03 febrero 2013

Cap 18 Jardinero


CAPÍTULO 18

¡NO!


Una mañana me desperté muy temprano, puse el despertador antes de las 7 para salir a ver el trabajo de Edward, sabía que él se levantaba temprano y papá había salido a Seattle.
Efectivamente lo encontré muy concentrado armando mi glorieta.
—Hola guapo— Me acerqué con cuidado y besé su cuello.
—Bella… nos pueden ver— sonrió, sabía que aquel beso lo había excitado, yo estaba más que dispuesta, tantos días de abstinencia me hacían pensar en las más extrañas posiciones.
—No hay nadie, llévame contigo, vamos— me mordí el labio inferior y le hice señas, entendió al instante porque sonrió.
—Estoy trabajando— sonrió.
—Pues yo te tengo un trabajo especial ¿Crees que puedas?
—Será un placer— se levantó y caminamos con rapidez.
—Te extraño— le dije cuando estábamos por llegar a su casita. Me tomó en sus brazos y me besó con toda la pasión que esperaba. Cuantos deseos tenía.
— ¿Quiénes eran esos tipos? Los del otro día— preguntó.
—Un socio de papá y su hijo. Toda la semana he tenido que salir con ellos a comer, a cenar y a reuniones.
—Ya estás aquí, no tienes idea de cuánto te he extrañado— me bajó al lado de la cama. Ya podía sentir lo que se aproximaba y estaba tan deseosa. ¿Algún día podré sentirme así de ansiosa por alguien más? ¿Podré desear a otra persona más de lo que ahora deseo a Edward?
Sus besos acallaron el último de mis pensamientos y me concentré en sentir. Ahora, en este momento, Edward lo era todo.
Sus rápidas manos me quitaron el ligero vestido y suéter que traía puesto, ya estaba húmeda para cuando toqué la cama. Edward todavía traía toda su ropa pero eso se podía arreglar, empecé desabrochar su camisa.
—Dame un minuto— se levantó y me dejó sola antes de taparme con una cobija. Sí que me estaba haciendo esperar.
Casi grité cuando regresó tenía las manos heladas.
—Lo siento, tenía que lavarlas— sonrió metiéndose conmigo en la cobijas. Sentí sus dedos hurgar mi interior, estaban fríos pero exquisitos, contrastaban con mi piel ardiente.
— ¡Edward!— grité cuando sentí uno de sus dedos adentrándose en mí, lo movió en varias direcciones hasta que solté un sonoro gemido. No dejó de moverlo en ese preciso lugar hasta que mi cuerpo empezó a temblar.
Todavía no me recuperaba cuando sentí su masculinidad en mi entrada. Dios mío este hombre era una verdadera tentación.
— ¿Quieres probar algo nuevo?— me susurró aún sin inmiscuirse en mí.
—Sí, lo que quieras— a este paso si me pedía matrimonio lo aceptaría. Bueno estaba muy excitada.
—Date vuelta— abrí los ojos desmesuradamente y casi me ahogo ¿Había oído bien? Madre santa ¿Habría el virginal Edward Masen leído algún libro erótico o visto pornografía? Bueno, eso íbamos a averiguarlo.
Hice lo que me pidió, escuché algunos sonidos típicos del látex del preservativo. A mí se me había olvidado, que iba a andar pensando en esos detalles cuando tenía semejante semental a punto de entrar en mí. Pero agradecía en el fondo que fuera tan precavido.
Levantó mi cintura con una mano y me puso en posición. Pensé que dolería pero estaba tan mojada por mi anterior orgasmo que su miembro resbaló en mí sin ninguna dificultad. La sensación de esa penetración era intensa, mucho más que la forma tradicional, sentía que tocaba mi vientre.
Empezó a moverse suavemente pero fue intensificando poco a poco sus embestidas, empecé a temblar antes de escucharlo gemir de forma animal, creo que vi estrellas. Terminé agotada, jadeante y sudorosa.
Me di vuelta para verlo. Traía una cara de satisfacción que me hizo sonreír. Nos acomodamos un poco para estar muy juntos. Había extrañado todo de él. Sus besos, sus espectaculares formas de hacer el amor pero sobre todo escuchar latir su corazón. Puse mi cabeza en su pecho para sentirme a gusto.
— ¿Estás bien?— preguntó.
—Más que bien. ¿Oye, desde cuando le pides consejos a Emmett?—pregunté juguetonamente.
— ¿Qué?— lo sentí inquietarse. — ¿Él te dijo que…?— solté una ligera carcajada por haberlo descubierto, así que eso se refería el "dios del sexo" cuando me dijo que hablaron cosas de hombres. Deberían hacerlo más seguido si yo me beneficiaba con eso.
—No me dijo nada. Lo adiviné. Edward, te estás volviendo muy pero muy bueno en esto— le di un beso.
—No es mi intensión, sólo quiero complacerte y que seas feliz— me dio un beso tierno. Suspiré y me volví abrazar a su pecho.
—Me haces feliz— susurré antes de dormir otra vez.
.
Desperté a medio día creo. Había una nota a mi lado. "Estoy trabajando princesa, descansa". Sonreí. Siempre era tan lindo.
¿Qué haría hoy? Ah sí, Félix venía a cenar a casa por invitación de papá, no sé para qué si él y el señor Aro se fueron a Seattle. Creo que los viejos nos estaban haciendo "corralito" y querían que intimáramos un poco. No me molestaría recibirlo pero de allí a pasar a otro plano con Félix, tenía mis dudas. Tal vez si Edward no estuviera en mi vida lo tomaría como una opción. Se veía grandote y bien dotado. Pero yo quería que me amaran. Y eso, hasta ahora sólo lo había sentido de Edward. Me gustaba cómo me hacía el amor, como si estuviera haciendo algo sagrado. Aunque el último encuentro fue casi una profanación. En fin. Tenía que arreglarme para recibir a Félix.
Almorcé y me di un largo y delicioso baño. Mañana era el día libre de Jessica, así que desde esta tarde no contaba con ella, menos mal que Ángela iba a ayudarme a servir.
—Señorita Bella, quería pedirle permiso. Mi novio está enfermo y me gustaría ir a verlo— me pidió en la tarde mi mucama. Ay no, me iba a quedar sola y apenas sabía servir un plato.
— ¿Enfermo?
—Sí, ayer se cayó de un andamio y lo operaron esta mañana pero su mamá dice que no reacciona— se veía tan acongojada. Pobre.
—Ve, no te preocupes. ¿Jessica ya se fue?— pregunté a ver si al menos la otra podía ayudarme.
—Si señorita, salió hace un rato— maldición, tendré que experimentar.
—No hay cuidado Ángela yo me encargo de todo ¿Necesitas dinero?— no me respondió pero yo sabía que sí. –Te voy a dar tu paga adelantada, ven— le di 500 dólares por si necesitaba ¿Cómo se sentirían los pobres en una situación así y sin dinero? Me dio escalofríos. Si papá estuviera enfermo y yo no tuviera dinero para curarlo me volvería loca. Afortunadamente yo no sabía qué era eso.
—Gracias Señorita, Dios se lo pague— Ángela salió rápidamente. Ahora sería Bella la anfitriona. A menos que… no le podía pedir a la señora Nora que me ayude, ella era de limpieza y una vieja cascarrabias la verdad.
Además nunca la veía, siempre andaba en algún armario encerrada seguramente.
Subí a alistarme, me puse un vestido ligero pero debajo de la rodilla, tampoco iba a mostrar mis encantos. Qué Félix se los imaginara, porque eso es lo único que conseguiría conmigo.
Ya eran casi las 6, pronto llegaría Félix, bajé a la sala a revisar todo. Seré una niña engreída y no sé hacer nada pero me gusta todo ordenado y limpio.
Escuche la puerta abrirse, me giré sonriente porque el único que podía entrar sin anunciarse con la casa vacía era Edward pero no. Era el guardián de la puerta.
— ¿Se te ofrece algo James?— traía una cara de loco. Bueno siempre me pareció algo perdido ese muchacho.
—Sí. Quisiera jugar un poco— avanzó hacia mí retrocedí y me llevé un gran jarrón.
— ¡Cómo te atreves sal de aquí!— grité furiosa.
—Usted es muy complaciente con el jardinero señorita, me pregunto si también lo puede ser conmigo— ahora yo temblaba como una hoja. ¿Él sabía? ¿Nos había visto?
—Vete James o le diré a mi padre y te vas a quedar sin trabajo— lo amenacé, no me iba a intimidar alguien así.
— ¿Qué diría su padre si se entera? Su hija una, señorita se revuelca como la más perra, en la tierra fangosa. Y nada menos que con el jardinero— sonrió. Entonces sí nos había visto. Debió ser el día de mi cumpleaños.
—Mi padre me cree a mí no a un enfermo mental como tú, no me vas a chantajear James—
—Yo no quiero chantajearla señorita Bella. Yo quiero también un poco de usted— avanzó hacia mí y corrí alrededor de los muebles queriendo llegar a la puerta, si al menos podía salir, gritar y llamar a Edward.
—No va a venir. El jardinerito salió a comprar hace rato— ahora si estaba asustada. Quise correr y pasar por encima del sofá más grande pero mi taco se enredó en la alfombra y caí al piso, rompí la mesita de centro y todos los adornos, incluyendo el teléfono inalámbrico.
Sentí que James me tomaba de un pie, pataleé todo lo que pude rogando que alguno de mis tacos se clavara en sus brazos.
Me zafé y traté de subir las escaleras, otra vez sentí sus manos, ahora en mis piernas.
Los gritos que salían ahogados de mi boca no deberían oírlos cerca y la única que estaba en la casa era la señora de la limpieza y era medio sorda.
Quedé debajo del cuerpo de James que trató de besarme en repetidas ocasiones, cada vez que lograba zafarme un brazo me aprisionaba más.
Levantó mi vestido y sus manos asquerosas me recorrieron.
—Si siques gritando voy a tener que lastimarte. Relájate, sé que te gusta fantasear con los empleados. Vamos Bella, no tiene porque ser rudo, puedo ser suave si quieres. Hasta puedo hacerte gozar más que ese muchachito tonto— grité a todo pulmón cuando sentí que rompía mi ropa interior, lo arañé en dónde pude, lo mordí cuando trató de besarme y me abofeteó pero eso no impidió que siguiera gritando y llorando.
Escuché que bajaba la bragueta de su pantalón y temblé de miedo. Jamás se me ocurrió pensar en algo así, jamás. "No a mí, no a mí" me repetía, intenté patearle sus partes pero un golpe en mi frente hizo que mi cabeza diera contra el escalón superior y me sentí mareada.
No tenía escapatoria, se iba a salir con la suya.
De pronto el peso que sentía sobre mí ya no estaba. "Edward" es todo lo que pensaba.
Pero no, cuando pude enfocar la vista hacia la parte baja de la escalera, vi a Félix golpeando a James, lo levantó como si fuera de trapo y lo estampó contra el piso. Luego llamó a la policía y vino hacia mí.
— ¿Estás bien? Isabella… cara mía, ¿me escuchas?— me tomó en brazos y me levantó del piso. Caminó conmigo en brazos hasta dar con mi habitación y me depositó en la cama.
—Isabella, quédate un momento tengo que arreglar esto— lo tomé de una de las mangas de tu camisa.
—Por favor, no hagas un escándalo— odiaría que esto saliera en algún noticiero.
—No tienes ni que decírmelo preciosa— me dio un beso en la frente, dolió un poco pues allí me habían golpeado. Me recosté y no recuerdo cuando me quedé dormida.

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