14 febrero 2013

Cap 2 Metiches



SEGUNDO METICHE: MI VECINO


BELLA


—Hola Mike, ¿Qué hay?— saludé mi vecino, era un domingo por la mañana.

—Venía a que me ayudes Bells, ya sabes, como siempre no entiendo un ejercicio de matemáticas ¿Crees que podrás?— era la de nunca acabar.

Mike, siempre decía que no entendía las clases, lo extraño era que sacaba mejor calificación que yo.

Él decía que tenía memoria fotográfica y por eso sus exámenes eran siempre perfectos.


—Ok, subamos— desde niños jugábamos en mi habitación o en la suya. Era buen amigo, algo meloso pero siempre estaba allí para mí.

Me preguntaba dónde estaría Edward, hace poco habíamos hablado pero todavía seguíamos abochornados por lo que pasó el año pasado.

Alice me explicó que fue su hermano Emmett el que dejó esas revistas en su habitación. Yo me sentí fatal cuando me enteré.

Lo había llamado pervertido… ¡Qué vergüenza!

Edward siempre me gustó no solo por lo apuesto que era sino por ser tan caballeroso. Él no era de los chicos que andan detrás de las chicas o que solo te miran los pechos.

Él era diferente.

Será por la sangre inglesa que tiene.

—Oye Bella este ejercicio está mal— me corrigió Mike mirando mi cuaderno.

— ¿Sabes? Creo que tú eres mejor que yo en esto. No entiendo porque siempre me pides ayuda si no la necesitas— me quejé.

—Necesito cruzar información Bells, además me gusta visitarte, siempre me haces reír— se levantó y puso una música demasiado romántica para mi gusto.

Sólo oía eso cuando pensaba en Edward.

Seguimos comparando los ejercicios, yo estaba sentada en mi cama y él en la alfombra.

—Uy, este ejercicio sí que no lo pude acabar— me mostró la última parte de la tarea, a mí me parecía escrito en chino, yo ni lo había comenzado.

—No lo entiendo— me quejé.

—No es tan difícil, debes reemplazar las incógnitas por las cantidades que te dan…— dicho y hecho, Mike sabía matemática mejor que ninguno en la clase.

Lo miré desconfiada.

—Ey, es solo razonamiento elemental Bells… ¿Oye esa muñeca es tuya?— miró debajo de mi cama.

No le presté atención y seguí intentando resolver la tarea cuando escuché que tocaban mi puerta.

Parece que mamá estaba algo tímida hoy, usualmente ella entraba sin avisar y sin llamar. Sólo para regañarme del tiradero.

— ¡Está abierto!— grité sin levantar la vista.

— ¿Puedo?— escuché la voz más sensual del mundo.

Oh mi Dios, era Edward.

¡Y yo en estas fachas! Todavía traía mi pantalón de pijama de Pucca.

Lo miré atónita, no tenía tiempo de cambiarme ni nada, ni siquiera de amarrarme las mechas. ¿Ay por qué no me peiné al levantarme?

—Edward…— apenas me salió y creo que me oía desesperada.

¿Si el chico más guapo de la tierra entra en tu habitación de pronto y tú estás zarrapastrosa qué harías?

—Alice me pidió que te trajera esto— me mostró una gorra que no sabía que le había prestado a mi mejor amiga.

Agradecí por dentro, seríamos magníficas hermanas algún día, porque esa gorrita era un buen pretexto para enviar a su dulce y perfecto hermano a mi casa, lástima que no me avisara antes.

Vamos Swan, piensa algo sorprendente que decirle, algo impactante para que se quede, algo para animarlo a continuar la conversación de aquella vez.

—Este… gracias… eres tan amable… — vaya, hablar bajo presión no era mi fuerte.

—Esta algo sucia pero entera, Bells, eres una chica descuidada— escuché gritar a Mike desde debajo de mi cama.

Ay no, se me había olvidado el meloso Mike.

Edward miró hacia el piso y luego su sonrisa desapareció.

—Creo que vuelvo en otro momento— se veía decepcionado.

¡No!

Traté de levantarme rápidamente, ya no me importaba que mis cabellos estén hechos una maraña, ni mi pantalón rojito de Pucca y Garu besándose.

No debía dejar que Edward se fuera así.

Pero al poner un pie en la alfombra pisé a mi vecino y me fui de lengua sobre él.

—Wow, Bells…— miré a Mike que tenía una sonrisota de oreja a oreja. Puse mis manos a los lados de su cabeza y me levanté a duras penas.

Pero la puerta ya estaba cerrada.

Salí corriendo y volví a tropezarme con mis pantuflas.

Para cuando llegué a la puerta de la calle mi madre entraba.

—Hola cariño— me dijo sonriendo.

—Edward ¿Se fue?— pregunté apenada.

—Ah sí, salió hace un par de minutos, parecía apurado— miré a los dos lados de la calle y no lo vi.


¡Maldición! ¿Qué estaría pensando ahora?

¡¡Alice dónde estás!! Me gritaba mentalmente.

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