06 mayo 2013

Cap 8 ¿Quién llamó a la Cigüeña?




CAPÍTULO 8

EL REGRESO DEL DONANTE

Día a día mi pequeña barriguita iba creciendo. Charlie estaba muy feliz, se pasaba anotando en una libreta todos los posibles nombres que podríamos ponerle al bebé. 

Pero la mayoría los sacaba de los partidos de beisbol. “Sanford Swan”, “Boone Swan”, “Scott Swan”.

Charlie deliraba con esos nombres. Sobre todo porque llevarían su apellido. Pero él solo pensaba en un niño y la verdad secretamente yo anhelaba una pequeña princesa que esté siempre a mi lado. Con quien pueda salir de compras, ver películas de Disney, hacernos las uñitas y cuando esté grande poder ir al spa juntas. Igualmente recibiría con el mismo amor a un niño.

Mi mente volaba con pensamientos del fututo y mis ojos se hacían agua imaginando a mi hijo o hija grande.

Jacob solía acompañarme a comprar por las tardes, me encantaba sentirme protegida. Él me hacía reír mucho, me contaba chistes todo el tiempo y las aventuras de sus amigos. Poco a poco la pandilla de locos de La Push, a quienes conocía desde niña, formalizaban. Varios ya se habían casado y tenían hijos. Incluso Seth tenía novia. ¡El pequeño Seth!

Papá conversaba con él, luego que empezó a salir con Sue, se volvió algo así como el papá de repuesto para el pequeño quileute.

Todo marchaba si problemas dentro de lo posible, porque estos antojos no me dejaban en paz ni en sueños. Los dos últimos controles con Bree fueron satisfactorios.

Todo era normal. Tan normal que las náuseas estaban pasando, gané un kilo comiendo pasteles. Pero en ciertas situaciones como películas tristes y novelas románticas reaccionaba de forma extraña.

Sin quererlo mis ojos se llenaban de lágrimas. Antes yo no lloraba a menos que lo que viera o leyera fuera muy sentimental. Pero ahora chillaba por todo.

Debe ser eso de las hormonas lo que me trae muy sensible. Ni modo, toca soportar lo que venga. El sólo hecho de imaginarme en unos meses, acunando a mi bebé me hacía olvidar los malos ratos que estaba pasando.

Ese fin de semana compré ropa nueva, más holgada. Pantalones con lugar para mi barriguita y coquetas blusas con amplio espacio delantero.

Quedé con Jake para que me espere saliendo de la tienda de ropa. Quería hacerle una lasaña, que se me había antojado, para compensarle todos estos días que viene a visitarme. Además para tocar un tema serio.

Todo mundo ya había notado mi embarazo, lucía una pancita pequeña pero era obvio que estaba en la dulce espera. Lógicamente la gente empezó a murmurar y a sospechar que el padre era Jake. Incluso una madre del colegio me felicitó y me pidió darle sus saludos a Jacob. Le aclaré que ese bebé era sólo mío. Y allí quedó todo.

Pero yo no iba a detener a toda la gente que me miraba en la calle o en el colegio para decirles: “Verá, estoy embarazada porque me tienen que quitar el útero. Seduje a un ex novio y el padre no es Jacob Black” o “Mi embarazo es producto de una inseminación”

De cualquier manera la gente habla. Pero sé por una profesora, que Jake ha recibido felicitaciones también. Y él no se ha molestado en aclarar nada.

Así que tendría que decirle a mi mejor amigo que no se autoproclame padre de mi bebé. Mi hijo… o hija llevará el apellido Swan.

— ¡Ey Bella!— me llamó el moreno al salir del establecimiento. –Déjame que te cargue eso— ofreció su ayuda. No pesaba casi nada pero le cedí los paquetes.

—Hola. ¿Quieres cenar en casa? Prepararé lasaña— ofrecí.

—Pero haces bastante porque traigo un hambre voraz. Almorcé temprano y los chicos hicieron una pequeña reunión en la tarde— sonrió.

— ¿Reunión?— pregunté. Que yo sepa no habían fiestas por estos días en La Push.

—Es que… vinieron a molestarme— sonrió. Me parecía que eso tenía que ver conmigo sino mi amigo no estaría tan abochornado.

—Jake. Quería decirte esto en casa pero creo que lo adelantaré. Mira, sé que también estas ilusionado como Charlie esperando al bebé. Pero… no es tu hijo. Y no quiero que recibas saludos o felicitaciones por esto— traté de ser lo más dulce posible. Pero creo que metí la pata. A Jake se le borró la sonrisa.

—Ok Bella. A todo el que me quiera felicitar lo enviaré a tu casa— trató de hablar normalmente y no me engañó. Lo había herido. No era mi intensión.

—Jake, lo siento— dije muy triste.

—No te preocupes. Se me subió la fama, es todo. Soy muy popular ahora que te ven embarazada— sonrió.

Caminamos sin decir nada más sobre el tema, pregunté por Leah, parece que todo marchaba bien por La Push y su regreso no fue tan incómodo como esperaba.

Llegamos al supermercado a comprar algunas cosas. Me faltaba nuez moscada y queso rallado para mi lasaña. Seguimos bromeando mientas caminábamos entre los pasillos.

Miré sirope de arce y mi boca se hizo agua. La imaginaba sobre unas fresas maduras. Y un poquito de chocolate. Lo tomé entre mis manos para leer en las indicaciones si no tenía preservantes.

No me di cuenta que alguien estaba muy cerca, casi lo golpeo al tratar de correr hacia Jake.

— ¡Mira Jake! ¡Apenas ha sido envasado la semana pasada!— grité para atraer a mi amigo.

Era tan difícil conseguir miel de arce fresca. Toda se la llevaban a Port Ángeles. Pero desde que me embaracé, suelo dejar en el libro de reclamaciones mis quejas por los pocos productos naturales del establecimiento.

Jake tenía los ojos muy abiertos y la mirada dura. Ni siquiera miró el envase que traía en mis manos.

— ¿Jake?— llamé.

—Vámonos Bella— dijo tomando mi mano. Pero soy tan curiosa que instintivamente giré mi vista hacia el objeto que había puesto así a mi amigo.

Y sentí un retorcijón en mi vientre como si de pronto al bebé hubiera saltado asustado.

Era él.

Edward.

Frente a nosotros, con una cesta roja del supermercado en las manos.

¿Qué rayos hacía aquí en Forks? ¿Qué no vivía a cientos de kilómetros? ¿No era pediatra en un hospital de Canadá?

¡Qué hacía aquí

—Cullen— dijo secamente Jake a modo de saludo.

—Black— respondió él.

¿Qué rayos les pasaba a estos dos? ¿Así se saludan los hombres de las cavernas?

Pero yo apenas podía tenerme en pie. En mi cabeza sólo replicaba una pregunta ¿Por qué está aquí? ¿Será que recuerda? ¿Vino por mí?

— ¡Qué milagro!— dijo Jake secamente. Se notaba que el “milagro” no le hacía ninguna gracia.

Edward reparó en mí pancita. Ya me había visto, creo que me había estado observando unos segundos antes que yo me diera cuenta de su presencia.

—Felicidades— dijo mirándonos a ambos. ¿Felicidades? –Buenas tardes. Adiós Bella— se giró y se alejó sin decir más.

—Gracias— alcanzó a responder Jake relajándose.

Yo seguía con mi frasquito se sirope en la mano a punto de caer desmayada de la emoción. Ni siquiera pude decir palabra.

—A este estúpido no le voy a aclarar que yo no soy el padre— dijo Jake tomando la miel de mis manos y depositándola en el carrito de compras.

Un trueno sonó a lo lejos y salté del susto. Todo parecía tan irreal, tan increíble.

Edward de regreso en Forks. Tan cerca de mí… y de su hijo.

Respiré profundamente para oxigenar mí cerebro. Afuera empezó un aguacero que parecía enviado del cielo para castigarme.

¿Por qué me tenía que pasar esto? ¿Por qué?

—Cambia esa cara, parece que estuvieras a punto de dar a luz— Jake acarició mi espalda.

—Lo siento. Es la impresión— respondí.

— ¿Te impresionó ver a Cullen de nuevo? Yo creía que le tenías rencor y le aventarías la miel— sonrió tratando de volver a bromear.

—No le tengo rencor— dije muy bajito.

—Deberías tenérselo. Te dejó por un malentendido, se fue sin dar explicaciones y te pasaste meses deprimida. Yo ni siquiera le hubiera hablado— se hizo el ofendido.

—Pero le hablaste— le reproché.

—A mí no me dejó— se burló.

— ¿Por qué le agradeciste la felicitación?— pregunté.

—Porque alguna vez quise tener ventaja sobre él. Tú siempre corrías a sus brazos apenas llegaba Cullen y me dejabas de lado junto a tus demás amigos. Las cosas han cambiado por aquí— sonrió.

— ¿Eso crees?— dije confundida.

Mi mente volvía a repasar los segundos que estuve frente a Edward, una y otra vez. Su mirada fría. Su cabello alborotado como siempre. Hace algunos meses que no lo veía. Estaba muy apuesto y esta vez no andaba ebrio.

Ahora debe creer que Jake y yo esperamos un bebé. Eso es lo más lógico. Nos la pasamos andando de un lado para el otro como pareja. ¿Qué pensará? ¿Por qué habrá regresado?

Seguí como autómata a Jake hasta las cajas de pago. Ni siquiera presté atención al precio de la miel. Ni protesté cuando mi amigo pagó. Tampoco cuando cargó las bolsas y me abrió la puerta al salir. Ni siquiera presté atención a su advertencia de no caminar sobre el suelo mojado.

Pero tarde me di cuenta que debí estar más atenta a la realidad que a mis pensamientos.

Aterricé de espaldas en el piso húmedo.

Jake corrió a levantarme pero en lugar de darme sus manos, gritó pidiendo ayuda. Pronto la gente de arremolinó y no entendía por qué no me ponían de pie. Sólo les bastaba darme una mano. Traté de moverme y una voz conocida me pidió que volviera a mi posición. Desparramada en el pavimento.

—Tranquila, no te muevas ¿Cuántos meses tiene?— era Edward preguntándole a Jake por mí. Pero mi amigo empezó a hacer cuentas mentalmente.

— ¡Tengo 18 semanas!— grité.

Escuché el sonido de la ambulancia al llegar. No entendía por qué tanto alboroto sólo por una caída. Sé que estoy embarazada pero no sentí que el golpe fuera fuerte. De todas maneras creo que era mejor prevenir.

Soy tan estúpida, recién tomaba conciencia. Como siempre ando pensando en musarañas en lugar de fijarme donde rayos pongo mis pies.

Cuando la ambulancia llegó, seguida de un coche patrulla mis mejillas empezaron a arder. Todo mundo parecía estar allí. Papá, Jake, la gente chismosa, algunos padres de familia del colegio… y Edward.

— ¿Qué pasó?— gritó papá mientras dos paramédicos me subían a una camilla.

—Se cayó— dijo Jake triste.

—Pero te dije que la cuidaras, si es preciso que la cargues— le reclamó Charlie.

Intenté moverme un poco para ver a papá y darle una sonrisa pero sentí un líquido tibio entre mis piernas y quise llorar.

Fue una sensación tan horrible, todos mis sueños estaban puestos en la nueva vida que llevaba dentro. Soy tan idiota, tan bruta. Cómo se me ocurre caminar en el suelo mojado, con la agilidad de pato que tengo.

Mis lágrimas cayeron de pronto.

—Tranquila, todo va a ir bien— intenté mirarlo pero no estaba en el rango de mi visión. Sé que él estaba allí conmigo y eso no ayudaba en nada a mitigar mi desesperación. La aumentaba. 

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