14 enero 2013

Capítulo 22




CAPITULO 22

EDWARD 

Me quedé petrificado "donde descansan eternamente".

No. Bella no pudo haber… ella no…

Salí veloz, no me importaba si me veían o me escuchaban. Sentí la lluvia empaparme. Todavía tenía aquel papel aferrado a mis manos.
¿Qué es lo que había pasado? No comprendía, no quería aceptar nada aún. Mi mente era un hervidero de ideas.
Me tomó 3 minutos llegar allí. Al cementerio de Forks.
Pasé mi vista por todas las tumbas, me detuve una milésima de segundo en nombres conocidos. Newton, Stanley…
Swan. La vi. En el extremo sur, alejada de todas las demás estaba una lápida de mármol blanco.
Llegué frente a ella.
Isabella Marie Swan.
Caí de rodillas. Bella, mi Bella. No podía ser. ¡No!.
¿Cuándo había pasado esto? ¿Después de tener a su hija? ¿Esa mujer era la nueva esposa de John?
Había vivido muy poco tiempo. Aquellas imágenes que formé a través de sus cartas me llegaron de golpe, el colegio, los lobos, la universidad, la casa de los Masen, el ataque, los viajes, su boda, sus hijos.
Me acerque temblando. Toqué el frío mármol, debajo del cual yacía la persona que más amaba.
Jamás diría que la amé eso sería una mentira. La amaría por toda la eternidad.
¿Por qué no regresé antes? Desde cuando...cuanto tiempo hacía desde que ella….
Recorrí con mis dedos sobre su nombre: Isabella Marie Swan
"Las lagrimas más tristes que se lloran sobre las tumbas son por las palabras que nunca se dijeron"
1988—2008
¿Qué? 2008 ¿Sólo 20 años?
No comprendía. Debía haber un error aquí. Ella vivió más, por lo menos unos 15 años más.
"las palabras que nunca se dijeron…"
"Si no me amas. ¿Por qué has vuelto?..."
No entendía nada, quería llorar, quería gritar.
"Si no me amas. ¿Por qué has vuelto?..."
Ya no importaba nada, ella no existía. ¿Por qué volví?
Quise hablar pero no podía articular palabra, sólo estaba allí de rodillas frente a esa tumba. ¿Qué le podía decir?
Sólo una palabra salió de mi boca.
"Perdóname"
Seguí allí sin poder hacer nada ya.
"Si no me amas. ¿Por qué has vuelto? Dímelo mirándome de frente"
No podía apartar esa frase de mi cabeza.
— Te amo, te amo, claro que te amo. ¿Cómo pudiste creer que no te amaba? Siempre te he querido y siempre te querré. Cada segundo de los que estuve lejos pensé en ti, viendo tu rostro en mi mente. Cuando te dije que no te quería… ésa fue la más negra de las blasfemias— casi grité, sintiendo que las gotas de lluvia mojaban mi espalda.
— Eso era lo que necesitaba oír—una voz me inundó. Se parecía a la de Bella pero era muy lejana como si me hablara desde el cielo.
¿Es que ahora la podía escuchar? ¿Acaso un muerto como yo podía tener alucinaciones?
No podía apartarme de la tumba, mis manos se aferraban a ella, mis ojos estaban cerrados.
— Edward— la oí otra vez.
Ella me llamaba. Mi precioso ángel.
¿Cómo yo podría siquiera pretender mirar al cielo? Quizás si me quedaba un poco más aquí, podría oírla otra vez.
Ya no tenía un lugar a dónde ir. Ya no pertenecía a nadie.
No sé cuánto tiempo pasó, no sentía el golpetear de gotas en mi cuerpo. La lluvia había cesado. Sentí una leve brisa y un perfume llegó a mis sentidos. Me impactó como la primera vez, pero no sentí el sabor de la ponzoña.
Era su aroma, no el olor de su sangre, sino su esencia.
Abrí los ojos y levanté la vista muy despacio.
Frente a mí la más hermosa aparición de todas me llenó los ojos.
Bella, mi Bella.
Parecía un fantasma, pálida y hermosa. Su larga cabellera estaba suelta y ondeaba con el viento. Llevaba puesto un corto vestido blanco.
Las sensaciones me golpearon, todas juntas: dolor, angustia, miedo, amor. Sentí que no podía respirar.
Me tendió una mano. Creí que desaparecería si la tocaba.
Y entonces sonrió.
¿Una sonrisa? ¿Qué era lo que pasaba?
Ella no era exactamente como recordaba, se parecía mucho a mi, pálida, con unas ojeras violáceas debajo de sus bellos ojos dorados. Su corazón no latía. Su sangre no fluía. Pero me sonreía.
Me obligué a ponerme de pie muy lento. Me aparté de la tumba y di dos pasos hacia ella que me esperaba con la mano todavía extendida.
No alcanzaba a comprender, mi mente se negaba a aceptar pero ya no me importaba nada más que la preciosa visión que tenía frente a mí.
No me importó siquiera que desapareciera, sin pensarlo dos veces corrí y la tomé entre mis brazos. Sentí el olor de su cabello, su piel suave y cálida. Si esto era una alucinación yo no quería volver más a la realidad, podría pasar el resto de mi existencia así.
Vi su rostro, tan hermoso ¿Qué era ella?
— Volviste— me dijo.
— Pero yo… tu… ¿por qué? ¿Qué es lo que te pasó?— apenas pude balbucear.

Sonrió y su sonrisa llenó mi vida nuevamente.

Recompuso en un solo segundo los trozos de mi alma que estaban rotos por más de 20 años.

No me contuve más y la besé. Quería aspirar su aroma, quería sentirla más cerca. Primero suavemente y luego con furia. Sentí nuevamente el dolor de esta media vida que inició el día que me fui, pero ahora ella estaba aquí conmigo.
Me correspondió, sus brazos en mi cuello, sus manos entre mis cabellos, igual que antes. Me separé de ella y la tomé entre mis brazos, seguía siendo ligera como una pluma. Y corrí como nunca antes. Sentía la brisa en mi rostro y por primera vez en 20 años sonreí de felicidad. Sus cabellos volaban al viento, sus brazos no me soltaban.
Llegué al claro del bosque, a ese prado dónde una vez pude confesarle lo que sentía.
La deposité en la hierba, era una visión etérea.
Ella entre aquellas flores violetas y amarillas mirándome con aquel vestido blanco.
Teníamos tanto que decirnos, tenía tanto que explicar y yo sólo podía mirarla ya no sentía temor de nada, el mundo podía acabarse en ese instante y no me habría importado.
Ella estaba allí frente a mí, la había recuperado y las dudas, las preguntas no me importaban más, ni como había sucedido esta maravilla. Sólo estábamos ella y yo, como siempre debió haber sido, como siempre sería de ahora en adelante.
Bella era como yo, éramos uno entonces y no nos separaríamos más.

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