13 febrero 2013

Cap 1 Bellicienta 2


CAPÍTULO 1

LOS VIENTOS DE CHICAGO


Grandes edificios, autos modernos, tiendas enormes y mucha gente caminando en distintas direcciones. Y una fresca brisa que no dejaba de soplar.

Apenas puse un pie en esta ciudad me sentí tan pequeña e insignificante, de seguro parezco una niñita asustada. 

Había dejado mi casa, mi pueblo y posiblemente a mi padre. No sabía nada de él aún, ya casi se cumplían tres meses desde que lo vi por última vez. 

¿Y por qué estaba aquí? La más importante razón estaba en este momento a punto de bajar del vagón de primera clase que nos había traído. 
Mi mejor amigo y ahora mi novio: Edward Masen, mi Sir Edward, el muchacho más apuesto y bueno del mundo. Soy tan afortunada de tenerlo.

Y bueno, ahora que había conocido a mi abuela Marie y me encontraba sola, mientras mi padre volvía, acepté venir a vivir con ella y recuperar el largo tiempo que no supimos la una de la otra.

—Vamos Isabella, no debes temer nada. Chicago será tu hogar ahora. Sé lo que sientes, cuando yo me mudé aquí también tuve miedo. Es esa época no habían tantas construcciones, la ciudad se estaba reconstruyendo, todo era un hervidero de ingenieros y arquitectos— me explicaba mi abuela entendiendo mi desconcierto.

—¿Reconstruyendo?— pregunté interesada en la historia de Chicago.

—Yo tenía cinco años cuando mi padre nos trajo a esta ciudad, él aprovechó el momento. En 1871 hubo un gran incendio, casi toda la ciudad quedó destruida, arrasada, días enteros ardiento. Este viento agradable que sientes ahora fue el culpable porque llevaba las chispas a todos lados. Antes de ese gran incendio, casi todas las casas en Chicago eran de madera. Ceniza fue lo único que quedó— suspiró recordando.

—Debió ser espantoso— imaginar toda esta gran ciudad ardiendo no era algo fácil.

—Lo fue, muchas familias quedaron sin hogar. Entonces mi padre, un hombre muy astuto para los negocios, compró docenas de propiedades porque la gente prefería ir a vivir al campo a quedarse aquí. Pero los arquitectos que reconstruyeron la ciudad trajeron nuevas ideas y modernidad, aquí están los edificios más grandes del país, casi todos hechos de hierro, aunque hubiera otro incendio no se propagaría ya que todas las construcciones están diseñadas para cambiar de rumbo el viento— dijo muy contenta.

—¿Entonces has vivido toda tu vida aquí?

—No, pasaba la mayor parte del tiempo en Hammond, una ciudad más pequeña pero tranquila. Está a una hora en auto. Antes claro, tardámamos medio día en llegar porque los caballos no son tan rápidos— me sonrió. Caminó unos pasos mirando los edificios, se veía muy orgullosa de este lugar.

— Princesa, bienvenida a Chicago— Edward y su inigualable sonrisa llegó junto a mí. —¿No tienes frío?— preguntó quitándose su abrigo para ponérlo en mis hombros. Le sonreí, él siempre alegraba mi corazón con cada uno de sus detalles.

—¡Qué tiernos! ¿Ya sois novios verdad?— preguntó la abuela.

—Si señora y me gustaría poder visitar formalmente a su nieta. Si no tiene inconveniente— pidió Edward “mi novio”, que bien se sentía pensar en él de esa forma.

—Si mi nieta desea que vengas, eres bienvenido. ¿Tus padres lo saben?— le preguntó.

—Si, se los acabo de decir. Mi madre adora a Bella y papá también la quiere.

—Entonces creo que puedes venir a tomar el té todas las tardes y llevar a mi nieta a conocer la ciudad. ¿Qué piensas estudiar jovencito?— preguntó.

—Mi hijo entrará a la Escuela de Leyes. En unos días tiene una entrevista con el director— dijo el señor Masen que venía detrás de nosotras llevando a su esposa del brazo.

—Buena carrera, si lo que quiere es hacer dinero. Egoísta pero lucrativa— mi abuela no se andaba con rodeos, siempre era muy directa. A veces demasiado, creo.

—¿Egoísta?— protestó el padre de Edward a quien no le gustó el comentario.

—Sí. He visto abogados enriquecerse rápidamente, quizá usted por ser un juez de pueblo tenga en alta estima su profesión. Esta ciudad, sin embargo, es muy agresiva, para ganar aquí hay que hacerse duro. Es una lástima que quiera eso para su hijo, yo le veo más cualidades— y sin decir más caminó hacia un precioso auto, mas grande y nuevo que el que había llevado al pueblo a buscarme. 

Alice y yo la seguimos, antes le di un rápido beso en la mejilla a Edward recordándole que me buscara para recuperar su abrigo. Le sonreí a su madre. Pero el señor Masen no me vio, cuando me despedía, aún estaba pensando en lo que mi abuela había dicho.

Dimos un largo paseo mirando la rivera del lago Michigan. Era inmenso, no podía ver la otra orilla. Alice y yo nos turnábamos la ventanilla, emocionadas al contemplar tantas cosas nuevas. La abuela se reía de nosotras, debíamos parecerle dos niñas pequeñas. 

Me quedé asombrada al llegar a la casa de la familia, era inmensa. Más que casa parecía un palacio, tenía amplios jardines y dos coches más estacionados.

—¿Vives aquí tu sola abuela?— pregunté asombrada.

—Claro que no, está el ama de llaves, dos mucamas, la cocinera, el jardinero y el chofer. No he estado sola nunca. Ahora creo que necesitaremos una mucama más para que te atienda.

—Yo puedo hacerme cargo de eso, sé lavar, limpiar, planchar. Déjeme hacerlo— pidió Alice.

—No niña, tu serás la dama de compañía de mi nieta y se te pagará por ello— ¿Qué será una dama de compañía? Me pregunté.

—¿Me van a pagar por acompañar a Bella y ser su amiga? No me parece bien, señora— se quejó mi prima.

—Ser dama de compañía es todo un trabajo linda. Además tendrás la responsabilidad de elegirle su vestuario que siempre deberá estar a la moda, recibirás los catálogos de New York y de Europa. Además debes ir ahorrando para cuando pongas tu boutique ¿No querías ser diseñadora de ropa? Estamos en tiempos de crisis en todo el país menos aquí. Chicago sería un paraíso de la abundancia de no ser por esa condenada mafia— se quejó. Apenas entendí lo que decía, algunas palabras sonaban tan raro.

— ¿Crisis, mafia?— pregunté, esos términos eran nuevos, no tenía la menor idea de que hablaba.

—Hay muchas cosas que no sabes pequeña Isabella. A veces tengo remordimiento de haberte sacado de aquel pueblito. Tu vida era sencilla porque no conocías la ciudad. Aquí las cosas son muy diferentes, mucha gente mala en un solo lugar— me sonrió. Su respuesta no me sacó de la duda pero esperaba que luego me dijera que significaban.

—Yo he visto eso de la mafia, el lugar donde mi madrastra me internó en New York estaba rodeado de maleantes. Siempre veía desde las ventanas, a mucha gente la golpeaban y les robaban— dijo Alice. Me asusté al oír aquello. Ella pocas veces hablaba de su vida antes de conocernos.

—Ey Alice, te comunico que tienes menos de un año para planear la fiesta más importante de la familia. Cuando Bella cumpla 16 años haremos su presentación oficial en la sociedad— abuela cambió de tema.

—¡Si!— chilló y saltó la aludida, casi me caigo del asiento.

—¿Fiesta?— se me revolvió el estómago, si era en este palacio, seguro que cabían más de 200 personas. Menos mal que tenía tiempo.

Entramos a aquella casa—palacio, me sentí muy feliz por la manera orgullosa que mi abuela me presentó a las personas que trabajaban para ella.
“Esta hermosa señorita es mi nieta, Isabella. Hija de mi difunta hija Renée. Espero que le den el trato que merece. Y ella es Alice, su amiga y dama de compañía”

Me acomodaron en una habitación enorme, era más grande que toda mi antigua casa. La cama con dosel era igual a las ilustraciones de los libros de cuentos de princesas. Las cortinas eran preciosas y todo estaba cubierto de alfombras muy bonitas. Incluso había un jarrón enorme con flores frescas. Me pasé varios minutos inspecionando cada detalle, era un sueño hecho realidad. Me sentía de veras una princesa.

—Bella, tu baño está listo— llamó Alice.

—No tenías porque molestarte, acabamos de llegar.

—No lo hice, nada más tengo que decirle a la mucama que hacer. ¿No es genial? Yo me debo encargar de cosas más importantes, ve a bañarte mientras te elijo la ropa, apenas tienes tres vestidos pero elegiré el mejor, tu abuela quiere que vayamos de compras mas tarde y llenemos tu closet— se veía más contenta que yo. —También necesitas zapatos, sombreros, guantes, algunas joyas sencillas, pañoletas, abrigos. ¿Sabías que el invierno aquí es más frío que en el pueblo?— hablaba con rapidez mientras me empujaba al cuarto de baño. 

—¿Compraremos tantas cosas?

—Si, será un sueño cumplido para mí.

—¿Y a que hora veré a Edward?— pregunté inquieta.

—¿Edward? ¿Quién piensa en Edward cuando tenemos cientos de tiendas qué visitar? Será mejor que te des prisa, tenemos un día larguísimo— me regañó.

Y tenía razón, ya había perdido la cuenta de cuantas boutiques visitamos, Alice y mi abuela escogían casi todo. Sólo me preguntaban por el color, luego se miraban y decidían, no se para qué se molestaban en preguntarme si compraban dos o tres colores por prenda. Abuela también compró ropa para Alice.

Me dolían los pies porque me pase muchas horas haciendo de maniquí. Me agradó la tienda de zapatos porque estuve sentada todo el tiempo. 

Cuando llegamos a una boutique de sombreros, un ruido en la calle llamó mi atención. Salí a mirar aprovechando que mi abuela y Alice estaban fascinadas con algunos de ellos. No pensaba alejarme sólo quería mirar.

De un auto blanco vi bajar dos hombres muy bien vestidos, alcanzaron a otro hombre que caminaba por la calle, lo empujaron a un callejón. 

Me alarmé, nunca había visto personas tan violentas. Busqué con la mirada a quien pedir ayuda, encontré un policía cruzando la calle. Parecía no haberse dado cuenta de lo que pasaba. Con mucho cuidado crucé la avenida. Llegué a él y le dije lo que había visto. Miró de reojo al auto blanco e hizo como si no hubiera oído nada. Siguió camionando dejándome sola. 

Estaba indignada, no podía creer que un agente de la ley sea tan cobarde. ¿Acaso tenía miedo de cumplir con su deber? 

Caminé yo misma hacia aquel callejón, ya no tenía miedo. Cuando llegué, aquellos hombres golpeaban a su víctima.

—¡Deténganse!— grité alarmada, me miraron luego intercambiaron miradas pero no se detuvieron.

—Son crueles, lo van a matar— el hombre a mis pies sangraba.

—¿Acaso no oyeron a la señorita?— alguien había venido a ayudar. Los hombres se detuvieron en el acto. Me giré para agradecer, era un joven rubio, no mucho mayor que yo, no parecía tener más de 20 años.

—Aléjense de aquí— gritó el joven, su voz era fuerte y potente, demostraba autoridad. Los hombres parecían asustados y dejaron lo que hacían. Salieron del callejón sin decir palabra.

—Este no es un lugar para una señorita tan elegante. Déjeme llevarla a la avenida. Las calles pueden ser peligrosas en estos tiempos. Debe tener cuidado— me sonrió.

—Gracias, pero este hombre necesita ayuda— le rogué.

—Yo me encargaré de ello. Por favor— me ofreció su brazo, acepté dudando, al llegar a la avenida, me giré para agradecerle. —James Torrio, a su servicio— dijo besando mi mano. Me sentí muy nerviosa sólo Edward había hecho eso.

—Isabella Swan— respondí. 

—Un placer conocerla. Ahora siga con sus compras señorita— me guiñó un ojo por lo que me puse seria, me di la vuelta y caminé hacia la tienda de sombreros. ¡Qué tipo más vulgar!

—¿Bella dónde estabas?— Alice y mi abuela habían salido a buscarme.

—Es que vi como atacaban a un hombre, busqué ayuda pero el policía no me hizo caso, entonces los seguí a un callejón…

—Niña ¡Nunca te metas en esos problemas!— gritó mi abuela. 

—Pero iban a matar a ese hombre— la contradije.

—¿Y si te mataban a ti? Debí haberte hablado de esto antes. ¡Vámonos!— subimos al coche y fuimos directo a nuestra casa pero tan rápido que ni siquiera pude fijarme si aquel joven, James, había llamado a algún médico para auxiliar al hombre herido del callejón. 

—¿Qué fue lo que pasó? Quiero detalles— preguntó mi abuela todavía alterada. 

Le conté todo, sin omitir nada, ni siquiera las emociones que sentí al presencial aquello. Ella se preocupó más todavía cuando le hablé de ese misterioso joven que llegó a ayudarme.

—¿Torrio?— mi abuela estaba pálida.

—Si, James Torrio, eso dijo ¿Lo conoces o a su familia?— pregunté.

—No. Y no quiero conocer a nadie que se vincule con los Volturis. No vas a volver salir ¿Me entendiste?

—No entiendo abuela, ¿Por qué?— pregunté interesada. En realidad no me importaba mucho no salir lo que me preocupaba era la actitud de mi abuela, ella no solía actuar así. ¿Quiénes serían los Volturis?

— Porque es peligroso, me encargaré de hablar con Edward, pueden salir en el auto a conocer la ciudad pero no vas a poner un pie en esas calles por un buen tiempo— Abuelita salió sin decir más. Ni siquiera pude preguntarle sobre esas personas que mencionó.

—Torrio, yo lo conozco de oídas— dijo Alice haciendo que volcara en ella toda mi atención.

—¿De dónde?— pregunté. —Es alto, rubio, ojos azules, unos años mayor que nosotras—le di las señas para ver si era el mismo.

—No a ese Torrio. Verás, yo vivía en Conectitut con mi padre pero cuando él murió la bruja de mi madrastra me envió a un sanatorio mental en Brooklyn, para quitarme la herencia. Esas calles peligrosas eran de un tal Torrio, él era muy malo, debe ser el papá de ese James que conociste. Lo último que escuché es que salió a conquistar Chicago y lo mataron— me dijo muy preocupada

—¿Conquistar? Era comerciante o artista— pregunté interesada, ciertamente ese joven era muy guapo.

—¡No! Bella, era un delincuente, con mucho dinero— me sorprendió Alice. ¿Delincuente? ¿De esos asaltantes cuatreros? Pensé que con tantos policías ya no debían existir.

—Era el jefe de la mafia hasta hace poco— dijo mi abuela con miedo, volviendo a entrar.

—¿Era?— preguntamos.

—Murió, después de un tiroteo.

—¿Tiroteo? ¿Con pistolas?— había leído en una revista muy vieja de los tiroteos en el oeste pero nunca pensé que en plena ciudad ocurrieran esas cosas. Yo jamás había visto a un pistolero. —¿Abuela me puedes explicar que es la mafia?— ya estaba segura que no era nada bueno pero de todos modos quería oir los detalles.

—Esta ciudad está dominada por la mafia, la dirige el clan de los Volturis. Son bandas organizadas que cometen toda clase de crímenes. Hace unos años se prohibió comercializar el licor en Chicago, desde entonces la mafia lo vende ilegalmente. Hacen muchas cosas malas, amenazan, roban, secuestran… asesinan. Nadie está a salvo en esas calles— me asusté al oirla.

—¿Entonces James…?— pregunté con miedo.

—Es el ahijado del actual jefe de la mafia de Chicago, Aro Volturi— respondió abuelita. Eso no era lo que quería preguntarle.

—¿No ayudó a ese hombre entonces?— me apené al pensar que me habían mentido y tal vez aquel pobre señor murió sin ser auxiliado.

—Bella mírame bien— mi abuela se puso muy seria. –Aquí hay gente mala, muy mala. Debes mantenerte alejada de ellos. Vivimos en una zona tranquila, porque pagamos mucho para que así sea. De ahora en adelante irás en automóvil a pasear sólo a lugares seguros, mientras tanto estarás en casa o en Hammond ¿Me entendiste?

—Si abuela. ¿Pero no iré a estudiar?— yo deseaba continuar en la escuela.

—Tendrás un tutor privado para que termines tu formación y cuando estés lista, seguramente el año que viene, irás a una escuela superior— me sonrió. Era una pena, me hubiese gustado poder volver a las aulas con compañeros con quienes conversar, pero si en esta ciudad no se podía, ni modo.

Qué extraño era todo, personas realmente malvadas, violencia, muerte. No me agradaba este lugar. Tan sólo el viento en mi rostro era amigable, un viento que no siempre soplaría a mí favor, un viento cambiante y siniestro, como toda Chicago. 

Pensé en el rostro sonriente de Edward cuando bajamos del tren, eso me bastaba para querer quedarme, era suficiente para mí.

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