea— me dijo con firmeza, lo dudaba, tenía el semblante de ser una persona calmada aunque por dentro tenía un fuego que me sorprendía.

— ¿Qué es lo más rebelde que hayas hecho?— pregunté. Pareció dudar.

—Pues hoy… creo que borrar programas en la computadora de mi hermano— dijo temerosa.

—Eso no califica como rebeldía— le aseguré.

— ¿Y tú? Das la impresión de ser una persona calculadora— dijo.

—Pues una vez aposté en una carrera de caballos— dije orgulloso de esa aventura.

—Eso tampoco califica como rebeldía. Te reto a que grites desde el último piso de la torre Trump— me dijo riendo.

—Pero ese lugar debe estar muy resguardado— me quejé.

—Entonces no me vengas con falsas rebeldías— dijo buscando un taxi.

—Lo haré. Sólo si me prometes que no irás a casa esta noche— la reté. Me miró asombrada.

—Si en caso pudieras llegar al piso más alto y gritar desde allí acepto no volver a casa esta noche— me desafió.

De algún modo lograría cumplir su reto, esto sí sería lo más rebelde que haría y tal vez lo más demente.

Repasé muchas opciones al llegar al lugar, mi mente vagó por las más extrañas formas de burlar a los vigilantes del vestíbulo.

Según las placas en la puertas de la torre, había una cadena de televisión, una radio, oficinas de reinas de belleza, hasta un árabe multimillonario vivía allí.

¿Qué personas son las que se dejan entrar con facilidad? ¿En quienes confiamos?

Se me ocurrió una idea muy buena.

— Bien ¿Por qué no te sientas por aquí y esperas?— le pedí.

—Entraré a la tienda de enfrente, subiré algunos pisos, estaré esperando, llámame cuando llegues arriba— me dijo mostrándome su celular, había apagado el mío toda la tarde pero lo encendí, vi que tenía al menos 20 llamadas perdidas.

Después de anotarle mi número y ella me grabara el suyo me dirigí a la primera pizzería cercana, compre 3 pizzas grandes y un gorro que estaba en oferta. Me acomodé la ropa y entré al edificio.

—Buenas noches— dije muy cortés. –Pedido para el Sr. Smith de la radio Clear Channel— dije muy serio.

Apenas me miraron, se veía que ponían más interés en las pizzas que en mí.

—Piso 29, cuarto ascensor— dijo uno de ellos sacando una galleta de su bolsillo.

Seguí adelante, encontré varios ascensores, los últimos levaban a los pisos más elevados. No contaba con que hubiera un ascensorista. Entré sin inmutarme.

— ¿A qué piso?— preguntó aquel mastodonte, parecía un guardaespaldas.

—Al último— dije, me miró entrecerrando los ojos pero no dijo nada. Esperé pacientemente y con vértigo mientras subíamos, este ascensor era muy rápido. Al llegar me sentí intranquilo.

—Piso 44— dijo el ascensorista. Salí decidido y giré hacia la derecha, en cuanto cerró el ascensor busque escaleras.

Recorrí el lugar, eran suites…muy lujosas. Encontré una escalera de servicio y trepé por ella.

Al llegar arriba mi panorama cambió por completo, la ciudad entera estaba a mis pies, era una sensación de poder indescriptible, levanté los brazos.

Recordé entonces a Bella y la llamé.

—Aquí estoy— dije apenas me contestó.

—Edward no tienes que hacer esto, te reté sin pensar, baja por favor, puedes meterte en problemas— me dijo alarmada.

— ¿Me estás viendo?— pregunté.

— ¿Tienes los brazos levantados?— preguntó.

—Sí.

—Entonces esa manchita eres tú, estoy 15 pisos más abajo en el edificio frente a ti a la derecha, apenas te veo, no hagas esto por favor, además no te oiré gritar ya que aquí no se pueden abrir las ventanas.

—Entonces lo oirás dejaré el celular encendido— dije e hice a un lado mi teléfono, no alcancé a escuchar lo que me decía.

Tomé todo el aire que me permitían mis pulmones y grité con todas mis fuerzas.

Se sentía maravilloso, debí haber hecho esto antes, me gustó tanto que volví a gritar varias veces. Cuando terminé tomé nuevamente el celular.

— ¿Me oíste?— dije feliz.

—Edward baja, hay mucha gente al pie de la torre, y policías ¡corre!— me dijo alarmada, apenas me asomé por la cornisa, divisé sirenas, no sé si de policías o bomberos.

Me alarmé, llegué al ascensor, entonces aquel hombre que parecía luchador me tomó por el cuello.

— ¿Así que repartidor no?— dijo sujetándome más fuerte.

Me rehusé a acompañarlo y me liberé con una movimiento rápido, corrí buscando alguna puerta abierta, me crucé con una señora muy anciana que llevaba un perrito.

Encontré un armario donde guardaban productos de limpieza y me escondí. Sentí vibrar mi celular y respondí antes de que sonara más fuerte y me delatara.

—Edward, estás en problemas, acaba de salir tu foto en las noticias— me dijo Bella asustada.

— ¿Qué? –Pregunté

—Es que hay una televisora en esa torre y al enterarse que alguien estaba gritando preguntaron a seguridad, saliste en las noticias, tienen una cámara instalada en el último piso. La policía está aquí abajo esperándote, si no bajas subirán por ti—sentí que se abría la puerta y me tomaron por la fuerza.

Ahora eran dos enormes tipos. Me dejé llevar, ya que no tenía nada que hacer.

Se demoraron un poco en bajarme. Cuando se abrió el ascensor sentí flashes y cámaras en mi rostro, me llevaron al auto de la policía, había mucha gente alrededor. Un paramédico vino a revisar mis ojos con una linterna, mientras me preguntaba cosas que apenas alcancé a responder.


Dos policías me revisaron los bolsillos buscando alguna droga o sustancia tóxica. Hablaban de suicidio, sobredosis y juventud descarriada.

Me sentí muy avergonzado.


Busqué con la mirada a Bella pero no la pude encontrar.

— ¿Edward Anthony Cullen, estás loco?— me gritó una voz conocida.

Era Carlisle y se veía furioso.

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