03 febrero 2013

CAP 3 ENEMIGO PUBLICO



CAPÍTULO 3

SIN PODER EVITARLO


EDWARD
—Este es un Ford modelo Touring completamente renovado, 400 dólares, 80 kilómetros por hora—se esforzaba el vendedor de autos por venderme uno.
Pero todos eran modelos normales, yo quería uno particularmente diferente.
— ¿Me tomas el pelo? Yo aprendí a conducir en uno de esos, una bicicleta es más rápida— le dije
—Tenemos este nuevo modelo coupé también de Ford, todavía salé a fin de año pero…— no lo dejé terminar.
—Luce como el auto de una anciana— no encontraría un buen auto aquí, pensé.
—Quiere velocidad, le mostraré lo último, La nueva era del automóvil— me llevó hacia la parte trasera de la tienda, lo seguí a regañadientes.
—Chrysler six B—70, 110 kilómetros por hora, frenos hidráulicos y motor de alta compresión
— ¿110? ¿Lo han probado?— pregunté interesado, el nuevo auto que teníamos apenas alcanzaba los 95 kilómetros por hora, si este bebé llegaba a los 110 era mío.
—Si, hemos hecho pruebas certificadas en New York. 110 kilómetros y puede frenar en 10 segundos— sonrió.
—Me lo llevo— le dije convencido, quería probar este nuevo juguete.
—Claro, puede financiarlo en cómodas cuotas de…
—Pago al contado ¿Cuánto?— le dije con rapidez.
—2200 dólares pero necesitamos que sea por transacción bancaria, verá son órdenes de la policía, hay muchos robos, secuestros— dudó aquel hombre.
—No iré a un banco a hacer la transacción— me ofendí.
—Es la política ¿señor?— preguntó.
—Cullen. Edward Cullen— casi no usaba ese apellido, en general no usaba ni mi nombre.
— ¿Es pariente del Dr. Cullen?— me preguntó.
—Es mi padre— un magnífico padre al que abandoné hace cinco años para dedicarme a la delincuencia.
—Entonces no hay ningún problema, el Dr. Cullen es nuestro cliente desde que asumió la dirección del hospital general de Chicago— me dijo sonriendo.
Me sentí fatal, Carlisle y Esme habían sido tan generosos y pacientes conmigo. Y yo los abandoné como un maldito desagradecido.
Los he visto algunas, desde lejos claro, nunca volví a entrar en su casa.
Esa casa que había sido mi refugio durante algunos años...
Estaba sentado en el albergue al que fui enviado cuando murió mamá. Todas las cosas que una vez tuve en casa, nos las quitó el banco.
—Hola, soy Esme— me dijo una hermosa mujer de ojos verdes y cabello color caramelo.
—Edward— le dije apenas mirándola.
—Te pareces mucho a mi hermanito— dijo con una mirada llena de dolor.
No le respondí, a mí que me importaba si me parecía otro chico.
Dos horas más tarde fui llevado a la dirección. La asistenta social me explicó que una pareja quería adoptarme, que debía sentirme feliz pues los muchachos de mi edad no eran ya candidatos para tener nuevas familias sino que pasaban a aprender un oficio y conseguir un trabajo con que mantenerse.
No me importaba a dónde iba a parar, ya lo había perdido todo.
Al día siguiente vinieron por mí, la misma señora de ojos verdes que me hablé el día anterior y un tipo rubio.
—Soy Carlisle Cullen, no sé si te han informado que queremos adoptarte— me dijo mostrándome una sincera sonrisa.
—Me lo han dicho y no me importa— respondí para quitarle esa sonrisa.
No pareció afectarle mis malos modales.
—Sé que has sufrido mucho, no es nuestra intención forzarte a nada— volvió a insistir.
Yo sólo quería que se fueran y me dejaran en paz. La señora pareció entristecerse y caminó hacia el jardín.
—Ella es mi esposa, para serte sincero yo preferiría adoptar un bebé pero le recuerdas a su difunto hermano— dijo algo serio.
— ¿Porqué no tiene sus propios bebés?— le increpé, ya estaba cansado de hablar.
—Mi esposa sufrió un accidente hace años y no puede ser madre. Creo que esto no es buena idea si tú no quieres— me dijo triste.
— ¿Cómo murió el hermano de su esposa?—pregunté interesado.
—Lo mató un policía— dijo él algo molesto.
— ¿Un policía?— pregunté.
—Un policía ebrio— dijo tristemente.
—Entonces… creo que sí me voy con ustedes— confirmé. –Yo odio a los policías— le dije recordando cómo se guardaron las evidencias cuando murió papá y como fui sacado de casa cuando mataron a mi madre.
Estaba seguro de dos cosas: jamás sería policía y mucho menos banquero.
Desde ese día procuré hacer feliz a mi nueva madre, era atento y educado. Tal como mi verdadera mamá me había enseñado.
Obtenía excelentes calificaciones, nunca usaba malas palabras y ayudaba en todo lo que podía.
Tenía una familia otra vez pero en el fondo me sentía atrapado. Sentía que debía hacer algo. Algo para rebelarme.
Esa sensación se hizo más fuerte cuando entré a la universidad.
Me ahogaba toda la vida de sociedad, mis compañeros eran vacíos y sin conciencia. Nadie parecía darse cuenta de las injusticias.
El mundo se venía abajo a mí alrededor.
Excesos de la policía, sobornos, cada día más personas se quedaban sin hogar, eran echados de su casa por deudas. El sistema requería cada vez más producción, la clase obrera se volvía autómata, máquinas trabajando para los explotadores, grandes empresas y los malditos bancos.
Acabé mi segundo año de medicina y no pude más. Carlisle me había conseguido prácticas en un hospital de beneficencia a las afueras de Chicago, dónde venía la gente más pobre.
Un día que regresaba a casa me encontré en medio de un tiroteo en un asalto, uno de los hombres me tomó como rehén y fui a dar a la guarida de los asaltantes.
Reconocí al tipo que una vez me ayudó a no perder mi casa. Lucía más viejo y curtido por los años.
—Cuervo llévate la mitad de todo, las donaciones son primero— le dijo a otro ladrón.
—No sé porque insistes en eso, la mitad es demasiado— dijo otro de ellos reclamando.
—La mitad es lo justo lobo ¿No recuerdas aquella vez que saliste ultimo?
—Me dejaron— le reclamó.
—Te quedaste para "repasar" las cajas. ¿No fue la misma gente que ayudamos la que te escondió?
—Solo porque les damos dinero, si dieran recompensa por tu cabeza ya te habrían entregado.
—Es agradecimiento. Se puede comprar una acción, no un afecto. A los policías les tienen miedo, a nosotros nos tiene fe—dijo con seguridad.
—No estoy de acuerdo, nos jugamos el pellejo, yo no quiero compartir— dijo el otro.
—Tus hermanos estudiaron gracias a esas "donaciones"— le dijo el cabecilla.
—Y ahora son unos burgueses que se avergüenzan de mí— le reclamó.
—Si tanto te molesta el apoyo a la gente dividiremos el botín en partes iguales, pero yo tendré el doble para poder seguir ayudando— le dijo.
El hombre apodado "lobo" pareció conforme y se fue.
Parecía la oportunidad perfecta para hablarle al líder.
— ¿Tu eres Águila?— pregunté.
—Si ¿Quién pregunta?— me respondió.
—Soy Edward. Tú, me ayudaste cuando era niño. Me diste dinero una vez. Pero al final me echaron de casa y me mandaron a un albergue— le conté.
Me miró con curiosidad.
—Tus ropas no parecen las de un albergue— sonrió.
—Tuve suerte, me adoptaron— sonreí con tristeza.
— ¿Pero no eres feliz? ¿Qué te falta?— dijo.
—Gritar, golpear a alguien. Estoy harto de ser bueno y ver tanta maldad… sin poder hacer nada— confesé.
— ¿Qué haces? ¿A qué te dedicas?— preguntó.
—Estudio medicina— dije
—Es una buena forma de ayudar al prójimo ¿no te parece?— se burló.
—Necesito acción— pedí.
—Ya me acuerdo de ti. "El hombre de la casa" —dijo sonriendo, —El que quería patear traseros banqueros. Tal vez quisieras ayudarme en los negocios— ofreció.
Desde aquel día, aprendí a llevar una doble vida.
Águila me entrenó y en un par de meses participé en mi primer asalto.
Repartí mi primera ganancia en medicinas para el hospital. Me sentí nuevo, como si por fin hiciera algo importante.
No me avergonzaba ser un asaltante.
Dejé de ir a la universidad, solo me dedicaba al hospital hasta que Carlisle me enfrentó.
— ¿Estás loco Edward? No necesitas robar, te darás cuenta cuando termines de estudiar, se puede ayudar a los demás sin tener que salirse de la ley. Para eso son los médicos.
—Tu trabajas en una clínica, tus emergencias son sólo las indigestiones de los ricos— le increpé.
—Es sólo una etapa de rebeldía. Estás molesto con el sistema. Se te pasará, ya lo verás. No te arriesgues así, podrías morir— me dijo angustiado.
—Prefiero morir así que en una blanda cama de clínica. Lo siento. No dejaré esto— le increpé.
—No permitiré que le rompas el corazón a Esme. Y no quiero un ladrón en mi casa— dijo bajando la mirada y apretando los puños.
Eso me dolió más que un balazo.
No dije nada, tomé un par de mudas de ropa, algunos documentos y me fui.
Esme me buscó varias veces para convencerme de volver pero no quise recibirla.
Así empezó mi vida criminal, fui rebautizado por "Águila" como "León" y sólo usaba mi apellido de nacimiento: Masen.
No quería enlodar el apellido que me habían dado Carlisle y su esposa.
—Vaya, es una belleza— dijo Jasper cuando llegué a casa con el auto nuevo, no tuve valor de presentarme con Esme, me acobardé a último momento.
—Es rápido— contesté apenas.
—Dejé el "donativo" en ese hospital y también pasé por el albergue— me dijo sonriendo. A él le encantaba esa parte de los asaltos.
— ¿Vas a ir al club hoy?— preguntó.
—Sí. Iré apenas oscurezca, tengo algo muy importante que hacer allí— dije sonriendo.
— ¿Y ese asunto importante lleva faldas?— sonrió. — ¿Es importante?— preguntó.
—Muy importante. La traeré esta noche, espero que acepte venir conmigo— sonreí.
— ¿Venir? ¿Cómo una pareja estable?— me miró como si tuviera dos cabezas.
—Sí. Absolutamente, no soy de los que se usan y se botan.
—Pero… no viajamos con mujeres, son tus reglas— me hizo recordar.
—La regla es: no nos movilizaremos con mujeres que puedan entorpecer nuestro trabajo— le recordé. –Y con "mujeres" me refiero a todas las amantes que tienen. Bella no es mi amante, pero será mi mujer. La única. Y no pienso dejarla.
— ¿Crees que acceda a venir con nosotros? ¿Sabe a que nos dedicamos?— preguntó.
—Lo sabe. Espero que venga conmigo— dije apenas y entré a casa a prepararme para la noche, miré con una gran sonrisa lo que le había comprado cuando venía para acá. Esperaba que le guste.
.
.
BELLA
El siguiente día transcurrió de forma normal pero se me hacía tan tedioso.
Mi vida era demasiado plana, no tenía emociones, ni grandes aventuras. Creo que conocer a Edward me hizo darme cuenta que nunca me pasaba nada interesante.
No me pude concentrar imaginando a dónde me habría llevado Edward y lo que me habría hecho.
No podía hacer más que pensar en él.
A Alice y a Rose le dije que era un conocido. Alice me insistió que no le era familiar porque ella tenía muy buena memoria y a él no lo había visto jamás. Rose no dijo nada pues ni siquiera vio a Edward.
Llegué al bufete Weber y me encargaron transcribir algunos papeles, tampoco me pareció la gran cosa.
Al salir Jake me esperaba.
—Hola Bella, disculpa por lo de ayer, fue un día terrible— sonrió
— ¿Qué hay Jake? ¿Tienes problemas?
—Si, tuve que dar una conferencia de prensa, odio las fotos pero tuve que dejar que me hicieran algunas. He pedido que me envíen refuerzos y muchas armas, ayer asaltaron otro banco y pasé una noche atroz. Hicimos redadas, no damos con el paradero de Masen— parecía algo molesto.
Me estremecí, yo sabía que lugares frecuentaba la persona que tanto buscaba atrapar mi amigo. Tal vez lo vería esta noche de nuevo.
Me sentí fatal al no poder decirle nada a Jake, no quería que arrestaran a Edward. Tal vez era el asaltante más avezado pero no podía entregarlo.
—Bella ¿estás bien? Te ves pálida— me dijo mi amigo.
—Estoy bien, sólo algo apurada, tengo turno en diez minutos, nos vemos— le dije pasando a su lado.
—Te acompaño— tomó mi brazo. Di un salto y lo evadí.
—Lo siento, no me gustaría que mi jefa pensara lo que no es— dije tratando de inventar algo.
—Bella, somos amigos. Me preocupo por ti. Además ahora que me han ascendido gano lo necesario para poder cortejarte— su mirada cambió, odiaba cuando hacía eso, me parecía incómodo.
Yo lo apreciaba, lo quería mucho pero esperaba que encontrara a alguien que estuviera loca por él y que lo amara de veras.
Ahora estaba segura que yo nunca podría amarlo.
—Jake, no digas bobadas. Conocerás a alguna chica muy linda y tendrás un romance espectacular— le sonreí haciéndole señas para que caminara a mi lado pero tratando de inventarme algo para que no llegara conmigo al club.
—No son bobadas Bella, ahora soy un hombre respetable y es hora que siente cabeza— me sonrió con timidez.
—Somos jóvenes y tu trabajo es tan difícil que dudo que tengas tiempo con tantas responsabilidades pero seguro más adelante…
— ¿Me estás evadiendo? Quiero hablar formalmente contigo ¿Podemos cenar hoy?— pidió. No podía aceptarlo.
—Hoy no Jake, tal vez mañana— le dije cortésmente.
—Entonces mañana pero no me gustaría que fuera en donde trabajas, se rumorea que no toda la gente que va allí es decente. Me han dicho que algunas mujeres… son de la vida fácil— me dijo mirando hacia otro lado.
—¡Eso no es cierto!— grité, odiaba mentir y ésta era de lejos la peor mentira que había dicho, yo sabía que mucha gente de allí era extraña, y ahora sabía que Edward y su banda frecuentaban el lugar y las Denali obviamente eran mujeres en las que los saltantes y otros hombre de negocios turbios se gastaban su dinero.
—Sé que tu no podrías identificar a un miembro de la mafia ni a una mujercita de esas aunque quisieras— sonrió.
—Oye estoy a punto de graduarme, algún día seré jueza, cómo te atreves a dudar de mi perspicacia— le dije molesta.
—Eres tan inocente todavía Bella y eso te hace más encantadora aún— dijo mi amigo acercándose. Di dos pasos hacia atrás.
—Gracias por la compañía Jake nos vemos mañana— le dije entrando rápidamente.
El lugar todavía estaba desierto, apenas estaban los de limpieza. Me apresuré a mi puesto. Alice ya estaba allí y me sonrió.
—Hola Bella ¿Estás ruborizada?— sonrió mirándome.
—Jake— dije en voz muy alta.
— ¿Te dijo algo? ¿Se te declaró al fin?— sonrió.
— ¿Tú sabías que quería declararse?— le increpé.
—Bella se nota a leguas que te ama, ahora que tiene un puesto importante y tú estás por terminar la universidad es lógico que quiera asegurarse tu mano— sonrió.
— ¿Estás comprometida?— escuché una voz femenina detrás de mí.
Era la zorra esa, me caía como plomo, siempre se daba ínfulas de reina y nos miraba a las demás como si fuéramos cucarachas. Me giré tratando de serenarme.
—No estoy comprometida señorita Denali y tampoco tengo novio— le dije con una falsa sonrisa.
—Qué lástima, parece que las ratitas de juzgado como tú no son interesantes— sonrió de lado.
Alice fue a la parte trasera a traer las demás cosas para terminar de acomodar todo. Tanya seguía mirándome con suspicacia.
—Ayer te vi con Edward ¿te invitó a algún lado?— preguntó.
—Fuimos a cenar al restaurante de en frente— le dije saboreando cada palabra.
— ¿Y después?— dijo más mordaz.
—Creo que mi vida personal no es interesante señorita Denali— le dije sonriendo apenas.
—Mira tontita, las mosquitas muertas como tú no son rivales para alguien como yo. No te metas con "mi" hombre o tu trabajo no será lo único que pierdas— me amenazó.
—No le vi "tu nombre" tatuado en ningún lugar, tampoco llevaba anillo—la desafié.
—No te le acerques o no llegarás a graduarte. Tú no sabes quién es él, es demasiado hombre para ti— sonrió y se alejó con ese caminar de gata en celo y su nariz respingada.
Edward no era suyo y si de mi dependía no sería de nadie, al menos por hoy si es que lo veía. No dejaría que esa golfa ponga sus garras sobre esos hermosos cabellos cobrizos.
Pronto cayó la noche y la gente iba llegando, algunas mujeres sin modales sólo me aventaban su sobretodo, otras me advertían que sus abrigos eran costosos y que debería usar guantes. Mi paciencia llegaba al límite.
—Hola abogada Swan— sonrió una mujer rubia, su rostro se me hacía conocido.
Me avergoncé, era la secretaria de Jake. Creo que su nombre era Jessica. Ahora tendría que soportar sus desplantes.
Venía con aquel joven que la noche anterior me invitó a bailar. Mike, según recordaba.
—Buenas noches—los saludé. –Me permiten— dije extendiendo mi brazo para recibir sus abrigos.
—Ten cuidado con esto, es piel de armiño genuina, dudo mucho que tú puedas jamás tener algo parecido. Abogada, hazme el favor— dijo burlándose en mi cara.
Tomé el abrigo y le di su boleto con el número para cuando lo volviera a pedir.
Quería tomar a aquella mujercita y marcarle todos los dedos de mi mano en ese rostro blanqueado con talco. Otra rubia oxigenada.
— ¿Eres abogada?— preguntó Mike cuando Jessica se alejó un poco.
—Aún no. Me faltan tres meses para terminar la universidad— le dije muy seria.
—Bonita e inteligente, eres como una perla en este chiquero— a propósito rozó mi brazo con su mano, lo quité de inmediato.
— ¿A qué hora sales?— preguntó.
—Eso es algo personal señor, aquí tiene su boleto, que tenga una buena noche— le dije cortante y me di la vuelta a acomodar los dos abrigos.
No soportaba más mi vida necesitaba gritar con todas mis fuerzas.
Una hora más pasó, un cliente se acercó a pedir su abrigo. De reojo vi que alguien venía con paso decidido y se posicionó en el mostrador, mi estómago se revolvió pero fue una sensación agradable.
Me giré para mirarlo.
Los ojos verdes otra vez. Desafiantes, fieros y llenos de rebeldía.
Mi respiración se aceleró, di un paso hacia él olvidando mi trabajo.
—Me abandonaste anoche— me reclamó Edward molesto.
—Me dejaste sola en la calle— le reclamé también.
—Si vas a ser mi novia tendrás que prometerme que nunca más me harás eso— dijo aún serio pero ya no estaba molesto. ¿Su novia? ¡Por dios!
—No soy tu novia y no pienso prometerte nada— le respondí, ahora yo estaba empezando a sentir rabia. ¡No soy propiedad de nadie!
—Mi abrigo es café— dijo el hombre que estaba en el mostrador. Me había olvidado de él.
—No volveré a dejarte sola nunca más. Ahora promételo— dijo Edward ignorando a cualquier otra persona.
—¡No!—dije firme.
— ¿Y mi abrigo?— dijo reclamando el cliente.
—Pues yo si prometo no volver a dejarte sola Bella. Ahora te toca— dijo Edward luchando por conseguir mi promesa.
—¡No me importan sus líos, quiero mi abrigo!— gritó el hombre del mostrador.
Edward volteó y lo miró con fiereza, lo tomó por el cuello y lo apresó en el mostrador, le quitó el ticket. Abrió la pequeña puerta y entró como si nada. Me quedé de una pieza viéndolo moverse con elegancia. Fue hacia los percheros, buscó el número y tomó el abrigo café. Regresó a ponerse detrás del mostrador nuevamente.
—¡Ahora lárgate y quédate con la propina!— le dijo aventándole el abrigo a mi cliente. Yo no podía ni abrir la boca de lo aturdida que me encontraba.
—A partir de ahora no volverás a guardar los abrigos y los sombreros de los demás— dijo clavando su mirada en mí.
— ¿Por qué hiciste eso?— pregunté dudando.
—Porque ahora estás conmigo— dijo con seguridad.
—Pero es que no sé nada de ti— era hermoso como un demonio, seductor y también un asaltante de bancos. El más peligroso. Claro que sabía de él. Aunque no en lo personal.
—Me crié al norte de Chicago, mi padre murió cuando tenía 6 años, mi madre cuando tenía 11, me gusta el baseball, el cine, la ropa fina, los autos rápidos, el whiskey… y tú. ¿Qué más necesitas saber?— dijo sonriendo mientras abría su abrigo que segundos antes había estado en mi silla. Me hizo ademán para que me acercara y me lo pusiera.
¿En verdad quería llevarme con él?
No sabía qué hacer, miré a un lado, Alice estaba mirándonos con la boca abierta, le sonreí.
Di unos pasos y acepté ponerme el abrigo que me ofrecía. Me tomó de una mano y cruzamos el recibidor a grandes zancadas.
Afuera había un precioso auto color plata, parecía nuevo. Me abrió la puerta del copiloto y subí. Manejó en silencio, yo tampoco me atreví a decir nada. En mi mente me imaginaba que estaba robándome. Asaltó mi vida, sin necesidad de forzar nada, yo era su botín y él podía hacer lo que quisiera conmigo.
Unos minutos más tarde llegamos a una casa grande a las afueras de la ciudad, descendimos. Me tomó de la mano y abrió la puerta. Me quitó su abrigo y me indicó que me sentara en un cómodo sofá de aquel salón.
—Tengo algo para ti— me dijo sonriendo. Fue hasta un mueble y trajo una caja de cartón grande.
—No debiste…
—Shhh sólo ábrelo— susurró.
Con cuidado destapé la caja, había algo envuelto en un papel fino de color verde. Retiré el papel y me quedé sin aire.
Dentro estaba el abrigo de visón más fino e imponente que había visto y vaya que sabía de abrigos, llevaba más de un año guardándolos.
Lo mire asustada, era demasiado. Yo no podía aceptar algo tan costoso.
— ¿Te gusta?— dijo mirándome intensamente. Sólo asentí, le sonreí en agradecimiento.
Me extasiaba mirarle, cada uno de sus gestos y sus palabras me atrapaban. Era un simple mosquito mirando la luz. Una pequeña luciérnaga que quiere alcanzar una estrella.
—Ven conmigo— pidió ofreciendo su mano, la acepté.
Me atrajo hacia él, me sentó en sus piernas, acarició lentamente mi espalda con una mano, la otra la posó en mi rodilla.
Abrí mis brazos y lo estreché. No sabía que me pasaba, era más fuerte que yo esta necesidad de él.
— ¿Qué quieres de mí?— le susurré al oído.
—No quiero tomar nada que no me quieras dar—dijo acariciando mi mejilla. Yo quería entregarme por completo. Nunca había sentido nada tan fuerte, Edward era un poderoso imán y yo… yo no podía resistirme a su atracción.
Oí risas femeninas, me sorprendí y me giré a ver. Un hombre enorme apareció con la camisa a medio abotonar, los tirantes del pantalón caídos y con dos rubias a su lado.
Nos miró e hizo varias caras, cada una más graciosa que la anterior, luego soltó una sonora carcajada.
—Pensé que el whisky me había hecho daño y fueron sólo tres copas ¿Edward, eres tú?— dijo cuando se calmó.
—Lárgate Emmett— respondió Edward sin dejar de acariciarme.
—Claro que no— dijo el tipo alto, soltándose de sus dos oxigenadas acompañantes. –Tienes que presentarme a la jefa— sonrió acercándose. Me puse de pie, Edward a regañadientes hizo lo mismo.
—Bella, él es Emmett, uno de mis socios. Ella es Bella, mi novia— dijo con seguridad, me fascinaba que dijera eso, cualquier cosa que me una a él era mágica.
— ¿Novia? Vas rápido galán. Hola Bella, encantado. Te presentaría a los pimpollos que vienen conmigo pero soy malísimo para los nombres— sonrió descaradamente, me dio su mano en señal de amistad, era enorme.
— ¿Te gustan las oxigenadas?— le dije por lo bajo.
—Están de moda, ya sabes— me sonrió.
— ¿A ti también te gustan las rubias Edward?— le pregunté en son de broma. El aludido se sorprendió. Mi pregunta lo pilló desprevenido. Mas le valía que dijera que no.
—Nunca he tenido un tipo de mujer en especial que me atraiga— dijo Edward muy seguro. Emmett trató de contener una carcajada.
—Nunca ha tenido ninguna mujer antes— volvió Emmett se partía de risa. –Creo que tu eres su tipo, tengas es aspecto que tengas— dijo casi sin aire.
—Y creo que tú te quedarás fuera en el siguiente "negocio"—dijo Edward muy molesto. Su amigo perdió la risa en un instante.
—No seas malo jefe, mira que ya me gasté la mitad de lo que ganamos en el…— pero cerró la boca al instante. Miré de reojo Edward estaba muy molesto.
—Nos vemos Bella, gusto de conocerte— dijo Emmett y se marchó con la cabeza baja.
Yo sabía a qué se refería con lo de "negocio" y el dinero que gastaban había sido producto del asalto al banco Michigan.
También mi abrigo había sido comprado con dinero robado.
¡Vamos Bella! ¡Reacciona! No puedes ser la novia de un asaltante. Mi padre fue policía, de tránsito pero policía al fin, y se oponía a cualquier quebrantamiento de la ley. Por eso estudio leyes, porque creo que en un sistema de vida civilizado.
—Ven conmigo— susurró y mi conciencia se esfumó al ver esos labios que me llamaban. Su poderosa fuerza me arrastraba.
No había salida ni marcha atrás. Estaba a merced del asaltante…

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