14 enero 2013

Capitulo 7




CAPÍTULO 7


Edward 

Me sentía confundido y mareado con tanta nueva información, a pesar que mi mente era mucho más rápida en comparación con la de los humanos, no podía procesar las emociones tan rápido, cada nuevo detalle me tenia angustiado.
Victoria no se había detenido, seguía a Bella buscando su venganza. Di gracias al cielo que ese lobo estuviera cerca a pesar del gran sentimiento de fastidio que me produjo saber que la había besado.
Bella lo había golpeado, pero eso no evitaría la comparación entre nosotros dos. Cálido y frío, carne y mármol, fuego y hielo. Obviamente los humanos prefieren el calor.
Debo apartar estos pensamientos que me aguijonean. Aquí debe importar la felicidad de Bella, ya dejaría para después mis celos y los demás instintos asesinos que me asaltaban al pensar en ese perro.
Bella debía verse diferente, traté de imaginarla con esos cambios, sus ojos, su cabello. No importaba de qué color fueran, siempre seria mi Bella, así tuviera 100 años yo la seguiría amando igual.
Victoria me tenía preocupado, la desmembración es terriblemente dolorosa no creo que hubiera vuelto acercarse a ella en algunos meses, quizás un año, pero estaba seguro que volvería. Para vengarse de mí. De eso también me sentía culpable. Nunca debí haber aparecido en la vida de Bella, no debí ser tan egoísta. Debí alejarme en cuanto pude, fui débil y solo pensé en mí.
Pero Bella era más fuerte, había ido a Chicago, mi tierra natal. Un lugar apacible, con vientos frescos y árboles frondosos. Al menos hace cien años era así. Ahora todo estaba cambiando. Hacía muchos años la casa en que viví con mis padres desapareció para car paso un centro comercial. Pero las noches eran como antaño. Las estrellas brillaban igual, eso no había cambiado, ni el mágico resplandor del lago en los atardeceres, igual al último que vi en mi vida humana.
Bella estaría allí, viviendo cerca de mis borrosos y lejanos recuerdos humanos. Me alegraba saber que había encontrado nuevos amigos. No podía controlar las punzadas de dolor el saber que otros ojos la miraban como yo. Ella era hermosa y dulce, no se daba cuenta lo perfecta que era.
Y había dejado estas pruebas para mí. Pruebas de que había vivido, de que todos mis esfuerzos no fueron en vano. Y me asaltaba nuevamente el sin sabor de no estar en su vida, para amarla y protegerla.
Había otra carta más, un poco menos larga que las anteriores, debía ser de su primer año de estudios, sus amigos, su nueva vida. Me acomodé para leerla lentamente, podía terminar con todas las cartas en unos minutos pero prefería hacerlo a velocidad humana para saborear cada línea, cada palabra.
Imaginaba su voz, narrándome todo aquello, contándome al oído su experiencias, sus pensamientos y sus vivencias. Imaginar su voz me hacía soñar, aunque eso no estaba permitido a seres como yo.

Los monstruos no deben soñar… y menos con un ángel como ella.

QUINTA CARTA

Halloween
La primera semana en la universidad estuvo bien. Todavía no comenzaban las clases pero conocí mucha gente.
Mis compañeras de habitación eran divertidas, una de ellas había nacido en Cuba se llamaba María y me contaba sobre historia de su país, de una revolución. Le entristecía no poder ir a visitar a su abuela. Eso me pareció realmente triste, yo no pude conocer a mis abuelas porque murieron y ella que las tenía n o podía verlas. El egoísmo de los hombres separa familias y a los seres que se aman.
La otra, Annie, nació en New York, era huérfana, había crecido con tíos hasta que ellos ya no pudieron mantenerla y la dejaron en un albergue en Chicago, había conseguido una beca por mérito. Estudiaríamos Literatura así que ella sería mi mejor amiga. A ambas nos encantaba la lectura y entre las dos armamos nuestra pequeña biblioteca. Los libros eran nuestro mundo y también nuestro futuro.
Estaba animada con mi nueva vida. No quería recordar para no decaer nuevamente. Así que decidí ser tan extrovertida como pudiera. Presenté a mis amigas a los nuevos muchachos que conocí y todas las noches salíamos a pasear.
Solíamos recorrer el lago y contarnos historias de los lugares donde veníamos. Eso fue mucho material en mi cabeza. Como si quisiera escribir sus historias, sus recuerdos, incluso las historias extrañas de sus pueblos, de sus ancestros.
Cuando me tocó el turno de contar mi historia, solo pude narrarles como había sido mi vida en Phoenix y algunas leyendas de Arizona.
John siempre buscaba estar a mi lado cuando narraba algunas leyendas del Valle dormido o las historias de los atrapa sueños. Eso les gustaba mucho.
Un día mientras contaba una leyenda de las minas de Phoenix y de la desaparición misteriosa de muchas personas, María me interrumpió.
Isabella, tengo entendido que tú no naciste en Arizona. Creo que eres de Washington ¿verdad?
¿Washington DC? Preguntó Annie.
Seattle— respondí. —Pero he vivido toda mi vida en Arizona, no recuerdo Seattle—traté de seguir con mi relato.
Pero… tus papeles, vienen de un instituto en Washington— María era tan observadora.
Es una larga historia y además fueron solo dos años… mejor dicho un año y medio.
Tranquila— me dijo John —Si no quieres hablar de eso no hay problema. Me gustan tus historias de Arizona y de las minas embrujadas y todo eso.
No es que no quiera hablar Forks. Es solo que no hay nada que decir. Fue un año y medio de nada. No me paso nada allí. Eso es todo—ya no pude continuar. Me levanté y me fui rápidamente, tratando respirar. De no sentir otra vez el vacío en el pecho.
Los primeros meses fueron un poco más difíciles. Me había inscrito en muchas materias, tantas que no me dejaban pensar en otra cosa que no fuera estudiar y leer. Salía con mis amigos algunas noches pero solo un par de horas. Regresaba pronto ya que no quería perderme mis horas de sueño.
Ese año Juliet y Karin estaban en la comisión para organizar un baile de Halloween y tuvimos que salir un día entero a conseguir calabazas.
Las ayude todo lo que pude aunque no tenía muchas horas libres.
El salón de baile quedó espectacular, muy tétrico como debía ser. Aunque no tenía pensado asistir al baile, ellas ya habían elegido los disfraces para todos. Juliet tenía un precioso vestido Zulú, era muy atrevido y estilizado pero decía que le recordaba el lugar de donde eran sus antepasados. Karin tenía una toga griega, también muy sensual. Rachel llevaría una falda escocesa muy bonita aunque la blusa era pequeña.
Antón iba disfrazado de Mariachi, ya que su abuela materna era mexicana. Hasta María se había vestido de guerrillera. Y Annie, traía un vestido de los años 20 de un tipo de baile llamado Charleston o algo así. A mí me habían elegido un vestido al estilo Pocahontas. Pequeño y llenos de plumas e hilos de colores. No había visto aún el disfraz de John porque él mismo lo había comprado.
Llegamos muy temprano para observar todos los detalles sobre la música y los bocaditos. Me insistieron tanto en que las ayudara que decidí quedarme solo un par de horas y luego iría a dormir.
Había mucha gente y todos disfrazados, zombis, osos, brujas, princesas. Y allí estaba yo con mi pequeño traje de india.
Estaba tomando un ponche, cuando alguien me tomo de la cintura, me volteó rápidamente buscó mi cuello y con una voz sumamente aterradora me susurró "Quiero tu sangre".
Me quedé petrificada, sentí una corriente traspasar mi columna. Traté de pensar en donde estaba pero todo fue inútil. Solo vi oscuridad y me hundí en ella.
Cuando desperté estaba en la enfermería. John y Annie estaban conmigo.
Isa, por favor, perdóname, lo siento— decía John muy apenado
Eres un tonto, cómo pudiste hacerle algo así. ¿No sabes que hay gente que ha muerto de susto?— le reclamaba Annie.
Ya estoy mejor, ¿Qué me pasó? – pregunté.
Te desmayaste, pensamos que te había dado un ataque cardiaco, estabas pálida— dijo María que estaba en un extremo de la habitación.
John se acercó un poco más y pude observar el traje negro y la capa que traía. Ya no tenía maquillaje aunque todavía se le veían las ojeras oscuras bajo los ojos. Y entendí. Él se había disfrazado de vampiro y había intentado sorprenderme.
Isa, perdóname.
No hay problema John. Es sólo que me pillaste desprevenida. — Le sonreí – ¿Ya me puedo ir a mi habitación? Tengo sueño— les dije a todos.
Bueno, creo que si puedes. Pero Annie y yo iremos a ayudar a los demás a recoger todo. John acompaña a Isabella a su habitación por favor— pidió María.
Salimos de la enfermería sin decir nada, él estaba aun muy avergonzado y yo no quería decir nada. Caminamos en silencio. Había luna llena y las estrellas brillaban mucho. Llegamos a mi pabellón y entramos. Nos detuvimos frente a mi puerta para despedirnos pero él pareció dudar.
Isa— me dijo casi tartamudeando. — ¿Quién es Edward?— preguntó.
¿Qué?.. ¿Quién?.. Como es que tu… yo no sé…— dije atropelladamente.
Cuando te desmayaste y te llevé a la enfermería no dejabas de repetir ese nombre.
No es nadie. Por favor vete, no quiero hablar de nada. Adiós.
Abrí mi puerta, entré y la cerré de golpe. Aún aquí los recuerdos me perseguían. No debía permitirlo. Caí en mi cama y me quedé dormida.

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