03 febrero 2013

Cap 13 Jardinero


CAPÍTULO 13

DETALLES QUE TE HACEN ESPECIAL

Desperté muy temprano, Edward no estaba. Me levanté a husmear, no era que me importara mucho pero quería ver si tenía alguna fotografía por allí.
Saqué un paquete de galletas de su alacena mientras echaba un ojo a todo. Había una maleta debajo de la cama. ¿Le molestaría si reviso? Tal vez, con lo formalito que es. Mejor no.
En su mesita de noche había un libro. "Cartas desde mi Celda" sonaba aburridísimo. ¿Quién leía estas cosas hoy en día?
De todas formas lo abrí para ver de qué iba. Cayó una foto de entre las páginas. Era muy vieja, una mujer castaña con un niño en brazos. Debía ser de Edward y su madre. El niño no tendría más de 2 años, iba vestido con un traje de marinero lindo. Su cabello rubio alborotado le daba un aire tan mono. Estaban en la playa, al lado de un yate. Pero su madre llevaba una ropa rara.
—Buen día Bella— me asustó, no me había dado cuenta cuando entró. Dejé caer la foto.
—Me vas a matar de un ataque— grité, él caminó hacia mí y recogió su fotografía.
—Es la única que tengo con ella— sonrió mirándola.
—Oye eso es Coconut Grove, Florida— le dije señalando el fondo de la foto. Hacía tres años había estado por allí en las vacaciones, cuando papá no estaba tan ocupado como ahora.
—No sabía, nunca me contó que vivimos allí. Bueno ella no hablaba mucho— dijo con tristeza.
— ¿Estaba enferma?— por no decir loca.
—Tenía desordenes mentales. A veces la internaban por sus crisis. Pero cuando estaba lúcida era… muy buena— sonrió. –Te traje fruta— me enseñó un bol, con uvas y manzanas.
—Muero de hambre— dije mientras me sentaba a comer. –Oye ¿quieres acompañarme al cementerio?— pregunté
—Claro que sí. No creo que me echen en falta— parecía complacido. Bueno después de haberlo tratado tan mal ayer, no quería ser grosera nuevamente.
Regresé a casa como si volviera de un paseo, me cambié y salí de con mi auto. Le dije a Edward que me esperara afuera, no quería salir con él de la casa.
Me esperó en el lugar donde antes habíamos trepado, me sorprendí de verlo con una gran bolsa.
— ¿Y eso?— pregunté mirando su tonto equipaje
—Algo sin importancia— fue a la parte trasera y lo puso en la cajuela del auto.
Llegamos al cementerio, estaba todo tal como lo recordaba.
Encontré la tumba de mamá algo descuidada, hacía tiempo que no venía, casi medio año. Algunas flores secas estaban encima del mármol blanco. Las aparté. Edward otra vez estaba con ese paquete ridículo pero no dije nada, no sabía cómo se las arreglaba para verse tan bien a pesar de la ropa vieja y ese bulto que cargaba.
Se sentó conmigo, miró en todas direcciones y sacó lo que traía. Eran brotes de plantas. Algunas ya estaban floreando. Con una pequeña pala empezó a remover la tierra y a plantarlas. Esto era mejor que haber comprado un ramo de rosas, porque estas no se marchitarían. Me quedé en silencio, mirándolo trabajar, estaba muy concentrado en lo que hacía.
— ¿Por qué eres jardinero?— lo acepto era una pregunta estúpida, era huérfano, a qué más podía dedicarse.
—Aprendí jardinería en el orfanato… y mecánica, sé construir y pintar casas, ayudé en la panadería. Son cosas que se aprenden para el futuro— me sonrió.
Qué vergüenza yo apenas sabía hornear galletas. Claro que no necesitaba aprender nada porque… era una chica rica y ¿Para qué me iba a servir un oficio?
—Pareces una navaja suiza— le sonreí. –Estas lleno de sorpresas. ¿Dónde aprendiste a conducir?— recordaba lo bueno que era en eso.
—Fue una época de rebeldía. Cómo a los 16 fui a trabajar a una mecánica de autos finos. Algunos los arreglaban para competencias, me gustaba probarlos, correr un poco, pero el padre Eleazar se enteró de lo que hacía y ya no fui más a ese lugar—
—Ese padre te cuida mucho ¿No? ¿Qué diría si supiera de nosotros?
—Va a llevarse una decepción… él esperaba que yo entre en el seminario este invierno. Pero ya no es posible— me lanzó una mirada algo pícara. Sonreí.
— ¿Por qué? Solo porque ya no eres virgen no quiere decir que no puedas ser sacerdote ¿O sí?
—No es eso. No puedo serlo porque… estoy enamorado— me dio la espalda para terminar de recoger todo pero yo sabía que le avergonzaba confesármelo.
— ¿Edward, dónde está enterrada tu madre?— pregunté interesada porque al igual que yo él también tenía su madre muerta.
—En un cementerio de Port Ángeles— se me ocurrió una brillante idea. Ya que me había acompañado aquí y embellecido la tumba de mamá yo lo llevaría a visitar a la suya.
Cuando salimos tomé la desviación a la autopista y manejé lo más rápido que pude.
— ¿A dónde vamos?— me preguntó sorprendido.
—Quiero ver cosas— le dije.
Conversamos con más fluidez, por fin parecía soltarse conmigo y la verdad yo disfrutaba mucho cuando me contaba de su infancia. La mía había sido aburrida en comparación. Él tenía muchas anécdotas, ese orfanato no era tan malo, dentro de su pobreza habían hecho de él un buen chico.
— ¿Y cuántas novias has tenido?— quería saber su record de conquistas. Si para mí era guapo, imaginaba que para las chicas con menos recursos habría sido la sensación.
— ¿Novias? No… yo nunca he tenido… ninguna— pareció abochornado. Ay chispas, sí que era una corruptora de huérfanos.
— ¿En serio? ¿Ninguna? ¿Alguna amiga especial?
—Tengo muchas amigas pero la que más quiero es Tanya— no sé porque ese nombrecito me cayó bomba. No es que me moleste, él era libre de tirarse a quien quiera, con ese cuerpo y esa cara cualquier mujer caería a sus pies.
— ¿Amiga cariñosa?— pregunté.
—No. Es sólo una amiga. Bueno ella… alguna vez demostró una ligera preferencia por mí… pero yo sólo podía verla como hermana. Todos en el orfanato son mis hermanos— ¿una ligera preferencia? ¿Qué significaba eso? ¿Qué la tipa se le insinuó y él la rechazó? Me llené de orgullo, a mi no me había rechazado. Bueno tampoco es mi mayor logro.
Ya casi llegábamos a Port Ángeles, Edward miró por la ventana y sonrió.
—Estamos cerca del orfanato— dijo contento.
— ¿Quieres que hagamos una parada?—ofrecí.
—No. No les he traído nada y no he anunciado mi visita— entristeció.
— ¿Vienes a verlos seguido?
—Los domingos. Pero hace dos semanas que no vengo— oh claro, desde que dejó de ser un santo. Me reí por dentro.
Seguí manejando sin saber hacia dónde estaba el cementerio.
—Me rindo. ¿Dónde es el cementerio?— pregunté.
— ¿Qué?
—Me acompañaste a ver a mi madre, quiero ver a la tuya— sonreí. Pareció confundido pero luego me indicó el camino.
Era un lugar muy feo. Bajamos y me apegué a él, ese lugar parecía ideal para filmar películas de terror.
— ¿Dónde está su tumba?— pregunté para salir rápido.
—En realidad no es una tumba personal— caminamos tomados de la mano hacia un mausoleo muy viejo. Era una tumba común, había muchos nombres escritos en la entrada.
—Vaya. ¿Cómo se llamaba tu mamá?— pregunté.
—Elizabeth Masen. Aquí está su nombre— me señaló una pared. Bueno allí estaba su madre y al menos unas cien personas más. Me dio escalofríos, tantos cadáveres juntos. No es que fueran a hacernos algo, ya estaban muertos, pero sólo recordar esas películas de terror que veía de niña se me escarapeló el cuerpo. Me abracé a él buscando protección. Me acercó más y besó mi frente.
—Gracias Bella. Hace mucho que no venía— sentí por un momento una extraña conexión a otro nivel. Si decir palabras estábamos allí como si fuéramos uno sólo, compartiendo dos cuerpos distintos.
Eché esas ideas tontas rápidamente, yo no me podía sentir así con él.
— ¿En serio no quieres visitar a tus hermanos?— pregunté una vez más cuando estábamos de regreso a casa.
—Es que no les he traído nada. Los más pequeños se van a decepcionar. Mejor vámonos— yo sabía que sí quería ir allí.
Estacioné en un gran almacén.
—Debo comprar algunas cosas— me bajé de pronto y me siguió.
¿Qué les puede llevar a esos niños? ¿Dulces? Podría ser, no tenían quien los consintiera.
Tomé un carrito y empecé a poner muchos paquetes de galletas, bombones, chocolates, gomitas y cuanta golosina encontré.
— ¿Es para tu fiesta?— preguntó. Ya le había contado que haría una reunión la siguiente semana.
—Algo así— dije para despistarlo. Seguí buscando y tomé bocaditos salados. Me aseguré de comprar un paquete grande de esas galletas que me gustaban comer en su casita. Antes de salir, no sé porque tomé muchas barras de jabón de olor a lavanda, mi favorito. Recordé el jabón de su baño así que ese sería mi regalo personal.
Pagué y salimos. Me estacioné en el lugar que él me había indicado como el orfanato cuando entramos en la ciudad.
— ¿Qué haces?— preguntó mirando nervioso.
—Quiero que visites a tus hermanitos— le sonreí.
—Pero es que… te dije que…
—Tenemos muchos dulces— le señalé la parte trasera del auto. –Edward, mis amigos no comen galletas ni chocolates. Además compré jabones de olor— señalé el paquete que mandé a envolver.
—Bella no debiste...— qué guapo se veía todo despeinado.
— ¿Por qué? Yo no tengo hermanos, ni siquiera de crianza. Anda, llévales eso. Pero no tardes ¿Si?— le di un beso rápido y lo empujé fuera.
—Bella…— me miraba con mucha ternura, sentí raro.
Bueno esa sería mi buena acción del año, apenas me costó 200 dólares, nada comparado con los 2000 que gastaría sólo en el bufete de mi fiesta.
—Anda rápido, tengo hambre, comeremos en el camino de vuelta— lo apuré. Sacó las bolsas y entró a aquel lugar.
Agradecí que no me pidiera entrar con él. No sé si podría mirar aquello sin deprimirme.

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