20 enero 2013

Capitulo 43



CAPÍTULO 43

LOS ABUELOS

EDWARD
Me quedé completamente asombrado.
Aquellos hombres que en un primer momento creí fugitivos o incluso mafiosos, decían ser hermanos de mi padre.
¿Pero cómo?
Los miré atontado, a mi lado Bella avanzó hacia ellos.
— ¿Son hijos de Marie y Anthony?— les dijo sonriendo, mostrándoles la navaja.
—Sí. Mira Cayo, la navaja de mamá. ¡No saben la alegría que les dará verlos!— gritó Marcos.
—¿De qué huían?— preguntó el que llamaban Aro, ahora que lo miraba bien, se parecía un poco a mi padre, no era rubio, debería tener unos treintaitantos años.
—Un quileute nos perseguía— les dije.
— ¿Me vas a decir que sus padres estaban de acuerdo con lo de ustedes? por Dios, un Cullen y una Swan. Esto es mejor que la tradicional acampada aquí— dijo el más entusiasta, Marco.
— ¿Tradicional acampada?— pregunté.
—Cada año por esta temporada venimos a celebrar un año más de la aventura de nuestros padres. Hace 31 años de eso. Ellos al igual que ustedes cayeron por el acantilado, como deben saber si sus padres se lo han contado. Fueron arrastrados por la corriente desde La Push hasta esta bahía y permanecieron en esta cueva por tres días hasta que pudieron salir y alejarse. Ahora viven en Vancouver. Cuando el padre de Charlie murió recién pudimos aventurarnos a venir aquí. Es un gusto conocerlos, sobrinos— nos dijo Aro tendiendo su mano. Se la estreché al igual que a los otros. Bella por su parte se apresuró a abrazarlos.
—Mira Aro, es del mismo tamaño que mamá y sus ojos son muy parecidos— sonreía Marco.
—Edward, permíteme auscultarte en la cabaña, soy médico— dijo Aro sonriendo. –Si, al igual que tu padre, una vez lo vi en un congreso, cuando yo estaba estudiando. Quise acercarme pero tenía miedo. Nuestros padres siempre nos advirtieron de no contactar con nadie, sabemos que Charlie… pues que él todavía no olvida— dijo algo afligido. Bella entristeció.
Nos prepararon de comer, según sus relojes era medio día y la caminata hasta la cabaña duraría al menos una hora.
—Podríamos haberla amueblado pero Aro siempre se opuso—se quejó Cayo mostrándonos la cabaña cuando llegamos.
—Pero cuéntennos ¿Cómo es que ustedes están juntos? tengo tantas preguntas—decía Marcos.
—Nosotros también, quisiera saber de mi abuela— dijo Bella. Aro sacó su maletín y me retiré el suéter, empezó a limpiar mi herida mientras Marco, el más entusiasta, hablaba.
—Bueno ya saben que después de salir de allí se fueron a Canadá. Meses después el padre de Charlie vio a mamá cuando fue a Vancouver, ellos huyeron más al norte a las Islas Victoria, a un lugar muy hermoso pero bastante frío. Allí nació Aro. Papá trabajó en muchas cosas, en restaurantes, de repartidor, hasta que consiguió un puesto en el Royal Bank y se pudieron establecer, un tiempo después fue transferido a Calgary donde nací yo— sonreía.
—Pero antes de que nacieras mamá vino a Forks una vez, extrañaba mucho a Charlie. Papá se puso como loco pero mamá regresó a los días muy triste. Dijo que Charlie no quiso verla, que lo oyó decir que no creía que esté viva, que la prefería muerta. Por eso nunca más lo buscó—dijo Aro.
—Y después nací yo, el más guapo— dijo Marcos rompiendo la tensión. —Y cuando por fin papá fue nombrado director del banco en Vancouver nació Cayo, el menor. Así que vivimos allí. Aro se casó hace tiempo, tiene un pequeño que se llama Carlisle— sonrió y yo también al escuchar la noticia, había otro Carlisle Cullen después de todo. –Yo todavía no tengo hijos pero me casé el año pasado con mi Dydime y Cayo está de novio eterno— dijo volviendo a sonreír.
—Ey, sólo tengo 25 años, aún quiero hacer un doctorado antes de amarrarme, yo no ando desesperado por casarme como tu— le replicó el último, que tenía los cabellos castaño oscuro pero los ojos azules de papá.
—Bueno cuéntennos su historia— presionó Marcos sonriendo.
—Nos conocimos de niños pero mi papá odiaba a Carlisle— dijo Bella.
—Porque no me sorprende – le replicó Marcos, a lo que Aro le lanzó una mirada de reprobación.
—Lo siento, continúa por favor— le dijo a mi esposa.
—Carlisle se fue a vivir a Seattle con Edward y Esme su esposa y recién regresaron este año…— cuando Bella hablaba sus ojos tenían una luz que iluminaba todo, casi ni me di cuenta cuando Aro me colocó unas vendas y me hizo una señal para ayudarle a ponerme un suéter nuevo, seguro de alguno de ellos. Me agradaba que me ofreciera una de sus prendas. Después me colocó un cabestrillo para mantener inmovilizado mi brazo izquierdo.
— Entonces Jake nos tendió una trampa y quiso matarnos en el acantilado, yo empujé a Edward y caímos— terminó ella.
— ¿Entonces no se arrojaron?— preguntó Marco decepcionado.
—No, lo siento, fue torpeza mía— dijo ella.
—Pero si contemplamos la posibilidad, lo habríamos hecho si no nos dejaban otra salida, solo que las cosas se dieron muy rápido— agregue.
— ¿Entonces ustedes son Isabella Marie y Edward Anthony?–decía Marcos feliz –Es extraño, ya quiero que papá y mamá los vean, serán el mejor regalo de aniversario— dijo él.
—Pero no tenemos documentos para ir hasta allá— le corregí.
—No los necesitan, tenemos una avioneta pequeña aquí, en la playa.
—Claro que nos gustaría ir a ver a los abuelos ¿verdad Edward?— preguntó Bella, sonreí ante su entusiasmo, estaba muy contenta y eso me alegraba.
—Si amor, lo que tu digas— dije.
Comimos lo que Marcos preparó. Más comida enlatada. Después nos dirigimos a la orilla para mirar su avioneta, estaba oscureciendo.
—No podemos volar de noche, debemos esperar a mañana, son varias horas de vuelo. Espero que no llueva— dijo Aro.
— ¿No hay forma de comunicarnos con nuestras familias?— pregunté.
—Lo siento, siempre los obligo a dejar sus teléfonos celulares porque se la pasan hablando si los traen— Aro miraba a sus hermanos.
—Y como venimos en avioneta, no traemos coche. Creo que hay un pueblo cerca, nunca hemos ido pero unos campistas el año pasado nos dieron ese dato. De aquí a Forks deben haber por lo menos unos 60 kilómetros y a La Push unos 35. Esa corriente que atraviesa la península es muy rápida.
—Podrán llamar si quieren desde casa, mañana, si salimos al amanecer, llegaremos a medio día— nos animó Marcos.
Nos levantamos temprano y nos preparamos para el viaje, el vuelo fue muy interesante, Marcos piloteaba, me contó que había entrado a la fuerza aérea de Canadá. Sobrevolamos La Push pero no vimos gran cosa. Media hora después empezó a llover.
—Hay tormenta, si se pone peor deberíamos aterrizar por precaución.
Una hora después vimos a lo lejos varios rayos, Marcos no quiso arriesgarnos y descendimos en Bellingham, a sólo hora y media de Vancouver.
La tormenta se hizo más fuerte, apenas aterrizamos traté de llamar pero no había señal, ni siquiera de teléfonos móviles.
—Podemos llamar por radio. ¿Tienen radio en su casa?— preguntó Marcos.
—En casa no, pero la policía de Forks si debe tener— dije pensando de Charlie Swan. Bella no quiso que llamáramos dijo que debía ser personalmente.
Nos quedamos esa noche allí porque no se podía despegar.
—Tan cerca de casa— se quejaba Cayo.
Amaneció lloviendo y no pudimos despegar hasta después del medio día, las líneas telefónicas seguían muertas.
Dos horas después aterrizamos por fin, no nos pidieron documentos al llegar al Vancouver, simplemente bajamos del avión y subimos a un auto con lunas oscuras.
Una hora manejando, llegamos a una enorme casa a las afueras de la ciudad.
Bajamos temerosos, no sabíamos como tomarían esto los abuelos. Nuestros tíos entraron y nos hicieron pasar.
No había nadie, sólo una nota diciendo que habían salido.
—Excelente, tenemos tiempo para prepararles la sorpresa, llama a las chicas para que le traigan ropa a Bella, Edward creo que tu eres de mi talla y mi estilo— dijo Cayo desapareciendo para volver luego con varias prendas.
Nos dieron una habitación para asearnos y prepararnos. Una hora después llegó una mujer rubia muy hermosa, era la esposa de Marcos, tan alegre como él. Le dio a Bella mucha ropa.
Mi esposa se la se la probaba mientras la veía extasiado.
— ¿Crees que me vea bien?— pregunto.
—Créeme que te verías bien hasta con harapos— le dije abrazándola por la espalda, se sentía tan cálida.
—Edward, vamos a conocer a los abuelos ¡Estoy tan entusiasmada!— dijo volviéndose a mí sonriendo.
—Yo también estoy feliz amor. Pero creo que este vestido azul te queda mejor que todo lo demás— le alcancé una pieza que la hacía ver mucho mejor.
Casi oscurecía, me sentía feliz y nervioso, no había llamado a mis padres todavía. Quería que la sorpresa sea mayor, llegar con toda la nueva familia que acababa de encontrar. Sería tan dichoso si pudiera ir a Forks con los abuelos.
Ya habían pasado 7 días desde el accidente y pensaba mucho en mi madre, no me gustaría que esté sufriendo pero Bella y yo habíamos acordado llamarlos después de conocer a los abuelos.
Escuché ruidos en la puerta principal y miré a Bella, ella entendió, tomó mi mano, ambos salimos al recibidor.
Allí estaban nuestros tres tíos de pie en formación, de menor a mayor.
Un hombre alto, de cabello cano estaba al lado de una mujer del tamaño de Bella. Ambos estaban cogidos de la mano y se miraban con cariño. Me imaginaba que así seríamos algún día nosotros, mi Bella y yo.
— ¿Han regresado tan pronto?— preguntó la abuela.
—Es que tuvimos motivos para hacerlo, les tenemos una sorpresa—dijo Marcos
—Chicos, no es necesario, su padre y yo tenemos todo lo que necesitamos, dejen de gastar más dinero comprando cosas— respondió la mujer.
—No compramos nada, esta sorpresa es mejor que todo lo que les podamos comprar— dijo Cayo.
Los tres se hicieron a un lado y los abuelos nos pudieron ver. Después del primer vistazo ambos se miraron mutuamente.
Nos acercamos, Bella me apretó más la mano, estaba nerviosa.
—Mamá, ella es Isabella Marie Swan— dijo Aro muy solemne. La mujer abrió los ojos y se le llenaron de lágrimas. Caminó hasta Bella y la miró más detenidamente.
— ¿Te llamó Marie? ¿Mi Charlie te puso mi nombre también?— dijo sollozando y la abrazó. Bella le correspondió, ambas lloraron por unos minutos sin ser molestadas por nadie, yo también tenía los ojos humedecidos, me alegraba que mi esposa estuviera tan feliz. Después que ellas se desprendieron la mirada de la abuela recayó en mí.
— ¿Y tú eres? –preguntó
—Soy Edward el esposo de Bella— dije acercándome.
—Ah no, no seas así Edward, tu eres la sorpresa de papa— dijo Marcos acercándome más al hombre de cabellos blancos.
—Papá él es Edward Anthony Cullen— le dijo y al hombre se le borró la sonrisa, parecía asustado.
—Eres… eres…
—Es tu nieto papá. Es hijo de Carlisle— agregó Aro.
—Pero, como así…— balbuceó. Dio un paso adelante y me abrazó, le correspondí, sus ojos eran tan serenos como los de mi padre. —Pero ustedes... ¿Cómo es posible?— dijo el abuelo, mirándome y examinando mis facciones.
Aro les narró cómo nos encontraron y de qué modo habíamos caído.
—Entonces ¿Charlie ya supero su odio por Carlisle?— preguntó la abuela.
—Pues… la verdad, creo que después de esto supongo que sí— le dije.
— Él es bueno, es sólo que su padre lo educó de manera muy hostil. Siempre ha sido un buen padre y me ha cuidado bien— agregó Bella.
Las preguntas iban y venían, sabíamos parte de la historia pero ahora nos dieron muchos detalles, nosotros también les contamos la nuestra, lo que vivió cada cual, las costumbres y gustos de mi familia y la de Bella.
Reímos, la abuela lloraba por ratos.
—Bueno ahora que nos reencontramos ¿están listos para volver a Forks?— preguntó Marcos sonriendo.
Los abuelos parecieron dudar, un silencio incómodo nos envolvió. Dydime lo miró molesta.
—Yo estoy lista para volver— dijo la abuela sonriendo.
—Y yo te seguiré a dónde vayas— dijo el abuelo.
—Entonces ya que la tormenta amainó, podemos abordar el primer vuelo de mañana hasta Port Ángeles— dijo Aro que se veía entusiasmado a pesar de ser el más serio de todos.
— Bella y yo no hemos podido llamar a casa para tranquilizarlos, esperaremos entonces— confesé. La abuela me miró asustada.
— ¿Deben pensar que han muerto? Sus padres deben estar destrozados— dijo.
—Lo intentaron mamá, cada momento hasta llegar aquí pero las líneas estaban bloqueadas.
— ¿Exactamente cuánto tiempo llevan desaparecidos?— preguntó el abuelo.
—Una semana— dijo Bella.
—Debemos ir cuanto antes, Aro compra los pasajes para mañana, al amanecer, no quiero que estos chicos estén un día más lejos de casa— dijo la abuela.
—Pero mamá, no tienen documentos, no se lanzaron la acantilado con sus papeles. No pueden salir sin más del país— observó Cayo.
—Pediré la avioneta del banco, tenía planeado ir a Seattle en unos días. Les llamaré enseguida— dijo el abuelo.
Esa noche dormí muy a gusto, estaba tranquilo, sólo esperaba que mi madre se encontrara bien y no haya cometido una locura, mi padre podría soportarlo, pero Esme era más sensible.
Bella y yo observamos el amanecer, el cielo se tornó violáceo, era muy hermoso.
La avioneta salió temprano y en menos de tres horas, sin contratiempos, aterrizamos todos en Port Ángeles.
Éramos muchos, así que rentamos tres autos. Marcos y Dydime fueron con los abuelos, Aro tomó otro para él y su familia, el pequeño Carlisle era muy parecido a mí, salvo por los ojos azules.
Bella y yo fuimos en el primer auto, conducido por Cayo.
Llegamos a Forks y estacionamos a la entrada del pueblo, nos reunimos para deliberar cual sería la mejor forma de presentarnos y en dónde nos reuniríamos con todos.
Decidimos que sería mejor en mi casa, así que primero llamaría allí. Luego Bella debía contactar a Charlie Swan para que se reúna con nosotros en mi casa, esperaba que no se rehusara.
Aro me pasó el teléfono que había comprado al llegar a Port Ángeles.
Respiré hondo, esperaba no asustar a nadie. Y que contestara mi padre.
Sentí timbrar tres veces, temía que no estuvieran en casa. Alguien contestó, oí su respiración.
—Diga—era la voz de Carlisle, tan llena de tristeza.
— ¡Papá!— grité.
— ¿Edward?— oí que su voz quebrada. — ¿Eres tu hijo?
—Papá, estoy bien, espérame en casa, llegaré en unos minutos— le dije para tranquilizarlo.
— ¿Estás aquí? ¿Dónde?— preguntó desesperado.
—En la entrada de Forks, es una larga historia, reúnanse todos, no demoro más de 15 minutos— le dije y colgué.
No quería empezar a responder preguntas por teléfono, quería abrazarlo a él, a mamá, a mis amigos; cómo los había extrañado.
Todos me miraban, Bella sonreía.
—Ahora llamaré a tu padre— dije mirando a mi esposa, ella se mordió el labio inferior y asintió. Tomó el teléfono y marcó un número. Me contestaron de inmediato.
—Delegación de Forks— dijeron.
— ¿Por favor me pasa con el jefe Swan?— dije sin demostrar nerviosismo.
—Lo siento Charlie Swan ya no es el jefe de la policía. Está con licencia temporal. Lo puede encontrar en su casa— me dijo amablemente.
—Gracias— colgué. Bella me miró asustada.
—Tu padre está con licencia, está en tu casa— le dije abrazándola para tranquilizarla.
Le di el teléfono y marcó el número, me lo dio, esperé dos timbradas y contestaron.
—Casa de los Swan— respondió una voz juvenil que reconocí.
— ¿Leah?— pregunté, me daba gusto oírla, no había tenido noticias de ella después de dejarla en el hospital.
— ¿Si? ¿Quién es?— preguntó intrigada.
— ¿Ya no me reconoces? Me siento ofendido, sabía que me odiabas pero no tenía idea de cuánto— le dije en broma.
—Oh por Dios ¿Edward? ¿No estás jugando verdad?— dijo asustada.
—No, llamo para hablar con el padre de Bella, tranquila, estamos bien, es una larga historia. ¿Está Charlie?— pregunté.
—Dame un segundo— oí que gritaba con todas sus fuerzas "tío Charlie" —Oye, creo que está arriba, recién se levantó ayer, estuvo internado desde que ustedes desaparecieron. Acá está Renée te paso con ella— me desconcertó.
— ¿Quién habla?— escuché la voz de la madre de Bella, que extraño
— ¿Renée?— sentí unas manitos quitándome el teléfono. Bella desesperada habló.
— ¿Mamá?— tenía los ojos llenos de lágrimas. —Si mamita, estoy bien, no llores ¿Pueden tú y papá ir a la casa de los Cullen? Estamos cerca. Los más rápido que puedan— ahora sus lágrimas caían, se quedó otro rato oyendo, podía escuchar la voz de Renée chillar en el auricular aunque no entendía nada. —Te contaré todo, me alegra tanto que estés aquí— dijo Bella terminando la conversación.
Me miró con una enorme sonrisa.
—Dice que apenas se enteró vino a Forks estuvo atendiendo a Charlie porque le dio un pre infarto. Ahora vive en casa nuevamente— dijo abrazándome y hundiendo su rostro en mí pecho.
La calmé, todos nos miraban sonriendo pues sabían lo que había pasado entre los padres de Bella.
Volvimos a subir a los autos y manejamos rumbo a casa, estaba muy inquieto pero trataba de no demostrarlo porque Bella estaba más asustada que yo.
Le indiqué a Cayo la entrada, doblamos por el sendero hasta llegar frente a mi hogar.

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