Once
Aquel sábado por
la mañana Bella había acompañado a Tanya a entregar los pases especiales para
el concierto a algunas autoridades menos importantes. Era ilógico
proporcionarlas el mismo día del evento pero no sabía que la hermana mayor
confiaba en que no asistieran. Sin embargo eso hacía que la familia Swan quede
bien con todo el mundo. Debía agradecer el detalle que habían tenido al
preferir el recital a entregar el club para la reunión de oficiales de la
marina, que se había celebrado el día anterior.
Caminaban con la
señora Chelsea, quien seguía ocupando un lugar importante dentro de la familia.
Esme no había podido hacer entrar en razón a Charlie. El señor Swan había
achacado las murmuraciones a la envidia de la gente.
—Estoy tan feliz
Chelsea, todo nos ha salido bien, hemos superado todo, cubrimos los gastos y
tenemos suficiente para hacer un viaje, me gustaría tanto pasar una temporada
en Chicago— comentaba Tanya entusiasmada.
A veces Bella se
preguntaba porque había decidido permanecer con su familia si apenas la tomaban
en cuenta. Su hermana mayor casi no reparaba en ella. Toda su conversación era
dirigida a su dama de compañía. Como si no existiera. En casa su padre se
dirigía a la mayor las preguntas o comentarios, mientras comían. Salvo que Bella
tuviera algo importante que decir o haga algún comentario sobre la gente de
Port Ángeles, no se notaba su presencia en la casa.
“Fue lo correcto” pensó caminado un paso detrás de su
hermana. “A pesar de todo, no me puedo reprochar mis decisiones pasadas” se
dijo una vez más.
—Tanya, mire esos oficiales. Nunca los había visto por
aquí, debieron venir para ese evento de ayer— susurró la señora Chelsea.
—No me hable de marinos Chelsea, casi arruinan mi
recital— la rubia se oía muy enfadada. —Santos cielos… ¡Que guapos son!— apenas
escuchó decir eso a su hermana Bella se fijó hacia dónde miraba. Escuchar las
palabras “Marino” y “guapo” en la misma
oración no le dejaba dudas, alguien que ella conocía estaba cerca.
—Ahora que están más cerca, creo reconocer al rubio. Es
el almirante Whitlock, su arrendatario— volvió a hablar en susurros la señora
Chelsea.
— ¡No me diga! ¿Él es el almirante Whitlock? Pero yo
pensaba…
—Lo sé. Yo también lo creía viejo y decrépito pero ayer
una conocida me lo mostró.
— ¿Y aquel? ¿El más alto? ¿Sabe quién es?— Tanya se
refería a Edward, quien se lucía mejor en uniforme.
—No tengo idea. Si tan sólo tuviéramos una excusa para
presentarnos…— la señora Chelsea no pudo terminar sus cuchicheos pues los
marinos estaban demasiado cerca.
Y no se equivocaba. Edward, Jasper y otro marino venían
hacia ellas, caminando en la misma vereda. Portaban el uniforme oficial y no
podían verse más elegantes. A Bella le dio un vuelco el corazón. Edward
destacada entre ellos, no sólo por estar ubicado más cerca de ellas, sino
porque claramente era el más apuesto.
Los tres militares se ordenaron en fila para ceder el
paso a las damas. Bella los observó sintiendo su corazón latir más aprisa
cuando sus ojos se encontraron con los del Capitán Cullen.
—Señorita Swan, cuánto gusto verla— se escuchó la voz
del militar de más rango. El almirante Whitlock hizo una reverencia.
—Mis respetos señorita Swan— le siguió el capitán
Cullen.
Tanya no cabía en sí de gozo, creía que se dirigían a
ella, pues al ser la mayor le correspondía el honor de ser llamada así. Pero
gran decepción se llevó cuando fue su hermana menor quien contestó al saludo de
los marinos.
—Almirante Whitlock, capitán Cullen, me alegra verlos—
saludó cortésmente la menor.
—Permítanos presentarle al Mayor Denali, acaba de
llegar de Alaska— el almirante le cedió el saludo al oficial de su derecha
quien educadamente correspondió.
—Señorita Swan, es un honor conocerla— con una
reverencia el Mayor Denali, un hombre apuesto de cabellos oscuros y piel
pálida, le presentó sus respetos.
—El honor es mío. Por favor, permítanme presentarles a
mi hermana mayor la señorita Tanya Swan y a su dama de compañía la señora Rossi—
dijo Bella con una sonrisa.
Las presentaciones se hicieron, la mayor de las
hermanas Swan entregó sin pensar tres pases para el recital, hechizada por
aquellos vistosos uniformes. Los oficiales se despidieron agradeciendo el
detalle y continuaron su marcha.
Bella estaba abrumada, habían sido tan considerados con
ella. No es que hubieran ignorado a su hermana pero por una vez en su vida, la
atención había recaído en su persona. Acostumbrada a ser ignorada, la menor de
las Swan no cabía en sí de gozo.
— ¿Los conociste en Forks?— preguntó Tanya
evidentemente celosa. Ella era la belleza de la familia y no perdonaría a su
hermana haberla opacado.
—El almirante Whitlock es nuestro arrendatario, lo
conocí mientras caminábamos por el campo con Jessica.
— ¿Y el otro? Tengo la sensación de haberlo visto
alguna vez pero no sé dónde.
—El capitán Cullen es su cuñado.
— ¡Qué lástima! ¿Es casado?
—No. La hermana del capitán Cullen está casada con el
almirante Whitlock.
Bella estaba decidida a no responder más que lo
necesario. Se negaba a entrar en detalles.
—Soltero, capitán y de buen porte. Hizo bien en
invitarlo señorita Tanya— le sonrió la señora Chelsea a su jefa.
—Desde luego que hice bien. Chelsea, recuérdeme
reservar su lugar junto al mío el día del concierto— sonrió la rubia.
Bella estuvo a punto de replicar aquella orden pero
prefirió mantenerse en silencio. Si Tanya
recordara quien era Edward en el pasado ni siquiera querría sentarse en
la misma fila. Ella había despreciado a los Cullen hace años. No a Edward al
que apenas había visto una vez, sino a Alice. Y también a Emmett quien le había
prestado servicio durante una tormenta y había tenido la indiscreción de
hacerle un cumplido a su belleza.
¿Cómo había llamado Tanya a Emmett? “Muchachito
desarrapado y atrevido” y una vez que sorprendió a Bella paseando con Alice se
había referido a su familia como “infortunada familia venida a menos” a lo que
la pequeña de los Cullen había respondido en su defensa calificando a la mayor
de los Swan como “presumida rubia tonta”.
Sí, Tanya no recordaba pero tarde o temprano se daría
cuenta. La parte egoísta de Bella le aconsejó que sea la propia Tanya quien
descubriera que su orgullo puede traer consecuencias.
Una lluvia copiosa se desató en aquel momento, las tres
damas corrieron a refugiarse en las puertas de un establecimiento. No habían
llevado paraguas, la mayor de las hermanas se lamentaba su mala suerte. Bella
aún seguía dándole vueltas al último encuentro cuando un coche se detuve frente
a ellas. Era la vizcondesa de Cornish y su hija Lady Victoria.
—Mi señora anuncia que hay espacio para dos damas
dentro del carruaje. Va hacia la residencia Swan— les habló el cochero.
—Muchas gracias— Tanya miró a su dama de compañía y a
su hermana, no se decidía por ninguna.
—Isabella, acompañe a su hermana, yo puedo caminar
desde aquí— ofreció la señora Chelsea Rossi a la menor. Era lo propio ya que a
pesar de las condescendencias que se le otorgaban, Bella era la hija de su
patrón.
—Yo tenía intenciones se caminar un poco más...—
intentó ser cortés la muchacha antes de abordar el carruaje. No había llevado
su abrigo, esperaba que a pesar de la compañía el interior del coche sea
agradable.
—Suba Chelsea, ya sabe cómo es mi hermana, siempre de
un lado hacia el otro— Tanya alentó a la dama de compañía a subir tras ella sin
detenerse a pensar en que Isabella debía ir con ella y no su empleada.
Bella vio cómo se alejaba el carruaje sin decir
palabra. Ya había perdido la cuenta la cantidad de desplantes que su hermana le
había hecho pasar. Desde poner su cubierto en el lugar más lejano a su padre,
caminar al lado de su dama de compañía en la salidas a los teatros y cenas
hasta dejarla sola en plena calle en medio de la lluvia.
“Un poco de agua no ha matado a nadie” pensó Bella dando
un paso hacia la derecha. La cafetería Granny's no estaba lejos, allí podría guarecerse y tomar algo
caliente mientras esperaba que pase la lluvia.
Pero sus ojos se encontraron con los del Capitán Cullen que esta vez
venía sólo.
—Capitán Cullen— dijo sorprendida.
—Señorita Swan— contestó el saludo el marino. Un
silencio incómodo se apoderó de ambos, sus ojos se encontraban tímidamente para
volver a desviar la mirada. Era la primera vez que se encontraban solos.
—No sabía que había llegado a Port Ángeles—susurró la
muchacha.
—Llegué hace unos días ¿Me permite acompañarla?—
ofreció su brazo.
—Desde luego— intentó sonreír pero sus mejillas
parecían no obedecerle.
—Me parece que el clima es muy frío para usted,
permítame— con gran sorpresa Bella vio que el capitán de la marina se
desprendía de su abrigo para ofrecérselo. Creyó que colocaría la prenda en sus
pero se equivocó. Con delicadeza el capitán la ayudó a colocárselo sobre los
hombros. El calor del paño aplacó el
frío que sentía. No podía creer que tuviera sobre sus hombros aquella prenda,
de un azul profundo.
— ¿Va a quedarse mucho tiempo en Port Ángeles?— intentó
conversar Bella.
—No— fue la seca respuesta que recibió. —En realidad no
lo sé— la elocuencia había abandonado al capitán. –Eso depende de unos asuntos
que debo resolver— recuperó su voz firme.
Su semblante había cambiado, ya no la miraba con
aquella dolorosa indiferencia de meses atrás.
—Hace poco recibí noticias de Forks. Mi hermana me
escribió contándome la novedad del
compromiso de la señorita Newton con el capitán Cheney, esto me ha sorprendido
mucho— comentó la muchacha.
—Igual que a mí…gratamente sin duda.
—Claro… es una buena noticia.
— ¡La mejor!— alabó el capitán con entusiasmo.
—Estoy segura de ello. El capitán Cheney volverá a
sonreír…— añadió la joven
—Y la señorita Irina escuchará poesía…
Ambos se miraron sin poder evitar una sonrisa de
complicidad. Pero pronto un pensamiento triste llegó a Edward.
—Sin embargo— dijo el capitán. —Es muy extraño para mí
que Benjamín Cheney haya superado una pérdida como la de Ángela Weber. Yo
conocí a la dama…— el tono de su voz decayó. —Era una mujer extraordinaria y es
difícil que un hombre supere un amor así… y tal vez no lo haga… porque…
No habían notado que sus pasos se detuvieron y
nuevamente estaban mirándose a los ojos, intentando acercarse para mantener su
conversación sólo para ellos. Lamentablemente había alguien que los había estado
observado. El conde Volturi salía del café hacia la calle cuando se fijó en
Isabella. Se acercó a ellos movido por un instinto básico de proteger a su
prima.
—Mi querida Bella, en este momento estaba en camino a
su casa para verla— saludó el apuesto conde. —Tengo el coche aquí ¿Desea
acompañarme?— ofreció.
La muchacha turbada por aquel momento íntimo que había
compartido con el capitán se sonrojó.
—Alec— sonrió Isabella. —Permítame presentarle al
capitán Cullen. Capitán Cullen le presento a mi primo el conde Alec Volturi.
Ambos caballeros se saludaron educadamente, Bella no
notó aquellas miradas desafiantes que se lanzaron. La guerra parecía estar
declarada entre ellos sin siquiera haber intercambiado una palabra.
— ¿Nos vamos Bella?— volvió a insistir el conde.
—Creo recordar capitán Cullen que usted aprecia la
música, espero nos acompañe esta noche en el concierto— se despidió Bella
devolviendo el abrigo a su propietario.
No alcanzó a oír la respuesta, subió al coche para
regresar a casa.
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