03 febrero 2013

Cap 32 Jardinero


CAPÍTULO 32

LA VIDA DA VUELTAS...

Tres meses después…
—Isabella, ve a limpiar el pasillo 4— me ordenó mi jefa. Corrí a tomar un trapeador y un balde. Llevaba dos meses trabajando en un supermercado en Port Ángeles.
Literalmente había desaparecido del mundo, al menos el mundo que yo conocía, lejos de Forks y mis seres queridos. Me había refugiado en ésta ciudad. Era mucho más grande que el lugar donde nací y nadie me encontraría aquí.
Hace unas semanas encontré anuncios en los diarios, donde discretamente me buscaban, pero sin fotografías, sólo pequeñas notas. Y eran los números telefónicos de los Cullen, no de papá. Me preguntaba que estarían haciendo… ¿Me extrañarían?
Llegué al pasillo dónde alguien había roto un envase, lo limpié tratando de hacer el mínimo esfuerzo. Todavía podía agacharme pero me cuidaba mucho.
Las primeras dos semanas que llegué a esta ciudad me encerré a llorar en un hotel barato. Sentía muchos malestares, algo inusual en mí. Lo achaqué a mi estado de depresión pero los días pasaban y esas nauseas no se iban.
Temí lo peor y mis dudas fueron aclaradas en un examen médico. Estaba embarazada, tenía más de un mes. Con tantos problemas y cosas ni me había fijado en el retraso. Pero aún así no podía volver. Edward no me quería, me aceptaría por el bebé, no por mí.
—Swan cubre la caja 13— me anunció el jefe de departamento.
Guardé los útiles de limpieza y fui a colocarme una malla en la cabeza y guantes. Las cajas del supermercado eran muy estrictas, recién la semana pasada me dejaron entrar en una. Eso quería decir que no lo hacía tan mal.
Ahora sabía lo que era trabajar para vivir, no tener nada y mantenerme con mi esfuerzo. No fue tan difícil, me ayudaba a olvidarme por un rato de los problemas.
Dejé de llorar y de lamentarme cuando me enteré que esperaba un hijo, mi bebé no debía sentir mi tristeza. Ni el miedo que tenía del futuro.
Era sólo vivir un día a la vez, como dar un paso detrás de otro y no ver el camino por donde vas.
Abrí la caja y empecé a pasar las cosas de las personas. Debía fijarme bien en los productos y en las promociones. No era tan complicado pero debía concentrarme.
El invierno ya había comenzado y hacía frio, tenía que comprarme un suéter más abrigador con mi siguiente paga, hace días que temblaba al regresar a mi habitación.
—Yo quiero un huevo de Chocolate, por favor— escuché la voz de un niño, miré su rostro sonrosado. ¿Así sería mi hijo cuando creciera? No, tal vez sería más apuesto, su padre era hermoso… su padre… mi Edward.
—Está bien, lleva uno para Jane— esa voz se me hizo conocida y me asusté. Miré de reojo a la mujer rubia. Tanya.
— ¿Y unas gomitas?— volvió a pedir el niño.
—Alec, no seas goloso— le reprendió ella.
—Pero Edward dijo que no nos negaras nada, anda, sólo una vez he comido estas gomitas cuando él nos llevó dulces ¿Te acuerdas?— mi corazón saltó de improviso al oír su nombre.
Me aventuré a mirarlos una vez más porque ella parecía concentrada leyendo las etiquetas de los dulces.
Estaban muy bien vestidos. Tanya ya no llevaba la ropa sencilla de cuando la conocí y el niño traía un traje de béisbol debajo de un hermoso abrigo.
Edward debía ocuparse ahora de sus hermanitos, eso estaba bien.
Con temor esperé que llegaran a la caja. La mayoría de gente apenas repara en las cajeras, quizás ella ni se diera cuenta.
Pasé sus cosas rápidamente y les dije el monto, Tanya ni me miró, sacó algunos billetes de su cartera y pagó. Pero cuando le daba su cambio reparó en mí.
— ¿Bella?— dijo visiblemente asustada. — ¿Eres Bella verdad?— volvió a mirarme.
—Usted me confunde— dije sin mostrar ningún emoción. Empecé a pasar los productos del siguiente cliente.
—No te confundo, sin tu auto y la ropa de marca no eres nada— me dijo con voz agria.
Sólo la miré un par de segundos. ¿Qué podía decirle? Yo también me sentía así… nada. Pero con algo porque luchar, mi hijo. Sólo por él, o ella, estaba aquí de pie, con esta ropa sencilla, enfrentando todo lo que viniera, incluso humillaciones. No me avergonzaba hacer esto, si con el dinero que obtenga de mi trabajo iba a dar a luz.
—Qué tenga buen día— le dije furiosa. Le habría marcado la cara sólo por hablarme así. Pero no podía, ya no era la Bella de antes y además debía conservar el empleo. Mi hijo y yo lo necesitábamos. Suspiré y seguí con mi tarea.
Ella salió detrás del niño, volteó un par de veces a mirarme y se perdieron de vista. Esperaba que no dijera nada, es más, casi estaba segura que no hablaría. Ella alguna vez me había advertido… que estaría para Edward cuando yo le fallara.
Pero yo no le había fallado a Edward, bueno tal vez sí, tal vez debí quedarme para aclarar las cosas, pero ya era tarde.
De cualquier modo, ya tenía su oportunidad. Y parecía que la aprovechaba bien.
"Ya Bella, deja de pensar en eso y concéntrate porque si das más cambio del necesario te van a descontar"me dije para alejar mis pensamientos de los problemas.
Terminé la jornada muy cansada, conforme mi vientre crecía, mis pies parecían también tener problemas. No sabía cuánto tiempo soportaría mi peso. Pero mi barriguita era pequeña aún, se notaba un poco, nada que la ropa holgada no cubriera.
En el market aún no lo sabían y esperaba decirle a mi jefa la semana que viene, porque tenía un ultrasonido.
Salí por la puerta trasera y me coloque mi suéter preferido. Lo tomé antes de irme. Era el de Edward, con el que me había cubierto la primera vez que hicimos el amor. Antes me parecía sólo una pieza vieja y desgastada, ahora era como un tesoro para mí. Es lo único que tenía de él. La medalla se la había dejado en la cama antes de irme. Esa joya probaba que era hijo de los Cullen, así que no podía quedármela. Y la echaba mucho de menos.
Caminé unas calles en silencio, habitación que rentaba no quedaba lejos de mi trabajo, tal vez iría a comer por allí antes de arroparme en mi cama y leer un rato.
Volteé la esquina, la humedad se sentía cada vez más fuerte, pronto tendría que venir con un grueso abrigo. Y no tenía uno.
— ¿Qué haces aquí?— escuché otra vez la voz suave y melodiosa de Tanya. Me asusté al verla. Estaba recostada contra una pared, me estaba esperando.
—Discúlpame pero ese no es tu problema— le dije tratando de caminar más rápido.
—Estuve a punto de llamarle a Edward cuando te vi— dijo siguiéndome.
—Pues qué bueno que no lo hiciste, yo sólo quiero desaparecer ¿Me entiendes? ¡Así que aléjate y haz de cuenta que nunca me viste!— le grité.
—Debiste irte más lejos entonces— me dijo empujándome por delante, no sé en qué momento me había alcanzado.
— ¿Qué es lo que quieres?— le grité protegiendo mi barriga. Es lo más valioso que tenía.
—Si vas a desaparecer, has un mejor trabajo. Edward suele venir a Port Ángeles a vernos cada fin de semana— dijo evidentemente para hacerme sentir mal.
—Me doy cuenta— le dije mirando su vestimenta.
—Que bueno. Ahora que se deshizo de ti estamos saliendo, así que ¿Por qué no te vas más lejos?— me increpó. Quise llorar al oír eso. Así que finalmente ella tenía su oportunidad.
—Nos iremos pronto— apenas podía hablar.
—Vaya, que rápida eres ¿Ya estas con alguien?— se burló. – ¡Contéstame!— tomó mi suéter con fuerza, lo cual hizo que se le salieran dos botones delanteros y parte de mi vientre quedara parcialmente descubierto. No era muy grande, esperaba que no se diera cuenta.
Me arropé de inmediato otra vez. Pero ella tenía los ojos clavados en la zona donde antes había estado mi pancita al descubierto.
—Me iré más lejos...— le dije apenas. Caminé todo lo rápido que pude, ella no me siguió. Deseaba llegar a mi habitación y tomar todas mis cosas para volver a marcharme. No soportaría verlos si alguna vez me cruzaba con ellos.
"Qué rápido me olvidaste Edward, tu y papá ya ni se acuerdan de mí"sollocé.
Llegué a mi refugio e hice mi maleta. La misma mochila gastada que Edward usaba antes. La que una vez me había dado tanta pena. No me importaba. Me gustaba llevarla conmigo.
Me puse una bufanda gruesa y un gorro de lana que hace un par de días había comprado. No me había alcanzado para los guantes así que metería mis manos en los bolsillos.
Me cargué la mochila a la espalda y bajé las escaleras lo más rápido que pude. Debía irme ahora, antes que Tanya diga algo.
Detuve un taxi y subí mis cosas, luego con cuidado lo abordé. A pesar de la prisa, no podía exponerme a hacer un mal movimiento.
Escuché el sonido de la otra puerta y me sobresalté.
— ¿A dónde vas?— era otra vez la rubia estúpida esa.
—Más lejos. ¡Ahora baja y piérdete!— le grité muy fuerte. Odiaba que me hiciera sentir así. Mi corazón latía muy aprisa.
—No. No te vas a ir. Jamás me lo perdonaría… yo sé lo que es crecer sin padre— me miró y comprendí que ella lo sabía.
— ¿Quién dice que mi hijo es de Edward?— le solté de pronto.
—No te irías así si no lo fuera. Y no estamos saliendo… él no deja de buscarte como un loco— casi me emocioné con lo que dijo, parecía molesta con mi presencia, era evidente que dentro suyo se debatía. ¿Valía la pena seguir huyendo?
—Déjame ir Tanya, yo… no quiero ver a Edward— todavía me sentía muy dolida, todas estas semanas había tratado de no recordarlo, cuando supe de mi bebé fue más fácil seguir adelante.
—Pero él si quiere verte, lo llamé, viene para acá— me miró con algo de malestar todavía.
Aproveché que parecía dudosa y sin decir nada salí del auto dejando mi mochila dentro.
Conocía bien esta parte de la ciudad, no me demoré mucho en perderla. Corrí entre los callejones y algunas calles pequeñas.
Llegué jadeante a la estación de buses… bueno ahora yo era la que no tenía para un boleto aéreo. Me subí al primer bus que salía, iba a Seattle.
No tenía nada que perder, traía mi bolso de mano con el dinero ahorrado y mis documentos. Ya vería allá en que trabajar y cómo me las arreglaría para vivir.
No quería que tuvieran lástima por mí y menos él...

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