13 febrero 2013

Cap 7 Bellicienta 2

CAPÍTULO 7

INICIANDO UN LARGO CAMINO


Alice sonrió y danzó todo el tiempo que Jasper se quedó con nosotras, fueron sólo tres días, hasta que logró que lo aceptaran en la cuarta división de infantería pero tuvo que marcharse con su tío a Texas. 

Partió orgulloso prometiendo regresar apenas tuviera un día libre.

— ¿Qué haremos ahora? Ya no volveremos a la apestosa academia de protocolo— Alice se veía sin muchos ánimos hoy.

—Mi abuela habló de conseguirme un tutor antes que pueda entrar a la universidad.

—Pues yo quiero estudiar diseño de ropa, crear nuevas tendencias. No creo que sea necesarios tantos accesorios para la vida diaria, y esos vestidos tan formales, llegará un día en que la mujer sea elegante y se sienta cómoda— pensaba en voz alta mi prima y mejor amiga.

—Bien por ti. Yo aún no me decido, quiero algo en lo que me sienta realizada y además sea útil— le dije con desconsuelo.

— ¿No me dijiste que te gustaría ser escritora?— preguntó.

—Sí, eso era lo que soñaba pero al llegar a esta gran ciudad. Pero después de ver tantas cosas me parece que el mundo es muy diferente a cómo me lo imaginaba. Este no es el mundo en el que vivió Jane Austen. El romance parece que ya no tiene lugar aquí. Y los cuentos de hadas solo les gustan a los niños. Hace días que reviso el periódico, los nuevos libros que salen hablan de dinero, poder y negocios. Hasta las fotonovelas son muy atrevidas, dicen que eso le atrae más a la gente— suspiré.

—No te desanimes Bella, siempre habrá gente que sueñe, que crea en las fantasías— me acarició la cabeza.

—Quizás para mí sea grandioso pero no le encuentro utilidad ahora— estaba muy desanimada.

—Si te hace feliz, es útil. Harás felices a tu padre, tu abuela, a Edward y a mí— seguía animándome.

—Pero tú serás más útil, tus diseños podrán ser usados por muchas mujeres, harás un cambio en la moda… eso es de verdad útil— creo que mis sueños eran tan sólo ilusiones de provinciana.

—Y tus libros también, aunque escribas solo para niños, te imaginas todas esas caritas felices— yo no me creía que a los niños les gustaban esas historias. Ayer había leído un artículo en el diario dónde decían que a los niños prefieren las revistas de súper héroes a los cuentos clásicos. Menudos niños había en la ciudad.

—Gracias pero creo que debo replantearme algunas cosas. Por cierto quien es Chanel— pregunté al ver una revista que ella traía siempre consigo.

—Ella es la máxima revolucionaria de la moda, la mujer más audaz, atrevida y decidida que conozco— dijo con mucho ímpetu.

— ¿La conoces?

—No personalmente pero he oído que pronto vendrá a América. Es francesa. Voy a entrar a la Escuela de Diseño y Moda de Illinois apenas pueda juntar el dinero— mi prima hablaba con tal vehemencia que me convenció.

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Habían pasado más de 6 meses ya, desde que vine a esta ciudad.

Mi vida ahora se desarrollaba entre mis estudios y paseos esporádicos con Edward que estaba en el primer año de medicina y andaba muy ocupado.

Alice había entrado en la academia de modas hace un par de semanas y regresaba por las tardes.

Sin embargo yo todavía me sentía algo relegada. Mi tutora era una mujer rubia algo extraña, llamada Kate Denali. Me enseñaba muchas materias, sobre todo Literatura Inglesa y alemana, disfrutaba leyendo lo que me traía pero no podía apartar esta sensación de insatisfacción.

Ansiaba encontrar pronto mi camino.

—Bella, tu maestra me ha comentado ayer que estás lista para rendir la entrevista de admisión para la universidad ¿Sigues interesada en estudiar literatura?— Preguntó mi abuela.

—Si abuela, me agradaría ser escritora y si para eso debo estudiar las técnicas que se necesitan en una universidad me gustaría intentarlo— a pesar de no estar segura quería con todo mi corazón saber si ese era mi camino.

—Va a ser algo difícil, aún cuando tengamos el dinero para la colegiatura y haga un donativo extra a esa facultad. Hay una corriente muy fuerte, la llamada “escuela de Chicago” tiene mucho poder en todos los ámbitos y es muy influyente, lástima que crean que sólo los hombres piensan. Algún día se eliminarán esos complejos y seremos realmente libres— abuelita era una mujer con ideas muy avanzadas.

—Pues voy a lograrlo abuela, entraré en esa facultad, ya verás— volví a los libros a seguir repasando, nos sabía lo que me tomarían en la entrevista.

.

—Suerte princesa, perdóname por no venir a diario pero hay días en los que apenas llego a casa y me abandono al sueño— Edward vino un día antes de mi entrevista a desearme buena suerte.

—Gracias, sé que haces todo lo que puedes, a veces te veo cansado y entiendo. Además pronto yo también tendré tanto que hacer. Estoy muy contenta— me había alegrado la cercanía de la entrevista, según Alice, si me aceptaban sería la mujer más joven en la universidad. Pronto cumpliría 16 años pero según las pruebas a las que me sometieron para lograr mi permiso de entrar en la universidad, estaba apta.

—Sabes, creo que la ciudad nos ha cambiado un poco. Yo siempre estoy corriendo, sin tiempo para nada, ni siquiera para tener todo un día contigo. Extraño el pueblo, cabalgar juntos por el bosque, escondernos en el armario de limpieza y sobre todo pasar horas leyendo. A veces dudo si esto es lo que realmente quería— suspiró mi novio. ¿Acaso él también dudaba como yo?

— ¿Quieres decir que no eres feliz aquí?— pregunté.

—No he dicho eso, sólo que antes la vida era más simple y a la vez más gratificante— me sonrió.

—Éramos niños Edward.

—Aún lo somos y siempre lo seremos si podemos ser felices con las cosas sencillas— besó el dorso de mi mano.

—Te entiendo, por meses he sentido que no encajo en ningún lugar y por primera vez voy a ser parte de algo, voy a iniciar mis estudios. Tengo miedo pero sé que es lo correcto. Creo que estamos creciendo y madurando— me sonrió y alargó su mano para acariciar mi mejilla.

—Aunque tenga 100 años, siempre serás mi princesa, mi mejor amiga y… mi único amor— eso hizo que yo me ruborizara.

—Pero que romántico, ey tortolitos, mejor se van a la terraza de arriba, no tarda en llegar Harold— Alice siempre estaba al lado de uno de sus amigos diseñadores.

— ¿Y ese quién es?— preguntó Edward

—Es uno de sus amigos, creo que están en la misma clase y taller mejor nos vamos— tomé de un brazo a mi novio y me lo lleve, el tal Harold era extraño, se comportaba como una mujer aunque en realidad era un hombre.

Sí, de lo más extraño, jamás había visto algo así.

Al día siguiente me vestí con una falda y chaqueta muy elegantes. Descarté ir con un vestido para parecer una mujer más actual, tal como me había aconsejado Alice. Los zapatos eran un poco incómodos pero soportables.

Me abuela me acompañó todo el tiempo, llegamos temprano y dimos una paseo por la universidad. Había muchos alumnos caminando y sentados en los jardines. Vimos algunas señoritas también. Me alegró eso.

—La mayoría de las muchachas están en las facultades de educación y letras. Muy pocas son admitidas en ciencias— me comentaba la abuela.

—Me da miedo que la entrevista incluya temas de actualidad. He tratado de mantenerme al tanto de las noticias las últimas semanas pero ya sabes lo que me dijeron una vez en la escuela de etiqueta— comenté algo desanimada.

— ¿Específicamente cual de todas las sandeces que escuchaste en ese lugar?— preguntó ella.

—“Puedes sacar a una chica del campo pero no el campo de la chica”— dije usando un tono respingado que tanto me había fastidiado en esa escuela. Abuela Marie sonrió de buena gana.

—Las “señoritas” de sociedad son terriblemente envidiosas y soberbias. Pero tú eres auténtica, eres natural. Esa es una cualidad que te hace especial Bella. Ahora ten seguridad de tu capacidad de tomar tus propias decisiones.

—Gracias— dije más decidida.

Llegamos al despacho del Director de la escuela de Literatura. La secretaria me indicó minutos después que sería recibida por el subdirector ya que el director se encontraba en New York.

—Excelente, Phil Dywer fue nuestro vecino. No tendrás problemas en ser aceptada— abuela me lanzó una sonrisa que no supe interpretar y entré decidida.

Media hora después salí con un documento firmado aceptando mi solicitud de ingreso.

La entrevista fue extraña. El Doctor Dwyer casi no habló, se limitó a mirarme leer el libro que me pidió. Sólo me preguntó acerca de mi niñez y revisó el cuaderno de escritos que traje conmigo, con algunas de mis historias. No creí que se interesara en aquello.

Llegamos a casa, Alice había organizado una pequeña merienda en el jardín para celebrar mi ingreso a la Universidad de Chicago.

Por la tarde Edward llegó a visitarme. Antes de poder explicarle me tomó en sus brazos y me besó. Quedé algo turbada. Demasiadas emociones para un solo día.

—El día que publiques tú primer libro, espero que sea como Isabella Masen— susurró en mi oído para que nadie más nos escuche. Mis mejillas se volvieron de un escarlata furioso.

Muy cerca mi padre carraspeó. Demasiadas emociones para él también.

.

Dejar los vestidos de gasa y los guantes me costó un poco. Alice me había preparado varios trajes formales muy masculinos. Según ella, era el tipo de vestimenta adecuado para las clases universitarias, no podía verme como una muñeca de porcelana o no me tomarían en serio.

El chofer me llevó hasta la puerta de la universidad, rogué a mi abuela para que me deje ir sola. Ya era una mujer, no una niña para que me lleven de la mano el primer día de clases.

Llegué a mi aula de clases rápidamente, la semana anterior había memorizado todos los salones donde me dictarían los cursos de primer año. Estaba nerviosa. Me senté en la segunda fila, Edward me recomendó que no estuviera en la primera fila o sería el blanco de las preguntas de los maestros.

Todos los que iban entrando eran varones, esperaba con ansias a alguna compañera.

—Hola ¿Está ocupado?— me sorprendió una voz ronca. Tal vez habría pasado desapercibida si no me hubiese hablado. Se quitó el sombrero masculino dejando caer una cabellera negra corta. Era una joven de piel oscura, ojos grandes y sonrisa dura.

—No, claro que no. Soy Isabella Swan— me presente de inmediato.

—Leah Clearwater— dijo tomando mi mano y sacudiéndola de arriba abajo. Esperaba una compañera… que parezca mujer.

—Mucho gusto— dije apenas. Sus ropas eran completamente masculinas. ¡Llevaba pantalones!

—Toma, son algunos volantes que pienso repartir cuando termine la clase ¿Me ayudas?— sonrió. Recibí aquellos papeles.

Eran sorprendentes al igual que mi nueva compañera. Publicidad sobre feminismo. Los leí con atención. Había escuchado mencionar esa palabra a mi abuela y a Alice un par de veces.

“Somos mujeres ¿Y qué más?” decía el título de la publicación.

“Por siglos se nos ha considerado maquinas de hacer bebés. Seres de segunda categoría que limpian, cocinan y arreglan la casa. Una casa que ni siquiera es nuestra por completo. Tenemos la misma capacidad laboral que los hombres. Tenemos derecho a una educación y puestos de trabajo” Estaba absorta leyendo y no me di cuenta que el profesor ingresó.

—Buen día alumnos— prácticamente gritó. Guardé con velocidad lo que estaba leyendo y me concentré en la clase. No era lo que esperaba, el maestro se pasó dos horas enseñándonos etimología y vocablos griegos y latinos.

Nos dejó un trabajo enorme sobre prefijos y sufijos.

Cerca de mí Leah estaba repartiendo sus papeles entre todas las señoritas de la clase. Apenas éramos 4.

—Ey ¿Me ayuda en las otras aulas?— pidió Leah. Apenas acepté, salí detrás de ella.

—Hola, luchemos por nuestro derechos— decía ella cada vez que ponía un papel en las manos de alguna estudiante despistada.

Intenté hacerlo, le ofrecí uno de los escritos a una joven que parecía mayor. Era muy robusta.

—Idiota— me dijo mirándome como lo hacía mi madrastra.

—Perra— escuché detrás de mí a Leah. Me llevé una mano a la boca. Jamás en mi vida había oído un insulto parecido.

— ¿Qué me dijiste bruja feminista?— le gritó la mujer.

—Eres estrecha de mente, deberías estar fregando pisos en tu casa— se burló Leah. Me aparté un poco. No era esta la forma en que imaginé mi primer día en la universidad.

La mujer robusta nos miró ofendida y se marchó. Leah soltó una risotada.

—Vámonos Isabella, tenemos clases— me sacó de mi asombro.

— ¿Por qué haces eso?— le pregunté mientras caminábamos al siguiente salón de clases.

— ¿Eso? Sé más específica— sonrió.

—Ofender a la gente— sentí que mi rostro estaba caliente.

— ¿Ofender? Sólo digo la verdad. ¿De dónde saliste Isabella?— me preguntó.

—Sólo dime Bella. Pues soy de un pueblo… al sur— confesé.

—Bueno Bella. Lo siento, creí que eras de la ciudad. Yo soy del movimiento feminista de Illinois. Soy feminista de segunda generación. Mi madre luchó por el voto femenino en este país. Yo era niña cuando se cambió la constitución, así que planeo hacer más cambios. Luchar porque se nos permita acceso a la educación, a los trabajos bien remunerados, al mismo sueldo que un hombre— dijo muy segura de sí misma.

Entramos al aula y nos sentamos juntas. Al igual que en la clase anterior ella repartió sus papelitos entre las estudiantes.

— ¿No es ilegal que hagas eso?— pregunté.

—Sólo si me descubren— soltó otra carcajada.

— ¿Por qué quieres ser escritora?— pregunté.

—Claro que no quiero ser escritora— sonrió. –Sólo me estoy colando en clases de literatura porque no soy muy buena en redacción. Yo estudio leyes— ¿Leyes? ¿Iba a ser una abogada? Eso sonaba muy importante. Una mujer abogada. ¡Qué admirable!

Leah no entró en la siguiente clase pero me dejó pensando su forma de actuar. Quedé impresionada por lo valiente que era. Incluso intimidante. Con un propósito como el suyo, valía la pena todos los sacrificios del mundo.

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