13 febrero 2013

Cap 3 El Contrato


CAPÍTULO 3


PAREJA DISPAREJA (¿A quién se le pudo ocurrir?)


EMMETT SWAN

Estaba nervioso, mi padre amenazó con quitarme mi precioso Jeep modelo Wrangler si no accedía a venir con él.

Siempre le he oído hablar de que cuando fuéramos mayores nos casaríamos con los hijos de sus amigos, aunque no le hice mucho caso porque pensé que eran cosa de viejos.

¿Quien en su sano juicio, hoy en día, hacia compromisos por conveniencia? Si querían casar a alguien que traten de hacerlo con mi hermana. Tal vez con lo tímida que es, acepte.

Pero a lo mejor los viejos habían encontrado para mí, una chica guapa y despampanante. Entonces no tendría que perder mi Jeep.

Ver para creer.

Así que aquí me tienen, sentado en un cómodo sofá de la empresa esperando a la "elegida".

Al menos podrían haberme dado una foto para hacerme ilusiones.

Oí pasos en el corredor y la puerta se abrió. Mi padre y su amigo Carlisle entraron. Traté de mirar si venían con alguien más pero no la vi.

— Emmett déjame presentarte a Alice, tu futura esposa— dijo papá. Yo seguía sin ver nada.

— Alice sal de allí, él es Emmett, tu prometido— dijo Carlisle.

Una cabecita se asomó a verme. ¿Era una broma?

La diminuta figura salió detrás del señor Carlisle y entendí porque no la había visto antes, se estaba escondiendo y al parecer era tan pequeña que ni se notaba.

La miré con una amplia sonrisa. Ella era una buena broma ¿A quién en su sano juicio se le ocurriría juntarnos?

Éramos como German Monster y Lily. Yo medía casi dos metros y ella no llegaba al metro y medio, que frustrante.

No había modo de presumir a mi novia talla junior.

— Regresamos en unos minutos, conózcanse— dijo mi padre y ambos hombres abandonaron la habitación.

Apenas cruzaron la puerta pude oír la chillona voz de la damita.

— ¿De qué te ríes grandulón?— chilló.

— Así que sabías hablar gnomita— le dije sin dejar de reírme.

— Y pienso mucho mejor que tú ya que la sangre llega más rápido a mi cerebro porque no tiene que recorrer semejante distancia—dijo mirándome molesta.

— Mira pitufina, no es mi culpa que a esos dos viejos se les haya ocurrido esta idea tan tonta— le hice ver.

— Tampoco es culpa mía que quieran casarme con un mastodonte— dijo haciendo un molesto ruido con sus zapatos.

— Pigmea, yo tampoco estoy conforme con los que me ha tocado y pienso apelar sabes— le dije en tono de burla.


.

.

.


ALICE CULLEN

No, no y mil veces no.

Carlisle me sobornó con una nueva tarjeta de crédito para venir aquí. Sabía que no sería una buena idea.

Lo sabía.

Yo soy una delicada criatura, esperaba un chico de ojos tiernos y mirada dulce tal como lo había soñado. Un perfecto caballero que se enamore de mí a primera vista y haga latir más rápido mi corazón.

¿Y qué consigo?

¡Prometida para casarme con un ropero de dos cuerpos!

¿Dónde está el poeta que soñé?

Esto no está bien, jamás me casaré con este XXXL, ni siquiera sabía si confeccionaban ropa de marca para ese cuerpo.

Apenas conversamos saqué mi celular para hacer una cita con la masajista del hotel, esta entrevista me había provocado un dolor de cabeza insoportable. Un par de horas comprando zapatos también ayudaría.

—Oye inspectora de suelos, creo que deberíamos unir fuerzas en lugar de pelearnos, ni creas que andaré contento contigo colgada a mi brazo— me dijo ese búfalo grosero.

— ¿Perdón? ¿excuse moi? Mi nombre es Alice. ¡Alice! Ni loca andaría de tu brazo gorilón, no te hagas ilusiones conmigo.

—Mira Liliputiense, yo sólo vine aquí porque tenía curiosidad, confié en el buen gusto de mi padre y ya ves, creo que el viejo se volvió loco. A mí me gustaban los elfos no los hobbits. ¿Así que porqué no piensas algo que nos pueda sacar de esto?— se desparramó en el sofá como un oso perezoso.

Condenado gigantón, fresco y confianzudo. Aunque debo reconocer que en algo tenía razón, yo era la única que podía pensar en algo para evitar esta catástrofe. Siempre supe que las esencias venían en envase pequeño por eso nunca me molestó mi tamaño, yo era chiquita pero potente y si fuera veneno sería letal.

Había que hacer algo y pronto, no nos tomarían en cuenta si hacíamos berrinche como dos nenes, tendríamos que dar un buen espectáculo.

Me acerqué a escritorio y tomé un pisapapeles.

—Oye microbia ¿Me estás oyendo?— dijo el Pumba ese. Vamos a taparle la boca al rascacielos.

Grité con todas mis fuerzas dejando salir la rabia y la frustración y lancé el pisapapeles hacia la mesa de centro al lado del dinosaurio gordinflón y se hizo añicos. Tome el dispensador de cinta adhesiva y lo lancé hacia una de las vitrinas donde se rompieron algunos adornos.

El animal dio un salto y se cayó del sofá. Se escondió asustado. ¡Tan grandote y cobarde!

—Oye pulga loca ¿Qué te pasa?— gritó.

Seguí tomando cosas y se las lanzaba mientras seguía gritando, no tardé en oír voces al otro lado de la puerta, corrí a sentarme en uno de los sofás y me hice un ovillo.

—Tachuela ¿Qué tienes? Casi me das con ese florero, estás loca de remate…— la puerta se abrió y escuché respiraciones aceleradas.

— ¿Alice, amor estás bien?— dijo mi padre alarmado.

— ¿Qué le hiciste Emmett?— escuché al otro hombre.

— ¿Yo? Esta pulgarcita está más loca que una cabra, parece un demonio de Tasmania, está chiflada—al escuchar semejantes cosas chillé más todavía.

— ¡No le pongas sobrenombres! Lo siento hija— dijo papá, ojalá con eso se haya arrepentido, él sabía que no me gustaban los apodos que me ponían y que durante todo el colegio ataqué a cuanto niño me pusiera un sobrenombre.

No era que los odiara, algunos eran incluso muy lindos pero quería que me respetaran.

Mi padre me tomó en sus brazos y me sacó de allí, miré por encima de su hombro para ver que el señor Swan le daba de coscorrones a su hijo, yo sonreí y le saqué la lengua al limpia techos.

Ojalá y nunca se vuelva a cruzar en mi camino ese infeliz.

Mi padre me llevó a su oficina y me sentó al lado de mi hermano, instintivamente me abracé a Edward.

— ¿Qué te pasó hermanita?— preguntó él.

—Me dijo gnomo, pitufina, pigmea, inspectora de suelos, liliputiense, hobbit, pulga, microbia, tachuela…— y rompí a llorar en brazos de mi hermano. Él sabría hacer sentir peor a papá.

—Espero que estés feliz— dijo Edward acurrucándome.

Había empezado la interminable discusión sobre los compromisos. Por años mi hermano se opuso a esto, aún sin conocer a nuestras contrapartes. Él y papá se enfrascaban en complicados razonamientos, mi hermano era bueno defendiendo su posición pero papá siempre salía con que cambiaríamos de opinión en cuanto conociéramos a nuestros novios.

Ahora si Edward tendría razones de peso para contraatacar.

—Esto se salió de control. Ustedes estaban predispuestos contra sus parejas. Te oí Edward. Le dijiste, presumida y vanidosa a Rosalie y tu hermana fue la que armó el alboroto en la oficina de Charlie. Váyanse al hotel y no pongan a su madre en contra mía. Ya hablaremos después.

Salimos de allí lo más rápido que pudimos. Tanto viaje para nada.

—Edward, quiero un helado, por favor— puse carita de corderito, mi hermano no me negaría un heladito.

—Bueno, vamos por allí. Seguro Carlisle demorará con sus socios, tratando de arreglar esto.

0 comentarios:

Publicar un comentario