09 febrero 2013

Cap 2 El Conserje



CAPITULO 2: ¡DIOS MÍO, LÍBRAME DE ESTA TENTACIÓN!


Días después, Mike me llevó a una cena con gente de su trabajo, más de uno de sus socios me miraban con lujuria, mi esposo se daba cuenta pero era un hombre tan apático que su mayor explosión sería hacerse pipi. Y ni con eso se le levantaría.
Allí iba otra vez pensando en las miserias de mi marido. No entiendo cómo es que nunca le he sido infiel. Será porque no quiero ser el pasatiempo de nadie. Me rehúso a que me tomen como un objeto. Tampoco es que quiera un gran amor pero dicen que la esperanza es lo último que se pierde.
Regresamos antes de la media noche porque para variar mi esposo no sabía bailar, nunca nos quedábamos hasta muy tarde. Quise darme un baño pero no había agua. Rayos ¿Qué tendría que hacer?
—Mike no hay agua— le dije desde el baño.
—Llamaré a la administración— dijo él. No por favor, pensé, no traigan al objeto del pecado.
—Bella voy a ver el noticiero por favor atiende al conserje, parece que hay racionamiento de agua pero debemos abrir las llaves de los tanques que hay sobre el edificio— me dijo Mike entrando a la habitación y cerrando la puerta.
¿Yo solita con ese hombre? ¿Con "Super Edward arregralotodo"? Hiperventilaba otra vez. Un extraño cosquilleo se apoderó de mi piel, sobre todo en las zonas que él tocó hace unos días.
Ay Bella, necesitas urgentemente un psicólogo, un psiquiatra o un buen polvo. No podías ni siquiera fantasear conel conserje ¡Por Dios! ¿Qué clase de mujer eres? Una muy, muy necesitada.
No pasaron ni cinco minutos y llamaron a la puerta, yo estaba con mi bata de baño azul delgada. Abrí de golpe, allí estaba, con sus ojos sensuales y su pecaminoso cuerpo. Pero que pervertida me estaba volviendo, traté de echar los malos pensamientos de mi cabecita loca.
—Hola Edward, lamento que te llamáramos tan tarde— me disculpé.
—Es un placer señora— dijo recorriéndome discretamente con la mirada. Un nuevo estremecimiento se apoderó de mí. Me hice a un lado para dejarlo pasar. Lo seguí cuando fue directo al baño.
—¿Te ayudo en algo?— me ofrecí.
—Bueno, si lo desea— dijo suavemente.
Esto era el colmo hasta sus palabras eran sensuales, placer, deseo. Si supiera lo que mi mente pervertida pensaba seguro saldría corriendo de aquí. ¿O no?
—¿Entonces que hago?— pregunté. Sería mejor que haga algo útil y sirva para algo más que destilar feromonas. Me siento una Mesalina.
— Bien, abriré la llave alterna que conecta con los depósitos de agua del edificio. Necesito que pruebe la grifería. Abra el llave del lavabo o de la regadera para comprobar si ya hay agua— dijo agachándose junto al lavabo. Me quité los zapatos y entré a la ducha, no quería mostrar nuevamente mis piernitas abriendo el grifo del lavabo con él debajo maniobrando sus llaves de fontanería.
Abrí la regadera... no caía nada.
De pronto cuando estaba por salir de allí, oí un ruido seco y sentí un chorro frío muy fuerte y copioso sobre mí, había abierto totalmente la llave ¡que tonta!, ahogué con una de mis manos el grito que salió de mi boca. Edward se giró a verme y corrió a ayudarme, rápidamente me sacó de allí. Se mojó un poco, su camiseta clara y ligera se le pegó al cuerpo delineando sus músculos. Otra vez empecé a temblar, no sé si de frío o de verlo todo mojado.
—Lo siento señora, ha sido mi culpa— se excusó.
Que lindo, si yo sabía que había sido exclusivamente culpa mía por abrir de esa forma la llave del agua. Y todo por haber estado mirándolo trabajar.
—Nooo, eees naaada— tirité.
—Debe cambiarse de ropa, el agua de los tanques usualmente es muy fría— dijo tomando una toalla y envolviéndome con ella, sentir sus brazos rodearme me hizo entrar en calor. Instintivamente me cobijé en él y puse mi cabeza en su pecho, su corazón se oía fuerte y violento. En lugar de apartarme se quedó estático, sin soltar su agarre ni aprovecharse, simplemente parecía esperar mi reacción.
—Lo siento— le dije apartándome de golpe.
—Descuide, estoy a su servicio— me dijo mirándome intensamente, no pude evitar sonrojarme pero no aparte la vista de sus ojos, quise agradecerle pero no me salía la voz.
—Entonces…hasta mañana señora— dijo mirándome.
—Lla... llamame Bella— dije todavía tiritando.
—Bien señora Bella, la veré luego— dijo saliendo del departamento.
Me quedé unos minutos viendo la puerta cerrada por donde momentos antes lo vi desaparecer, hasta que me entró frío nuevamente y corrí a cambiarme. Mike ya roncaba sobre la cama.
No sé que me estaba pasando, era la primera vez que mi pulso se aceleraba ante alguien, incluso me había atrevido a escuchar sus corazón. Bella, Bella, tranquila, pisas terreno peligroso, no puedes tener una aventura con tu conserje, sería tan sórdido.
Al siguiente día estaba un poco ansiosa. Me sorprendí deseando que algo se descompusiera para tener excusa y llamarlo. Pero todo parecía normal. Me puse ropa deportiva y salí a correr un poco, el deporte también nos libera de las hormonas.
Cuando iba pasando un gran parque me distraje observando una escena muy desagradable. Dos mujeres peleándose por un tipo que a todas luces se veía como un don Juan y que ni les hacía caso. Pero era muy apuesto el condenado. Tanto me descuidé por verlos que no me fijé en un desnivel que había en el piso y caí al suelo. Traté de levantarme pero no pude, me había torcido el pie y todo por mirona. Una bicicleta paró a mi lado y alguien llegó junto a mi, yo tenía la cabeza gacha por eso no me di cuenta.
—¿Señora Bella?— preguntó el galán de mis fantasías eróticas. Me estremecí al oírlo.
—Hola Edward— dije mirándolo.
—¿Se ha lastimado?— dijo agachándose. —¿Puedo?— me dijo pidiendo permiso para tocar mi pie, no dije nada sólo asentí.
—¡Ouch!— contuve la respiración cuando movió mi tobillo.
—No parece roto ni zafado, quizás es sólo una torcedura— me dijo moviendo mi pie en varias direcciones muy suavemente, sus manos eran muy carnosas y frías.
—¿Sabes primeros auxilios?— pregunté.
—Hice un curso, nunca se sabe que puede pasar en un edificio— sonrió. –Déjeme levarla a un hospital para que le venden el pie— dijo dándome las manos para ayudarme a levantar.
—Pero ¿cómo iremos?— dije mirando la bicicleta.
—Espero que no le moleste si la llevo en mi bicicleta— dijo encogiéndose de hombros.
—¿Puedes?
—Claro. Sólo déjeme subirla— me cargó como si fuera una muñeca y me subió a la parte trasera de su vehículo. Se sentó delante y tomó el timón.
—Bella, tienes que abrazarme fuerte— dijo sonriendo y envolví mis brazos en su torso. Se sentía tan bien, apoyé mi cabeza a su espalda para aspirar un poco su aroma, si olía a incienso.
—Discúlpeme— dijo entonces, mi corazón se aceleró y por un segundo tuve miedo de que pudiera leer mis pensamientos cochambrosos.
—No te entiendo— le dije casi gritando porque un auto nos tocó la bocina.
—Le dije Bella, disculpe señora.
—Me gusta que me digan Bella, además no soy tan vieja— dije apenada, seguramente él sería un par de años menor que yo y claro me veía como a una señora.
—¿Cuantos años tienes… Bella?— me preguntó.
—Acabo de cumplir 24— dije rogando porque él fuera mayor de 21.
—Entonces te llevo un año— soltó una carcajada. No podía creerlo se veía menor.
—Excelente así ya no me dirás señora.
—Es por respeto, ya sabe soy… el… conserje— estacionó la bicicleta en la entrada del hospital y me ayudó a bajar, aseguró con una cadena el vehículo y luego me tomó en brazos.
—¿Qué haces?— sonreí.
—No quiero que vuelvas a pisar, el esfuerzo podría agravar todo. Te llevaré en brazos hasta el consultorio— dijo sonriendo.
Ay mi pobrecito corazón estaba bombeando a mil por hora, sus brazotes alrededor de mi cuerpo, me llevaba como se lleva a una novia… Ya párale Bella, eres una señora, eres una señora…joven, llena de vida, de deseos… de lujuria.
—¿Dígame?— escuché decir a una enfermera.
—Traigo a una paciente, se lastimó el tobillo— dijo con una deslumbrante sonrisa a la recepcionista, sentí un hincón allí en el orgullo al ver que ella le devolvía el gesto. ¿Y quién no? ¿Con esa sonrisa quién iba a resistirse? Yo no.
—¿Su nombre por favor?— dijo ella dirigiéndose a mí.
—Isabella Newton— dije recordando mi apellido de casada.
—Por aquí por favor— nos acompañó a un consultorio. Dentro había un doctor muy apuesto.
—Hola papá— dijo Edward. Me quedé confundida. ¿Aquel guapo médico que parecía un artista de cine era el padre de mi fantasía erótica, digo de Edward? Qué buenos genes. Todavía era todo un papacito.
—Hola hijo ¿A quien tenemos por aquí?— dijo mirándome. Otra vez me sonrojé. Si ellos supieran lo que pensaba.
—Es Bella, una amiga. Parece que es un esguince— dijo Edward poniéndome en la camilla, me agradaba que se refiriera a mi como su amiga.
—¿Fue una caída? ¿No te lastimaste nada más?— me dijo comprensivo aquel médico guapo.
—No, estaba corriendo y me distraje— dije algo avergonzada.
—Creo que le debemos la curación, se distrajo porque estaba mirando a Emmett— se rió Edward. ¿Su hermano en Don Juan de parques?
—¿Qué ha hecho tu hermano ahora?— dijo respirando desaprobatoriamente su padre.
—Estaba en medio de la calle con dos chicas peleándose por él— Edward soltó una armoniosa carcajada.
—¿Era tu hermano?— le pregunté.
—Si es mayor que yo aunque no lo parece— me miró con ternura. De pronto sentí frío en mi tobillo y corté la profunda mirada que me dio Edward. El doctor me había puesto hielo para bajar la hinchazón.
Cuando estuvo terminado el vendaje me recetó un antiinflamatorio y me dio de alta sin pedirme mis datos ni nada más.
—Te llevo a tu casa— se ofreció Edward. Sonó mi celular y no pude aceptar su ofrecimiento. Era Mike, mi lindo e insatisfactorio marido.
—Bella ¿Dónde estás? ¿Por qué no contestas el teléfono fijo?— preguntó algo apurado.
—Estoy saliendo del hospital, tuve un pequeño accidente, nada grave. ¿Hay algún problema?— le dije algo alarmada.
—Mamá viene a vernos, ¿No es una buena noticia? Su vuelo llega en media hora pero si no estás lista mejor voy de frente al aeropuerto, ah y usa tu tarjeta del seguro para que no te cobren nada en ese hospital— me dijo feliz.
Oh no, si el problema de Mike era como una cruz que llevar, su madre era el mismísimo satanás, todos mis karmas negativos acumulados. Me odiaba, no sé porque, pero esa vieja arpía me detestaba.
—Lo siento no estoy presentable, iré a casa y los esperaré allí— le dije fingiendo una sonrisa. Colgué el teléfono.
—¿Tu esposo viene por ti?— me preguntó Edward serio.
—No, viene la bruj… viene su madre, Mike va de camino al aeropuerto. Sé que es abusar de ti, ¿Podrías llevarme a casa?— le sonreí.
—Encantado, abusa cuanto quieras— me dijo levantándome otra vez del suelo y sentándome en la bicicleta.
Todo el camino abrazada a él no hacía mas que pensar en sus ultimas palabras "abusa cuanto quieras" Wow ya estaba húmeda otra vez. Pero no me importaba, sería la última sonrisa de este día. Estaba segura que en cuanto mi suegrita ponga un pie en mi casa la felicidad iba a salir corriendo por la ventana.
Llegamos al edificio y dejó su bicicleta en la planta baja, el vigilante no estaba por ningún lugar, gracias a Dios. Edward me ayudó a dar un par de pasos para llegar al ascensor y subió conmigo.
—Quiero asegurarme que estés bien y no caigas en el camino— me sonrió, mi corazón casi se paraliza. Volvió a cargarme al salir del ascensor y yo abrí como pude la puerta.
—Gracias— le dije en la sala haciendo señales para que me bajara, él miraba en todas direcciones y caminó unos pasos hasta el sofá y con mucho cuidado me depositó allí.
Antes de separarnos por completo nuestras mejillas se rozaron haciéndome emitir un muy pequeño y casi inaudible gemido, su suave barba me hizo cosquillas y me a temblar. Él me miró unos segundos, habría jurado que sus ojos fueron a mis labios entreabiertos pero se separó de inmediato y retrocedió.
—No hagas esfuerzo, recupérate pronto— me dijo con una sonrisa tímida.
—Gracias. Eres… muy atento— le sonreí.
—Si necesitas algo… lo que sea…ya sabes— me dijo haciendo una reverencia y se marchó.
Tomé una gran bocanada de aire cuando estuve sola. ¡Que hombre tan sensual! "Dios mío, líbrame de esta tentación" dije en voz alta.

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