17 julio 2013

No digas adiós Capítulo 11


Once


Aquel sábado por la mañana Bella había acompañado a Tanya a entregar los pases especiales para el concierto a algunas autoridades menos importantes. Era ilógico proporcionarlas el mismo día del evento pero no sabía que la hermana mayor confiaba en que no asistieran. Sin embargo eso hacía que la familia Swan quede bien con todo el mundo. Debía agradecer el detalle que habían tenido al preferir el recital a entregar el club para la reunión de oficiales de la marina, que se había celebrado el día anterior.

Caminaban con la señora Chelsea, quien seguía ocupando un lugar importante dentro de la familia. Esme no había podido hacer entrar en razón a Charlie. El señor Swan había achacado las murmuraciones a la envidia de la gente.

—Estoy tan feliz Chelsea, todo nos ha salido bien, hemos superado todo, cubrimos los gastos y tenemos suficiente para hacer un viaje, me gustaría tanto pasar una temporada en Chicago— comentaba Tanya entusiasmada.

A veces Bella se preguntaba porque había decidido permanecer con su familia si apenas la tomaban en cuenta. Su hermana mayor casi no reparaba en ella. Toda su conversación era dirigida a su dama de compañía. Como si no existiera. En casa su padre se dirigía a la mayor las preguntas o comentarios, mientras comían. Salvo que Bella tuviera algo importante que decir o haga algún comentario sobre la gente de Port Ángeles, no se notaba su presencia en la casa.

“Fue lo correcto” pensó caminado un paso detrás de su hermana. “A pesar de todo, no me puedo reprochar mis decisiones pasadas” se dijo una vez más.

—Tanya, mire esos oficiales. Nunca los había visto por aquí, debieron venir para ese evento de ayer— susurró la señora Chelsea.

—No me hable de marinos Chelsea, casi arruinan mi recital— la rubia se oía muy enfadada. —Santos cielos… ¡Que guapos son!— apenas escuchó decir eso a su hermana Bella se fijó hacia dónde miraba. Escuchar las palabras “Marino” y  “guapo” en la misma oración no le dejaba dudas, alguien que ella conocía estaba cerca.

—Ahora que están más cerca, creo reconocer al rubio. Es el almirante Whitlock, su arrendatario— volvió a hablar en susurros la señora Chelsea.

— ¡No me diga! ¿Él es el almirante Whitlock? Pero yo pensaba…

—Lo sé. Yo también lo creía viejo y decrépito pero ayer una conocida me lo mostró.

— ¿Y aquel? ¿El más alto? ¿Sabe quién es?— Tanya se refería a Edward, quien se lucía mejor en uniforme.

—No tengo idea. Si tan sólo tuviéramos una excusa para presentarnos…— la señora Chelsea no pudo terminar sus cuchicheos pues los marinos estaban demasiado cerca.

Y no se equivocaba. Edward, Jasper y otro marino venían hacia ellas, caminando en la misma vereda. Portaban el uniforme oficial y no podían verse más elegantes. A Bella le dio un vuelco el corazón. Edward destacada entre ellos, no sólo por estar ubicado más cerca de ellas, sino porque claramente era el más apuesto.

Los tres militares se ordenaron en fila para ceder el paso a las damas. Bella los observó sintiendo su corazón latir más aprisa cuando sus ojos se encontraron con los del Capitán Cullen.

—Señorita Swan, cuánto gusto verla— se escuchó la voz del militar de más rango. El almirante Whitlock hizo una reverencia.

—Mis respetos señorita Swan— le siguió el capitán Cullen.

Tanya no cabía en sí de gozo, creía que se dirigían a ella, pues al ser la mayor le correspondía el honor de ser llamada así. Pero gran decepción se llevó cuando fue su hermana menor quien contestó al saludo de los marinos.

—Almirante Whitlock, capitán Cullen, me alegra verlos— saludó cortésmente la menor.

—Permítanos presentarle al Mayor Denali, acaba de llegar de Alaska— el almirante le cedió el saludo al oficial de su derecha quien educadamente correspondió.

—Señorita Swan, es un honor conocerla— con una reverencia el Mayor Denali, un hombre apuesto de cabellos oscuros y piel pálida, le presentó sus respetos.

—El honor es mío. Por favor, permítanme presentarles a mi hermana mayor la señorita Tanya Swan y a su dama de compañía la señora Rossi— dijo Bella con una sonrisa.

Las presentaciones se hicieron, la mayor de las hermanas Swan entregó sin pensar tres pases para el recital, hechizada por aquellos vistosos uniformes. Los oficiales se despidieron agradeciendo el detalle y continuaron su marcha.

Bella estaba abrumada, habían sido tan considerados con ella. No es que hubieran ignorado a su hermana pero por una vez en su vida, la atención había recaído en su persona. Acostumbrada a ser ignorada, la menor de las Swan no cabía en sí de gozo.

— ¿Los conociste en Forks?— preguntó Tanya evidentemente celosa. Ella era la belleza de la familia y no perdonaría a su hermana haberla opacado.

—El almirante Whitlock es nuestro arrendatario, lo conocí mientras caminábamos por el campo con Jessica.

— ¿Y el otro? Tengo la sensación de haberlo visto alguna vez pero no sé dónde.

—El capitán Cullen es su cuñado.

— ¡Qué lástima! ¿Es casado?

—No. La hermana del capitán Cullen está casada con el almirante Whitlock.

Bella estaba decidida a no responder más que lo necesario. Se negaba a entrar en detalles.

—Soltero, capitán y de buen porte. Hizo bien en invitarlo señorita Tanya— le sonrió la señora Chelsea a su jefa.

—Desde luego que hice bien. Chelsea, recuérdeme reservar su lugar junto al mío el día del concierto— sonrió la rubia.

Bella estuvo a punto de replicar aquella orden pero prefirió mantenerse en silencio. Si Tanya  recordara quien era Edward en el pasado ni siquiera querría sentarse en la misma fila. Ella había despreciado a los Cullen hace años. No a Edward al que apenas había visto una vez, sino a Alice. Y también a Emmett quien le había prestado servicio durante una tormenta y había tenido la indiscreción de hacerle un cumplido a su belleza.

¿Cómo había llamado Tanya a Emmett? “Muchachito desarrapado y atrevido” y una vez que sorprendió a Bella paseando con Alice se había referido a su familia como “infortunada familia venida a menos” a lo que la pequeña de los Cullen había respondido en su defensa calificando a la mayor de los Swan como “presumida rubia tonta”.

Sí, Tanya no recordaba pero tarde o temprano se daría cuenta. La parte egoísta de Bella le aconsejó que sea la propia Tanya quien descubriera que su orgullo puede traer consecuencias.

Una lluvia copiosa se desató en aquel momento, las tres damas corrieron a refugiarse en las puertas de un establecimiento. No habían llevado paraguas, la mayor de las hermanas se lamentaba su mala suerte. Bella aún seguía dándole vueltas al último encuentro cuando un coche se detuve frente a ellas. Era la vizcondesa de  Cornish  y su hija Lady Victoria.

—Mi señora anuncia que hay espacio para dos damas dentro del carruaje. Va hacia la residencia Swan— les habló el cochero.

—Muchas gracias— Tanya miró a su dama de compañía y a su hermana, no se decidía por ninguna.

—Isabella, acompañe a su hermana, yo puedo caminar desde aquí— ofreció la señora Chelsea Rossi a la menor. Era lo propio ya que a pesar de las condescendencias que se le otorgaban, Bella era la hija de su patrón.

—Yo tenía intenciones se caminar un poco más...— intentó ser cortés la muchacha antes de abordar el carruaje. No había llevado su abrigo, esperaba que a pesar de la compañía el interior del coche sea agradable.

—Suba Chelsea, ya sabe cómo es mi hermana, siempre de un lado hacia el otro— Tanya alentó a la dama de compañía a subir tras ella sin detenerse a pensar en que Isabella debía ir con ella y no su empleada.

Bella vio cómo se alejaba el carruaje sin decir palabra. Ya había perdido la cuenta la cantidad de desplantes que su hermana le había hecho pasar. Desde poner su cubierto en el lugar más lejano a su padre, caminar al lado de su dama de compañía en la salidas a los teatros y cenas hasta dejarla sola  en plena  calle en medio de la lluvia.

“Un poco de agua no ha matado a nadie” pensó Bella dando un paso hacia la derecha. La cafetería Granny's no estaba lejos, allí podría guarecerse y tomar algo caliente mientras esperaba que pase la lluvia.  Pero sus ojos se encontraron con los del Capitán Cullen que esta vez venía sólo.

—Capitán Cullen— dijo sorprendida.

—Señorita Swan— contestó el saludo el marino. Un silencio incómodo se apoderó de ambos, sus ojos se encontraban tímidamente para volver a desviar la mirada. Era la primera vez que se encontraban solos.

—No sabía que había llegado a Port Ángeles—susurró la muchacha.

—Llegué hace unos días ¿Me permite acompañarla?— ofreció su brazo.

—Desde luego— intentó sonreír pero sus mejillas parecían no obedecerle.

—Me parece que el clima es muy frío para usted, permítame— con gran sorpresa Bella vio que el capitán de la marina se desprendía de su abrigo para ofrecérselo. Creyó que colocaría la prenda en sus pero se equivocó. Con delicadeza el capitán la ayudó a colocárselo sobre los hombros. El calor  del paño aplacó el frío que sentía. No podía creer que tuviera sobre sus hombros aquella prenda, de un azul profundo.

— ¿Va a quedarse mucho tiempo en Port Ángeles?— intentó conversar Bella.

—No— fue la seca respuesta que recibió. —En realidad no lo sé— la elocuencia había abandonado al capitán. –Eso depende de unos asuntos que debo resolver— recuperó su voz firme.

Su semblante había cambiado, ya no la miraba con aquella dolorosa indiferencia de meses atrás.

—Hace poco recibí noticias de Forks. Mi hermana me escribió  contándome la novedad del compromiso de la señorita Newton con el capitán Cheney, esto me ha sorprendido mucho— comentó la muchacha.

—Igual que a mí…gratamente sin duda.

—Claro… es una buena noticia.

— ¡La mejor!— alabó el capitán con entusiasmo.

—Estoy segura de ello. El capitán Cheney volverá a sonreír…— añadió la joven

—Y la señorita Irina escuchará poesía…

Ambos se miraron sin poder evitar una sonrisa de complicidad. Pero pronto un pensamiento triste llegó a Edward.

—Sin embargo— dijo el capitán. —Es muy extraño para mí que Benjamín Cheney haya superado una pérdida como la de Ángela Weber. Yo conocí a la dama…— el tono de su voz decayó. —Era una mujer extraordinaria y es difícil que un hombre supere un amor así… y tal vez no lo haga… porque…

No habían notado que sus pasos se detuvieron y nuevamente estaban mirándose a los ojos, intentando acercarse para mantener su conversación sólo para ellos. Lamentablemente había alguien que los había estado observado. El conde Volturi salía del café hacia la calle cuando se fijó en Isabella. Se acercó a ellos movido por un instinto básico de proteger a su prima.

—Mi querida Bella, en este momento estaba en camino a su casa para verla— saludó el apuesto conde. —Tengo el coche aquí ¿Desea acompañarme?— ofreció.

La muchacha turbada por aquel momento íntimo que había compartido con el capitán se sonrojó.

—Alec— sonrió Isabella. —Permítame presentarle al capitán Cullen. Capitán Cullen le presento a mi primo el conde Alec Volturi.

Ambos caballeros se saludaron educadamente, Bella no notó aquellas miradas desafiantes que se lanzaron. La guerra parecía estar declarada entre ellos sin siquiera haber intercambiado una palabra.

— ¿Nos vamos Bella?— volvió a insistir el conde.

—Creo recordar capitán Cullen que usted aprecia la música, espero nos acompañe esta noche en el concierto— se despidió Bella devolviendo el abrigo a su propietario.


No alcanzó a oír la respuesta, subió al coche para regresar a casa.

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