CAPÍTULO
8
NUEVAS
IDEOLOGÍAS
El primer mes en la facultad de literatura fue peor que la escuela de
etiqueta y protocolo. Y no porque tuviera compañeros estirados o vanidosos.
Sino porque aquellas personas parecían no saber cómo hacer amigos. Cada uno parecía
querer ganarle al otro. Se miraban con desconfianza, apenas me saludaban al
ingresar y durante las clases sus comentarios eran muy duros. Cada cátedra
parecía un debate. Todos defendían sus ideas a voz en cuello y de forma poco
cortés. Pero lo que más me molestaba era las críticas a la literatura inglesa.
Hasta los maestros ridiculizaban las hermosas frases de Jane Austen.
Y Leah no se quedaba atrás, para ella el romance era basura. Sumida en su
lucha por igualar los derechos de la mujer a los del hombre parecía
verdaderamente un vendedor callejero. No se lo decía abiertamente pero no podía
comprender dentro de mí, porque ser feminista hacía que se perdiera la
femineidad. Al menos Leah parecía un muchacho maleducado todo el tiempo.
Otra vez me desilusioné con el camino que había elegido. Solo escuchaba
hablar de la razón, de las clases sociales, de la modernidad y los derechos
laborales femeninos.
Ya no se daba importancia a la poesía que contenga belleza, sino que cada
poema debía tener las frases y las palabras con perfecta rima no importando el
contenido. La literatura popular era vana, vacía y parecía producto de cálculos
matemáticos.
Ni siquiera me atrevía a sacar mis escritos y menos presentarlos. Ningún
maestro lo aprobaría. Yo entraba en la
categoría de “escritores cursis”.
No encontraba valor para contarle a Edward o a mi abuela lo que me
sucedía. Yo había querido entrar a esta universidad a estudiar para convertirme
en escritora y no podía soportar las clases.
Empecé a escribir ensayos que no me gustaban. Hablaba sobre la pobreza,
la desigualdad y cosas que estaban de moda pero que no sentía.
Hubiera querido escribir sobre los pobres en otro contexto, narrar sus
tristezas y miserias, no exigir una igualdad que sabía era utópico. No creo que
se deba exigir a los demás lo que no podemos exigirnos a nosotros mismos, está
en nosotros empezar a mejorar.
—Isabella, tu ensayo sobre la gente que vive debajo del puente ha sido el
ganador esta semana. Lo publicaremos en el periódico universitario— me comunicó
el profesor Baher una mañana. Apenas pude agradecerle.
Sabía que se me había pasado la mano al acusar a las autoridades de
permitir la marginación de los pobres. En cierta forma tenía razón pero en ese
escrito exigía cosas de forma drástica. Incitaba a los estudiantes a tomar la
universidad para reclamar.
Sólo lo hice porque todos escribían de esa manera. En realidad estaba
avergonzada de haber escrito eso.
Rogaba al cielo que ese periódico no llegase a manos de Edward o de mi
abuela.
— ¿Bella te sucede algo?— preguntó Alice una tarde.
—No. Sólo estoy pensando, tengo mucha tarea y como es escribir, ando
hilando ideas en mi mente— le sonreí. Tal vez debería contarle a ella mis
dudas.
—Quisiera leer todo lo que escribes, debes dejarme leerlo cuando termines.
Imagino que es algún romance, o mejor, una leyenda ¿Me equivoco?— dijo muy
feliz. Desde que Jasper le escribió andaba en las nubes. La semana que viene su
novio vendría a visitarla en su primer día libre desde que se asimiló al ejército.
—Algo por el estilo pero más realista. Tu sabes, un romance en esta época
es algo complicado— traté de cambiar la conversación.
— ¿Complicado? Bueno sí. Para algunos supongo. Pero no para ti. ¿Edward
va a venir?— preguntó.
—Hoy no. Tiene que ir a estudiar unos cadáveres— Alice hizo una mueca de
asco. Desde que Edward había tomado su primera clase de anatomía, no venía a verme
por las tardes. Su clase terminaba cuando oscurecía y él insistía que el olor
al formol no se le quitaba. Tendría que esperar a mañana para verlo.
.
—Tienes que ir, todas las mujeres de ideas avanzadas estarán allí—
insistía Leah una mañana. Su marcha en protesta por las leyes “machistas” era
muy publicitada.
—Leah, mi abuela no me dará permiso— objeté. En realidad creo que mi
abuelita no se opondría pero yo no deseaba ira a protestar, aunque sea un
reclamo justo, no me parecía la manera adecuada.
— ¿Eres universitaria o una nena de pre escolar?— se quejó.
— ¿Haré lo posible si?— haría lo posible por enfermarme mañana para no
venir a clases y dejar que ella me arrastre por las calles de Chicago a gritar
a voz en cuello que el sistema está podrido.
—Recuerda que Esme te necesita— chantajeo. Apenas le sonreí. Justamente
por eso no quería ir a esa marcha. Estaba seguro que a Esme le agradaría
mantener en secreto su caso. Y al buen doctor Cullen también. Pero no tuve
valor para decirle a Leah que conocía a Esme Platt.
El accidente que le ocurrió a Esme durante la navidad fue en realidad una
paliza que su esposo le había dado. Edward me contó lo mucho que aquello le
había afectado a Carlisle.
Esme Platt era una joven perteneciente a la clase alta de Chicago, a
quien sus padres casaron con el mejor postor. Un millonario viejo que la
maltrataba. Varias veces denunció sus golpizas pero la policía no intervenía
por considerarlo un asunto doméstico. El día que la conocí, venía a pedir una
prueba de embarazo que dio positivo. Durante semanas soportó el maltrato debido
a su estado de gestación lamentablemente un día su esposo llegó ebrio y la golpeó.
Su bebé murió dentro de ella. Cuando
Edward me contó aquello lloré varias noches.
Esme finalmente logró apoyo entre las feministas para demandar a su
marido. Era algo justo por lo cual reclamar. Sin embargo yo no hallaba el valor
de ir a gritar por las calles, tal vez pelearme con algunos agentes del orden e
insultar al gobierno.
Soy cobarde… tan cobarde.
Alice y mi abuela irían a esa manifestación de saber toda la verdad. Yo
no se los había contado porque Edward me lo confió en secreto.
Me sentía tan desanimada. Sin encajar en ningún lado. Sin sentirme parte
de algo. Cómo añoraba el campo, mis animales, lo sencilla que era mi vida
antes.
Era una extraña en esta ciudad, por más esfuerzos que hacía no lograba
adaptarme.
.
Edward llegó a verme al día siguiente, muy temprano, se vería muy serio.
Era extraño, generalmente venía a visitarme en las tardes, al salir del
hospital. Traía un diario en las manos.
—Buen día señora Marie ¿Me permite unos minutos con Bella?— pidió.
— ¿Por qué tanta seriedad?— preguntó la abuela.
—Un malentendido que quisiera aclarar con Bella, es todo— me estremecí.
¿Malentendido? ¿Conmigo? ¿Por eso traía esa cara? Debe saber lo de la
manifestación de hoy, estoy segura. La ciudad es un hervidero de chismes y
propaganda barata.
—Discúlpame Edward pero yo quisiera saber— le respondió abuelita. No, por
favor no. Tal vez le parezca bien, tal vez no. Pero no quisiera que me
reprendiera.
—Me parece justo. El diario de hoy me pareció muy extraño y quisiera que
Bella me aclare algo.
Me tendió el periódico y lo tomé entre mis manos temblando.
En la primera página estaba anunciada la manifestación de hoy.
“Las policía local, anuncia para hoy una marcha feminista en las
principales calles de Chicago…”
— ¡Yo no voy a ir!— grité.
Edward seguía mirándome desaprobatoriamente.
—Continúa— dijo.
—Es una compañera, que me ha comprometido para asistir a esta marcha. Y
es una buena causa. Te doy mi palabra Edward que nunca mencioné a Esme en las
reuniones— parecía que él no tenía idea de lo que le decía.
— ¿Marcha?— mi abuela se apuró a tomar el diario. — ¿Vas a participar en
la protesta feminista?— preguntó sonriendo.
—No. No pienso ir a la universidad hoy— dije nerviosa.
—Si yo tuviera tu edad iría. No sabía que te inclinabas por ideologías Bella,
creí que tu carácter era más tranquilo. Pero te apoyaré si decides asistir.
Podría acompañarte— parecía que a la abuela Marie le entusiasmaba estas cosas.
—Bella, no hablaba de la marcha feminista— Edward tomó el diario y lo
abrió. Lo colocó en la mesa para que pudiera revisarlo.
“La corriente de Chicago, cómo se hacen llamar, son un grupo de jóvenes
universitarios, que atacaron la sede del ministerio de trabajo. Con pintas
comunistas y panfletos empiezan un levantamiento contra el gobierno…” Luego
mostraban fotografías del vandalismo estudiantil pero lo que decía una de ella
me heló la sangre.
La desigualdad, la pobreza y el
abandono de las autoridades capitalistas, nos obligan a combatir. ¡No podemos
ser espectadores! ¡La juventud tiene el poder del cambio! B.Swan.
Eso era parte de lo que escribí en mi ensayo para la clase del profesor
Baher. ¡Y llevaba mi firma!
Esto no puede estar pasando. No.
Miré a Edward asustada.
— ¿Lo escribiste tú?— me preguntó. La abuela tomó el diario y después de
leerlo se sentó y me miró.
—Sí… pero… pero fue para un ensayo.
— ¿Piensas eso?— Edward parecía dolido. – ¿Crees que es la forma de
reclamar?— sacó un papel de su bolsillo. Un trozo arrugado y sucio. Me lo dio.
Era un panfleto, donde venía el ensayo completo que escribí para mi clase
y que seguramente fue publicado en el periódico estudiantil de la universidad
pero que nunca adquirí.
Mi abuela parecía tan interesada que se lo alcancé.
—Fue sólo un ensayo— dije empezando a sentir cierta sensación de
rebeldía. No soy una niña, estoy en la universidad. Pero siguen tratándome como
si usara coletas y no pudiera atarme los zapatos.
—Quiero saber si eso es lo que piensas Bella— pidió Edward.
—Sí, lo que escribo es lo que pienso y lo que siento. Yo no he
participado en eso, no he atacado a nadie. ¿Es tan malo que crea que el sistema
es una porquería?— me di cuenta que acababa de levantar la voz. Y que jamás
había usado esa palabra antes.
—Bien. Volveré por la tarde, estoy retrasado. Permiso señora— dijo y
salió de la casa sin decir más.
—No entiendo porque se molesta, ni que hubiera matado a alguien— dije a
punto de llorar.
—Bella… esto es muy violento— empezó la abuela. –Hija, las palabras
incitan a la lucha, la lucha lleva al caos y el caos a la anarquía…
—Yo no quiero eso, sólo escribí lo que se me ocurrió.
—Tienes el don de mover a la gente con tus palabras…
— ¡Yo jamás les dije que atacaran ese lugar, ni que tomaran la
universidad!— me defendí.
—Tus palabras escritas Bella. Edward tiene razón, es peligroso— suspiró.
— ¿Tiene razón? ¡Si no dijo nada!
—Tienes dentro de ti, una fuerza que desconoces. Y eso es peligroso, sin
contar con que las autoridades deben estar buscando a B. Swan. La persona que
“promovió” ese vandalismo.
—Abuela, yo no he promovido nada— me senté derrotada.
—Iré a hablar con Phil Dyer, necesitas inmunidad— me quedé sola mirando
como todos se movían por protegerme.
Pero yo no merezco que me traten como una niña. Y tengo ideas propias,
tal vez no las más acertadas, ni las más modernas. Pero son mis ideas, mi forma
de ver el mundo. Y ya era tiempo que alguien me oiga.
Me cambié apresuradamente para ir a la universidad. Leah necesitaba mucha
ayuda.
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