20 enero 2013

Cap 2 Valkiria



CAPITULO 2

LA ESTRELLA

BELLA
— ¿Bella?— escuché la voz melodiosa de Alice, que venía dando suaves saltos. Su caminar parecía el de una hoja al viento. Era lo único que le envidiaba, yo tenía fuerza pero lamentablemente mi agilidad y destreza no eran muy buenas cuando no estaba luchando. A veces podía caerme y tropezar si no me concentraba en lo que hacía.
— ¿Alguna novedad? ¿Regresó Emmett de Sajonia?— le pregunté. Mi general de batalla era el único hombre que toleraba cerca de mí. Por su carácter juguetón y su sonrisa traviesa. Parecía un niño salvo cuando peleaba.
—No. Pero el embajador de Burgundia está aquí— me dijo algo confundida.
— ¿Declaratoria de guerra?— me levante furiosa del muro donde me hallaba sentada. Ella sonrió pícaramente.
—Declaratoria si pero no de guerra. Baja rápido que no me lo quiero perder— salió corriendo.
¿De qué me valía que pudiera ver trozos del futuro si sólo me decía lo que le daba la gana? Sonreí. Nunca me podría molestar con mi única amiga.
Bajé con cuidado y llegué al gran salón dónde un hombre alto y rubio me esperaba.
—Buen día reina de reinas— se inclinó. Apenas lo miré, me distraje observando por una ventana, indiferente a su presencia.
—Soy Peter, embajador y mejor amigo del rey Jasper de Burgundia— se presentó.
No me impactó ni un poco, había oído hablar del tal rey Jasper, uno de tantos reyes de las costas.
—Mi señor me envía con una gran misión. Tengo el honor de portar una petición real de matrimonio— me giré a ver como aquel hombrecillo insignificante sonreía como si me trajera una buena noticia. Crucé la habitación furiosa y lo levanté de las solapas de su traje fino con una sola mano.
—Pues dile a tu rey que tenga el valor de venir ante mí y pedírmelo cara a cara— le dije conteniéndome. Podría destrozar su cráneo pero el tal reyecito no sabría que lo había despreciado. Sería mejor dejar ir al mensajero.
— ¿Entonces atenderá su proposición de matrimonio si él en persona viene a pedírselo?— gimió.
—Claro. Lo atenderé pero no creo que salga completo de aquí— sonreí. — ¿Cómo se le ocurre a un simple rey pensar si quiera que me casaré sólo con proponérmelo? ¿Quién cree que soy?— le dije más calmada.
—Es una mujer muy bella, como su nombre— dijo él.
Lo aventé hasta el otro lado del salón sobre unos cojines que seguramente Alice habría puesto allí.
—Pues dile a tu rey que no soy una mujer cualquiera a la que se le manda una proposición matrimonial. Hubiera recibido mejor una declaración de guerra— le grité y salí de allí.
Estúpidos hombres ya les enseñaría yo.
Y lamentablemente no fue la única propuesta matrimonial que tuve que oír. El Rey Mike de Sajonia, el rey Tyler de Marruecos y hasta un rey Erik de las lejanas tierras de Catay enviaron sus proposiciones.
Parece que la primavera es el momento propicio para el romance humano, muchas de las doncellas a mi servicio pedían permisos para salir con pajes y se celebraron dos matrimonios. No sé que le veían al amor.
Una tarde en que sacaba filo a mi espada Alice entro en trance, pocas veces lo hacía desde que tenía forma humana.
—La estrella que matará al dragón viene en camino. Tocará tierra al sur, más allá de las aguas hirvientes... en el bosque solitario, el día de la luna llena—casi se desplomó en mis brazos.
— ¿Alice estas bien? ¿Qué recuerdas?— pregunté.
—Una estrella, un hombre. Y tú… estabas… ¿feliz?— me dijo algo asustada.
— ¿Yo?— pregunté. –Una estrella, para mí es sólo un símbolo, una señal de Odín. No la quiero— le dije.
—Había un hombre, extraño. Él… tomaba tu mano— me dijo confundida.
—Patrañas, te estás volviendo loca en este lugar. No dejaré que ningún hombre me toque— le reproché.
Pero esa noche soñé que la estrella caía a mis pies. A la mañana siguiente empecé a preparar algunos cuchillos y un abrigo largo. Haría ese viaje sola, quería ver qué mensaje me traería.
—No puedo entrar en trance a voluntad pero puedo intentar otra cosa— dijo Alice irrumpiendo en mi habitación, se sentó en el piso sobre la madera.
— ¿Y ahora qué?— le dije con poca paciencia.
—Son runas, he estado estos dos días haciéndolas, nunca antes las necesité pero odio sentirme ciega— empezó a tirarlas, eran trozos de madera con letras que yo conocía bien. Futharrk, el alfabeto de los dioses.
— ¿Las pintaste con tu sangre?— le dije arrugando la nariz al ver las letras rojo carmesí.
—Si— sonrió ella.
—Aléjalas de mi— dije molesta, odiaba el olor de la sangre por eso prefería pelear cuando hacía frio, la sangre se congelaba rápido y no olía.
—Raidha y Anzus, un viaje y una señal te llevará a encontrarte con tu destino. Una señal que reconocerás en cuanto la veas, cambiará todo.
— ¿Y esa señal tiene que ver con la estrella?
—Creo que la estrella es la señal— dijo todavía mirando sus juguetes.
—Eso lo sabía sin necesidad de tus runas— le dije con escepticismo.
—Wunjo, felicidad, amor, lo veo. No creo que supieras eso— se burló.
— ¿Felicidad? ¿Crees que se pueda ser feliz en este mundo? ¿Amor? Yo no amo a nadie— respondí.
—Aún no…pero te entregarás al amor. Bella…
— ya no digas más, creo que prefiero tus visiones, las runas se te dan mal.
—Pero Wunjo no miente, es amor lo que te espera… y… Nauthiz, separación… sólo una última más— rogó.
—Si encuentro el amor frente a frente le volaré la cabeza— dije sonriendo.
—La última es la runa vacía. No puedo ver nada más… Bueno me voy, me toca escoltar al embajador de Burgundia a la frontera, sabes nos hemos hecho buenos amigos. Es muy divertido y caballeroso.
— ¿Todavía sigue aquí?— pregunté, hacía dos semanas que casi lo mato.
—Si, quería conocer nuestro reino y me he encargado personalmente de guiarlo.
—Creo que el amor te está cegando a ti— le dije cuando vi sus ojitos.
—Tal vez. Porque no puedo ver más allá de él. Es que cuando lo tengo cerca apenas respiro— suspiró.
Me marché a buscar la estrella aquella mañana, caminé un día siguiendo el curso del río, era extraño que no encontrara ninguna persona en todo mi camino, hasta los animales se veían inquietos.
Era una noche serena, el verano casi había llegado y me encontraba tendida sobre la hierba observando las estrellas, todo el día me había molestado la gran capa que Alice me dio. Era blanca, ligera pero muy peluda. Ella dijo que me serviría mucho, ¿cuando me daría detalles de sus visiones?
Oí un murmullo, voces humanas, a veces me abstraía tanto que olvidaba este mundo sensitivo. Agudicé mi oído.
—Está sola, ya revisé, no hay hombres cuidándola— escuché la voz gutural del primero. Hombres salvajes o cazadores de tesoros. No eran vikingos.
— ¿Qué hará aquí una mujer tan hermosa?— dijo el otro, sólo oía dos respiraciones.
—Que importa, no perdamos el tiempo se me hace agua la boca— oí murmurar, ya había perdido la cuenta de cuantos hombres había matado por intentar tocarme, eran peor que bestias, al menos los animales tenían épocas de apareamiento pero los hombres parecían querer hacerlo todo el tiempo y no necesariamente para perpetuar su especie.
—Busqué a tientas cerca de mí, no quería luchar su hedor podría impregnarse en mi abrigo. Encontré dos piedrecillas pequeñas, serían suficientes.
Ni siquiera se molestaron en seguir escondiéndose, salieron torpemente del arbusto que los cobijaba. A unos 20 pasos me miraron con hambre. Que repulsivos. Tomé una de las piedras y la lancé justo a la pierna derecha de uno de ellos y cayó, el otro dio un salto hacia atrás.
—Está vigilada, te lo dije, vámonos, debe ser una princesa o la mujer de algún noble— gritó el herido.
—No veo quien nos ataca. Hermosa venimos en son de paz— me gritó. Idiota, éste se merecía un tiro certero en medio de los ojos pero no tenía ganas de cavar para enterrarlo. Tomé la piedra que me quedaba y la arrojé, escuché crujir los huesos de su mano, jamás volvería a escribir si es que sabía.
—Mi mano… ahhh... la tengo rota— gritó al instante.
—Vámonos, casi no puedo caminar— dijo el otro y pronto dejé de escuchar sus lamentos. Seguro caminarían hasta el amanecer.
Me quedé unas horas más viendo cómo el cielo cambiaba de color, sentí mi estómago gruñir.
—Maldito cuerpo humano— bufé. Saqué pan de mi alforja, sabía horrible, nada mejor que algo fresco y ligero. Trepé rápidamente a un árbol y comí dos manzanas. Deliciosas, a mi palacio sólo llegaban bayas secas, rara vez algo tan rico.
Caminé todo el día, era la primera vez que me sentía tan libre, usualmente visitaba estas tierras para las batallas. Sin la distracción de la guerra este lugar era muy hermoso. Y muy verde. Llegué a una colina a ver el atardecer y me preparé. La noche cayó pronto y entonces pude divisar una estrella extremadamente brillante muy lejos en el horizonte. Pronto se hizo más grande como un sol pequeño, esperé tratando de leer alguna otra señal en su descenso pero no vi nada extraño.
Estaba muy cerca ya y me preparé, quería ver cómo caía, la forma en que tocaba tierra, el fuego que desencadenaría en el bosque, algo allí debería darme lo que buscaba.
Cayó sin mucho aspaviento, seguro se vio desde muy lejos pero los humanos tienen miedo a las señales divinas y seguro por eso se marcharon.
Subí a un árbol para mirar algo fuera de lo común. No parecía ningún mensaje a pesar de la luna llena y que hoy era un día especial. Bajé y me acerqué a observar mejor, la capa me molestaba un poco, estaba a punto de quitármela cuando escuché pasos detrás de mí.
Tomé mi espada lista para arremeter contra el intruso.
.
.
EDWARD
— ¿Ya está listo?— pregunté por centésima vez a Carlisle. Hoy llevaba dos horas en el fuelle, mientras Carlisle me mostraba como manejar el metal caliente. Mis clases de forja eran muy pesadas.
—Todavía no llega al punto correcto. Con más fuerza Edward— dijo.
Como el no estaba en mi lugar echando aire. Si me quedaba dormido y caía a la fragua sería su culpa que no mate al dragón. Cuando por fin estuvo el metal al rojo vivo lo sacó y dejé de ventilar, me acerqué a ayudarlo.
— ¿Qué harás ahora?— pregunté.
—Yo no haré nada. Tu mismo debes forjar tu espada— sonrió y se desentendió del metal.
— ¿Qué? Pero ya tengo una— le dije mirando la que tenía en el cinto.
—Esa que tienes es muy blanda y no la hiciste tú. Este metal es más fuerte porque es una combinación de dos elementos. Además debes practicar para cuando forjes tu espada con el metal de la estrella— me dijo. Suspiré, seguramente me amanecería en el yunque. Ya llevábamos 2 semanas en esto de la forja, interesante pero yo ya quería salir por esa estrella.
—Cuando termines la espada Edward, te acompañaré a tomar el barco— anunció mi maestro.
— ¿No irás conmigo?
—Es algo que debes hacer solo
— ¿Por qué?
—Porque es tu destino no el mío
— ¿Es que tienes una cita cierto?— lo molesté.
—Sigues siendo un niño— me dijo sonriendo.
Trabajé como un esclavo hasta el amanecer.
Salimos rumbo a la costa, yo estaba feliz, por fin tendría una aventura. Carlisle me despidió y abordé el barco.
Tardé casi 3 días en llegar a la isla de hielo, como la llamaban, me sorprendió ver el lugar tan verde, sería por el inicio del verano. Desembarque y me adentré en el bosque, evite las posadas y las tabernas tal y como Carlisle me había aconsejado. Vi mucha gente abandonar el bosque y las pequeñas casitas. Todos parecían asustados.
—¿Me puede indicar hacia dónde es Strokkur?— le pregunté a una buena mujer que apuraba a sus dos niños.
—No vaya allí joven, el anciano nos ha advertido que esta noche algo terrible pasará en el corazón de Haukadalur, regrese por donde vino— me advirtió.
Pues aparte de una estrella cayendo no sabía que más podría salir mal. A menos que le caiga una maldición a los ladrones de metal de estrella. Sonreí.
A las siguientes personas que pregunté, me indicaron el camino siempre advirtiéndome.
Seguí caminando todo el día hasta llegar a unas colinas muy hermosas, detrás de ellas estaba el lugar que buscaba. Crucé una ciénaga, había charcos por doquier, hasta que un ruido me paralizó.
De pronto cerca de mí un chorro de agua hirviente se elevó de uno de esos charcos y me asustó. Entendí entonces una de las metáforas de Carlisle. "Caminas hasta Strokkur, detrás de las aguas que danzan está el valle donde caerá la estrella" Ahora me daba cuenta eso de las "aguas que danzan" ¿Por qué no podía ser más claro? No entendía porque los magos, sabios, adivinos y demás seres místicos tenían que ponerlo tan difícil, quisiera que alguien se tome la molestia de enseñarme las cosas sin tanto misterio y con palabras claras y entendibles. Ya no soy un niño.
Para cuando llegue a la cima de la colina ya estaba oscuro, bajé despacio, la luna iluminaba pero no era de mucha ayuda. Poco a poco el cielo fue haciéndose más brillante, cuando elevé la mirada vi una brillante estrella que se aproximaba, me di prisa y la seguí hasta que cayó en el bosque.
Corrí con todas mis fuerzas, como si tuviera alas en los pies. No sé porque siempre fui el más rápido que cuantos conocía. Llegué jadeando al orificio que había formado la estrella al caer, todo a los lados de aquel agujero estaba en llamas.
Entonces divisé el centro de la estrella, roto y esparcido. Me fijé en un buen pedazo y me alegré, todavía debía estar caliente pero quería tomarlo rápido e irme de aquí. Si la gente corrió en dirección de la costa con tanta prisa por algo debía ser. Incluso podían tratarse de vikingos, esos malditos ladrones y asesinos, si fueran ellos podría quedarme y cargarme unos cuantos.
Llegue al borde de la hendidura y divisé una figura humana envuelta en una capa blanca como la nieve. Esperaba no tener que usar mi espada pero antes de poner la mano en la empuñadura ya tenía encima al hombre misterioso. Me arrojó al piso con tanta fuerza que me quedé sin aire.
Me levanté antes que su espada me cortara la cabeza. Saqué la mía y empezamos a luchar, solo el chasquido del metal al chocar se oía en todo el bosque. Se movía con rapidez y la amplia capucha me impedía ver su rostro, aunque no me dio tregua porque seguía atacando con una ferocidad que intimidaba. Respondí también sus ataques y evadía sus estocadas.
Cuando nuestras espadas se enredaron y hacíamos fuerza por soltarlas, vi sus piernas, estaban envueltas en piel pero parecían delgadas, sin pensar pase uno de mis pies entre los suyos y cuando las espadas se soltaron le barrí los pies. El hombre cayó de espaldas y aproveche para subir sobre él y ponerle la espada al cuello. Se rendía o moría en el acto.
La capucha cedió y lo que vi me dejó impresionado.
Dos hermosísimos ojos marrones me miraban, sus facciones eran perfectas y una larga cabellera oscura se desparramó.
Era una mujer. La más hermosa que había contemplado en mi vida.
Bueno nunca había visto una mujer tan cerca pero vaya que si las había conocido de muchas razas. Parecía cansada porque respiraba con dificultad.
Rayos, yo estaba encima y la aplastaba. Tiré mi espada apenas me di cuenta de la situación y le di una mano para levantarse.
—Me has vencido— dijo asombrada y todavía haciendo esfuerzo por respirar con normalidad. — ¿Quién eres?— preguntó observándome. Esos ojos derretían a cualquiera, era… más que hermosa, era perfecta.
—Soy Edward— dije algo intimidado. –Vengo de los bosques de Renania. Soy… un aprendiz… de herrero— le dije recordando mi nuevo oficio ya que aprendiz de un mago loco no contaba como ocupación.
—Manejas los elementos— murmuró y se quedó pensando, miró la estrella caída. Su piel pálida brillaba a la luz del fuego. Parecía una diosa. Estuve tentado a arrodillarme y besarle los pies y… maldición estaba fantaseando con una desconocida… ni siquiera sabía su nombre aunque no me importaba.
A mi mente vino una palabra del lejano reino de calles empedradas, ellos tenían una palabra que definía toda esa hermosura.
—Bella— la llamé tan sutilmente, daba gusto acariciar ese apelativo en alguien como ella.
— ¿Cómos sabes que me llaman así?— preguntó y volvió a levantar su espada.
— ¿Así te llaman? No lo sabía pero es una palabra que te define correctamente— traté de mostrarme respetuoso.
— ¿Crees en el destino?— me preguntó. Como decir que no, si por el bendito destino estaba yo aquí.
—Si... o eso creo— dije.
—Ambos recibimos una señal— murmuró.
—A mí me enviaron por eso— le señalé el amasijo de roca fundida que empezaba a enfriarse.
— ¿Para qué lo quieres?— preguntó.
—Debo forjar una espada con ese metal y…— no quería decirle nada más pero me sentía tan a gusto a su lado.
—Matar un dragón— no fue una pregunta fue una afirmación. –He oído eso antes— dijo sonriendo.
—Con respecto a la señal, creo que la estrella no cuenta como señal, muchos la han visto— le dije dudoso, me preguntaba si en verdad no sería cuestión del destino que la haya encontrado.
—Pero aquí estamos sólo tú y yo. Las runas prometieron darme una señal y tú me has vencido— me miró con una intensidad que me desarmó.
—Sólo te derrumbé— no se veía tan fuerte en realidad.
—Algo que nadie había hecho jamás… hasta ahora… creo que estábamos…—
—Predestinados a encontrarnos...— completé la frase.
Sabía de lo que hablaba. Eso era lo que sentía. Se acercó a mí como buscando algo en mi rostro o en mis ojos, su aroma era enloquecedor... y no pude evitarlo... la besé sin dudar y para mi asombro fui correspondido.
No estaba en mí poder detener la fuerza del destino. Simplemente me dejé llevar, sin temor porque creí, estábamos destinados a encontrarnos aquí y ahora y quería confiar en que estábamos destinados a pasar más tiempo juntos que una sola noche.
Quería una eternidad a su lado.
Algo en mí se despertó, algo que hasta ahora se había mantenido oculto y dormido, era como si dejara una etapa de adormecimiento y volviera a nacer. Estar con ella me abrió los ojos y la mente, quería cumplir mi destino, no descansaría hasta matar a ese dragón y ser digno de ella. Quería cuidarla, velar sus sueños, mirar cada día esos ojos llenos de luz.
Me entregué en cuerpo y alma, tal y como decían las antiguas enseñanzas cuando encuentras a quien buscas. Y a partir de ahora le pertenecería como ella mí.

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