05 febrero 2013

CAP 11 ENEMIGO PUBLICO


CAPÍTULO 11

LA SUAVE BRISA DE LA LIBERTAD


EDWARD
Habían transcurrido más de tres semanas desde que me arrestaron. Hoy Bella debía estar graduándose. Quisiera estar allí con ella, verla recibiendo su diploma.
Mi preciosa Bella. Pronto estaré contigo, trabajo en ello.
—Masen tienes visita— me anunciaron. Seguramente el obeso abogado que Jenks me había enviado. Parecía un cerdo listo para el matadero. No me interesaba su defensa pero tenía que aprovecharlo.
—Que tal Masen, traigo una hoja de confesión que te envía el fiscal. Vamos a discutir esto. Te están achacando más de 10 muertes ¿Dónde estuviste los meses pasados?— preguntó.
—No voy a firmar nada. Si quieren condenarme que investiguen. Oye necesito que me tramites una petición. Quiero entrar a algún taller, tú sabes, me vuelvo loco en esta celda, solo veo el cielo una hora al día— soltó una carcajada.
—Te van a mandar a la silla eléctrica y tu quieres aprender ¿Mecánica, carpintería?— se burló.
—Se supone que eres mi abogado, deberías ser más positivo. Siempre quise aprender a tallar madera— le sonreí
—Eres un zorro Masen, sin tu confesión el juicio podría durar un año entero. La primera audiencia es en dos semanas, si firmas. Si no, nos iremos a juicio. Va a ser público, muchas cámaras, reporteros. Tienes buena acogida entre la gente. Tramitaré tu petición aunque me parece una pérdida de tiempo— se fue vociferando.
Pérdida de tiempo es esperar el juicio, yo necesitaba estar junto a Bella pronto y tenía una idea de cómo salir de este hoyo.
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Pasaron dos meses hasta que aceptaron mi petición para poder incluirme en un taller.
Pero diablos, no era el que yo quería, pedí mecánica y me enviaron a ebanistería. Algo se podría hacer de todas formas.
Me apliqué en aprender, quería ganarme la confianza del jefe de taller, un tipo duro llamado Kebi.
—Buen trabajo— dijo mirando el cabecero torneado que había terminado.
—Gracias— respondí.
—Tienes habilidades, creo que podría encargarte un pedido de la Jefa del penal. Se trata de un caballito de madera para su hijo. Pero será de una madera muy dura, ella quiere que el juguete le dure para toda la vida.
—Sería un placer— dije sin sonreír.
Un trabajo especial significaba algún tiempo sin supervisión, al menos unas horas sin un guardia a mi lado como siempre.
Regresé a mi celda a planificar bien mi estrategia y a buscar un lugar bueno para esconder algo. Sería difícil porque hasta mi colchón era constantemente cambiado.
— ¡Masen!— era el abogado gordo otra vez. –Oye la primera audiencia es mañana, hay radios que transmitirán en directo. Tenemos que ensayar la defensa, no me has prestado atención todos estos días que he venido a verte—se quejó.
—Está bien. Tienes mi atención—lo miré, era un obeso asqueroso.
—Aleluya. Las primeras preguntas serán a testigos, según los interrogatorios, hay cinco cajeras y dos gerentes que van a atestiguar. Como sabes no hay rehenes vivos, así que la tenemos difícil— sentenció.
—No entiendo que es lo difícil. Si hay testigos es mejor ¿No? Aunque tú no lo creas no fue mi banda la que hizo esos asaltos. Eres mi abogado se supone que debes creerme—le sonreí.
—Lo siento, todo mundo dice que no fue. Jenks me advirtió que eras legal…— soltó una risotada. Le patearía los huevos si no fuese porque necesitaba un abogado para sentarse conmigo en el juicio.
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Al menos 4 radios cubrieron el evento. Llegué con esposas a la sala de la prisión, acondicionada para empezar a juzgarme, no querían sacarme del penal por temor a que me fugara.
Yo sólo me presenté con mi mejor sonrisa, como el más hábil actor de Hollywood jamás di ninguna declaración que pudiera implicarme en nada, jugaba con las preguntas y repuestas.
En la siguiente sesión se presentarían testigos, estaba seguro que eso iría a mi favor, aunque de todas formas no pensaba quedarme a escuchar el veredicto.
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Puse mucho cuidado en el trabajo destinado a la jefa del penal, hice un caballito que parecía vivo, algún día me gustaría hacer un juguete así para mis hijos. Ahora todo sería más difícil, debía ser paciente y planearlo con calma.
Día tras día me apuraba con mis labores, guardando tiempo para tallar el ardid que me sacaría de aquí.
Cuando lo vi, me quedé complacido. Era una perfecta réplica de un revolver magnus calibre 38 solo que en madera. Ahora necesitaba pintura o algo con que hacerlo más real.
Encontré el escondite perfecto para guardar aquel revolver de juguete, dentro del caballito del hijo de la jefa. ¿Quién revisaría dentro? Allí lo escondí por una semana.
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Mi oportunidad se presentó cuando llegó un envío de botas nuevas. Cada uno debía entregar las viejas muy bien lustradas. Aproveché que me dieron un pomo lleno betún y me guardé un poco, en un pequeño papel que luego me pegué al cuerpo. Ya en el taller me dediqué a pintar con mucho cuidado mi arma de madera.
Era perfecta, con una capa de barniz quedó como si fuera real.
Había calculado el momento de las guardias con tanta exactitud, sabía cuál de los guardias siempre se retrasaba dejándome sólo con un policía nuevo en mi sección, me había portado muy bien en mi estadía aquí. Hasta conversaba con alguno de ellos.
La mañana de la tercera audiencia llegó, todo mundo estaba convocado para acondicionar la sala donde se realizaba el proceso, así que si mis cálculos eran correctos Peter el guardia de las 7 de las mañana llegaría retrasado, solo tenía que desarmar a Stefan, anoche había traído escondida entre mi ropa interior mi arma de juguete.
—Ey Stefan ¿Puedes alcanzarme el libro que está en aquel escritorio? Ayer se lo presté al guardia de la noche y no me lo devolvió— le dije echado desde mi litera.
Él apenas se fijó, estaba entretenido leyendo el diario, de forma automática se levantó, tomó el libro y caminó hacia la reja. Apenas lo tuve a mi alcance lo tomé del cuello y le apunté a la sien teniendo cuidado de no tocarlo o notaría la diferencia. Le quité su vara, ya que por órdenes de la jefa no estaba permitido portar armas en mi sección porque me consideraban experto en ellas.
—Lo siento, no es nada personal pero necesito que vayas hacia la puerta y me traigas la llave de la celda— pedí con mucha formalidad.
—Maldición Masen, no vas a poder escapar, Peter está por llegar, hay cientos de policías afuera.
—Me arriesgaré. Sólo tráeme esa llave y podrás volver a casa. No querrás dejar viuda a tu joven esposa— afortunadamente había prestado atención a su conversación la semana pasada, él se había casado hace poco y esperaba su primer bebé.
—Está bien— dijo. Se acercó dudando, lo presioné un poco y me entregó la llave. Primera parte del plan, perfecta.
Lo amarré y tuve que ponerle una mordaza para que no gritara.
Debía ser rápido, Peter estaba por llegar.
Esperé hasta sentir el pomo de la puerta y lo desarmé apenas entró.
—Hola Pit, que te parece si me ayudas a que me abran la siguiente puerta— le sujeté con más fuerza uno de sus brazos a su espalda. Caminamos hasta la puerta de fierro. Tocó tres veces.
— ¿Si?—oí desde el otro lado.
—Abre Brady— dijo Peter.
Inmediatamente le golpeé hasta dejarlo inconsciente, antes que se dieran cuenta del otro lado puse el pie y empujé con tanta fuerza que alguien salió disparado. Inmediatamente apunté a los otros dos con mi arma.
No me quedó otra opción y también los dejé fuera de combate.
Esperé un par de minutos a que despertara el que estaba detrás de la puerta y logré atravesar con él la zona de talleres que conocía al dedillo. Sabía que tras un par de puertas estaba la cochera de la prisión.
Dejé al siguiente guardia también inconsciente, no tenía planeado llevar rehenes, tampoco había tomado ningún arma verdadera. No podía permitirme siquiera soltar un disparo. Al primer ruido era hombre muerto, todo mundo se daría cuenta de la fuga.
Y en caso que fallara mi intento de escape, siempre podría alegar en mi defensa sería que usé un arma de madera, con lo cual, no pensaba dañar a nadie.
Llegué a la parte de la cochera donde arreglaban los autos, me agazapé y caminé lentamente.
Sólo había un hombre, parecía el mecánico.
— ¡Alto!— le dije apuntándole.
—Un fugitivo— trató de correr pero lo detuve.
—Necesito un auto, coopera o te mueres— le apunté a la nuca.
—Tranquilo, ya va. Toma cualquier coche, las llaves están en la oficina— me señaló una pequeña zona alejada.
—Gracias, voy a amarrarte no intentes nada o muy a mi pesar, voy a tener que dispararte— lo amenacé.
— ¿Masen?— preguntó. Lo solté sin dejar de apuntarle. –Sí, eres tú— me sonrió.
— ¿Te conozco?— pregunté preparando la cuerda para amarrarlo.
—La vida da vueltas. Hace dos años estaba metido en la bebida, fue un invierno muy frío, todavía recuerdo la hamburguesa que me diste y ese café caliente, juro que nunca he vuelto a tomar un café tan delicioso— no sabía si confiar o no, lo hice caminar rumbo a la oficina.
—Tranquilo no te voy a delatar. Sé que no eres malo— entró y buscó las llaves, me las lanzó. —Ese auto negro del fondo es nuevo, acabo de afinarlo, es de la jefa. Corre a más de 120 y tiene el tanque lleno. Aquí hay un uniforme de chofer— se giró a buscar entre un grupo de ropas.
— ¿No me mientes verdad?— lo seguí apuntando.
—Claro que no. Les contaré esto a mis nietos. Por cierto, deberás golpearme sino me despedirán y no volveré a conseguir empleo, ya soy viejo— se quejó.
—Claro— levanté mi arma y me detuve. –Lo siento, debo hacerlo manualmente, esta arma es de madera— confesé sonriendo, ese hombre me inspiraba confianza y yo nunca me equivoco al juzgar a alguien.
— ¿De madera?— soltó una carcajada. –Haré que todos los periódicos lo publiquen. Por Dios no puedo esperar a ver los titulares mañana— no lo dejé terminar y lo golpeé, no tan fuerte como para causarle lesiones graves.
Tomé el auto, al encenderlo, sentí los motores ronroneando. Esta máquina era una delicia, ya vería luego la forma de adquirir uno legalmente.
Bajé y abrí la puerta del garaje con mi uniforme puesto. Salí lentamente. Sentí gotas de sudor en mi espalda cuando me acerqué a la puerta.
—Hola— el guardia soltó un silbido. –Pero que auto— lo miraba por todos lados.
—La jefa es la jefa, debo ir por ella, tiene que estar aquí en media hora— improvisé.
—Claro— me abrió las puertas, salí manejando lo más lento que pude para no despertar sospechas, hasta me despedí de él con la mano.
Quería apretar el acelerador hasta el fondo pero me contuve, cerca, en una de las intersecciones me crucé con muchos autos de la prensa, detrás iban varias patrullas.
El semáforo me dio en rojo y tuve que esperar mientras mi corazón saltaba en mi pecho.
Cuando pude avanzar noté que uno de los policías me miraba, el mundo de me vino al piso.
Por suerte lo que estaba admirando era el auto.
Seguí a paso lento hasta las afueras de la ciudad, cuando tomé la autopista llevé al límite al vehículo, sintiendo la suave brisa de la libertad.

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