20 enero 2013

Capitulo 3




CAPITULO 3


Odiaba llegar tarde, pero al salir de casa manché mi vestido y tuve que subir a ponerme otro, fue difícil decidir.
Era la fiesta de cumpleaños de Renée, mi madre. Todos se reunirían en casa, estaba demasiado formal lo confieso pero quería impresionar a mamá, creo que era un complejo que no superaba.
Renée siempre había dicho que de sus dos hijas la más hermosa era Rose, eso saltaba a la vista pero tampoco quería sentirme el patito feo.
Tomé un taxi y en 15 minutos estacionaba en frente de mi antigua casa. Mi hermana había cumplido su sueño y vivía al lado. Que práctico. Yo me fui apenas pude, no era mi idea quedarme cerca de mis padres toda la vida.
Bajé del taxi y miré a alguien de espaldas observando la casa.
Nunca superé el miedo a los extraños y me asusté un poco. Traté de caminar lo más despacio posible para que no me notara y poder entrar a casa sin que repare en mí, pero tropecé, mi vestido se enredó con las correas de mis zapatos. ¡Ay, por qué seré tan torpe!
Casi me doy de narices contra el pavimento.
— ¿Se encuentra bien?— preguntó alguien a mi lado.
Esa voz, la reconocería en cualquier parte. Busque sus ojos de inmediato, no podía creerlo, lo había visto en mis sueños tantas veces, era él, en persona ¿Qué hacía aquí?
— ¡Edward!— me emocioné tanto que sin pensarlo me arrojé a sus brazos instintivamente.
—Disculpe… ¿nos conocemos?— preguntó titubeante, si decidirse a abrazarme.
— ¿No me recuerdas? Todavía tengo mi cuerdita para que juguemos a la figuras— le dije al oído, no quería soltarlo.
— ¿Bella?— susurró. Estaba tan feliz de verlo que me abracé más aún.
No me parecía tan alto ahora pero sí seguía siendo el hombre más guapo del mundo, al menos lo era para mí.
—Pero… ¿Cuándo volviste? ¿Cómo has estado? ¿Qué tal África?— apenas lo solté empecé a preguntarle, quería que me contara todo lo que había hecho, cómo antes; que me detallara todo lo que había visto y conocido.
Me miró sorprendido, dio un paso hacia atrás y me evaluó de arriba abajo. Me ruboricé un poco pero no perdí la sonrisa.
—Has crecido— dijo medio asustado.
—Pues sí. Han pasado poco mas de 9 años desde la última vez que nos vimos— le sonreí. –Espero no decepcionarte— no sabía porque pero no quería que se fuera.
Ahora que lo pensaba ¿Sería prudente que entrara conmigo a la fiesta de mi madre? ¿Rose se molestaría? Pero la pregunta más importante… ¿Por qué había venido? ¿Por qué Edward había vuelto después de tantos años? La verdad me golpeó muy fuerte. Edward había regresado a ver a mi hermana. Y ella estaba casada y tenía una hermosa familia. No podía permitir que se vean, no sin antes contarle y pedirle que si aún sentía algo por mi hermana, no pusiera en peligro su hogar.
—No, claro que no Bella, es sólo que… te traje algo y no creo que te sirva ahora—miró un pequeño paquete envuelto en papel de regalo que traía entre sus manos.
— ¿En serio? Vaya, gracias— sonreí. Usualmente no me gustan los regalos ni las sorpresas pero Edward se había acordado de mí, eso en verdad me conmovió. Me lo dio, lo estrujé entre mis manos, se sentía suave.
— ¿Cómo sabias que anduve por África? Me pregunto.
—Te googleé— llevé mi mano a mis labios pero ya lo había dicho, debía sonarle estúpido, sentí una risa calidad y varonil.
— ¿Están celebrando algo en tu casa?— preguntó.
—Sí, es el cumpleaños de mamá— a la que por cierto no le haría gracia que llegara con el ex novio de su hija favorita, pero Edward no debía saber eso.
—Oh, no quería molestar, yo sólo, venía a…— si claro, a ver a mi hermana, no tenía ni que decirlo.
—No molestas Edward, es sólo que… tal vez no sea buena idea entrar ahora. ¿Qué dices si vamos a aquella heladería cerca del cine?— le ofrecí.
—Pensé que venías al compromiso en tu casa— advirtió.
—Renée volverá a cumplir años en 12 meses, pero no sé cuando vuelva a verte— ok eso sonó más que patético pero era la verdad. Él sonrió.
—Bien. Mi auto está cerca— me ofreció su brazo, feliz lo tomé y caminamos. Me abrió la puerta como antes, sólo que esta vez del copiloto. Ya no más ir en el asiento trasero.
— ¿Qué me trajiste?— dije mientras conducía. Miré el paquete sin decidirme a abrirlo.
—Como te dije… tal vez no te agrade ahora— sonrió. Estaba loco ¿Cómo no podría agradarme un regalo suyo?
—Lo abriré cuando tenga mi helado en frente— le dije muy contenta.
Llegamos a la heladería, ahora era más grande, también vendían café y pizzas.
— ¿Lo mismo de siempre?— me preguntó sonriendo.
—A menos que tú hayas cambiado de gustos— le contesté.
—Todavía me encantan las fresas— susurró.
Me fui a sentar esperándolo. Moría por rasgar aquel papel y descubrir el obsequio.
—Su helado señorita— se sentó a mi lado y tuve que hacer todo mi esfuerzo para que el suspiro que pugnaba por salir de mis labios no fuera evidente.
—Gracias. Mmmm, delicioso— dije probando una cucharada.
—Ahora sí. Ábrelo— dijo algo preocupado.
Con cuidado abrí la envoltura. Quería mostrarle que había madurado, ya no era la nena que despedazaba el papel cuando me traían un obsequio de cumpleaños.
Me quedé muda mirando aquella… ¿muñeca? Estaba hecha de telas muy simples, casi podría decir que eran de telar. Pero se parecía mucho a mí. Tenía el mismo vestido azul que yo usaba de niña, el cabello corto y la raya al costado. Y las mejillas estaban teñidas de rojo. Si, era yo.
Miré a Edward anonadada. Me parecía increíble que me trajera una réplica mía desde tan lejos.
—Sé que ya estás grande para jugar a las muñecas, me doy cuenta de ello— me recorrió con la vista. –Pero mandé a hacer una mini Bella para ti, casi desde que llegué a Limpopo es la provincia más al norte de Sudáfrica— parecía que se estaba excusando.
Él me recordaba, incluso allá, en su servicio de médico, me tenía presente. Ese era mi mejor regalo. Y aunque ya no juegue con muñecas, no me separaría de ésta ni para dormir. Bueno no hay que ser tan fanática, podría dejarla por el día en mi habitación mientras iba a trabajar.
— Creo que podría volver a jugar con ellas— le sonreí. –Pero cuéntame, que has estado haciendo tan lejos, ¿estás de paso ahora? ¿Te quedarás mucho tiempo?— las preguntas simplemente salían atropelladas de mi boca.
—Me tomaría un par de días contarte todo lo que me ha pasado. Ha sido sensacional este último viaje, aunque me picó un escorpión por eso regresé antes de tiempo. Y no estoy de paso, me quedaré unos meses para hacer un doctorado sobre enfermedades tropicales— sonrió.
—Pues empieza a contar, tengo mucho tiempo para escucharte— me imaginaba a Edward en alguna aldea remota, con niños de color en sus rodillas mientras él los examinaba. Bueno, tal vez mis pensamientos estaban más guiados por fotos de la pobreza extrema que tanto circulaban en internet.
— ¿Qué hay de ti Bella? Veo que te has convertido en una mujer, muy hermosa por cierto. Debes tener docenas de pretendientes— sonrió.
—Ah mi vida no es interesante, estudié literatura pero trabajo en un periódico chismoso y no hay pretendientes… al menos nadie importante. Quiero que me cuentes de África— le urgí.
—Me alegra oír eso… ¿África? es un lugar hermoso e intimidante, parece que los colores son más intensos allá…—empezó a contarme muchas cosas pero todavía me preguntaba si lo primero que dijo fue por lo de los pretendientes.
Ah, no te hagas ilusiones Bella, es tu amigo, y ex novio de tu hermana. Si viera a Rosalie ahora no creo que opine lo mismo de ti. Ella aún mantenía su figura, sólo que sus pechos y su cola ahora se veían mejor que antes. Y su larga cabellera rubia era inigualable. Sí, yo jamás podría competir con ella.
— ¿Y qué hacía un cardiólogo tan lejos?— le recriminé, jamás había entendido porque se fue tan lejos si la cardiología en este país estaba en su auge, con tanta gente obesa y que comía chatarra era obvio que estemos liderando las estadísticas de infartos.
—La verdad me especialicé en enfermedades tropicales. Cuando estaba en Dallas tuvimos un paciente que llegó con una extraña enfermedad al corazón producto de una picadura de una mamba negra, una serpiente africana, desde entonces no pude evitar interesarme por las enfermedades raras y terminé haciendo una maestría sobre la malaria— solté una carcajada al saber eso. Edward siempre había sido muy curioso, creo que eso teníamos en común.
—Qué bueno que Rose no se quedó a esperarte porque se habría hecho vieja— dije sin querer, él rió conmigo.
— ¿Y cómo está tu hermana?— lo que me temía. Empezó el interrogatorio.
—Bien. Tengo dos preciosos sobrinos, Daniel y Lilian— su rostro no me pareció variar mucho, esperaba ver un gesto de decepción.
— ¿No hay ningún Ralph?— sonrió. También me reí de eso.
—No. Emmett, mi cuñado se opuso a ese nombre, su labrador se llamaba así— ambos rompimos a reír en el acto.
—Me alegro por ella, que bueno que tiene la familia que tanto quería— me miró de modo extraño.
—Edward, no creo que sea prudente que la veas— dije más seria.
— ¿A quién?— preguntó confundido.
—A Rosalie. Sé que lo de ustedes terminó hace mucho pero ella es muy feliz, te vi mirando hacia la casa y parecías muy interesado en verla…— quise seguir hablando pero él tomó mi mano y me estremecí.
—No vine a ver a Rosalie, Bella— sus ojos me parecieron de un color verde oscuro, que extraño.
— ¿No?— pregunté muy extrañada y algo ruborizada por el contacto.
—No. Quería ver a la amiga más sincera que he tenido— sonrió, ahora si me terminó de confundir. ¿A quien buscaba en casa?
—Todos estos años estudiando y viajando tanto, no he podido tener amigos de verdad, al menos ninguno como tú— dejé de respirar al oír tales palabras. Ni en mis más locas fantasías hubiera podido imaginarme lo que se sentiría oírlo hablar de esa forma.
Pero había dicho "amiga sincera". No te confundas Bella, él te ve como amiga. Será mejor que no deje a mi corazón seguir bombeando como loco.
—Te extrañé Edward. Siempre me preguntaba donde estarías— confesé sin poder evitar que mis mejillas se calentaran.

¡Ay! ¿Por qué seré tan emocional?

0 comentarios:

Publicar un comentario