09 febrero 2013

Cap 1 El conserje



CAPITULO 1: UFF QUÉ CALOR

Me sofocaban las paredes del departamento, ya no lo soportaba más, a veces quería salir de aquí, correr a algún lugar de mala muerte y pagarle a algún muchacho por sus servicios. Servicios sexuales.
Yo no quería un amante, sólo necesitaba sexo. Verdadero sexo. Vivía frustrada y a la vez con culpa. Mi esposo era una persona tranquila y amable, un poco mayor que yo, me consentía en todo… menos en lo que más anhelaba.
Me casé con él porque me deslumbró su porte de hombre de mundo, cuando pidió mi mano me sentí como la cenicienta del cuento. Yo sólo tenía a mi padre, él era un buen policía pero con muy limitados ingresos. Terminé el colegio pero la universidad era muy costosa, así que sólo me dediqué trabajar.
Y un día en que caminaba cansadísima por las calles de la ciudad, después de 5 agotadoras horas sirviendo café, conocí a Mike y por primera vez soñé con cosas tan lejanas. Me cortejó como todo un caballero y nos casamos a los 4 meses de conocernos.
Que ilusa fui al pensar que todo sería perfecto. Me vine a enterar en la noche de bodas que él tenía un pequeño problema.
Era impotente.
No había nada que lo ayudara. Y lo peor de todo era que apenas quería ver a un médico, decía que el matrimonio no se basaba en el sexo y que me amaba. Año tras año he venido repitiéndome eso, que el sexo no es importante pero en días calurosos como hoy en donde cada canal de la maldita televisión demuestran escenas eróticas me enfado más. Y no sé con quien sentirme más molesta, conmigo o con mi esposo. Si pedía el divorcio ¿que podría alegar?, ¿Insatisfacción? Qué frívola.
Mi vida era un asco.
Recordé entonces el día en que me enteré del pequeño problemita de mi esposo, la noche de bodas.

Después de la sencilla recepción y la pequeña reunión que organizamos tomamos un vuelo a Miami, nos registramos en un bonito hotel y llegó la noche. Esperaba ansiosa y con miedo, Mike se veía cansado, se dio un baño y se durmió, yo no pude cerrar los ojos. Esperé pacientemente a que fuera de madrugada, lo deje descansar varias horas, creí que si esperaba a que él estuviera descansado todo iría bien. Apenas se movió, lo abracé. Yo traía puesto un pequeño camisón blanco y con eso quería decirle que estaba dispuesta a que me iniciara en esos terrenos desconocidos. Mi esposo era un hombre maduro y de buen ver. Fuerte y grande eso me hacía pensar que tendría mucha pasión.
Bella, cariño ¿estás despierta?—preguntó cuando abrió los ojos, yo todavía mantenía mi lámpara encendía.
Si. No he podido dormir— dije abrazándolo más fuerte.
Me abrazó de igual forma pero a los segundos me di cuenta de que no trataba de hacer nada más. Así que decidí insinuarle que estaba lista. Lo envolví con una de mis piernas. A pesar de que ya nos habíamos besado muchas veces, ninguna llegó a ser pasional, nuestros besos eran muy tiernos.
Bella…— gruñó. Yo estaba en mi gloria, esperando por él.
Busqué sus labios y aunque su aliento no era tan agradable a esas horas no me importó. Seguí besándolo cada vez con más pasión. Él me apretó más a su cuerpo y logró que se me escaparan algunos gemidos.
Mike—susurré a su oído. Subió sobre mí y me agradó esa sensación de sentirme poseída, sentir todo su peso me estaba calentando muchísimo. Me humedecí, fue algo inesperado pero seguro sería parte de todo esto. Yo no era tan inocente había leído mucho los últimos días antes de la boda e incluso visto algunos videos en youtube: las escenas eróticas de las películas más taquilleras.
Las manos de Mike empezaron a recorrerme, ávidas, bruscas. Siguió besándome y tocándome por varios minutos, yo me mojaba con cada nueva caricia, esperando más.
Pero algo me empezó a parecer raro en todo eso, a pesar de estar así de cerca, con nada más que un ligero camisón y su pijama no sentí nada entre sus piernas. No esperaba que fuese un portento, es más no sabía que me esperaba pero definitivamente la ausencia total de su poder me inquietó. Empecé a bajar mis manos a la altura de sus caderas, acercándome más, cuando mis manos estaban por llegar a su ingle, él tomó mi mano y me detuvo.
Lo siento— dijo apesadumbrado. Vi desesperación en sus ojos y se volteó para que no lo viera.
— ¿Mike? ¿Qué va mal?— pregunté.
Es sólo que yo… no puedo…
— ¿No puedes que?
No me excito— dijo aún dándome la espalda.
Me sentí extraña, ¿no estaba excitado? A mi me excitaba el sólo hecho de estar en una cama con él y que esta sea nuestra primera noche juntos. ¿Acaso yo no lo excitaba? ¿Acaso no me deseaba?
— ¿No te excito?—pregunté.
No eres tu pequeña, es que yo, tengo un problema… no puedo…
No entiendo— ¿estaría enfermo?
Debí decírtelo antes pero tenía miedo que me dejaras. Yo te quiero mucho Bella— dijo muy triste.
— ¿Decirme que? ¿Mike me asustas, estás enfermo? ¿Tienes algo?
Bella, yo tengo disfunción. No puedo lograr una erección. Pensé que quizás contigo podría hacerlo pero parece que no funciona— dijo más apenado aún.
Automáticamente traje a la memoria lo aprendido en el colegio. Disfunción, no hay erección. ¿Impotencia?
Mike debiste decírmelo, hubiéramos buscado ayuda profesional, vamos no te sientas así. Mañana podemos ir con un buen médico…
No Bella, no me gustan los médicos.
Pero quizá se pueda solucionar, vamos no perdemos nada.
Tú no pierdes nada, pero yo pierdo mi dignidad— dijo algo fuerte.
Amor, esto es cuestión de dos, no sé mucho pero seguro algún médico o tal vez un psicólogo nos puede orientar.
No iré a un psicólogo, no estoy loco. Y no quiero un médico auscultándome y riéndose de mí— dijo más fuerte.
Lo que te sucede no es para reírse Mike— le dije, quería que se calmara.
Claro, si no es para reírse es para sentir lástima— dijo y se echó a dormir, no dijo más y no tocamos estema hasta una semana después cuando volvimos a la ciudad.

Fue difícil convencerlo de asistir al consultorio de un buen médico al otro lado de la ciudad para que no pensara que podrían reconocerlo. Yo fui previamente para que me informara los posibles problemas de mi esposo. Pero Mike se mostró esquivo y receloso. Aceptó hacerse algunos análisis y tomar medicamentos.
Nada parecía funcionar. Cuando nos dieron los resultados me indigné. Mike tenía diabetes, enfermedad que me había ocultado. Cuando le reclamé me dijo que era hereditario y que un hombre no tenia porque contarle sus debilidades a nadie.
Su forma tan machista y anticuada de ver las cosas me estaba matando. Discutimos varias veces por ello pero claro discutir era yo sola gritando mientras él desde el sillón apenas me tomaba atención.
Empecé mis estudios por lo cual no puse demasiado interés por "su problema" ya que pronto comenzaron las prácticas en la escuela de diseño y él se las ingeniaba para que yo me mantuviera lo mas distraída que pudiera, contactándome con diseñadores famosos y enviándome a exposiciones. Me dio una tarjeta ilimitada para que pudiera redecorar la casa entera a mi gusto. Me dedique tanto a eso que cuando murió mi padre no me deprimí mucho.
Mientras eso sucedía, algunas noches me sentía tan sola. Durmiendo con mi esposo al lado pero sin que intentara nada conmigo. Era una almohada más, un cojín en su gran cama.
¿Por qué harían tanto calor? Oh Dios era un verano caliente, menos mal que tenía el aire acondicionado. Me acerqué a la rejilla para sentir frescor pero no funcionaba, con razón estaba achicharrándome.
Maldito edificio al que había accedido a venir. Hacía poco nos habíamos mudado por un año a esta ciudad, debido a un ascenso que Mike había perseguido desde hacía tiempo en la compañía de seguros para la que trabajaba. Además, no quería dejarme sola, algunos de sus amigos ya me habían hecho proposiciones indecorosas.
¿Qué se hace cuando se malogra algo en un edificio? ¿Llamo a un técnico o al conserje? No iba a molestar a Mike por una cosa tan tonta, seguramente estaría en una junta importante, me dijo que llegaría tarde hoy.
Entonces, llamaría al encargado del edificio, si él no solucionaba esas cosas me diría quien podría hacerlo. Levante el intercomunicados y marqué el 1, al lado decía Administración, bonito nombre para la conserjería.
— ¿Buen día en que puedo ayudarle?— escuché una sensual y varonil voz del otro lado.
—Hola, soy la señora Newton del piso 8, departamento 5, mi aire acondicionado no funciona, ¿Quién puede solucionar eso?— pregunté.
—En cinco minutos estoy allí señora Newton, yo mismo lo arreglaré— dijo aquella voz.
Vaya a eso le llamo yo eficiencia, lo esperaré sentada para conocer al dueño de esa voz tan sexy.
Ya por favor Bella, deja de pensar en sensual, sexy y todo lo que te recuerde que existe el sexo en el mundo. Parece que el calor te alborotan las hormonas.
—Ok, lo espero— dije y colgué. Debía ponerme algo mas de ropa para recibir al conserje, después de todo no era dable que una señora esté en baby doll a medio día.
Me puse un vestido corto y coqueto, tapaba más que mi ropa de dormir. Esperé con una bebida helada, para al menos enfriar mis ideas. A los cinco minutos exactos tocaron el timbre.
— ¿Señora Newton? Soy Edward, de la administración, vengo a solucionar su problema con el aire acondicionado— dijo sonriendo un joven alto, de cabello cobrizo y guapísimo. Era la viva imagen de un ángel, o tal vez un demonio. Que cuerpo, que músculos, que sonrisa. Sentí un frío recorrerme pero era… ¿El conserje?
—Si, adelante— contesté como pude, dejándole paso libre para que entrara.
Noté su olor, era raro, nunca había olido algo así, como a incienso, algo dulce, varonil pero muy poderoso.
Ya me estaban afectando las neuronas mi celibato obligatorio. Quizás sí estaría aguantada como decía Rosalie, mi mejor amiga.
—La máquina funciona bien, está succionando correctamente— me dijo subido en una silla, revisando el aire acondicionado, mientras que yo sólo lo miraba abstraída, si había algo más sexy que ver a un hombre arreglando algo, era escuchar las palabras técnicas que usaban. Vi que estaba empezando a transpirar, el calor era insoportable.
— ¿Entonces que tiene?— pregunté algo molesta.
—Creo que le falta gas, estas máquinas antiguas necesitan mantenimiento pero tengo gas refrigerante en mi oficina. Iré por él— dijo bajando de la silla, pero trastabilló cuando puso un pie en el suelo porque la silla se movió, no sé cómo pero nos enredamos ya que él buscó en qué apoyarse y yo era lo más cercano que tenía. Al caer me llevó consigo, terminé sobre aquel extraño, todo mi cuerpo sobre el suyo que se sentía muy duro y bien trabajado. Era musculoso, sin llegar a perecer chico de gimnasio. Al instante mi piel se erizó y me humedecí.
—Perdóneme señora— dijo tomándome de la cintura para moverme, lo que me ocasionó unas cosquillas terribles y una sensación de placer, no pude evitar retorcerme y reír.
–Lo siento, lo siento. Quédate quieto— le rogué, todavía riéndome. Puse mis manos a los costados y suavemente traté de ponerme de pie. Maldición, mi vestido se había enganchado a su cinturón. Quise soltarlo pero, sin querer, rocé sus partes más sensibles, él gimió y se sentó de golpe.
—Traigo enganchado mi vestido— le dije otra vez mirándolo. Que situación más bochornosa.
—Tranquila, lo quitaré— dijo mirándome, sus ojos eran de un verde profundo. Nunca había visto nada parecido y olía tan bien. Al tomar la suave tela de mi vestido una de sus manos rozó mi muslo y me estremecí.
—Si no sale… rómpelo— le dije viendo que tenía parte de mi cortísimo vestido atascado en su hebilla, con mis muslos al aire y sus manos temblando, romperlo sería lo más rápido para acabar con esta tortura. Traté de tirar de mi vestido.
—No— gimió él, tratando de ocultar algo que hasta el momento no me había dado cuenta.
¿Sus pantalones habían crecido? ¿Ay no, porqué a mi? ¿Por qué ofrecen pan delante de los pobres? Giré mi rostro hacia un lado para que no viera mis mejillas rojas como fresas maduras. Yo huyendo de todo lo erótico y vine a caer justo encima de un adonis. Este hombre era sencillamente perfecto. De pies a cabeza, de arriba abajo, por delante y por detrás.
—Ya está— dijo él alejándose un poco, también estaba ruborizado. El silencio fue incómodo. Me incorporé y me fui hacia la ventana.
—Regreso enseguida con el gas— dijo él. Ni siquiera le respondí. Estaba hiperventilando. Ésta había sido la experiencia más erótica de mi vida. Qué patética me sentía.
Lo escuché tocar la puerta minutos después. Le indiqué que pasara. Estuvo trabajando un tiempo más y terminó.
—Está listo señora, ahora el aire acondicionado funciona— me dijo sin mucho entusiasmo.
—Gracias Edward ¿Cuánto te debo?— pregunté, no sabía si pagarle por su trabajo o por la experiencia que me había brindado.
—No es nada señora, llámeme cuando me necesite— me giré a verlo antes de que se fuera. Me dio una ligera sonrisa y salió del departamento.
Ahora si iba a necesitar un desfogue, a lo mejor leería uno de esos escritos para adultos que tanto circula en Internet y terminaría tocándome y masturbándome como una colegiala.
A lo que había tenido que recurrir. Pero no había llegado tan bajo para necesitar un consolador, eso si sería mi aceptación como fracasada sexual. Al menos la temperatura descendía y con ella mi ardor.
Ducha fría, si, una larga y apaciguadora ducha fría nada mejor para calmar las pulsiones.

0 comentarios:

Publicar un comentario