12 enero 2013

Capítulo 22




CAPÍTULO 22

ATAQUE FINAL

Había pasado una semana desde que volvimos de la ciudad, ya se habían llevado más de la mitad de los muebles, el Juez Masen había insistido en dejar muchas cosas aquí por si acaso.
Edward cada vez estaba mejor, recordaba casi todo con claridad, lo único que no podía esclarecer era que estuvo haciendo cuando sufrió el accidente.
—Hola princesa, acompáñame a dar un paseo con Pegaso— tomó mi mano y me llevó a la caballeriza. Su caballo nos saludó feliz. Montamos y en poco tiempo ya estábamos corriendo libremente por el campo.
— ¿No te gustaría ir a la escuela a despedirte de nuestros amigos?— pregunté.
—No. Iré a despedirme de los maestros la otra semana. Emmett y Alice se irán con nosotros, Jasper y Rosalie se van dos días después. Tú eras la única razón por la que iba feliz a la escuela. ¿No me dirás que quieres despedirte de Mike?— se burló.
—Claro que no— le dije golpeando su pecho.
—Entonces no iremos más, no soportaría que Jessica te ofenda— me abrazó con una mano.
—Para Edward, por favor— grité al ver una venta de animales a las afueras del pueblo, un tipo de lo más extraño estaba al lado de ellos.
— ¿Qué pasa Bella?— se detuvo alarmado. Bajamos y corrí a ver a los animales.
—Esa es Cecilia mi vaca, mi oveja Blanquita, Pili y Mili, mis gallinas y Pepe, mi gallo. ¿Por qué están aquí siendo vendidos en pleno camino?
—Seguro tu madrastra necesitaba dinero.
—Quiero asegurarme que irán a un buen lugar, por favor— le rogué.
—Está bien. Espera— dijo sacando algo de su cintura. Caminamos hasta el tipo que los estaba vendiendo, era muy intimidante y sucio.
— ¿Cuánto por la oveja?— preguntó Edward.
— 5 dólares— pidió él. Sabía que era un precio alto por una oveja.
—Te doy 15 por todos juntos— le regateó.
—La vaca sola cuesta eso— nos gruñó el hombre.
—Bueno entonces espero que te vaya bien, aunque creo que lloverá— Edward parecía todo un experto en el arte del regateo yo jamás pude regatear ni unas cebollas en el mercado.
—Hecho, pero te los llevas tu mismo, no pienso írtelos a dejar— le replicó el hombre.
—Ok me los llevo— Sacó varias monedas de una bolsa y se los entregó. El hombre los contó, los echó a su alforja y se marchó por el camino, ni siquiera agradeció ni nos miró.
—Edward, no tenías que gastar tanto—él sonreía complacido.
—Querubín necesita a su mamá, no podemos llevarlo a Chicago, las gallinas pueden ir al corral de la casa, ya sabes que Hanna se quedará un tiempo. Pero la vaca si debemos venderla— dijo mirándola.
—Me acerqué a acariciar a mis animales, los había visto nacer a todos ellos. Eran parte de mi vida, habían compartido conmigo los momentos difíciles también. Me reconocieron, Cecilia me lamió la cara, Blanquita se acurrucó en mí.
—Bueno manada, debemos volver a casa— dijo él llamándolos a todos, era divertido ver cómo lo seguían. Cerca de la entrada del pueblo Edward se quedó pensando.
— ¿Pasa algo?— pregunté.
—Trato de imaginar que me dirá mamá cuando me vea llegar con una vaca. Bueno caminemos— dijo preocupado.
—Edward, esperemos un poco, pasan algunas carretas por aquí podemos ofrecerla a buen precio a personas buenas.
—Está bien pero si dudan por el precio podríamos darla en custodia o regalarla, no creo que a mi padre le haga mucha gracia la vaquita— sonrió.
Esperamos un rato, pasaron algunas carretas pero no eran personas muy amables, se quedaron mirándonos y hablaban de nosotros casi en nuestra presencia.
—No me había dado cuenta de lo chismosos que son— dijo Edward poniendo mala cara. Entonces vi que por el camino venían Billy, Jacob y Rebeca, una de las gemelas.
—Bella, ¿Qué haces con tantos animales?— preguntó Billy. Jacob nos miró y soltó una risotada que hizo que Edward gruñera pero sólo yo lo oí.
—Hola Billy, trato de vender mi vaca, quiero dejarla con buenas personas— le dije sonriendo.
—Papá, yo necesito leche para mis dulces, cómprala por favor— dijo su hija, quien desde muy niña era aficionada a hacer postres.
— ¿Cuánto quieres por ella Bella? Preguntó, yo miré a Edward que sólo se encogió de hombros, estaba incómodo.
—Lo que me ofrezcas estará bien Billy— se la hubiera regalado con gusto a Rebeca pero quería que Edward recuperara parte de su dinero.
—Todo lo que tengo son 12 dólares y tendré que volver a casa sin comprar nada hoy pero nos las arreglaremos con unas patatas y sopa. ¿Qué dices?— preguntó.
—Hecho. Su nombre es Cecilia y es muy tranquila, le gusta lamer sal y el pasto fresco— le di la soga a la que iba atada. Me entregó el dinero. Acaricié a mi vaca por última vez y le susurré un adiós.
— ¿Te vas Bella?— preguntó Jake.
—Si, en 10 días me iré a Chicago con los Masen— le dije feliz.
— ¿Pero si tu padre regresa?, deberías quedarte. Si no puedes vivir en tu casa con tu madrastra, podrías quedarte con nosotros— dijo él.
—Sería excelente— dijo Rebeca –Bella es muy buena cocinando.
—Gracias por todo. Pero debemos irnos ya— dijo Edward, su voz se oía fastidiada.
—Muchas gracias por ofrecerme su casa, son muy amables pero ya me decidí. Cuiden bien de Cecilia. Adiós Billy, Jake, Rebeca— también se despidieron y regresaron por el camino.
—Edward, espérame— grité, él estaba caminando ya hacia el pueblo, llevándose a Blanquita con él. Corrí a alcanzarlo.
—Disculpa, es que no te imagino viviendo con ellos— me dijo muy serio.
—Vamos, no me gustaría vivir con nadie más que contigo… quiero decir, con ustedes, tus padres y Alice— me sonrojé mucho Edward sonrió y seguimos caminando, acomodamos a los animales y entramos a casa.
— ¿Niños dónde han estado?— nos llamó la señora Elizabeth.
—Nos entretuvimos por allí, salvando animales— le dije sonriendo.
—Vayan a cambiarse, Edward tu padre deja el puesto de Juez hoy, habrá una ceremonia dónde le darán algo en reconocimiento por el tiempo que trabajó aquí. El nuevo Juez juramentará. También habrá un brindis. Debemos estar allí temprano. Bella, Alice tiene tu vestido listo— fuimos a comer y nos cambiamos.
El juez Masen recibió un recuerdo del pueblo, todos lo querían mucho, era un hombre justo y nunca se aprovechó de su cargo.
El nuevo juez parecía muy vanidoso y descarado. Miraba a Rosalie de una forma poco adecuada, su padre se dio cuenta y se retiraron temprano.
—Ahora ya no soy Juez, sólo soy Anthony— le oí decir al padre de Edward mientras conversaba con su esposa.
—Pero mira a quien tenemos aquí, nada más y nada menos que a la Cenicienta— la voz envenenada de Jessica me causó temor.
—Hola Jessica— saludé, no tenía cerca de Edward en ese momento ya que había ido a buscar agua para mí.
— ¿Tus sueños se hacen realidad?— me desafió.
—No quiero pelear contigo por favor— quise irme de allí, no quería caer en su juego y hacer una escenita. Era una recepción en honor al padre de Edward.
—Tan segura de tu suerte. Del plato a la boca se cae la sopa. No lo olvides— me miró con mucho odio, si hubiera podido me habría matado aquí mismo.
Me preocupé mucho por lo que dijo, eso quería decir que aún debía esperar algún ataque de ellas.
Regresamos pronto a casa, yo seguía aún un poco preocupada. No saldría de casa muy lejos ahora, no quería ponerme en peligro.
Los días fueron pasando lentos, rezaba cada noche para poder irme sin ningún problema. Sólo faltaban 3 días para la fiesta, me había despertado temprano y fui a recoger huevos para ayudarle a Hanna a preparar el desayuno, no tenía porque hacerlo, ya me lo habían dicho pero necesitaba sentirme útil para olvidarme de esas dos.
Llamaron a la puerta muy fuerte. Quise salir abrir pero Alice me ganó. Me asomé para ver de qué se trataba.
—Firme aquí por favor— dijo el mensajero.
— ¿Claro, es algo judicial?— preguntó ella.
—Sí, soy el nuevo ayudante del juez, la señora Swan ha demandado al señor Masen por retener a una menor de edad, debe presentarse hoy al juzgado, con la menor en cuestión— empecé a temblar.
—Gracias— Alice se quedó detrás de la puerta mirando aquel papel. Lentamente subió las escaleras. Esperé a que la noticia fuera recibida.
— ¿Qué? Esa mujer está loca— gritó la señora Elizabeth unos minutos después.
— ¿Demandarme a mí?— su esposo bajaba las escaleras muy molesto, Edward iba detrás de él.
—No le entregaremos a Bella, si es posible nos iremos hoy mismo— decía él.
Todos se detuvieron al pie de la escalera mirándome, yo agradecía mucho esto pero no quería causarles problemas.
—Tal vez, yo deba…
—Eres parte de nuestra familia ahora— dijo Edward.
—Y nosotros protegemos a nuestra familia— dijo su padre detrás de él. Corrí a refugiarme en brazos de la señora Elizabeth, era lo más cercano a una madre que conocía, ella me acogió con cariño y me calmó con palabras dulces.
Los vi salir una hora después. Edward se quedó conmigo. Esperamos dos horas más, él trataba de distraerme todo el tiempo pero cuando me hablaba de lo que haríamos en Chicago me ponía nerviosa, estar tan cerca de la libertad y verte acorralada es frustrante.
Llamaron a la puerta y corrí a abrir pensando que eran los padres de Edward.
Grave error, eran dos policías uniformados, de aquellos que sólo se ven en la ciudad y rara vez en este pequeño pueblo.
— ¿Isabella Swan?— preguntaron, apenas asentí. Me tomaron uno de cada brazo. Edward llegó a mi lado y trató de apartarlos.
—Aléjese jovencito, tenemos órdenes del juez de sacar de esta casa a la rehén—dijo uno de ellos.
— ¿Qué rehén?— grité furiosa tratando de soltarme.
—Su madre interpuso la demanda para recuperarla, sólo hacemos nuestro trabajo— dijo el otro llevando una de sus manos a su arma cuando vio que Edward no le hacía caso.
—Está bien, voy voluntariamente. Edward quédate por favor— le rogué.
—Bella, no. Déjame ir contigo— podía ver lo mucho que le dolía todo esto.
—Sólo tranquilízate y no hagas nada— lo miré muy seria, él se recompuso y salimos en silencio de la casa.
Al llegar al juzgado me di con la sorpresa que había dos policías más uno a cada lado de los padres de Edward.
—Esto es un abuso de autoridad, no tiene derecho a detenernos— decía el señor Masen.
—Lo siento Masen pero la ley es la ley y usted debería saberlo bien. La señora Swan ha venido desesperada a mí para recuperar a su hija, usted tiene en su poder a esta muchacha hace más de dos semanas, es intolerable que no quiera devolverla y se haya aprovechado su cargo para perjudicar de esa viuda— decía el nuevo juez. —Veo que aquí la traen, por favor quiero conocer a esta jovencita.
Me sentaron a su lado los padres de Edward estaban furiosos.
— ¿Eres Isabella no es verdad?— me miro fingiendo una sonrisa aquel tipo.
—Si— dije mirándolo fijamente.
— ¿Me podrías explicar porque has huido de casa dejando a tu madre tan triste?—
—No huí de casa, me fui porque la última vez que estuve allí me encerraron por dos días en el establo, el leñador y su hijo pueden dar fe de lo que digo, ellos me rescataron— me quejé
—Te encerraron dos días ¿hiciste algo malo?— preguntó.
—No lo creo— dije muy seria.
—Jessica y tu pelearon y tuve que separarlas, las encerré a las dos en cuartos separados, era lógico que necesitaban disciplina— oí la voz nasal de mi madrastra detrás de mí.
— ¿Amanda porqué me has demandado? acordamos que me llevaría a Bella conmigo hace unos días— le increpó el señor Masen.
—No fue así, me ordenaste que te la cediera, yo tuve miedo porque eras juez. Pero ahora que tenemos a alguien imparcial que no se dejará llevar por influencias ¿verdad juez Smith?— fingía, siempre fingía, su tono cambiaba y parecía una mujer desprotegida y sola a la que había que ayudar. ¡Qué falsa era!
—Claro que sí señora Swan tenga la seguridad que su caso está siendo tratado de forma justa. Ahora que ya está la niña en cuestión presente, es mi deseo que permanezca en su casa, la custodia la tiene su madre, madrastra en este caso y no debe estar con otras personas. Esto ya está resuelto. Tenemos también una demanda por robo, esto es más grave.
— ¿Robo?—preguntó la señora Elizabeth.
—Si en contra de su hijo Edward Masen, imagino que es este jovencito tan serio— dijo mirándolo.
— ¿Qué se supone que robé?— dijo él.
—Animales del establo de la señora Swan. Una vaca, una oveja y algunas gallinas—dijo el juez mirando sus papeles.
—Esos animales los compré a un tipo en el camino— dijo el calmado.
—Eso es mentira, mi nuevo capataz, está afuera y puede atestiguar— dijo mi madrastra. Esperamos y vimos entrar al mismo hombre que nos vendió los animales en la carretera. Lo había planeado todo, esta vez nos tenía en sus manos.
—Sr. Williams, sostiene usted que este jovencito fue el que vio la mañana de ayer hurtando esos animales en el establo de la señora Swan— preguntó el juez.
—Sí señor, fue él— dijo el hombre muy suelto de huesos, tan malvado como esa mujer que nos acusaba.
— ¿Señora Swan que es lo que demanda?— le preguntó el juez.
—Sólo quiero que me devuelvan a Isabella y si los animales han sido vendidos sólo una indemnización. Comprendo que fue por influencia de Isabella que Edward actuó así. No lo culpo— dijo ella reprimiendo sus lágrimas de cocodrilo.
—Yo no me robé nada, Bella jamás me pediría algo así. Usted es una mujer malvada que sólo quiere verla sufrir— se defendió Edward.
—Tranquilo jovencito que la señora está siendo comprensiva, el hurto es un grave delito, menor de edad o no te pondré un par de días en prisión si no te callas— le gritó el juez.
—Usted no puede probar que los robó— dijo el padre de Edward.
—Hay testigos que lo vieron llevándose los animales por el camino Masen. Entiendo que tal vez están pasando un periodo de rebeldía adolescente, debería ser más rígido con su hijo. Ahora solo nos queda ver lo de la indemnización y puesto que esos animales eran casi todo el sustento para esta mujer sola, con dos niñas, serán 50 dólares. Y por favor no quiero saber que otra vez te escapas Isabella. Regresarás con tu madre a tu casa. Escóltenlas por favor— dos de los cuatro policías se acercaron a nosotras. Edward fue contenido por su padre.
—Gracias señor juez ya no tenía fe en la justicia— dijo mi madrastra fingiendo llorar.
—Descuide señora Swan estamos para ayudar a quien lo necesite, puede irse, le haré llegar su dinero pronto. Isabella una jovencita educada debe obedecer siempre, es por tu bien. Cuando te cases y tengas una familia se lo agradecerás a tu madre. Adiós— eso era todo, me llevarían otra vez de vuelta con ellas, podía ir por mi voluntad o por la fuerza.
No quería que Edward me viera llorar ni sus padres tampoco. Me giré para despedirme pero no me dejaron acercarme.
—Lo olvidaba, le concederé también resguardo policial hasta que la familia Masen abandone este pueblo como lo solicitó— dijo el juez, ahora si todo estaba claro, mi madrastra había hecho una jugada magistral, ni siquiera me permitirían despedirme de ellos, ni verlos antes de partir.
Los vi por última vez, la señora Elizabeth lloraba de impotencia y su esposo tenía agarrado a Edward para que no cometiera una locura.
Salí lentamente y me subí a la carreta, mi madrastra tenía una sonrisa de triunfo y yo estaba deshecha. No me quedaba nada, nada.

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