27 enero 2013

Cap 12 Acosador




CAPÍTULO 12

DES CASAMIENTO


Llegamos a la puerta trasera de la caballeriza, su rostro estaba serio, parecía que se preparaba para atacar. Bella tomó aire y empujó la madera muy despacio, no hizo ruido.
—No me sigas— amenazó por lo bajo.
—Pero…— traté de protestar, no parecía oírme, volvió a concentrarse en lo que iba a hacer.
Antes de entrar miró a su alrededor como buscando algo, mi corazón se aceleró, creí que buscaba un arma. Se fijó en un recipiente que contenía agua. Lo levantó con dificultad.
—Quédate fuera de esto Cullen— a pesar que estaba haciéndose la fuerte pude ver que su valor empezaba a terminársele, su semblante decayó un poco antes de entrar.
Me quedé quieto unos segundos después que desapareció en la caballeriza.
¡Maldición! No podía quedarme fuera, ¿Y si Jacob le hacía daño? ¿Si los encontraba infraganti y él reaccionaba mal?
Entré a regañadientes, no era mi problema sin embargo allí iba a meterme en un lío.
Estaba muy oscuro, sólo se veía el resplandor de una vela a lo lejos, pero casi todo estaba en penumbra. Ella caminaba unos pasos delante de mí.
A medida que caminaba escuché pequeños gritos y gemidos. Oh no. Era peor de lo que imaginaba, todavía estaban en actividad. Me quedé detrás de una torre de paja. Bella tenía razón, debía mantenerme al margen de esto y sólo salir si era necesaria mi presencia.
Pero la curiosidad pudo más y agazapado pude ver la escena. Jacob estaba sobre una mujer de piel muy blanca, de rizos pelirrojos. Ambos completamente desnudos, en el suelo, sobre una manta.
—Ya casi… así, así… más rápido, fuerte— chilló la mujer. Debía ser la meretriz, la dueña del burdel… Madame Vicky. No parecía ser tan mayor como la imaginé.
Que enfermo voyerista resulté, no podía dejar de verlos, ya no me molestaba tanto el tal Black.
Bella caminó hasta llegar a ellos que ni se habían percatado de su presencia y le tiró el agua encima. De inmediato Jacob se detuvo.
— ¡Maldición chicos!— gritó el aludido.
Se levantó desnudo a mirar quien le había malogrado esa sesión con su maestra.
— ¿Bella? Amor… no es lo que crees…— balbuceó. ¿Si no era lo que veía entonces que podía ser? Me preguntaba. Sonreí por lo idiota de la situación.
— ¡Ah entonces estoy loca porque acabo de encontrarte tirándote a ésta!— por un momento me alegré de no ser yo a quien gritara.
—No soy ésta, me llamo Victoria, bebé— dijo la mujer que estaba en el piso, que sin ninguna prisa se sacudía las gotas de agua de su cabellera.
— ¡Cállate Vicky!— le gritó Jacob.
— ¿Vicky? ¿La del burdel?— Bella parecía más calmada.
— Bella, esto es sólo sexo… yo a ti te amo— de buena gana me hubiera reído ante esa afirmación de no ser porque todo ello debía estar hiriendo a Bella.
— ¡No me expliques nada Jacob Black, ahórrate tus discursos! ¡Por lo que a mí respecta lo nuestro se acabó!— le gritó
—Eres mi esposa— le replicó él.
— ¡No fíjate! Preferiste revolcarte con una puta en nuestra noche de bodas. Ya no somos nada— Bella le dio la espalda y salió corriendo. No me interesaba quedarme a ver si Black arreglaba sus asuntos con la meretriz, yo sabía con quien debía estar.
Fui tras ella, que corría rumbo a mi casa, entró por la puerta de servicio, esa parte no la conocía, simplemente la seguí. Encontré una puerta entreabierta asumí que allí estaba porque se perdió de mi vista, debía ser su habitación, respetuosamente esperé. A los segundos salió con un maletín pequeño.
— ¿A dónde vas?— pregunté, parecía tener prisa por salir de aquí y no la culpaba Jacob debía estar por aparecer en cualquier momento.
—Que te importa— me apartó con brusquedad.
—Si me importa, no vas a irte en mitad de la noche… sola— no iba a dejar que se marchara así y menos caminando.
Se acercó a mí, retrocedí un paso, yo sabía lo loca que era.
—Ayúdame a hacer algo y te perdono por lo de… por eso que pasó en mi casa— miró hacia otro lado, parecía ruborizada. Interesante, me necesitaba, quería bailar de alegría.
—Lo que quieras. Espérame en el garaje, bajo en un par de minutos— asintió y nos separamos.
Subí los escalones de tres en tres. Tomé mi billetera y las llaves de mi auto. Era todo lo que recitaba. Bajé como un loco y la encontré al lado de mi volvo.
Le abrí la puerta. Subió sin decir nada. Salimos de allí, tan rápido como nos permitió el auto, no sabía dónde íbamos ni cuánto tiempo me tomaría, pero con Bella a mi lado no me importaba.
.
— ¿Estás loca?— le dije cuando me ordenó detenerme detrás de la iglesia en el pueblo más cercano.
—Sí. Y será mejor que no te metas en esto— seguía mirándome con desprecio.
Sacó algo de su maletín y bajó del auto. La vi pasar por delante de mi vehículo. Llevaba un trozo de metal en sus manos.
Otra vez la duda me mataba, realmente ella era un cajita de pandora. No sabía lo que pasaba por su mente ni que tramaba.
Y allí iba otra vez, detrás de ella como un tonto.
La encontré forcejeando con el candado de la puerta trasera del templo.
— ¿Qué crees que haces? Esto es… allanamiento y para los pueblerinos sacrilegio ¿Qué piensas lograr?— pregunté aturdido.
—Cállate y ayúdame— me señaló el candado, lo sujeté para que pudiera pasar aquella herramienta por los pequeños orificios que sujetaban al candado. De un solo movimiento lo rompió.
— ¿Qué pretendes?— tomé uno de sus brazos. Me miró tan feo que al instante la solté.
—Me estoy des casando— dijo sin el más mínimo rastro de culpa.
¿Des casarse? ¿Se puede? ¿Que no debía enviar su solicitud al vaticano?
Creo que sí, debía probar antes que el matrimonio no se consumó, con testigos o con algún tipo de prueba.
Entré detrás de ella a ver cómo podía pasar por encima de la Santa Sede.
Las luces estaban encendidas, caminó sin detenerse hasta llegar a una habitación con varias vitrinas. Rompió sin remordimiento una de ellas y abrió por dentro la puerta del mueble.
Ahora era su cómplice, nos podrían acusar de ladrones… sin contar con el esc. Ya iban dos delitos y el día no terminaba. Sí, miré mi reloj, 11:51 pm. Ay, cuando mi madre se entere, y seguro que lo hará, siempre dice… "pueblo chico infierno grande". Que idiota, ya parecía comadre de pueblo, pensando en dichos populares.
Bella sacó varios libros encuadernados y los fue aventando al fijarse en su portada.
—Éste es el que está en uso— murmuró. Se lo llevó hasta una mesa y lo abrió.
Caí en la cuenta. Era su acta matrimonial. Por supuesto, el sacerdote no debía haberla llevado aún al registro civil, era sábado.
— ¡Bingo!— gritó. Arrancó desde el nacimiento una hoja, donde suponía estaba su documento matrimonial. La leyó con una sonrisa fingida y luego la hizo pedazos.
Terminó con su corto y malogrado matrimonio. Soltera otra vez. Y sin abogados. Sin trámites engorrosos.
Admirable. Sólo ella podía hacer algo así.
Se guardó los trozos del papel en el bolsillo trasero de su pantalón y salimos en silencio.

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