17 julio 2013

No digas adiós Capítulo 13



Trece

El concierto perdió interés para Bella, a pesar que la música seleccionada era su favorita.

Al terminar la función el señor Swan creyó que era su deber agradecer la asistencia y ensalzar a la vizcondesa. Bella no oyó palabra, aún seguía pensando en el capitán.

“Va a irse nuevamente, lo sé. Se va a marchar una vez más y sigue guardando rencor en su corazón. Ya no es mi Edward, lo he perdido. Se ha convertido en alguien diferente y yo sigo atrapada en un recuerdo que me hace daño. Por mi bien es mejor dejarlo ir, guardar la dulzura de aquel primer amor y dejarlo intacto en mi memoria” se dijo a sí misma la joven.

Luego del concierto los Swan ofrecieron un brindis. La reunión estaba en su mejor momento aunque el ánimo de Bella había decaído notablemente.

—Querida Bella ¿Me acompaña a pasear en los jardines?— pidió el conde. Bella sentía que se asfixiaba en aquel salón así que aceptó.

Caminaron del brazo observando las estrellas. El lugar era inmenso, grandes jardines y césped rodeaban el lugar. Al llegar a un arco cubierto de enredaderas y flores el conde detuvo su paso.

Bella imaginaba que aquel arco que se perdía en la oscuridad era una puerta a otra dimensión, una en la que no existía el sufrimiento ni la desdicha. Intentaba sonreír, conversar, actuar como si todo marchara bien pero cada vez le costaba más.

—Isabella…— murmuró el conde. La dama reparó en él, le había prestado tan poca atención que no recordaba de qué iba la conversación. —Mi querida Bella, desde hace un tiempo quería hablarle de mis sentimientos…

“¿Qué? ¡Oh no!” se dijo mentalmente Bella mientras veía como el semblante del conde cambiaba. Sus ojos se dilataron y su rostro adquirió un aspecto grave. ¿Estaba a punto de declararle su amor? ¿Qué sentimientos podía albergar por ella alguien que apenas conocía?

La damita dio un paso hacia tras, visiblemente asustada. El conde sonrió comprendiendo su desconcierto.

—Quizás crea Bella que para mí es una extraña pero no es así. Yo la conozco hace mucho tiempo. He oído de su belleza y buen corazón antes de haber visto su rostro. Créame que en el momento que supe que era usted la dulce Bella Swan, no me quedaron dudas que mi corazón le pertenecía…

— ¿Me… me conocía?— preguntó Bella desconcertada.

—Amistades en común…— el conde tomó su mano para besarla. —Es usted una mujer maravillosa, querida Bella, usted podría hacerme el hombre más feliz de la tierra…

La joven parpadeó sorprendida Lo veía venir, su madrina se lo había anticipado pero no se lo creyó. Y allí estaba el conde, con ese rostro angelical y su mirada penetrante. Sería un buen marido, era educado y gustaba de la literatura tanto como ella. Podrían tener largas y reconfortantes conversaciones….

—Isabella Swan, yo la amo. ¿Quisiera usted compartir su vida con la mía? ¿Acepta ser mi esposa?

Mientras la joven se recuperaba de la impresión de la declaración del conde, él tomó sus dos manos y las apretó entre las suyas, suavemente las llevó a sus labios para besarlas.  Al ver que su prima no podía pronunciar palabra sonrió.

—Quizás mañana, por la noche, en su hogar usted pueda darme la respuesta que tanto ansío— se susurró Alec.

Caminaron de vuelta hacia la reunión, el señor Swan había notado la ausencia del conde, al verlos regresar juntos y notar en las mejillas encendidas de su hija supo que sus plegarias habían sido oídas. Lamentaba que no fuese Tanya, su hija mayor quedaría soltera para acompañarlo en su vejez. Eso lo reconfortaba, las charlas con su primogénita eran siempre divertidas. Bella sin embargo lo hacía volver a la realidad y poner los pies sobre la tierra. Pero el temor de la ruina quedaba descartado hoy.


Al despertar Bella se quedó entre las sábanas recordando la noche anterior. En realidad todo el día pasado fue extraño. Desde la confesión de su padre sobre la pérdida de su residencia en Forks, hasta la petición de matrimonio del conde. ¡No se quedaría en cama a dar vueltas a los hechos!

Se levantó a prepararse para salir. Tenía una cita pendiente con Leah, aún tenía la canasta al pie de su baúl, estaba llena de ropa y algunos comestibles que podían echarse a perder.

Bajó a desayunar sola, pues su padre y hermana aún no se habían despertado. Al reparar en las personas del servicio sintió un profundo pesar. Ellos eran de alguna forma parte de su familia también. A algunos los conocía desde niña. La vieja cocinera Rachel le preparaba siempre aquellos pasteles que más le gustaban. La señora Carrol, el ama de llaves siempre fue severa con ellas pero mantenía todo en orden. Las doncellas de limpieza y lavado, los jardineros que ahora ayudaban en casa porque tenían pocos jardines que cuidar. ¿Qué sería de ellos cuando no pudieran pagarles? Quizás los más jóvenes consigan colocarse en otros lugares ¿Y los ancianos?

Dejó su desayuno cuando ya no pudo seguir comiendo debido la pena que le causaba la situación de su familia. Quizás la solución esté tan cerca… a sólo una respuesta afirmativa a una petición.

No, no podía poner eso a favor del conde. No sería justo para nadie. Si aceptaba ser su esposa, debía ser porque estaba decidida a ser feliz a su lado. El amor vendría con el tiempo, ella aprendería a quererlo como se quiere a un marido. Ya lo admiraba, eso era un gran paso. Le tenía un afecto fraternal, se había ganado su confianza. Además el porte y la belleza lo hacían atractivo a sus ojos. Tal vez sea una buena decisión. Con todo y eso, tomaría la decisión sola, sin intervención de su padre o su madrina.

Descendió de un carruaje de alquiler y le pidió al cochero que regrese por ella antes del almuerzo. A esta hora Clatskanie mostraba un bullicioso panorama. Los niños corrían de un lado al otro y muchas mujeres regresaban de comprar.

— ¡Bella! Por fin llegaste, me preguntaba si debía ir a visitarte— gritó Leah al verla.

—Buen día Leah. ¿Qué es tan importante?

—No viniste el viernes y me preocupé. Recibí tu mensaje pero creí que podría ser demasiado tarde…

— ¿Tarde para qué?

—Debemos hablar, ven siéntate, necesitas oír lo que tengo que decir.

La joven sumamente intrigada, aceptó escuchar a su amiga.

—Sé que piensas que soy la persona más entrometida del mundo, que voy preguntando por allí para enterarme de la vida del prójimo pero no es verdad. En realidad en estos últimos días sólo he preguntado por ti…

—No pienso eso de ti Leah, quizás te mantiene activa la curiosidad pero no creo que seas entrometida.

—Siempre tan linda, Bella. Pero la persona que me trae noticias del mundo es mi buena amiga la enfermera Cope quien por esas casualidades de la vida trabaja en la casa de los señores Clapp.

—Los conozco, en su residencia se aloja mi primo el conde Volturi.

—Quien te ha pedido matrimonio ¿Verdad?

— ¿Cómo sabes eso?

— ¿Le has contestado? ¿Aceptaste Bella?

— ¡Leah!— se levantó la muchacha ofendida.

—Es importante para lo que tengo que decirte Bella. Confía en mí.

—No he contestado aún— dijo Bella volviendo a tomar su lugar

—Anteriormente te he preguntado si lo amas pero aún sin saber la respuesta me atreveré a revelarte mis secretos. Mi esposo, Sam Uley y el conde Alec Volturi fueron muy cercanos hace años.

— ¿Lo conoces? Entonces… fuiste tú quien…

— ¿Quién le habló de ti?  Por supuesto, cuando me mencionó el parentesco con los Swan quedé encantada con él. Yo guardaba solo buenos recuerdos de ti, quizás exageré en algunas cosas pero no mentí. También le hablé de la inútil de tu hermana, lo siento Bella pero Tanya siempre fue muy pedante.

—Por eso él nunca se acercó a nosotros…

—No. Yo lo conocí después que él dejó de frecuentarlos. Pero a lo que voy Bella, es que él no es quien dice ser. Es decir… no es lo que aparenta.

—No te entiendo.

—Hace gala de sus modales y su buena educación. No me sorprendería que con su sonrisa encantadora haya mostrado una imagen de integridad.

— ¿No es así?

—No. Él es el hombre más ruin y egoísta que he conocido.

Bella la escuchó pasmada. No podía creer que alguien como el amable y caballeroso Alec Volturi sea un ser tan miserable.

—Él siempre se mostró frío con todo lo referente a su familia. No solo la familia de América sino también con la de Italia. Parece que su padre no estuvo de acuerdo con su matrimonio y amenazó desheredarlo. A él no le importó, porque consiguió lo que quería. Se casó con la hija de un millonario neoyorkino, una joven llamada Jane. Ella lo amaba con locura y él mostró cierto cariño al principio pero luego ella fue apagándose debido al abandono de su marido. Él es frio, demasiado. Cuando murió mi Sam, le pedí que me ayude. Mi suegro tenía propiedades en varios lugares del país y en mi estado no puedo movilizarme ni tengo los medios para conseguir un abogado que me ayude a recuperar las tierras que me corresponden por mi viudez. Al principio creí que me ayudaría en gratitud a la amistad que lo unió a mi marido quien lo apoyó cuando se quedó sin un centavo antes de casarse con la dama americana. Pero no fue así. Alec no ha movido un solo dedo para ayudarme porque no está en él hacer el bien.

—Parece que me hablaras de alguien completamente diferente a quien yo creo conocer— susurró Bella.

—Y así es. O tal vez no. Pero si de algo debo dar fe Bella es que no miente cuando dice que te ama.

—Si ha mentido toda su vida, como creerle.

—No ha mentido siempre. Reconozco que tiene un corazón duro, su infancia en Volterra no fue feliz. Tenía una madre perturbada quien lo encerraba en los sótanos de su castillo. Tal vez eso influyera en su falta de afecto por la gente. Es alguien que consigue lo que desea, a cualquier precio.

— ¿Por qué tendría interés en mí? Estamos arruinados…

—Él lo sabe. Lo ha comentado con el señor Clapp. Sabe que han perdido gran parte de su fortuna, incluso trató de comprarle al banco la casa que perdieron en Forks…

— ¿Eso hizo?

—Y estoy segura que lo usará para conseguirte.

—No entiendo ¿Qué puede ver en mí?

—Te ama Bella. Por primera vez en su vida, el duro corazón del conde se ha ablandado. Quizás yo contribuí a llenar su cabeza de ideas sobre la mujer ideal pero al conocerte esa idea se ha vuelto realidad…

— ¿La mujer ideal? Leah no digas tonterías…

— ¡No! No son tonterías, la enfermera Cope le ha oído decir que ve en ti todo lo que espera de una dama.

—Leah. ¡Basta! Por favor! ¿Qué es lo que te sucede? Perdona que dude de ti. Pero dime cómo puedo creer en tus palabras si mezclas realidad con fantasía…

—Pero yo tengo pruebas Bella. Sí las tengo.

—Muéstramelas— exigió la joven.

Leah fue hacia su cómoda y extrajo dos cartas, le tendió una a su amiga, quien se rehusó a aceptarla.

—La correspondencia es privada Leah ¿Cómo me pides algo así?— se ofendió la muchacha.

— Está dirigida a mi difunto marido y como yo soy su viuda tengo todo el derecho a mostrársela a quien quiera— volvió a ofrecérsela.

Con delicadeza la joven aceptó aquella misiva. La desdobló lentamente. Era una caligrafía pulcra. En efecto la letra pertenecía al conde, su primo. Recordaba haber leído algunas de las tarjetas que había enviado a su casa anunciando sus visitas.

Querido Sam:
Espero te encuentres bien de salud en estos crudos meses de invierno.
El motivo de esta misiva es para comentarte que hice el tan solicitado viaje hasta Forks para visitar a mis parientes Swan. ¡Qué valor he tenido para soportarlos! No hay gente más ordinaria que mi tío Charlie y su hija. Son un par de trepadores y ambiciosos que me ven sólo como una oportunidad de escalar en sociedad. ¿Pero que puedo esperar de parientes americanos?
Mi decisión está tomada, contraeré matrimonio con Jane Smith, su padre es otro trepador pero al menos posee una fortuna exorbitante que hace que su hija sea tan apetitosa como una princesa. Queda el divorcio que todo lo soluciona.
Mi padre me ha escrito, amenazando con desheredarme y me he reído de su intento de intimidación. No tengo más hermanos, por suerte mi madre no pudo darle más bastardos antes que él sufriera aquel accidente. Y estoy seguro que jamás le dejaría nuestro patrimonio a sus hermanos. Dos tipos que se pudren en vida. Esperaré a que el tiempo pase, mi ausencia le duela y, en un futuro cercano, me vuelva a contactar al verme triunfando en América.
Iré a visitarte en primavera para conocer a tu esposa, espero que sea todo lo que en tus cartas me cuentas. No confíes en ella mientras no pruebe su amor por ti, tú sabes perfectamente que una mujer miente con una facilidad extraordinaria, lo hemos comprobado en el pasado.
Cuídate mucho y espero tus líneas.
Tu amigo
Alec Volturi

Bella miró a Leah, tenía la boca abierta y no podía creer lo que había leído. Bien dicen “personas vemos, corazones no sabemos”, le parecía increíble que el conde Volturi, alguien en quien confiaba, tuviera ese tipo de sentimientos tan mezquinos.

El desprecio por su familia, incluso su esposa era infame. Deliberadamente enamoró a una joven para quedarse con su dinero. Despreciaba a su familia de América tanto como a sus padres. ¿Qué clase de persona puede hacer eso?

—Él es así Bella. Es Mezquino, repugnante… al principio pensé que era otro, también confié en él a pesar de las protestas de mi marido. Poco a poco me di cuenta que no era quien dice ser. Que está podrido por dentro… Lo comprobé cuando Sam murió. Vino al funeral, como era el mejor amigo de mi marido le pedí ayuda para no perder la casa que era lo único que nos quedaba. Me dio esperanzas, me dijo que me ayudaría en memoria de su amigo. Y no fue así, me cansé de escribirle, mientras veía como los acreedores me quitaban todo. Al final recibí una carta suya— se la tendió a Bella. La muchacha la tomó con más temor que la anterior.

Señora Uley:
La amistad que me unió a su marido no me obliga a nada pues no ha dejado niños en la orfandad. Lo siento si creyó que también eran asuntos míos. Mi amigo Sam no supo invertir y dilapidó su fortuna, imagino en frivolidades que usted disfrutó mucho mientras duró. Así es el dinero, tiende a agotarse. Le ruego no me escriba para no tener el pesar de devolverle sus mensajes.
A. Volturi.

— ¡No puedo creerlo!— gritó Bella indignada. —Él debía ayudarte, eras la viuda de su amigo ¿Cómo pudo?

—Alec Volturi no siente afecto por nadie… o al menos no lo sentía. La señora Cope me asegura que lo ve extrañamente enamorado. Escribe, mira las estrellas, escucha música y suspira como un adolecente. Y la razón eres tú.

— ¡Yo no quiero el amor de un monstruo como él!— Bella estaba muy enojada.

—Hay más…— susurró Leah. —Lamentablemente para eso no tengo pruebas, sólo la palabra de la señora Cope y la de un niño al que pagué para que los siguiera…

— ¿A quiénes Leah?

—Al conde y a la señora Rossi, esa ex bailarina, dama de compañía de tu hermana…

— ¿Ex bailarina?

— ¿No lo sabias? Imagino que no viene en sus referencias… para eso si tengo pruebas— la morena rebuscó entre sus cosas y extrajo un papel doblado. —Lo mandé a pedir hace un par de meses a Chicago, allí se presentaba esa mujer… seguí a Sam hace tiempo, me engañó con una bailarina llamada Cora de la misma compañía de esa tal Chelsea.

El afiche era un dibujo llamativo, Bella buscó los nombres y allí pudo ver “Chelsea Rossi” como una de las estrellas del show de “Las Pixies”.

— ¿Dices que pasa algo entre Alec y la señora Chelsea?— preguntó Bella sin poder creerse que la estirada dama de compañía de su hermana había sido una bailarina desnudista.

—Él le va a pagar para que se aleje de tu familia—sonrió Leah.

—Parece que es lo único bueno que quería hacer por nosotros, el conde no soporta a la señora Chelsea…

—En realidad pagarle es algo suave para lo que tiene en mente. Ellos son amantes Bella y el conde le ha prometido instalarla en algún lugar cómodo cuando ustedes se casen. Alec no soporta pensar que tu padre y la señora Rossi puedan contraer matrimonio. Le da asco sólo imaginarlo.

Bella volvió a sentir una sacudida al escuchar esta nueva verdad. El malestar que sintió minutos antes regresó. Una sensación de asco en la boca del estómago. Dejó caer el afiche y las cartas para buscar un lugar donde apoyarse.

— ¿Estás bien Bella?— preguntó su amiga.

—No. Esto es… nauseabundo— los ojos se le llenaron de lágrimas.

— ¡Bella! Espero que no lo ames, por eso pregunté pero no quisiste decírmelo, si hubiera sabido no te habría dicho…

— ¿No me habrías advertido? ¿Cómo pensabas callarlo?

—Estoy segura que los sentimientos que tiene por ti son sinceros…

— ¡Pero eso no lo libera de nada! Detesta a mi familia, es malvado y mantiene una relación con esa mujer ¿Dejarías que me case con alguien así?

— ¡No! Habría ido arrastrándome en mi silla de ruedas para impedirlo— dijo Leah con sinceridad.

—Gracias. Gracias amiga.

—Bella, tu eres tan buena, mereces ser feliz pero ese hombre…

—Yo no amo a Alec Volturi. No te niego que pensé mucho en su propuesta de matrimonio pero también por interés. Sería tan facil recuperar todo lo que papá perdió si lo acepto. Pero no puedo… yo aún sigo enamorada de…— la joven guardó silencio.

— ¿Estas enamorada de otras persona? ¿Quién es?

—No te lo diré, porque eso no tiene remedio. Me quedaré solterona y vendré a hacerte compañía, tal vez algún día terminemos viviendo muy cerca de aquí. Mi familia está en la ruina. Al paso que vamos acabaremos todos en Clatskanie — sonrió la muchacha.

— ¡Bella no digas eso! Tu eres linda, generosa… sé que la suerte no te abandonará.

—La suerte… suerte es tener amigas como tu Leah.

Las dos jóvenes se abrazaron entrañablemente mientras derramaron algunas lágrimas por aquellas cosas que no podían cambiar y por la fortuna de tenerse una a la otra.

—Te agradezco infinitamente que me abrieras los ojos y me mostraras esto— dijo Bella señalando los papeles. —Ahora sé a quién me enfrento. Guardaba mis reservas, algo muy dentro me decía que no debía confiar en alguien a quien conozco tan poco.

—Aunque lo frecuentaras durante años no podrías saber la clase de sujeto que es, si él no decide mostrarse. Ahora estoy en paz Bella, no podía permitir que te cases con él sin saberlo.

Al salir de la pensión dónde se alojaba Leah, Bella no sabía si debía volver a su casa directamente o ir a enfrentarse al conde y evitar darle su respuesta durante la reunión que organizaba su padre esa misma noche.

Decidió dar un paseo y pensar mejor las cosas, fue hasta el centro y caminó mirando vitrinas. Nada le llamaba la atención, aún sentía mucha rabia dentro de sí. ¿Qué habría pasado si influenciada por su madrina y su padre decidía aceptar a Alec? ¿Cuánto tiempo habría pasado hasta descubrir la clase de hombre que era? ¿Cuántos meses o años hubiera vivido engañada?

Ciertamente esta vez su madrina había errado en sus consejos. Pero cómo podría ella haberse dado cuenta de lo ruin que era el conde. Debía hablar Esme para ponerla al tanto.

“Qué clase de hombre puede tener un corazón tan sucio para proponer matrimonio a alguien teniendo una amante en secreto” se dijo antes de golpear a alguien por no mirar su camino.

—Disculpe— dijo rápidamente. Se sorprendió al encontrarse frente  a frente con el almirante Whitlock.

—Isabella— le sonrió él.

—Buenos días Jasper, disculpe, estaba distraída— enrojeció la muchacha.

—No se preocupe, mi esposa me advirtió de eso— sonrió el rubio haciendo que Bella se abochorne más aún. —Disculpe no quise ofenderla.

—Descuide, Alice tiene razón, soy distraída.

— ¿Qué hace caminando sola en un domingo tan bonito?— preguntó el marino.

—Voy casa, me gusta caminar.

— ¿No le agradaría pasar por mi hogar? Alice tiene invitados esta mañana y sé que le agradaría su presencia.

— ¿En serio? ¿Invitados?

—Los señores Newton y  Weber acaban de llegar, yo salí hace unos minutos porque necesitaba un poco de aire fresco, no suelo socializar mucho— le sonrió.

— ¿Newton?

—Sí, han venido con sus hijos, creo que uno de ellos está casado con su hermana ¿Verdad? Pues están todos en casa en este momento ¿Accede a acompañarme?— ofreció su brazo.

La residencia de los Whitlock no estaba lejos así que Bella se decidió a ir un momento.

El almirante era una persona tranquila y muy afable. Conversaron entretenidamente hasta llegar a su puerta. Al entrar la dueña de casa se levantó muy feliz por la nueva visita.

— ¡Bella! Oh Bella, te echaba tanto de menos— llegó la anfitriona.

—Me encontré esta linda jovencita y te la traje querida, estaba seguro que te haría feliz— sonrió el almirante

—Gracias mi amor, pasen.

Pero al entrar Bella se dio cuenta que además de los Newton, exceptuando a Jessica, estaban los señores Weber, Kate, Mike y el capitán Cullen. Los pensamientos negativos que tenía rondando en su cabeza desaparecieron ante la mirada de ese par de ojos verdes.

Saludó a los Newton y los Weber con mucho cariño. Incluso Mike se acercó a abrazar a Bella.

—Isabella querida— saludó la señora Newton. —Llegamos anoche, esta mañana muy temprano pasamos por tu casa pero no te encontramos, tu padre nos dijo que saliste a hacer tus buenas acciones del día— le sonrió.

—Me da mucho gusto que estén en la ciudad— sonrió la joven.

—Y yo le comentaba a la señora Whitlock que de tus tres hermanas, tú eres la que sacó el buen corazón de tu madre. La difunta Renée Swan era una mujer tan piadosa. No podía saber que alguien pasaba hambre en Forks porque se inmediato corría a socorrerlo— la señora Newton se deshacía en halagos para Bella, quien abrumada se retiró minutos después a un lado del gran salón.

Se sentó junto a una ventana a descansar, la conversación con Leah y la caminata la habían agotado.

— ¿No está a gusto?— la sorprendió la voz del almirante.

—Claro que sí, es solo que estoy algo cansada.

— ¿De seguro fue a hacer sus labor social verdad?

— ¿Qué? Ah sí, vengo de Clatskanie.

—Alice mi ha pedido acompañarla, de alguna manera se ha enterado que usted va a dejar ropa y comida a los pobres.

—No es cierto, sólo voy de visita a una amiga viuda y a veces aprovecho para llevar lo que en casa abunda. Hay muchos niños huérfanos en esa zona.

—Su labor la enaltece— el almirante atrajo una silla a su lado. De reojo se dio cuenta que el capitán Cullen se había sentaba en una mesa muy cerca de donde ellos se encontraban. Parecía concentrado escribiendo.

—No puedo atribuirme eso. No es gran cosa.

—Claro que lo es. No he visto una sola dama de este pueblo que haga labor social en el mismo campo de batalla.

— ¿Campo de batalla?— sonrió la joven

— Disculpe usted mis términos bélicos, no puedo separar mi profesión de la vida diaria. Me refería a que las “damas piadosas” de Port Ángeles organizan cenas benéficas y conciertos. No lo digo por su familia— se corrigió el marino antes de volver a equivocarse.

—Entiendo. Estar alejado del mar debe ser para usted muy duro ¿Verdad?— preguntó la joven olvidando la mención de su familia.

—Al contrario. He encontrado reposo en tierra. Creo que nos asentaremos definitivamente aquí en Port Ángeles, los baños termales me vienen muy bien.

— ¿Asentarse?

—Si querida damita, he pedido mi retiro definitivo. Tengo más de 20 años en el mar y aunque he dejado parte de mi alma allí, he de reconocer que deseo un hogar en tierra firme. Echaré raíces. Además tengo un motivo poderoso para eso— sonrió sin decir más. Bella sentía mucha curiosidad pero no preguntó aquel motivo por temor a parecer entrometida.

—Debe ser dura la vida de un marino— lo miro fijamente.

—Sin duda lo es. Y no por lo que usted piensa— le sonrió. —Mucho más que el agua, el clima o las tempestades, lo verdaderamente duro, es dejar todo lo que amamos atrás. Afortunadamente mi Alice me ha acompañado en mis travesías pero no todos tienen la misma suerte. Muchos de mis colegas viven añorando lo que dejaron en tierra.

—Eso debe ser muy doloroso.

—Lo es. No se imagina cuanto— la mirada triste del almirante dejo entrever que había una triste historia que se remontaba a muchos años atrás.

—Y sin embargo, el mito que precede a su profesión dice lo contrario.

—Es un mito que quizás ha tomado demasiada consideración entre las damas y le diré que yo no conozco un solo colega que pueda alcanzar con orgullo ese mérito. Quizás existan hombres libertinos de los cuales las damas hayan referido tal impresión pero de entre mis colegas y amigos, las aventuras extramaritales no eran propicias.

—Entiendo.

—Tal vez los que se dediquen al comercio tengan libertades que los marines no conocemos— sonrió el almirante. Bella pudo admirar que a pesar de los años Jasper Whitlock era un hombre apuesto y varonil. Quizás con un triste pasado.

—Querido, te necesito— llamó Alice. Bella no tuvo tiempo de echar en falta al almirante porque alguien que ella conocía vino a ocupar su lugar. Era el capitán Weber, hermano de la desaparecida novia de Ben Cheney.

—Señorita Bella ¿Cómo se encuentra?— preguntó el amable marino.

—Muy bien capitán. Me alegra verle.

—Se le ve mucho mejor que en La Push, parece que el clima de Port Ángeles le favorece— le hizo un cumplido.

— Gracias ¿Qué lo trae a la ciudad?— quiso saber Bella.

—Vine a enmarcar un retrato. Verá, el capitán Cheney posó para un artista francés el año pasado. Me llegó la pintura y pensé que sería un buen regalo de bodas— dijo  agotado.

—De seguro lo será— intentó reconfortarlo la muchacha.

—Eso espero, fue algo que mandó a hacer mi hermana, ella quería un retrato de Ben.

—Cuanto lo siento.

—No se preocupe. Pobre Ángela, ella no habría olvidado tan pronto— suspiró el capitán. Lo siento— se disculpó.

—Entiendo. No está en la naturaleza de una mujer que ame de verdad, olvidar un amor así.

— ¿Cree usted que solo las damas tienen ese privilegio?— le preguntó el capitán.

—Sí, nosotras no olvidamos tan pronto, quizás esté en nuestra naturaleza.

— ¿Y en la nuestra ser inconstantes?— preguntó el capitán Weber. —Los hombres somos fuertes así como nuestros sentimientos, capaces de soportar el clima más adverso.

—Tal vez los suyos sean más fuertes, pero los nuestros son más constantes— sonrió Bella.,

—Veo que no nos pondremos de acuerdo. Sin embargo la literatura me da la razón. Muchas historias hablan de la inconstancia de la mujer.

Bella soltó una leve y hermosa carcajada.

—Y todas aquellas historias han sido escritas por hombres— ambos rieron.

—Señorita Swan, es usted una mujer muy inteligente pero… si tan sólo pudiera hacerle comprender como sufre un hombre cuando tiene que separarse de su familia. Los marinos nos hacemos a la mar sin saber si volveremos a ver a la persona que amamos. Ninguna gloria o tesoro que encontremos cumpliendo nuestro deber nos proporciona la misma felicidad que volver a estrechar entre nuestros brazos a nuestro amor y al fruto de éste. Obviamente le hablo de los hombres de corazón.

—Y yo le doy la razón. Pero también es grande el sufrimiento de quien espera, la mujer que dejan en el puerto, les ama con toda el alma. Quizás lo único que pueda reclamar para nosotras es que nuestro amor persiste… aun cuando ya no exista la esperanza.

— ¡Qué gran corazón Isabella! No habrá más discusión entre nosotros. En lo que se refiere a Ben, no lo culpo. Quizás la señorita Irina sea la tabla de salvación de un náufrago. Aquella bendición a la que uno se aferra cuando todo lo demás ha desaparecido. De ahora en adelante no hablaré de él, sólo guardaré los mejores recuerdos que tengo de su romance con mi hermana. Vamos con la señora Cheney que parece preocupada— el capitán se levantó y le ofreció su brazo. Antes de marcharse de aquel lugarcito junto a la ventana Bella reparó en el capitán Cullen quien seguía escribiendo pero juraría que un segundo antes había estado observándolos.

Antes que pudieran llegar a acompañar a las señoras Newton y Weber, Tanya y su dama de compañía hicieron su ingreso al salón.

—Señorita Swan, bienvenida— saludó Alice con mucha cortesía pero poca familiaridad.

—Vengo a dejarles invitación para una pequeña reunión en casa esta noche— sonrió la rubia.

Repartió las tarjetas a los Whitlock y a los Weber, al parecer los Newton ya habían sido invitados. Tanya reparó en la esquina apartada donde el capitán Cullen estaba escribiendo y se dirigió hacia allí. Todos la miraban, Alice sonreía incrédula.

—Capitán Cullen— dijo Tanya intentando coquetear. Él se levantó rápidamente es obvio que ni siquiera se había dado cuenta de su presencia. —Nos honraría tenerlo entre nosotros— le tendió la tarjeta.

—Muchas gracias— dijo él secamente. El silencio fue incómodo pues mientras ella seguía mirándolo, él parecía tener urgencia en regresar a su escritura. Al final la rubia se rindió y se despidió de todos.

Jessica llegó antes que Bella pudiera salir.

—Allí estás Mike— dijo sin saludar. Al ver la cara de su marido se excusó con la dueña de casa quien sonrió ante semejante descortesía. —Queridos suegros, señores Weber, hermana Kate, vengo de parte de mi padre para que nos acompañen durante el almuerzo. Nos alegra tenerlos a todos aquí en Port Ángeles— anunció.

—Lo sentimos mucho— se excusó la señora Weber. —Ya nos comprometimos con la señora Whitlock, iremos a visitarlos por la noche.

—Oh bueno. No importa— suspiró Jessica. — ¿Todos estaréis en casa esta noche?— preguntó.

—Sí, su hermana pasó por aquí hace un momento y nos dejó la invitación— le aseguró Alice.

— ¡Bella! ¿Qué haces aquí? Papá ha preguntado por ti toda la mañana, el conde ha venido dos veces a buscarte— dijo con severidad mirando a su hermana.

—Iré más tarde— dijo la aludida sin tomar en cuenta el tono que usaba su hermana. Jessica se acercó a ella.

—Bella, espero que Edward no asista esta noche— le dijo a modo de advertencia.

—No veo como podrás evitarlo, Tanya le dio personalmente una invitación.

— ¡Esa Tanya! Pues si tiene vergüenza no debería ir. No me habías dicho que el conde ha pedido tu mano.

— ¿Cómo sabes eso?— preguntó Bella pasando por alto la ofensa al capitán Cullen.

—El conde se lo comentó a papá. Estamos organizando una reunión bastante grande, se han mandado a pedir varias botellas del mejor champaña para celebrar.

— ¿Celebrar qué?

—El compromiso, tonta. Es tu última oportunidad, no creo que tengas dudas al respecto No serás tan torpe de dejar ir a un pretendiente como Alec Volturi a estas alturas de tu vida— le dijo elevando un poco más de la cuenta el tono de su voz. Afortunadamente los señores Newton y Weber seguían charlando y no se dieron cuenta.

—Eso es algo personal. No deberían intervenir— respondió Bella indignada.

Así que el conde ya había advertido de la petición. Menuda decepción iba a llevarse. Bella aún no decidía si sustentaría su negativa en lo que sabía.

—Vámonos ya, papá te espera, Tanya fue a comprarte un vestido nuevo, debes probártelo, la modista vendrá esta tarde…

—Iré cuando yo quiera. No necesito un vestido nuevo— Bella dejó a su hermana sola y se acercó a Alice.

— ¿Problemas amiga?— preguntó la pequeña.

—Creo que sí.

—Quisiera que pudiéramos conversar a gusto pero no lo creo…

Antes que Alice pudiera terminar de hablar, los presentes se levantaron de sus asientos.

—Creo que deberíamos pasar por aquella tienda antes del almuerzo— dijo la señora Newton.

—Nos disculpas querida— la señora Weber se dirigió a Alice. —Debemos salir unos minutos, necesitamos adquirir algo— le sonrió.

—Claro, te espero para el almuerzo— respondió la señora Whitlock con mucha familiaridad. Debían conocerse hace mucho tiempo, pensó Bella. Ambas eran mujeres de marinos.

Las visitas salieron, Kate no quería irse pero aun así se la llevaron. Jessica reprendía a Mike a un lado. Bella no sabía qué hacer, obviamente era hora de marcharse. Tomó su sombrero de la silla que ocupó hacía un momento con el capitán Weber pero antes que abandonara el salón, desde el fondo de la chimenea el capitán Cullen se aproximó a ella.

Sin decir palabra puso entre sus manos un papel doblado y salió más rápido que el viento. Se sorprendió al verse sola, no recordaba en que momento Jessica y Mike salieron de allí.

Sin demora abrió aquella hoja entre sus temblorosos dedos.

Querida Bella:

No puedo soportar más, debo hablarte de alguna manera. Me desgarras el alma cada segundo que pasa.
No me digas que es demasiado tarde, mi amor. No me digas que esos preciosos sentimientos han desaparecido en ti. Te ofrezco nuevamente aquel corazón que destrozaste hace ocho años, que sigue siendo más tuyo que nunca. Pero no te atrevas a decir que un hombre olvida más rápido que una mujer. No he amado a nadie más que a ti, puedo haber sido injusto y rencoroso pero jamás inconstante.  Solo por ti he venido a Port Ángeles, solo por ti regresé a América, solo por ti pienso, siento y vivo. ¿No te has dado cuenta mi Bella? ¿Acaso ya no puedes ver en mis ojos?
Te hubiera declarado mi amor antes pero te he sentido tan distante… y ahora escucho tu voz, hablando de amor. Aquel amor que un día fue nuestro.
E.C.

PD. Debo irme en este instante pero volveré… una palabra, tan sólo una mirada me bastará para entender si debo ir esta noche a verte a casa de tu padre o si debo alejarme para siempre y decir adiós.


1 comentarios:

Andrea Gonzalez dijo...

Dios patito me desgarraste el alma con la carta de Edward. No sabes el poder que tienes sobre mi para hacerme llorar. Te admiro y algún día espero llegar a escribir tan bien como tú.

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