03 febrero 2013

Cap 23 Jardinero


CAPÍTULO 23

¡QUÉ CULPA TENGO YO DE NO SABER QUE ES LA POBREZA!

Apenas quedé expuesta sentí su dureza atravesando mi piel, Edward se movía magistralmente sobre mí, besando, mordiendo y tocando todo cuanto podía. Mientras salía y entraba de mi cuerpo.
No había otro lugar en el mundo en el que quisiera estar, nada más que entre sus brazos, siendo uno como ahora.
Demasiado pronto mi deseo se vio saciado, pues mis paredes interiores empezaron a temblar y me dejé ir, pero mis brazos se resistían a soltarlo.
Edward también alcanzó su liberación pero esta vez no se preocupó como antes en protegerse.
Cuando quiso salir de mí me aferré más a su espalda, no estaba dispuesta a dejarlo libre.
—No me voy a ir a ningún lado mi amor— limpió mis lagrimas mientras repartía dulces besos en mi cuello.
— ¿Me lo juras?— sollocé.
—Bella, no se debe jurar… te lo prometo. No me iré de tu lado mientras me ames— mordisqueó mi mandíbula, haciendo que mi cuerpo volviera a encenderse. Pero me bastaba con que estuviera conmigo para sentirme completa.
.
—Amor, princesa… Cariño— abrí mis ojos ante esas palabras tan dulces, sonreí a ver a Edward recostado a mi lado. –Bella, debo salir ahora, antes que amanezca— me fijé mejor, tenía una de mis manos aferrada a su camiseta.
—No te vayas— me removí.
—Amor debo salir temprano con tu padre a su oficina, me dijo ayer que hoy tenía una junta a las 8. Regresaré pronto, tal vez podamos salir por allí con el auto y conversemos un poco ¿Si?— me dio un beso suave y lo solté, volví a dormir.
Desperté tarde, me cambié y bajé a desayunar.
Esperaba que Edward llegara en cualquier momento.
Después del medio día vi aparecer el auto y me subí tan rápido que ni tiempo le di de bajarse.
—Ey, ya estoy lista— subí feliz.
— ¿A dónde señorita?— me sonrió mirándome por el retrovisor.
—A donde usted quiera mi capitán— apenas salimos de casa pasé al asiento delantero, no quería estar allí atrás sola. Me pegué a él mientras conducía. Salimos de Forks y tomamos un camino distinto, pronto se terminó el asfalto y seguimos por una carretera sin afirmar.
Edward detuvo el auto cuando se termino el camino.
— ¿Dónde estamos?— pregunté.
—Quiero mostrarte algo— bajé mirando a todos lados… estábamos en el inicio del bosque.
Después de dejar su chaqueta y la gorrita del uniforme en el auto sacó una canasta de la maletera y me dio la mano para seguirlo.
Caminamos casi media hora hasta llegar a un hermoso prado, era diez veces más grande que el mío y con flores preciosas. Caminé soltándome hasta llegar dentro.
—Edward, esto es… hermoso— él me miraba entre la sombras. En el claro el sol parecía más brillante.
—Me alegro que te guste. Encontré este lugar cuando vine a buscar tus flores silvestres— me sonrió.
Edward tendió una manta para que no me ensuciara y nos sentamos. Sacó de su canasta algunas cosas de comer y refrescos.
—Bella— dijo acariciando mi rostro. — Te amo tanto— sus caricias y su cercanía me gustaban. Era feliz a su lado, más que en cualquier otro lugar.
Había caído en mi propio juego, ahora sabía que no lo dejaría ir y eso me asustaba. ¿Hasta dónde podría llegar debido a mi enamoramiento? ¿Y cuánto tiempo podríamos mantenerlo en secreto?
—Yo… también te amo— le dije besando la mano que me acariciaba.
—No tienes idea lo feliz que me hace escucharte decir eso— me besó con tanto sentimiento que creí morir de alegría.
Algo muy fuerte me pasaba con él. Lo sentía, todo mi cuerpo reaccionaba con Edward, mi respiración se hacía más rápida y mi corazón latía más de prisa. Cuando miraba sus ojos podía perder la razón, eran hermosos, y me miraban como nadie más lo hacía.
Lo amaba, nunca antes había amado a nadie con esa fuerza pero me asustaba que pasaría más adelante, yo no quería perderlo pero mi papá tal vez no lo tomaría bien. Y yo quería mucho a Charlie, no tenía nadie más en el mundo.
Y por otro lado, me asustaba el futuro, Edward era muy pobre, apenas tenía el sueldo que ganaba, yo me gastaba eso en una tarde sin mucho remordimiento.
¿Podríamos seguir juntos a pesar de todo eso?
¿Podríamos seguir amándonos sin importar nada más?
¿Por cuánto tiempo?
Nunca antes me había preocupado por nada, mi vida era simple, salir de compras, pasear con amigas, alguna fiesta, leer, mi laptop, el internet, vacaciones en la playa; sin pensar en nadie más que en mí misma. Tal vez parezca una vida vacía, pero era lo que me había tocado vivir y yo era feliz con eso.
—Edward ¿Qué va a pasar ahora?— dije con algo de miedo, me había prometido que no se iría, eso me tranquilizaba un poco.
— ¿Pasar? ¿Qué quieres hacer?— me miró con algo de picardía.
—No te hablo de sexo tonto— le recriminé.
—No te veo solo de esa forma— sonrió. —Para mí eres todo Bella: hermosa, sensual, buena, cariñosa y sobre todo tienes mi corazón— tomó mi mamo y me sentí por primera vez que le correspondía totalmente e incluso entendía lo que sentía. Para mí Edward también era todo eso que decía de mí, incluso lo del corazón. Siempre me sonaron cursis esas palabras pero confieso que me gustaban ahora.
—Lo siento, me sentía en deuda con Félix y lo acepté. Buscaré el modo de terminar…—
—No te voy a pedir que lo hagas, que eso nazca de ti ¿Si? Con saber que me amas es suficiente y aún no sé que hice para merecerlo— se veía tan contento que me hizo sonreír a mi también.
—Debo hacer eso, no es justo para nadie. Mi papá se conformará— bueno mi papi nunca me había obligado a nada, no creo que le moleste mucho.
Estuvimos en aquel prado un par de horas, Edward debía ir a trabajar.
Todo aquella semana nos la pasamos viéndonos así, a escondidas y fuera de la casa, el auto ayudaba mucho, incluso yo descompuse el mío para poder pedirle a papá usar el de la casa y con él a Edward.
No había visto a Félix, pues se me había olvidado los días que venía, yo simplemente estaba viviendo mi propio sueño. Pero debía enfrentar todo de una buena vez, así que le pedí que viniera a verme una tarde.
Busqué que ponerme entre mi ropa nueva, cuando encontré dos blusas de las más finas con quemaduras.
— ¡Ángela!— llamé enfadada.
—Si señorita Bella— llegó corriendo.
—Ángela, mira— le dije mostrándole la ropa.
—Lo siento señorita— se excusó.
—Lo siento no Ángela, ¿cómo pudiste ser tan torpe? ¡Tú sabes planchar!— me quejé.
—Es que yo… no estuve ayer. Anoche me comprometí y pedí la tarde libre a su papá.
— ¿Quién planchó esto?—
—Jessica— dijo temerosa.
—Llámala en seguida… y felicidades por tu compromiso— dije a modo de disculpa, no me gustaba gritarle a la gente pero esas blusas eran muy costosas.
Así que la idiota de Jessica lo había hecho. Me iba a escuchar.
Al rato llegó con su carita de yo no fui.
— ¿Señorita Bella me mandó a llamar?— su voz era servicial pero si pudiera matar con la mirada yo ya estaría muerta.
— ¿Tu planchaste esto?— le mostré las blusas.
—Si señorita, Ángela me dejó la ropa, yo sólo quería ayudar.
—Las has quemado, ¿Qué no sabes leer las instrucciones? Acá dice, usar plancha tibia, "tibia" Jessica, ¿o no sabes leer?— estaba echando humo.
—Yo no sé de esas cosas señorita, yo sé cocinar no de ropa fina— lo decía de la boca para afuera porque no se veía para nada arrepentida.
—No se necesita saber para hacer algo tan insignificante como planchar, hasta yo podría haberlo hecho mejor— solo era cuestión de mirar las instrucciones.
—Pero usted nunca hace nada señorita— la muy estúpida estaba sonriéndome, ¿se estaba burlando?
—Claro que no, porque para eso se les paga babosa. No vuelvas a tocar mi ropa en tu vida ¿me entendiste? Mejor sigue en la cocina que para lo único que sirves es para guisar. Y te voy a descontar esto, ¿me oíste? ¡Vete!— le grité.
Que se había creído, hablarme a mí así. Le diría a papá que despida a esa cocinera bruta.
Ángela llegó a anunciarme que Félix estaba al teléfono, seguramente ya venía en camino.
—Hola Félix, ¿ya vienes?— pregunté.
—Querida Isabella, no podré cumplir contigo hoy. Tengo una emergencia familiar, debo estar en Florencia a primera hora de mañana, estoy en el aeropuerto— se oía preocupado.
—Bueno, me llamas cuando vuelvas— traté de parecer preocupada.
—Si cara mía, te tendré presente todo el tiempo.
Sentí un poco de tranquilidad al saber eso, no me había preparado para terminar con él, al menos no con detalle, tendría que darle alguna explicación.
Sé que no era fácil terminar con un chico, acabar mi relación con Jake había sido difícil sobre todo porque la primera semana me lo encontraba esperándome fuera de cada tienda o restaurante al que iba. Pero Félix era un tipo con buenos modales esperaba que reaccionara mejor.
Bueno en vista que no tenía más que hacer hoy, sabía a dónde podía ir. Papá estaba en Seattle así que bien podía ir un rato a visitar a mi jardinerito. Hacerlo aquí en mi habitación era excitante pero en su casita era erótico, claro luego vendríamos a dormir acá. Ya se me había hecho costumbre acostarme entre sus brazos.
Me puse ropa cómoda y salí a buscarlo. Mis pies se hundieron cuando pasaba por el prado, estaba casi oscuro pero pude ver nuevas plantas. Sonreí, él siempre alegraba y embellecía mi vida.
Antes de llegar a su casa, él salió a recibirme.
—Edward, te extrañé— me arrojé a sus brazos pero no me recibió como esperaba. — ¿Qué tienes?— pregunté.
—Bella, sé que no es mi problema pero… hace rato estaba comiendo en tu casa y escuché a Jessica…
—Esa idiota. Si supieras lo que hizo, ojala pudiera conseguir otra cocinera— murmuré.
— ¿Cómo puede hablar así? Bella… ella está desesperada—
— ¿Por qué te importa tanto?— reclamé
—Necesita el dinero… obviamente tú no sabes lo que eso significa— parecía triste.
— ¡Pero Edward! Lo hizo a propósito la muy estúpida, lo vi en sus ojos, se estaba burlando de mi, además eran prendas costosas— quería que me entendiera.
—Solo es ropa Bella, si la despides ¿Cómo va a ayudar a su familia?— ay mi jardinero de buen corazón.
— ¡Ese no es mi problema!— grite, la muy inteligente cocinera había ido a llorarle justamente a él.
— ¿Por qué no ves más allá de ti?— que rabia, como se le ocurría decirme lo mismo que Emmett.
— ¿Mas allá de mi? ¿Sabes lo que veo? Que te pones de parte de una tonta cocinera en lugar de estar de mi lado—
—No es estar del lado de nadie, es solo… tú no tienes idea de lo que es no tener dinero— suspiró.
— ¿Y es mi culpa acaso? No tuve la suerte de haber nacido pobre para saber eso, pero puedo ver la maldad en la gente y es mujercita es una mentirosa y la voy a echar—
—Tiene hermanitos que cuidar…— casi gritó.
— Ya te vio la cara, seguro vino a que fueras su abogado ¿No? ¿Por qué te tiene tanta confianza?— le grité.
—Yo le dije que eras buena, que comprenderías…
—No soy buena y no comprendo sobre todo porque ella no tiene hermanitos pero ya que tanto la defiendes, no le descuento nada pero se va la semana que viene— dije furiosa.
—¿Cómo puedes reaccionar así?— se veía abatido.
— ¿Cómo puedes ser tú tan tonto de creerle?… yo venía a estar contigo no a escucharte defender a la cocinera— me giré para irme.
Creí que me detendría o me seguiría, pero escuché su puerta cerrarse y me dio tanta rabia. ¡Maldita Jessica!
Antes de trabajar aquí era cocinera en un restaurante latino, yo misma la contraté porque me gustaba su comida y sabía muy bien que sólo tenía a su madre que también trabajaba en una casa porque la recomendé. ¿Cuáles hermanitos?
Mi zapato se hundió otra vez en la tierra y me llené el pie de barro, venía tan fastidiada que pateé una de las plantas hasta sacarla de raíz. Traté de volverla a su lugar pero fue imposible, así que simplemente la dejé a un lado y me fui refunfuñando.

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