23 mayo 2013

OUTAKKE #1 ¿Quién llamó a la Cigüeña?





OUTAKKE #1 

¿QUIÉN LLAMÓ A LA CIGÜEÑA?

EDWARD POV

—Felicidades hijo— mi padre fue el primero en abrazarme. Alice hizo un puchero pero se unió a la fila de saludos.

—Gracias Carlisle— traté de distinguir en sus ojos lo que en realidad estaba pensando. Era bueno en eso, si pudiera tener un súper poder sería leer mentes.

Papá se veía casi tan feliz como mamá. Un estado de felicidad extraño. Sonreían, eso era obvio pero su felicidad no llegaba a colmarles la mirada. Y mis hermanos, ni se diga. Alice reaccionó de la misma manera que cuando empecé a salir con Victoria en mi segundo año de medicina, hace expresiones raras, muecas desagradables pero no me dice nada.

Rosalie si apreciaba a Tanya y fue la primera en ir a saludarla. Jasper y Emmett por otro lado eran bastante comprensivos.  Ellos de alguna manera me animaron a dar este gran paso.

Es un cambio radical en mi vida. En 8 meses,  prácticamente la siguiente primavera me casaré.

Tanya y yo llevamos más de un año saliendo, entre peleas, distanciamientos y reconciliaciones. Yo la admiraba. Era una excelente profesional muy entregada a su carrera. Estaba en falta con ella, cuando se inscribió conmigo en la facultada de medicina, hace años, pensé que lo hacía por mí. Para estar cerca. Pero el tiempo hizo que me trague mis palabras iniciales. Ella es una excelente médico obstetra muy cotizada en la ciudad.

—Bendiciones mi amor, me hace muy feliz que formes una familia— mamá no dijo más. Y yo estuve de acuerdo, por un tiempo no tocaríamos el tema de niños en la familia. Rosalie y Emmett perdieron un bebé el verano pasado, costó tanto poder sacar a Rose de su depresión. Por ello Alice y Jasper no tienen planes de encargar todavía.

Mis 4 hermanos llevan un par años casados, pero se aman desde mucho tiempo atrás. Casi desde que se conocieron. Yo… yo no creo en eso del amor a primera vista.

La doble boda fue hermosa… me nombraron padrino, creo que me otorgaron ese honor para no sentirme menos importante. Me hubiera encantado que sea una boda triple…

—No te felicitaré— Alice me abrazó y pegó sus labios a mi oído. –Porque sé que esa boda nunca se realizará.

— ¿Qué?— pregunté atónito.

—Lo sé, lo he visto— me sonrió.

Los abrazos de Emmett y Jasper me dejaron sin aliento y no pude preguntarle más a la pequeña vidente que teníamos en la familia.

Sé que el futuro es impredecible, la vida nos lleva por caminos extraños a veces nos sentimos perdidos… parece que entramos en un túnel sin salida. El tiempo no se detiene y te empuja a seguir, hasta que de tanto caminar vuelves a encontrar la luz.

Yo, había encontrado mi luz, nuevamente. Era Tanya. Ella y su infinita paciencia pudieron conmigo.

—Gracias a todos, papá y mamá están muy felices también, vendrán la semana que viene para felicitarnos— les comunicó Tanya.

—Hablaré ahora mismo con Elezar— respondió Carlisle.

—Alice, Rose ¿Podrían ayudarme a planear la boda?— pidió mi novia.

—Con mucho gusto— respondió Rosalie sin dudar. Eso le vendría bien como distracción estos meses.

—Tenemos bastante tiempo aún, podemos planear todo con calma— me sorprendió escuchar esas palabras en boca de Alice. Ella nunca tomaba con calma una boda. Planeó la suya con años de anticipación.

—No estaremos aquí para ayudarlas, hermanas. Es que… Edward y yo nos vamos de la ciudad— confesó Tanya.

Ahora venía la parte difícil, la de dar explicaciones. Esperaba que mi familia entienda como lo hizo Tanya, mejor dicho, esperaba que ellos intenten creerme.

— ¿Qué?— preguntó mamá.

—Así es. Vamos a Forks— Alice disimuló bien sus sonrisa, papá levantó una ceja, Emmett arrugó la frente, Rosalie abrió la boca y Jasper se cruzó de brazos.

La tensión era evidente, nadie se atrevería a pronunciar su nombre pero podía ver claramente que toda mi familia tenía una imagen en sus mentes. “Bella”

— ¿A Forks?— preguntó Carlisle ya que nadie más dijo nada. — ¿Para qué Edward?

—Me presenté para el puesto de director del hospital y me aceptaron, es una buena forma de practicar la maestría que terminé hace unos meses— dije con bastante seguridad.

Mis planteamientos fueron pensados desde un principio para que no dejaran dudas ni murmuraciones entre mi familia. Estaba decidido a volver a Forks a ocupar la plaza de director del hospital. Había terminado mi maestría de administración de hospitalaria, que en un inicio pensé que me serviría para abrir una clínica con mi padre y Tanya.

Y, aunque tengo un bien ensayado discurso que dar sobre esta decisión, debo confesar que mis motivos son otros. Muy egoístas y oscuros.

Desde que salí de aquel pueblo, me persigue el recuerdo del primer amor. Sufrí una gran decepción, me encerré en mi propio mundo y durante mucho tiempo no dejé que nadie, que no fuera de mi familia, entrara en mi vida.

Sólo yo sé lo que he sufrido y las incontables noches en que en silencio me lamenté. Primero porque la persona que tanto amaba me traicionó y luego porque no tuve las agallas de enfrentarla para pedirle explicaciones. Yo amaba a Bella con toda el alma. Nunca quise lastimarla reclamándole su error.  Temía convertirme en un monstruo, perder los estribos y ofenderla. No pude manejar mis emociones en ese entonces.

Y ahora, luego de más de 5 años quiero terminar definitivamente con esos recuerdos y no encuentro mejor forma de hacerlo que volviendo a verla.

Volver a saber de mis antiguos compañeros de la preparatoria me trajo recuerdos, ahora que existen las redes sociales, encontré a Mike, Tayler y a Jessica y supe que había llegado el tiempo de volver.

Los sueños se hicieron más frecuentes, sueños que no solamente me traían el recuerdo de Bella, sino algunos en donde podía ver parte del futuro que ella me negó. Un futuro que no debía soñar porque Bella Swan ya no estaba en mis planes.

Le hablé de estos sueños recurrentes a un colega psiquiatra quien me recomendó una serie de métodos que me habían funcionado bien, hasta aquel día, el aniversario del hospital.

Sé que el licor es un mal consejero por eso siempre he evitado tomarlo en dosis elevadas pero esa noche estaba especialmente alegre. Había terminado mi maestría, gané el sorteo que realizaron en el hospital y además,  James y yo hicimos las pases. Él es un reconocido cardiólogo que por tres años fue mi peor enemigo. ¿La razón? Yo salí con Victoria, su novia de la infancia, en una época en que me encontraba emocionalmente inestable. Y eso James jamás me lo perdonó.

Entre copa y copa de whiskey  creí ver a Bella entre la gente que bailaba, al otro lado del salón, en los servicios higiénicos. Pero aquella noche la soñé. Y fue algo perturbador. Demasiado realista, podía jurar que hicimos el amor. Pero desperté solo, con las manos vacías, como cada mañana.

Y me tomó varias semanas hacerme a la idea que fue sólo un sueño. En esos días no quise salir con Tanya, me volví esquivo y melancólico nuevamente. Busqué entre los contactos de Facebook de Mike y de Jessica. Bella no tenía cuenta en esa página. Pero hallé algo que me interesó, el hospital de Forks solicitaba un nuevo director. Y sin detenerme a pensar mucho, envié mi hoja de vida por email. Grande fue mi sorpresa cuando me contestaron afirmativamente.

Tanya lloró mucho cuando le compartí la noticia. Ella es bastante sensible, tras largos años de haber batallado a mi lado, esperando que la ame, decirle que volvería al pueblo donde vivía la mujer que tanto amé, le afectó profundamente.

Ella hizo algo que yo no esperaba, me pidió ir conmigo. Nuevamente me sentí un canalla, porque muy dentro de mí, sabía que no era la medicina lo que me movía a volver a Forks pero traté de hacerle ver que quería hacer algo por el pueblo y por el hospital.

Es por eso que le pedí que se casara conmigo. Porque yo quiero tener un motivo para regresar a Vancouver. No es bueno bajar a los infiernos sino tienes quien te saque del averno. Como Odiseo, necesitaba amarrarme a un mástil para poder ver a las sirenas, en este caso, sólo una, sin la locura de querer correr tras ella.

Temía caer. Nuevamente sentirme vulnerable e intentar acercarme a Isabella más de lo debido.

—Yo iré con él, Eddy se va primero pero yo lo alcanzaré, debo terminar mi contrato con la clínica de mujeres— Tanya siguió explicando nuestros planes.

La idea era trabajar juntos allá unos meses, regresar a Vancouver para la boda y terminar mi contrato en Forks. Luego de eso, si conseguíamos un buen local, montar nuestra propia clínica. En Canadá, porque Seattle ya no sería una opción.

—Bueno, si lo tienen todo planeado, no queda más que apoyarlos muchachos— sonrió papá.

—Iremos a verlos apenas tengamos un fin de semana libre— anunció mamá.

—Yo también iré— gritó Alice. –Digo, iremos, Jasper y yo ¿Verdad amor?— volvió la cabeza para buscar el apoyo de su marido. Quien se lo dio sin pensarlo si quiera.

Pero en el fondo, yo sabía que Alice, deseaba tanto como yo volver a verla. Siempre fue un tema vetado entre nosotros. Hace muchos años, mi pequeña hermana y yo hicimos un pacto. No volver a ver a Bella, hasta que mi herida haya sanado. Me lo juró una madrugada en que yo había tomado mucho e intenté ahogarme en el lago.

—Yo no quiero volver a Forks, me quedaré aquí planeando la boda— Rosalie me miraba con rencor. Ella también sabía en el fondo cuales eran mis intenciones. 

Pero yo sólo quería, no, necesitaba cerrar esa parte en mi vida. Debía ver a Bella una vez más, saber que está bien, casada o tal vez con hijos. Debía des hacerme de esos recuerdos que me atormentaban o esos sueños donde había una niña entre nosotros.

Tengo que verla tal y cómo es hoy. Ya no la adolescente que me engañó, porque yo tampoco soy ese adolescente herido. Ella es ahora una mujer, que continuó su vida y sigue adelante.  Y yo soy un hombre que ha madurado, firme en sus decisiones y que ya no le teme al pasado.

********
A lo largo de la historia iré subiendo pequeños fragmentos relatados por Edward. No quisiera esperar al final para subirlos, pues me gustaría que los leyeran.


PATITO

06 mayo 2013

Cap 6 Mis 2 maridos




CAPITULO 6

Los días pasaban y Ángela me reclamó que no estaba asistiendo a nuestras citas. Le había puesto muchos peros al asunto.

—Te pasa algo y no tienes la confianza de decírmelo— me dijo ofendida. –Además el pueblo es pequeño Bella, ya me enteré que sales con Edward Cullen— me sonrió bajando sus enormes gafas.

—Es que… no creo que necesite la terapia— dije mordiéndome los labios.

—Estoy de acuerdo contigo— me sonrió. –He tratado muy poco a Edward pero veo que es una persona emocionalmente estable, es lo que tú necesitas para mejorar— me quedé tonta escuchándola decirme eso. Yo creí que me retaría por no querer más terapia.

Pero en mi trabajo de la librería no me iba nada bien. Mi jefe se fue de vacaciones por un mes y lo reemplazó el estúpido de su sobrino, James. Solía decirme cosas obscenas, pero tan bajito que cuando me giraba a verlo estaba haciendo otra cosa y fingía que no había dicho nada. Y por las mañanas limpiar era un trabajo asqueroso.

James solía traer mujeres a la librería. Cada mañana encontraba preservativos en la alfombra de la sala de lectura. Se supone que era un lugar especial, donde los niños podían revisar los libros antes de comprarlos. ¡Qué asco!

Ganas no me faltaban de mandarlo a la porra cada vez que me llamaba “culito respingón” cuando pasaba a su lado. Sólo eran tres semanas más, sólo tres.

Una tarde salía del consultorio de Ángela cuando me encontré a James en una calle poco iluminada, parecía estar esperando a alguien.

—Culito respingón, ya me contaron que te gusta que te den por atrás— susurró porque no me detuve a saludarlo.

Una cosa era tener que soportarlo en la librería porque era mi superior y otra muy diferente aguantarlo en la calle. Tomé mi bolso, saqué mi celular y arremetí contra el maleducado. Grité a voz en cuello, mientras seguía aporreándolo con mi cartera de cuero. Esperaba que le diera con las argollas en la cabezota piojosa que tiene. Es un asco, parece un vagabundo y dudo que se duche a diario.

“Atrevido, sucio, vulgar, cochino. ¡Qué te pasa! ¡Qué crees que no sé defenderme!” empecé a vociferar. “Yo te voy a dar culito respingón en el hocico” pronto escuché la sirena de una patrulla.

— ¿Qué pasa? ¿Está bien señorita?— gritó uno de los policías bajando de la patrulla.

—No pasa nada jefe, esta nena no le agradó cuanto le ofrecí— sonrió James.

— ¡Maldito mentiroso! ¿Me estás llamado puta?— volví a aporrearlo.

— ¡Calma! ¡Calma!— dijo el policía asustado.

—Lo siento entonces, tal como va vestida la confundí con una mujerzuela— se defendió James.

— ¿Cómo estoy vestida? ¿Qué tiene mi ropa?— me vi de reojo. Bueno tal vez mi blusa sea ligera, pero estábamos en verano, no voy a salir con un abrigo.

—Ha sido una confusión señorita— dijo el policía tratando de calmarme.

— ¿Confusión? ¡No es la primera vez que me dice esas cosas!— grité.

—Entonces presente cargos por acoso, pero deje de hacer escándalo en la vía pública— me sugirió el oficial. A mi alrededor habían varios curiosos. Una mujer de larga cabellera roja se adelantó.

— ¿Qué te pasa con mi marido zorra?— me empujó.

— ¿Tu marido? Date una vuelta por la librería en las noches para que veas lo que hace tu marido— le respondí y me giré para irme.

— ¿Contigo? ¿Lo hace contigo?— me gritó la pelirroja. Me tomó del cabello y me jaló con fuerza.

— ¡Victoria!— llamó James.

— ¿Te acuestas con esta perra?— le gritó ella enfurecida. ¿En qué momento me vine a meter con esta loca?

— ¡Amor! No… ¡Victoria! ¡Es sólo una puta!— James parecía estar recibiendo tamaña paliza. Traté de escabullirme sin causar más escándalos. No quería más atención, estoy segura que luego las viejas chismosas dirán que nos peleábamos por James.

Pero cuando iba esquivando personas para largarme vine a dar frente con la pelirroja. Y volvió a agarrarme de los cabellos y me lanzó contra el suelo. Parecía luchadora de la WWF.

—Vas a pagar caro por esto— amenazó.

La loca se me tiró encima, traté de evadir sus uñas pero inmovilizó mis manos, parecía que quería morderme. Grité por ayuda y dos policías vinieron a separarnos.

Otra patrulla llegó y con ellos el Jefe Crowley. Uno de los que más le recomendaron a mi padre que me interne en un reformatorio, hace años.

— ¡Arréstenlos a todos!— ordenó. – ¡Estoy harto de este tipo de escándalos en la vía pública!

Y nos llevaron detenidos a los tres. Victoria gritó y pataleó todo el camino a la delegación. Yo quería que la tierra me tragara. El jefe Crowley iba echándome sermones acerca de mi conducta. ¡Esta vez yo no había hecho nada malo! Sólo me defendí. Pero claro, mi historial no iba a ser de gran ayuda.

Me pusieron en una celda, lejos de Victoria que quiso agredirme una vez más.

—Bella ¿Otra vez?— vino a hablarme el jefe de policía.

—Señor, le juro que no tengo que ver. En serio— pedí.

—Eso decías siempre Bella, lamentablemente acá tengo tus antecedentes. Desde riñas domésticas hasta consumo de marihuana en la vía pública, pasando por alterar el orden mientras corrías desnuda en el pueblo— me recordó mirando mi voluminosa ficha de arrestos.

—Pero no le miento. Ya no frecuento a los amigos de Jake, ni siquiera vivo en La Push— quise llorar de impotencia.

—La señora va a presentar cargos contra ti por prostitución. Dime hija ¿qué hacías en esa calle vestida así?— lo que me faltaba. Esa bruja me estaba acusando, la muy tonta. Su marido le pone tremenda cornamenta cada noche pero yo soy la villana.

—Salía de trabajar. Le puedo probar que yo limpio en el consultorio de la psicóloga Weber. Mi ropa no es provocativa, es la que uso a diario pero ese tipo, el esposo de la señora, es el sobrino de mi jefe de la librería donde limpio en las mañanas. Y es muy faltoso, siempre me molesta pero en la librería no le puedo contestar porque me echaría. Pero no soporté que me diga lo mismo en la calle— lloriqueé.

—Él también apoya la acusación de su mujer. Bella, vas a quedar arrestada— se lamentó.

—Pero… pero no es justo, yo no tuve la culpa— unas gruesas lágrimas afloraron.

—A menos que pagues tu fianza te quedarás un par de días aquí. ¿Tienes a quien llamar?— preguntó.

—No— dije sin dudar. Jamás llamaría a Edward para que me saque de esto. Es demasiado horrible lo que me pasa, demasiado asqueroso. Ni siquiera me creían porque tengo antecedentes. Si no hubiera sido tan estúpida en seguir a Jake y a la pandilla de La Push en sus correrías mi reputación no estaría así de manchada.

— ¿Tienes con qué pagar la fianza? ¿Quieres que le dé una llamada a Charlie?— preguntó el jefe.

— ¡No le llame por favor!— rogué.

— ¿Tienes el dinero?

—No. Tengo algunos ahorros pero es muy poco. ¿Cuánto es la fianza?— pregunté.

—Mil dólares.

—No. Apenas tengo doscientos dólares ahorrados par alguna emergencia.

—Bueno, no puedo hacer más Bella. Pediré que te traigan de comer.

Se fue y me quedé sentada en aquella tarima dónde pensé que jamás volvería a dormir. He pasado exactamente 4 noches en esta misma celda. Todavía está la inscripción que hicimos con Jake en una de las paredes. Un símbolo de amor y paz. Ese día nos excedimos con los porros.

Una hora pasó y empecé a temblar de frío, no me habían traído comida ni nada. Edward debe haber cerrado ya la farmacia y me estará echando de menos. ¿Qué pasará mañana cuando se entere? ¿Se avergonzará de mí? Si me deja tendrá razón, yo no soy buena para nadie. Además soy un imán para los problemas. En un pueblo tan tranquilo, tenía que venir a toparme con la mujer más loca que hay.

Un oficial llegó a abrirme la reja.

—Puede retirarse señorita— dijo sin dar más explicaciones. Estaba tan asustada que no me detuve a pedirle que me explique nada. Me devolvieron mi bolso y salí buscando al jefe Crowley para preguntarle qué pasaba. Si habían retirado los cargos o tal vez James y su mujer querían llegar a un acuerdo.

Grande fue mi sorpresa al ver a Edward conversando con el jefe de policía. Apenas me vio, se levantó de su asiento y corrió hacia mí con un abrigo, el cual colocó suavemente sobre mis hombros.

— ¿Estás bien amor?— preguntó.

—Si… ¿qué haces aquí?— pregunté abochornada. No quería que él me viera así, ni se entere del problema.

—Una amable señora me avisó del incidente— dijo acariciando mi rostro. ¿Incidente? Querrá decir del escándalo. –Vine de inmediato por ti— me sonrió. – ¿No te agrada?— preguntó al ver que yo no decía nada.

—No es eso… es que… ¿Pagaste mi fianza?— pregunté al borde de las lágrimas. No quiero causarle problemas de ningún tipo, me siento fatal.

—No fue necesario, retiraron los cargos— dijo.

— ¿en serio? ¿Cómo?

—Te lo explicaré luego— me abrazó y me llevó cerca del jefe de la policía.

—Gracias por su ayuda señor— fue todo lo que dijo. El jefe Crowley parecía complacido, me despidió con una sonrisa.

No dije ni pio en el camino a casa. Estaba tan avergonzada. ¡Arrestada por prostitución! Ni en mis años más locos al lado de Jake me acusaron de semejante cosa. Maldito James y maldita su mujer desquiciada. Ah pero cuando los vea, los voy a…

— ¿Qué te sucede?— preguntó deteniendo el auto muy cerca de casa.

—Nada… es que… no tenías porque…

— ¿No debía preocuparme por ti?

—No es eso…

— ¿Entonces? ¿Te molesta que me inmiscuya en tus problemas? ¿No deseas que te proteja?

— ¡No! ¡No es eso! Es que todo esto es tan… tan feo. Yo… yo sólo pasaba y el estúpido ese me dijo cosas, reaccioné sin pensarlo y lo agarré a golpes y luego esa bruja apareció y dijo que yo era una zorra… y luego los policías…— no soporté más y me eché a llorar.

Edward me atrajo hacia su pecho, mientras frotaba mi espalda.

—Tranquila, yo lo sé. Te creo Bella— me miró a los ojos con tanta ternura.

—Es que…— hipé. –Que allá nadie me cree. El jefe de la policía piensa que soy una loca, porque… porque antes yo… yo no medía las consecuencias y siempre…— no pude continuar. Empecé a llorar más fuerte.

—Cálmate amor. Todo está bien, estamos juntos. No tienes nada de qué avergonzarte, todos cometemos errores alguna vez…— él intentaba consolarme pero yo me eché a llorar aún más. Soy bastante emocional y no sé cómo reaccionar ante tanto cariño. No sé porque lloro más, si por lo que me pasó o por lo especial que Edward me hace sentir.

— ¡Gracias! ¡Gracias!— me aferré a su cuello y lo abracé con todas mis fuerzas. Él se estaba convirtiendo en mi todo y me daba miedo.

¿Qué pasará cuando él se vaya? No siempre va a vivir aquí, no va a estar para mí eternamente. Todos se van, los padres, los amigos, los amores. La vida suele darte en donde más te duele, dicen que para probarte, yo creo que es para exprimirte. Cuando Jake se me fue, a menudo me sumergía en pensamientos destructivos, quería acabar con mi vida.

No podré soportar el dolor si Edward se va y no sé cómo atarlo a mí. Tengo miedo.

—Por favor, no te vayas, no me dejes— dije entre lágrimas.

—No iré a ninguna parte— susurró mientras seguía acariciando mi espalda.

Esa noche hicimos el amor hasta el amanecer. Yo no tenía suficiente y Edward parecía incansable. Llegábamos al clímax y volvíamos a empezar. No podíamos detenernos yo necesitaba más de él a cada segundo que pasaba.

Sé que el amor no se reduce al sexo, eso lo estoy aprendiendo con este maravilloso hombre. Pero quisiera poder despertar todas las mañanas en sus brazos. Edward me hace mejor persona, me hace feliz. ¿Cómo le digo que se quede conmigo para siempre? ¿Cómo le propongo que vivamos juntos? ¿Será muy pronto para eso?

Cap 5 Mis 2 maridos




CAPÍTULO 5

Todo fue muy diferente de lo que estaba acostumbrada. Edward iba lento, como si tuviésemos una eternidad por delante. 

Me desvistió sin prisas, mientras iba dejando suaves besos en mi cuello. Y sus manos ¡Eran tan suaves!

Yo por supuesto, luego de más de un año sin sexo, estaba más encendida que una fogata. Quería arrancarle la ropa y hacerle mil cosas atrevidas, una más sucia que la otra.

Pero esperé… con toda la fuerza de voluntad que pude reunir, recordando lo tierno y dulce que es Edward.

Quería que me muestre otros matices del amor y del sexo. Necesitaba sentirme amada y no una muñeca inflable.

Besó cada centímetro de mi piel, dejó un camino de besos desde mi boca hasta mi sexo. Y me hizo suya. De una forma diferente, única.

El sexo ya no sólo era placer para mí. Era entrega, deseo, éxtasis. Una danza de dos, que tenía ritmo, tenía arte.

Me miraba a los ojos, podía sentirme deseada, amada, incluso venerada. Éramos uno, no era sólo orgasmo tras orgasmo. Él y yo nos estábamos fundiendo.

El calor de su cuerpo, su olor, sus gemidos suaves me llevaron al cielo, una y otra vez.

Cuando logró adentrarse en mí, quedamos unidos no sólo por la carne… había una mágica conexión. Suspiros, gemidos, promesas silenciosas.

Me decía “te amo” en cada caricia, susurraba “te quiero” en cada beso. Edward detuvo el tiempo mientras me llenaba de su esencia.

“Hazme tuya Edward, te entrego mis miedos, mis dudas, mis penas. Hazme tuya, tuya por completo. El mundo es nuestro y somos uno”.

..

Desperté cómoda, sobre un cuerpo tibio, el olor era agradable. “Quisiera seguir así por mucho tiempo, vivir en tus brazos fuertes”

—Hola—dije mirándolo a los ojos. Sabía que me estaba observando.

—Hola bonita— besó la punta de mi nariz. Sonreí. — ¿Tienes hambre?— preguntó. Estuve a punto de contestarle “de ti” pero me contuve.

—Tengo sed— repasé mentalmente el contenido de mi heladera. Había un litro de jugo de peras que podrían saciarme. — ¿Quieres que vaya por algo de comer?— pregunté. Casi al instante mi cuerpo se levantó.

Cuando Jake tenía hambre, había que correr a la cocina y darle cualquier cosa que encontrara o podía morderme. Algunos hombres se trasforman en trogloditas cuando el estómago les ruge.

—No te vayas— volvió a tomarme Edward. Me besó tiernamente. –Déjame preparar el desayuno— murmuró.

¿Preparar el desayuno? ¿En mi cocina revuelta?

Llevo años preparando los alimentos, incluso antes de casarme. Charlie y Renée son un par de inútiles cuando se trata de artes culinarias. Mi madre no sabe freír un huevo y a papá se le quema el agua. Y Jake… él era de los que piensan que a los hombres que cocinan, se les cae las manos.

— ¿En serio? Este… no tienes porque… yo hago unos deliciosos huevos revueltos— me excusé.

—Me apetece crepas dulces, jugo de frutas y un café. Déjame hacerlo, quédate en la cama. Te traeré algo delicioso— besó mi oreja.

Me quedé hecha una estúpida, con una sonrisa en la cara y baba en la boca. ¿La razón? No era el beso o el hecho que quisiera alimentarme… o que la noche anterior me hiciera ver las estrellas. Edward se levantó, se colocó su bóxer y tuve un primer plano de sus exquisitas nalgas. Redonditas y blancas. Yo sé que no es bueno comparar pero a veces no puedo evitarlo. Jake tenía pelos en el culo y eso nunca me pareció sexy. Pero ver ese culito Cullen me hizo el día. Era como si quisiera pellizcarlo. ¡Estoy demente!

Durante cinco minutos imaginé las formas de volver a meter a Edward en mi cama, necesitaba otra ronda de Cullengasmos urgentemente, sólo recordar la noche anterior hizo que me humedeciera. Pero chillé como gata al escuchar romperse algo en la cocina.

¡Lo olvidé! Ayer no lavé un puto traste “¡Bella esa boca… esos pensamientos!” Ayer no lavé nada, el lavabo debe estar lleno de grasa, restos de comida y cáscaras de fruta.

¡Qué vergüenza! Trabajo limpiando y ni siquiera tengo en orden mi casita. Me vestí rápidamente y corrí a ver qué pasaba.

Edward estaba recogiendo un plato del suelo. Ese era del viernes pasado. ¡Debía apestar!

“Bella porque no aprendiste a ser más ordenada, con razón la vieja bruja de tu suegra, vivía diciendo que eras holgazana” me pateé mentalmente.

Pero en realidad no era que fuese holgazana… es que soy muy dispersa. O tal vez esa sea mi disculpa para no hacer las cosas. ¡Qué sé yo!

—Lo siento. Te dije que yo debía preparar algo— ayudé a recoger el tiradero.

—Yo lo siento— se disculpó Edward. –Traté de juntar todo pero se cayó— me sonrió.

Este hombre debía amarme para soportar el mal olor, una casa desordenada y a una persona descuidada.

Pero eso va a cambiar. Como que me llamo Bella que pondré más atención en mantener el lugar impecable.

— ¿Te parece si desayunamos fuera?— le sugerí.

Aceptó de inmediato, no sé si se dio cuenta que tendríamos algo de desayunar para la hora del almuerzo o quizás por el hedor que despedía el lavabo.

En fin. Anotado como trabajo. Además de ponerme guapa, debo ordenar y limpiar mí casa para llevar con gusto a mi novio.

Me pregunto porque él nunca me ha llevado a la suya. ¿Ocultará algo?

Tengo instintos de sabueso lo confieso. 5 años casada con Jake me habían vuelto experta en el arte de hurgar. Dicen que una mujer celosa, investiga mejor que el FBI y la CIA juntas. Y es cierto. Lo malo no es buscar pista tras pista, alguna señal de otra mujer. Lo malo es encontrarla. Descubrí una docena de veces que Jake se revolcaba con otras.

Al principio me lo negaba. Pero era bastante tonto para ocultarlo. Los perfumes baratos se impregnan en la ropa. Los labiales manchan. Y los mensajes de texto se quedan grabados en los celulares.

— ¿En qué piensas?— preguntó Edward.

—En zorras—respondí. – En que algunas especies de zorros están en vías de extinción. Lo vi ayer en un programa— me apuré a corregirme. Sudé frío y traté de mostrar una cara de inocencia.

— ¿Miras Animal planet?— preguntó terminando de meter la bolsa con vidrios rotos en el tacho de basura que desbordaba.

—Todo el tiempo. ¿Qué te parece si vamos a desayunar al McDonald?— pregunté.

—Demasiado azúcar y harinas, quisiera algo más natural— sonrió. ¿Natural? “Podríamos ir a cosechar fresas en La Push” pensé.

Terminamos tomando jugos sin azúcar en una cafetería hindú. Al menos no debo temer a la diabetes con Edward a mi lado… aunque la comida no tenga sabor. La hamburguesa de soya me sabe a cartón con tomate y cebolla.

Recuerdo la comida que preparaba antes. Jake siempre decía “Échale más, de todo” y eso incluía, sal, pimienta, ají y demás especies que hacían que me duela la lengua.

— ¿Puedes acompañarme a la farmacia antes de ir a tu trabajo?— preguntó y olvidé lo que andaba pensando.

—Claro. ¿Necesitas ayuda?

—No. Hicimos el amor si protección Bella. ¿No te parece que debemos hacer algo al respecto?

Qué bonito sonaba “hicimos el amor”

¡Por Dios era cierto! Hace más de año y medio que no me pongo la inyección anticonceptiva. ¿Edward me la pondrá? No creo… sería de mal gusto.

— ¿Exactamente qué?— pregunté con temor.

Sonrió de lado y me explicó con paciencia sobre la pastilla del día después. La verdad yo ni enterada, sólo cumplía con ir cada 6 meses al hospital público y colocarme la inyección para no reproducirme. Eso me lo había dicho tantas veces mi madre que inconscientemente le obedecía. Una tarde se había tomado el trabajo de explicarme las consecuencias de no hacerle caso. Cómo empeoraría mi vida y las cosas mortales que esto acarrearía. Además me advirtió de todas las maneras posibles que ella no me ayudaría a criar ningún cachorro de Jake. Esto último lo había resaltado mucho.

No fue tan difícil hablar de ello con Edward, se sorprendió saber la composición de las inyecciones que me inoculaban. Me dijo que esas vacunas no eran buenas para mí. Propuso que él podría cuidarse con preservativos. Pero recordé que hace años me causó irritación así que al final Edward me dio unos parches muy bonitos y seguros.

Resuelto ese pequeño problema. Además eso dejaba entrever que vendrían muchas noches como la de hoy. Y eso, sonaba muy prometedor.

Cap 4 Mis 2 maridos




CAPÍTULO 4

En unos días se cumpliría 1 año de la muerte de Jake. Y yo ya tenía novio nuevo. Tal vez la noticia ya llegó a oídos de la señora Rebeca, mi ex suegra. Sólo esperaba que no me hiciera ningún escándalo cuando fuera a dejar flores a la tumba de Jake.

Me apuré a decirle a Edward que no podría estar con él, la tarde del martes.

—La semana que viene, se cumple un año de la muerte de mi marido— le dije temerosa.

En realidad apenas habíamos tocado el punto. No es que estuviera prohibido, Edward jamás me prohibía nada. Es sólo que nunca encontré la fuerza para hablarle de mi relación anterior.

— ¿Vas a hacer algo especial?— preguntó.

—Iré al cementerio en La Push. Fui hace 6 meses y tuve un encuentro desagradable con mi suegra. Espero no verla esta vez— dije fastidiada al recordar a esa vieja bruja.

— ¿Quieres que te lleve o que te recoja de allí?— se ofreció.

La verdad sería de gran ayuda. Mi viejo monovolumen estaba fallando y en cualquier momento me dejaría tirada en medio de la carretera.

—No, está bien. Puedo ir sola— sonreí.

Prefiero regresar caminado de La Push a exponer a Edward a toda la gente de la reserva. Sobre todo a mis suegros. Billy es tratable pero su mujer es una histérica.

Pedí en la florería que me prepararan una corona floral. Ese fin de semana me la pasé recordando muchas cosas que viví con Jake. Los recuerdos ya no dolían tanto.

Rememoré nuestros inicios, la forma tan apasionada en que nos hicimos amantes. Cómo mis padres se unieron para separarnos…

Nuestro primer beso fue en realidad nuestra primera vez en todo, al menos para mí. Vine a vivir con papá a los 16 años porque mamá se volvió a casar y a pesar que yo hice todo lo que pude por ayudarla, su relación no andaba bien. Ella es muy celosa y quería ir con Phil a todas partes. Y yo sobraba.

Mis primeros amigos en Forks fueron los chicos de La Push porque Charlie tenía la costumbre de llevarme cuando iba a pescar. Le compró mi camioneta a Billy y así conocí a Jake. Quedé fascinada con su sonrisa, su carisma. Todo en él me atrajo.

Un día mi automóvil falló y Jake lo llevó a reparar a su casa. Papá se fue a Port ángeles ese fin de semana y cuando Jake trajo mi auto listo lo invité a comer.

Ya habíamos cruzado palabras, él solía adularme diciéndome que yo era muy bonita. Pero aquella tarde, en la sala de mi casa, me besó. Y el beso fue tan intenso que me dejé llevar. Dejé que él tomara las riendas de la situación y me abandoné a las sensaciones que tanto pedía mi cuerpo.

Y no se detuvo. Jacob Black jamás pensaba las cosas.

Esa semana gastamos una caja completa de preservativos. Pero Charlie lo supo. La mamá de Jake le llamó para contarle y a la semana siguiente me enviaron con Renée.

Mi madre hecha una fiera me llevó al médico, me practicaron exámenes y sin consultarme siquiera ordenó que me aplicaran una inyección anticonceptiva de seis meses. Luego me regresó a Forks donde papá apenas tocaba el tema pero me dijo que estaba castigada de por vida.

Fue Billy, el padre de Jake el que intercedió para que nos dejen salir, como novios. Pero yo ya estaba trastornada por Jake. Me escapaba de casa todas las veces que podía. Incluso por las noches. Fue así que apenas terminé la escuela, Jake me propuso irnos a vivir juntos y acepté de inmediato.

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El martes amaneció nublado, iba a llover. Me llevé un sobretodo de plástico para no mojarme. Y me calcé unas botas gruesas. Recogí la corona de flores y enrumbé hacia La Push. Hacía meses que no ponía un pie allí.

Miles de recuerdos me llegaron de pronto. El río en el que tantas veces nos bañamos. El puente donde escribimos nuestros nombres. Todo estaba igual. Los mismos árboles, las mismas casas. La misma gente… eso sí era una lástima.

Aparqué en el viejo cementerio sólo para encontrarme cara a cara con Rachel. De toda la familia, tenía que encontrarme con la víbora más grande. Esa mujer me odió desde que vine a vivir aquí. No había reunión ni fiesta familiar dónde no me lanzara uno de sus comentarios malintencionados.

Respiré hondo y descendí del auto. Dispuesta a no bajar la cabeza ante nadie. Si alguna vez me humillé por seguir con Jake, no más. Ellos ya no tenían ningún poder sobre mí.

—Hola Rachel—saludé sin ninguna emoción. Es más, ni siquiera la miré ni me detuve a ver si me devolvía el saludo.

— ¡Bella! Quien diría, tú por aquí. Creí que estabas la mar de bien en Forks— escuché su risita estúpida.

—Pues sí, me va muy bien la verdad— seguí caminando y la dejé atrás.

Ese sendero me entristecía. Recuerdo el año anterior. Por aquí caminé, ayudada por Leah, la única que se portó bien conmigo cuando Jake murió. Lloré tanto al saberme sola. Días enteros sólo me dediqué a lamentarme. Me sentía perdida.

El accidente fue brutal. Jake se estampó contra un camión que transportaba madera, un domingo por la mañana. No había ingerido alcohol y tampoco llevaba el casco puesto. Yo lo esperaba en casa muy molesta. Se había largado desde el viernes en la noche a Makah a embriagarse con sus primos de ese pueblo. Odiaba cuando eso pasaba porque a veces tardaba días. Y acababa con todo el dinero que habíamos juntado.

Cuando Leah llegó con la noticia del accidente, me desmayé. Sólo recuerdo vagamente que alguien me dio a tomar pastillas que me ayudaron mucho a sobrellevar ese momento. Durante un par de días sentí que miraba todo desde fuera, como si lo que me ocurría le pasara a otra persona. Pero cuando el efecto del narcótico pasó, volví a mi realidad…

— ¡A qué vienes!— un grito histérico me sacó de mis recuerdos tristes. Era Rebeca, mi suegra… o ex suegra.

—Becka tranquila— la llamó Billy. Pobre hombre, siempre sentí pena por él. Casado con una loca histérica que lo conservaba a su lado por puro chantaje. Ella lo amenazaba constantemente, diciéndole que si la dejaba, lo demandaría por pedofilia, pornografía y demás cosas. Por eso él no se iba de su lado.

—Vine a dejar flores a la tumba de mi esposo— dije tranquilamente.

Eso ni siquiera ella lo podría negar porque así no lo aceptara, Jake y yo nos casamos. En secreto, sólo en compañía de un grupito de amigos. Pero legalizamos nuestra unión y eso es lo que más le molestó a mi ex suegra. Jake era su único hijo varón y ni siquiera les avisamos.

—Mi hijo se murió por tu culpa, ahora ya tienes otro marido ¡lárgate!— gritó. No le hice caso, dejé mi corona floral al lado de la lápida.

—Fue un accidente ¿Qué no se acuerda?— le reproché. Podría acusarme de todo menos de tener la culpa en el accidente de Jake. –Yo no tengo otro marido— dije furiosa.

— ¿Qué no te revuelcas con el boticario? Todo mundos sabe que te vendes con él— sonrió víbora de cascabel.

—Es mi novio. No me vendo— le aclaré.

— ¿Novio? Jajaja ¿quién te querría para algo serio? Una inútil, fea como tú. No sirves para nada— soltó una carcajada grosera.

Quisiera decir que sus palabras no me afectan pero mentiría. Dolía, aún ahora, después de 1 año, cada insulto me seguía doliendo. ¿Qué le había hecho para que me odie tanto? ¿Acaso casarme con su hijo hizo que cayera una maldición sobre mí?

—De todas formas, no es su problema— dije agachándome a tocar el mármol de la lápida.

“Jake, espero que estés bien. No te guardo rencor, todo lo que vivimos fue loco, inconsciente y atrevido pero yo participé tanto como tú. Incluso en las orgias, yo no me negué porque te amaba. Pero ahora… ahora es diferente… he conocido a alguien. Y quiero ser feliz, gracias por todo Jake. Esto es un adiós” murmuré muy bajito.

Estaba decidida a no regresar más a La Push o estar cerca de estas personas que de una u otra forma me lastimaron.

No más insultos ni humillaciones ¡Basta por una puta vez!

—Gracias por todo señora— empecé. –Gracias por hacer miserable mi vida. Por denunciarme, por hacer que su hijo me golpeara, por enviar a sus dos hijas a echarme de mí casa. Por tantos y tantos insultos. Estoy segura que todo el mal que me hizo le será devuelto. Adiós.

Caminé de vuelta a mi auto pero Rebeka y Rachel me cerraron el paso.

— ¿Crees que te vas a ir sin recibir tu merecido zorra?— como quisiera tener la fuerza necesaria golpearlas a ambas. Pero soy una simple mujer que ni siquiera sabe defenderse.

—No creí merecer todo lo que me hicieron pero lo resistí. Ya tengo suficiente de ustedes. Espero no volver a verlas nunca más— quise abrirme paso entre ellas pero no me dejaron.

Rachel, la más obesa me empujó y caí de culo contra un charco de lodo que se había formado con la lluvia.

Hace casi tres años, Jake se fue a Seattle a recoger un motor que le vendieron por ebay. Cómo no teníamos mucho dinero, me dijo que para comprar víveres le pidiera dinero a Rachel que le debía 100 dólares. Pero la desgraciada de mi cuñada me salió con el cuento que no tenía un centavo. Ella es madre soltera y trabaja en la escuela de la reservación.

Jake dijo que demoraría dos días, pero en realidad demoró cinco. Y los últimos días no comí. Yo estaba peleada con mi suegra y no fui a su casa. Emily me invitó algunos panes. Tampoco tenía mucho.

Tuve que cocinar como la gente antigua de la tribu. Asar algunas patatas quemando troncos secos, pues nos cortaron el servicio eléctrico ni bien Jake se fue, por falta de pago. Y eso fue culpa de Rachel, yo nunca había pasado hambre y frío con mi familia. Mis padres muchas veces me dejaron de lado o no me prestaron mucha atención pero jamás me hicieron pasar necesidades.

Me levanté furiosa.

—Sabes Rachel… nunca sabré cuál es tu problema. Si son los 100 kilos demás que llevas encima o la mala suerte que tienes con los hombres. Pero yo no tengo la culpa de tus miserias nena, si tanto me envidias… ¡cósete la boca y deja de tragar como puerco!— le grité.

Metros más allá Leah soltó una carcajada espantosa. Rachel ahogó un grito lastimero. En realidad no quería ofenderla por su figura, es más, siempre creí que las gorditas eran buena onda… hasta que la conocí a ella. 110 kilos de pura maldad.

—Cuando acabe contigo huesuda, vas a desear no haber puesto tus ojos en mi hermano— Rebeka, su gemela se acercó con el propósito de lastimarme. Pero yo no se lo iba a permitir. Demasiado tiempo soporté sus humillaciones mientras Jake vivió. Sobre todo porque él nunca decía o hacía nada por defenderme.

—Tal vez yo nunca les agradé pero al menos no tengo el alma podrida. Par de víboras, se nota de quien son hijas— grité con todas mis fuerzas.

Corrí hacia mi camioneta, feliz de haber sacado lo que por años callé por temor de herir a Jake. Subí y arranqué lo más rápido que pude con una enorme sonrisa en la cara.

Ellas se lo habían buscado… eran malas. No les iba a dar el gusto de verme llorar. ¡No más!

Ahora soy una mujer fuerte, que sabe lo que merece, tengo confianza en mí misma. Y quiero una vida tranquila, quiero rehacer mi vida, una familia, un hombre que me ame… eso ya lo tengo.

Voy a luchar por todo lo que merezco, voy a ser fuerte y a salir adelante porque… ¡Por qué ahora! Un ruido horrible me hizo volver al presente, a mi realidad.

¿Por qué mi viejo monovolumen viene a fallarme justo ahora? Parece que el cielo se está cayendo a pedazos de tanto llover y yo aquí en medio de la carretera. Es mi karma, no debí llamarle gorda a Rachel.

¿Qué voy a hacer? De aquí a Forks son al menos 10 kilómetros.

Me revolví en mi asiento, quise llorar de cólera. Mi viejo auto jamás me había fallado, a lo mejor es su protesta por haber ofendido a la familia de su antiguo dueño.

No pude más, soy una llorona empedernida. ¡Retengo líquidos si no lloro!

Me apoyé en el volante y derramé unas cuantas lágrimas. Primero de rabia por haberme quedado a medio camino y luego de alegría por haber tenido el coraje de decirle a ese trio de brujas que eran unas víboras. Las caras de Rachel y las dos Rebeka fueron mi paga.

¡Cuántas veces tuve que tragarme sus desplantes e indirectas! Incluso sus maldades Y el tonto de Jake, bien gracias. Siempre me decía “no me quiero meter en líos de mujeres”.

Escuché un fuerte claxon y me sobresalté. ¡Estaba en medio de la carretera! ¡Cualquier camión podría embestirme!

Miré hacia adelante y vi un auto. Alguien bajó corriendo, debajo de un paraguas negro. Lo vi llegar hasta mi ventana y golpear.

¡¡Era Edward!!

Oh, mi príncipe que viene a rescatarme… bueno mi príncipe farmacéutico. Le abrí la puerta.

— ¿Estás bien? ¿Qué haces en medio de la carretera? ¿Estuviste llorando?— no lo dejé continuar y lo besé.

Él no sabía lo que esto significaba para mí. Hasta mis padres se olvidaban de ir a la escuela por mí, Jake jamás fue a buscarme a ninguna parte a menos que se lo exigiera o estuviera seguro que íbamos a tener sexo.

Pero aquí estaba Edward, sin que le pidiera nada. Vino por mí… ¡me ama!

—Bella— dijo entre besos.

—Gracias por venir— lo abracé. –Mi auto se descompuso— hundí mi cabeza en su cuello.

—Amor, vamos. Ven conmigo.

Me dio el paraguas y rápidamente me tomó en brazos y cerró mi vieja camioneta de una patada. Me llevó hasta el asiento del copiloto de su volvo.

—Creí que tal vez… me necesitarías — sonrió.

—Gracias, no te imaginas cuánto— dije con lágrimas en los ojos.

Esa tarde ni siquiera fui a limpiar el consultorio de Ángela y la farmacia del pueblo estuvo cerrada. Edward y yo no salimos de casa hasta la mañana siguiente.

Cap 3 Mis 2 maridos




CAPÍTULO 3

Y así Edward y yo iniciamos una amistad-romance muy excitante. Se podría decir que éramos amigos, aunque él me trataba como si yo fuese algo más para él. Y no eran ideas mías. 

En nuestra primera salida, pedí un capuccino y él limpió la comisura de mis labios con una servilleta. Me había manchado con la crema.

Ok, tal vez eso no sea tan excitante pero el último año de mi vida me la pasé en un sofá lamentando mi mala suerte. Y esto era un cambio radical.

Fuera de la farmacia no era tan formal. Igualmente era educado pero sonreía. Y eso era algo tan adictivo.

Sus gestos, su voz, sus miradas divertidas, era todo lo que necesitaba para sentirme en el cielo.

Conversamos de muchas cosas, de trabajo, estudios, aunque no fueron mis temas favoritos. Yo apenas terminé la escuela. Y él tenía un doctorado en bioquímica. Mis primeros trabajos fueron limpiando y trapeando. Él había trabajado para el gobierno.

Tenía 35 años. Soltero. Hijo único, sus padres vivían en Chicago. Había decidido abrir su farmacia porque quería hacer algo por sí mismo. Su padre era un médico muy influyente y le había conseguido sus anteriores empleos.

Lo extraño es que no mencionó para nada el incidente con Mike. Simplemente llegamos como dos buenos amigos y seguimos la conversación. Nadie pensaría que unas horas antes éramos un par de extraños.

Los días pasaron, al terminar de limpiar en el consultorio de Ángela, me iba directo a la farmacia. Edward cerraba el negocio y me llevaba al mismo café.

A la semana siguiente, cambiamos de lugar y me llevó a un restaurante italiano. Me gustó su idea, porque un plato de ravioles demoraba más que una taza de café.

Y acepté que me lleve a casa porque terminamos de cenar y conversar, pasadas las 10 de la noche. Usualmente llevaba mi vieja camioneta pero hoy estaba haciendo ruidos extraños.

—Gracias por una noche deliciosa— me dijo.

¡Delicioso él! Y eso que no lo he probado.

Ay Bella, siempre tan pervertidita. Todavía te quedan rezagos de tu vida pasada. De hecho sabía muchas cosas del sexo pero en estos últimos días pareciera ser que mis órganos sexuales cobraron vida nuevamente. Me daba comezón cada que me acordaba de Edward.

No quería ir así de rápido. No con Edward. Me gustaría que esto fuese más duradero. No fantaseo con que me pida matrimonio. Por favor. Soy una viuda, esas cosas para mí ya no importan. Pero al menos una relación, donde podamos conocernos, compartir algo especial.

— ¿Quieres pasar?— lo tenté.

—Bella… yo… — esto no pintaba bien. No le estaba proponiendo sexo salvaje, sólo que entre en mi mundo. Y conocer mi casa era parte de eso.

—No te pido que pases la noche conmigo. Es que no quiero que te vayas— confesé.

—Ni yo quiero irme— me besó suavemente. Sus labios se movían con un ritmo pausado. Eran dulces como su aliento fresco. Ni se notaba que acababa de cenar.

Era un romance extraño. Extraño para mí.

Debido a mi poco conocimiento de los hombres y sus reacciones. Jake me habría tomado en el auto sin necesidad de cafés o ravioles. A ese tipo de trato estaba acostumbrada y no sabía que esperar de Edward.

Quería que entre en mi casa, me haga el amor salvajemente y no saliera de allí hasta la mañana. Mi pervertida mente me jugó una mala pasada. Ya había repasado muchas de las cosas que le haría.

Pero Edward no entró. Sutilmente se excusó y se fue. Lo mismo pasó las siguientes noches.

Cuatro días después me habló más formalmente.

—Bella, hemos estado saliendo hace varios días y no quisiera que te formes una mala impresión de mí— empezó su discurso.

Juro que creí que me diría que no le gustaba tanto y que se lo pensó mejor. Acepto que mi baja autoestima salió a flote nuevamente.

Me crié en un hogar roto. Anduve de un padre a otro, incluso viví con mis abuelos por temporadas. Cuando algo no iba bien en sus vidas, me echaban. Crecí creyendo que valía poco, quizás por eso me aferré tanto a Jake. Él me quería. De un modo egoísta pero me quería.

Después de quedar viuda, tuve una discusión con Claire, la esposa de Quil. Ella me dijo que yo era “material de segunda” que nadie se fijaría en mí porque ya estaba usada. Creo que por eso me echaron de La Push.

Y eso caló hondo en mí. Al punto de temer que Edward me despreciara.

— ¿Una mala impresión?— traté de sonríe. Lo veía venir… “no eres buena para mí” Me preparé para lo peor.

—Quiero hacer las cosas bien. Si vamos a salir juntos y a tener un trato de pareja... me gustaría que aceptes ser mi novia— dejé de respirar. Esperaba un golpe bajo, no algo tan hermoso.

— ¿Yo? Bueno… es que…

—Lo siento, si no lo deseas está bien. Yo comprendo— su radiante sonrisa desapareció. Por todos los cielos, Bella no seas idiota, vamos, respira y date valor.

—Acepto— me apuré a decir, antes que lo pierda por tonta.

— ¿En serio?— sonrió.

—Sí. Es que me tomaste desprevenida, es todo— intenté limpiarme una lágrima, que se asomó, con la manga de mi sueter. Pero él se me adelantó, con un pañuelito me las secó. Fue algo que nunca nadie había hecho. Jake solía dejarme llorar cada vez que nos peleábamos. Decía que era alérgico al llanto de las mujeres porque todas somos lloronas por naturaleza.

—Espero que sean de emoción, no quisiera causarte ningún dolor. Jamás— su ternura me abrumaba.

—No, es que… yo hace tanto que no sentía…

—Quisiera que confíes en mí. Poco a poco. Apenas nos conocemos pero siento que tenemos mucha afinidad. Contigo es distinto, todo— sus palabras me parecían irreales. Como sus preciosos ojos verdes, tan llenos de vida y dulzura.

Era irreal… ¡Edward Cullen no era de este mundo!

—No sé si sepas que yo… bueno yo estuve casada…

—Lo sé. Seré sincero contigo. Me gustaste desde la primera vez que te vi, detrás de los cristales de la librería. Estabas leyendo un libro mientras limpiabas— sonrió.

— ¿En serio? Siempre me gustó leer pero nunca pude comprarme libros tan buenos— sonreí. Si mi jefe supiera que leo mientras limpio, seguro me echa del trabajo.

—Y luego viniste a comprar a la farmacia— sonrió.

Recordé el primer día que lo vi. Me quedé como idiota observándolo. Incluso Jessica, la esposa de Mike que estaba allí lo notó.

—Ah sí, las pastillas para dormir— sonreí.

—Ese día supe mucho de ti. Sin pedirlo claro. La señora Newton, quien suele venir seguido a la farmacia, fue muy indiscreta— su tierna mirada cambió. Se hizo dura y eso me dio a entender que Jessica había dicho algo que a Edward no le gustó.

¡No! ¿Le habrá hablado acerca de lo que pasó en su casa hace dos años? Moriría de vergüenza si Edward se entera.

Mis mejillas se calentaron, debía estar muy sonrosada. Me daba tanta pena esta situación.

—Jessica, bueno… ella es bastante mal intencionada. Pero seguro que aquello que te dijo es cierto— agaché mi cabeza. Algún día tendría que contarle, tarde o temprano Edward sabría de las orgias, borracheras y esas cosas.

—No me importa— dijo. –No debes avergonzarte de tu pasado, de nuestros errores aprendemos a ser mejores. Si no nos equivocamos… ¿Cómo podemos mejorar?— tomó mi mano y la besó.

Quise volver a llorar de emoción. Sería tan fácil acostumbrarse con Edward.

—Algún día de contaré todo lo que he pasado. Hay muchas cosas oscuras que preferiría olvidar, no me siento a gusto con mis recuerdos— dije intentando borrar los pensamientos que se arremolinaban en mi cabecita loca.

Sí… había tantos recuerdos desagradables. Las peleas con Jake, las humillaciones de sus amigos, las indirectas de sus hermanas, los insultos de su madre. Las fiestas, el alcohol, las drogas. ¡Los arrestos! Ay eso dolía más. Sobre todo porque mi padre era el jefe de la policía de Forks. Le di tan mala fama mi pobre viejo.

—No tienes por qué decirme nada Bella. Nuestra relación empieza ahora. El futuro es nuestro, el pasado ya no importa— sus dedos acariciaban el dorsos de mi mano y se sentía tan bien.

Cuando esté sola en casa, volveré a repasar cada palabra suya, cada gesto, cada silencio. Creo que me estoy obsesionando nuevamente. ¿Será malo eso?

Ángela dijo que lo mío con Jake no fue amor, fue obsesión. Yo me había aferrado tanto a Jake que fui capaz de dejar atrás mis miedos y hacer un lado mis valores. Era una relación enfermiza. Quizás deba compartir esta nueva relación con mi psicóloga, hablarle de Edward. Pero tengo miedo que me diga que no está bien y me pida que lo deje. Además ella se ha referido a Edward como “el farmacéutico lindo”. Y eso ahora me molesta.

Dejamos el restaurante como una pareja, me hacía tan feliz que él estuviera enamorado de mí… un momento, Edward aún no ha dicho eso. Sólo me ha pedido que seamos novios. Está implícito que le gusto, que se siente atraído por mí. Pero no que me ame.

Tengo que asegurarme que me ame. Debo ser tierna, servicia, sumisa y complacerlo en todo.

Un momento… ese fue mi error con Jake. No debo volver a cagar mi relación. Y debo moderar mi vocabulario. Eso me aconsejó Ángela. Quizás sea que se me pegaron lo mal hablados que son los quileutes . Todo el día se gritan groserías unos a otros.

Ya en casa, Edward aceptó entrar por primera vez. Yo esperaba que quisiera quedarse la noche entera. Ya éramos novios, podíamos “hacerlo” sin más.

Después de un café se revolvió en su asiento. Y miró su reloj.

—Es hora de irme— se levantó.

—Tan pronto— dije acercándome a él. Lo abracé y lentamente elevé mis brazos hasta rodear su cuello.

—Mañana tengo que trabajar— sonrió.

—Bueno. Te extrañaré— inicié un beso lento que poco a se volvió frenético.

—Bella…— intentaba des hacerse de mi abrazo.

—Mmmmm— dije entre respiraciones agitadas. –Quédate otro rato, te prometo que no te arrepentirás— fui empujando hasta que lo tuve en el sofá.

No sé si las demás mujeres estén de acuerdo conmigo pero este hombre es tan violable. Con gusto lo ataría a mi cama para hacerle de todo. Y vaya que sé hacer de todo. Pero tal vez Edward no sea esa clase de personas. ¿Cómo saberlo? No se cómo actuar con él. ¿Qué clase de mujer le gustará? ¿Qué clase de sexo practicaría antes?

Me sentía tan perdida. Edward era diferente, no era como Jake, eso tenía que grabármelo. No podía echar a perder esta relación.

Me detuve lentamente hasta que nuestras frentes quedaron juntas.

—En verdad te voy a echar de menos. Gracias por esta noche— le sonreí.

Me dio un beso en la frente y se fue luego de prometerme que el día siguiente me llevaría a otro lugar.

Nuestras salidas se hicieron más frecuentes, poco a poco la gente se dio cuenta que algo pasaba entre nosotros. Paseamos por todos los restaurantes y cafeterías de Forks. Bueno tampoco es que existan muchos lugares para comer en este pueblo.

Las mujeres me miraban ofendidas y los hombres, bueno, ellos solo miraban mi trasero. A veces parece que el cerebro de un hombre está entre sus piernas y no dentro de su cráneo.

Mi jefe en la librería, el señor Jenks, me preguntó una mañana.

—Isabella ¿estas saliendo con el farmacéutico?— me encantaría responderle “a usted que le importa” pero necesitaba el trabajo. El dinero que me dio Charlie se había terminado y apenas me alcanzaba con los dos trabajos para mantenerme y pagar los servicios. Es que el último mes contraté televisión de paga. Y me compré un celular bonito.

—Sí señor. Es mi novio— le dije muy formalita. Últimamente estaba aprendiendo a cerrar mi boca y a escuchar. Antes andaba a la defensiva todo el tiempo.

—Qué bueno, qué bueno. Ese joven si es decente— fue todo lo que dijo.

¿Qué quería decir con eso? ¿Acaso insinuaba que mi difunto marido no fue decente? Bueno, tal vez tenía algo de razón, Jake solía ser bastante inmaduro y loco. Pero todos lo querían.

Cap 2 Mis 2 maridos




CAPÍTULO 2

Me cuesta mucho dar el primer paso con el farmacéutico, en realidad desde que me quedé viuda yo no he coqueteado con nadie, me encerré y quise olvidarme del mundo. Es el primer hombre que me gusta después de Jake.

Y son tan opuestos. Blanco y negro, día y noche… fuego y hielo.

Edward se ve tan formal, educado, pulcro. Y no sonríe. Bueno la última vez que me atendió y se equivocó en darme el vuelto esbozó una ligera sonrisa. O tal vez fue mi imaginación.

Y yo de acosadora, voy a comprar una pastilla a diario. O algodón, o gasas… incluso he ido sólo a comprar venditas.

Siempre trato de hacerle conversación. Pero él sólo habla lo justo.

— ¿Qué es bueno para el dolor de cabeza?— pregunté un día.

—Los analgésicos pueden hacerle daño, sería mejor que se realice un chequeo con su médico para descartar cualquier problema— fue lo más largo que me ha dicho en todo el tiempo que llevo visitando su farmacia.

La librería no queda muy lejos de la farmacia. Y toda la mañana me la paso pegada al vidrio para verlo pasar.

Sé que tiene un automóvil plateado. Llega y se estaciona de forma impecable delante de su negocio.

Baja, saca su portafolio, un maletín de primeros auxilitos y acomoda el tapasol. Cierra la puerta, le pone seguro al coche y sube a la vereda. Camina pausadamente pero con una elegancia que nunca vi en un hombre.

Cuando abre la farmacia ya trae su mandil blanco. Y también sus gafas con medida. Pero no suele usarlas cuando llega ¿Será que quiere verse más intelectual?

El otro día me fijé en sus tics nerviosos. Cuando está cuadrando la caja por las noches (sí, también lo he espiado algunas noches) se toca el puente de la nariz o se pasa las manos por el cabello. Yo supongo que es porque las cuentas no le cuadran. Yo nunca he hecho eso, debe ser complicado.

Hoy iba decidida a logar una sonrisa o un rechazo. Había ensayado varios minutos frente al espejo esta mañana.

“¿Le gustaría tomar un café conmigo?” le preguntaría. Frente al espejo se veía bien. Espero que no se me note lo nerviosa.

Conté los minutos en el consultorio de Ángela, ella era una gran persona. Nos habíamos hecho amigas y me pidió tutearla. Me cambié la ropa de limpieza por un vestido ligero, no era llamativo pero resaltaba mi figura. Espero no parecerle muy delgada. Peso 48 kilos, nunca bajé de 52 mientras estuve casada, incluso antes. Pero con la depre, había llegado a unos peligrosos 45 kilos. Y me ha costado subir de peso.

Hoy pediría una botella de alcohol. Había notado que no tenía en casa. Hice una gran lista de cosas que le faltaban al botiquín. Sólo para tener excusas de pasar por la farmacia.

Esperé a que el ultimo cliente se marchara y me acerqué a hacer mi pedido.

—Una botella de alcohol por favor— pedí.

— ¿De 70, 90 o 100 grados?— preguntó.

—No sé. Es para uso doméstico— sonreí aturdida por tanta información.

—La de 70 entonces. ¿De cuántos mililitros?— preguntó. No sabía que contestarle.

—Tamaño pequeño, vivo sola— me ruboricé al confesar eso. Pero él no dijo nada, fue a sacar la botella de la vitrina, la colocó en una bolsa y regresó.

—Es un dólar con 25 centavos— dijo suavemente.

—Gracias, aquí tiene— dije extendiéndole un billete de 10 dólares.

Fue por mi cambio y mi estómago parecía una feria, en la parte más alta de la montaña rusa.

Tomé aire… vamos Bella ¿Qué tal difícil puede ser invitarlo a tomar un café?

Estaba por abrir la boca para decir algo del clima e iniciar la conversación cuando sentí una mano en mi nalga derecha. Pegué un grito.

—Hola Bella ¿Qué haces por aquí?— Era Mike Newton tratando de ser sensual. Quizás hace mucho, mucho tiempo Mike pudo ser guapo. En la época de la escuela.

Pero ahora, con 20 kilos demás se parecía mucho a un bad piggie de angry birds.

—Hola Mike— dije conteniendo mis ganas de meterle tremenda cachetada.

—Tu cambio— Edward me tendió el alcohol, el cambio y el recibo. Su rostro estaba más serio que de costumbre. ¿Era mi imaginación o Edward había dicho “tu cambio”?

Nunca me había tuteado. Siempre se dirigió a mí como “usted” ¿ Qué extraño no?.

—Oye Bella, Jessica y yo tenemos una fiesta el sábado ¿no quieres venir?— Mike arqueó las cejas varias veces como si intentara tentarme.

—Bella no estará disponible el sábado— dijo Edward. Mi corazón casi se detiene.

¿Estaba insinuando que entre nosotros había algo? ¿Lo hacía por defenderme? ¿O realmente insinuaba que no estaría disponible este sábado?

Ay Dios, ay Dios. Mis piernas no lo resistían.

— ¿Ah sí? ¿Y por qué no estará disponible?— preguntó fastidiado Mike. Yo también quería saber la respuesta. Miré a Edward con curiosidad.

Ambos esperábamos una respuesta, Mike y yo mirábamos a Edward fijamente.

—Porque estará ocupada ¿Verdad amor?— me miró.

¿Me dijo amor? ¿A mí?

Con su permiso, yo quisiera desmayarme, este hombre me llamó “amor”.

—Cla… claro— dije tartamudeando. –Estaremos muy ocupados— traté de seguirle la corriente.

—Oh bueno. Igual Bella, ya sabes, que las puertas de mi casa siempre están abiertas para ti… y tu pareja también— dijo Mike sonriendo. Aj, eso sonó repugnante. –Necesito esto— le dijo a Edward tendiéndole una receta.

—Bella ¿te parece si esperas aquí dentro?— Edward me abrió la pequeña puerta lateral para entrar dentro de la farmacia, detrás de los mostradores.

—Gracias— dije obedeciéndole. No sabía porque le seguía la corriente, era más fuerte que yo. Él me ofreció una silla y me senté.

Con las manos sudorosas y el corazón acelerado esperé a que atendiera el pedido de Mike. Edward surtió su receta con tranquilidad, nadie podría decir que minutos antes había mentido descaradamente.

¿Será que se le da muy bien engañar?

Cuando te han mentido, engañado, coaccionado y chantajeado anteriormente, una siempre tiene dudas. Pero Edward se ve tan formal, tan decente.

—Que tenga buena noche— escuché que el farmacéutico despedía a Mike.

—Gracias. Adiós Bella— dijo el bad piggie antes de salir de la farmacia.

Apenas sonreí. Esperé sentada como buena niña a que Edward pusiera en orden todo, anotara lo vendido y viniera a mí.

Casi grito de alegría cuando llegó y me miró con ese par de ojos brillantes.

— ¿Quieres salir a tomar un café?— propuso.

Sonreí pero no pude decir nada. Me había quedado sin habla. Efectos secundarios de un deslumbramiento, seguramente.

—Tomaré eso como un sí. Déjame cerrar y nos vamos— me regaló la más hermosa y radiante sonrisa. Quise caer desmayada pero el piso se veía muy duro.

Cap 12 ¿Quién llamó a la Cigüeña?




CAPÍTULO 12

AY SI, LA DULCE ESPERA

Quien se inventó eso de “la dulce espera” seguramente no estaba embarazado. Apuesto mis calzones con refuerzo, a que fue un hombre. Porque ellos no saben nada de esto. Estar embarazada es a veces muy desesperante.

Las horas más tranquilas para mí, era cuando estaba dormida. Sin querer me estoy convirtiendo en un perezoso, duermo la mitad del día. Y la otra mitad apenas me arrastro por la casa. Estoy cansada. Bostezo cada cinco minutos.

Y cuando estoy totalmente despierta tengo ganas de llorar. Me siento sola, papá está todo el día trabajando, Jake apenas viene a vernos, Ángela ya me consiguió reemplazo permanente en la escuela. Qué triste es no tener madre ni mejor amiga.

Algo que me tenía muy desmoralizada eran los gases. Odio hablar de esto pero es algo que no puedo negar. Siento que voy a elevarme como un globo de helio. La panza se me hincha y debo abrir las ventanas todas las noches. Algo leí en internet y creo que como muchas verduras flatulentas o harinas. Quizás hago malas combinaciones. Además, transpiro mucho. Me despierto en las noches empapadas, cómo si llegara de correr un maratón. He cambiado toda mi ropa por prendas de algodón, sino no soporto el escozor.

Voy al baño cada hora, meo más que un borracho. Y cuando río, toso o estornudo debo correr al baño o me hago “pis” encima. ¡Ay cómo detesto eso! Pero tengo mucha sed y debo hidratarme.

Me duele la espalda, la cintura que no tengo, me pican los pechos y también tengo comezón en la panza. Debo aplicarme más crema o tendré estrías horribles.

Ahora las suaves pataditas se habían convertido en una retumbante sesión de pataleo.
“¿Acaso bebé Swan está practicando algún deporte dentro de mí?” le susurré.

Aún no dolía pero si molestaba un poco. Sólo espero que no se le ocurra a mi gusanito seguir pateando de ese modo en el futuro. No podría soportarlo.

Me arrastré hasta la cocina a tomarme un enorme vaso de leche y todo lo que encuentre, me comería un puma si pudiera.

Miré la hora, eran las 8 de la mañana.

¡Ah por Dios!

Tengo cita en el hospital. Con esa patilarga, rubia y perfecta doctora prometida para casarse con el padre de mi hijo, el donador inconsciente: Edward Cullen.

Qué raro que Jake no viniera todavía. Corrí, o bueno, caminé lo más rápido que pude hacia el teléfono. Y le marqué.

— ¿Bella? Jake se fue hace más de una hora para tu casa— dijo Billy. ¿Y dónde rayos se habrá metido?

Me alisté velozmente, me puse el vestido más bonito que tenía. Muy coqueto. Esperaba no sentirme tan adefesio al lado de la doctora Denali.

Jake no llegaba. Intenté subir con mucho cuidado en mi vieja camioneta. Y no entraba. ¿El volante había crecido? Ah no, soy yo quien ahora está enorme como un balón.

No me quedaba de otra que llamar a un taxi. Casi entraba a casa cuando escuché un coche estacionarse estrepitosamente. Me giré a ver, era Jake.

— ¡Bella! Vamos retrasados— gritó.

No respondí. Subí sin decirle nada. Intentaba no reclamarle pues no era su obligación llevarme pero me molestaba que se retrasara y me haga llegar tarde a mi cita.

— ¿Molesta?— sonrió.

Llegamos al hospital, como siempre, Jake trajo una de las sillas de ruedas y empujó hacia la consulta.

Había dos embarazaditas sentadas esperando turno.

—Voy a dejarle tu ficha a la doctora— Jake se acercó a llamar a la puerta.

Ella salió a atender y en cuanto me vio me regaló una sonrisa. ¡Cómo quisiera odiarla pero es tan amable!

—Espere un momento— le dijo a Jake.

Segundos después salió a hablarme.

— ¿Estás en ayunas?— preguntó.

— ¿Qué?— respondí.

— ¿Desayunaste?

—No. No me dio tiempo— sonreí.

—Perfecto, ve con esta orden al laboratorio. Te van a sacar sangre para un análisis— me mostró nuevamente sus enormes y blancos dientes.

Jake empujó mi silla hacia el lugar donde nos indicó.

— ¿Qué estabas haciendo?— no pude resistir mi curiosidad.

—Que curiosa— dijo entre sonrisas.

—Eres malo Jake— lo reprendí.

—En la tarde lo verás.

Llegamos al laboratorio y me extrajeron la sangre. Tuve que girar mi cabeza hacia otro lado para no ver u oler nada.

De regreso a la consulta, Tanya me estaba esperando, parecía impaciente.

—Debes tomarte esto inmediatamente y esperar una hora— me dijo.

— ¿Qué es esto?— pregunté.

—Azúcar disuelta. En realidad es un test para saber si eres propensa a contraer diabetes gestacional. Debemos medir tus niveles de absorción de azucares. ¡Vamos, hasta el fondo!— me animó.

Apenas le di un sorbo a esa cosa me sentí mal. Era demasiado dulce. Miré a Jake de reojo. Él sólo tenía ojos para Tanya.

— ¡Valor! No sabe tan feo— me sonrió la doctora—prometida Denali. Como ella no tenía que tomar ese menjunje asqueroso.

Traté de no respirar y me lo tomé completo. Un vaso grande lleno de sabe dios qué cosa viscosa amarillenta entró en mi cuerpo.

—Vamos a esperar una hora para hacerte otro análisis de sangre— me dijo sonriendo. ¿Qué nunca se le iba esa sonrisa?

– ¡No señora!— dijo Tanya mirando a la mujer que estaba sentada en la banca. –Si lo devuelve va a tener que tomarse otra dosis.

Me asusté. ¿Tendría que volver a tomar eso si no puedo contenerlo dentro de mí? Esto es tortura.

Ella sonrió nuevamente y volvió a entrar. Me quedé allí, al lado de Jake, sintiendo que mi estómago y cabeza me daban vueltas.

Minutos más tarde otra de las pacientes se puso pálida.

—Creo que voy a devolver— dijo tomando la mano de su marido con fuerza.

Se levantaron y caminaron rumbo a los servicios.

Miré a Jake asustada.

—No debe ser tan malo— dijo preocupado.

—Creo que si lo es— dije mientras sentía que algo se revolvía peligrosamente en mi estómago.

—Oye Bella, no he comido— se quejó.

— ¿No tomaste desayuno?

—Bueno sí, a las 6 de la mañana, pero mi segundo desayuno no. Ya es hora— dijo serio.

— ¿Tomas dos desayunos? Ni yo.

—Es que todavía estoy creciendo— se defendió.

—Pero para los lados— le repliqué.

—Quiero una hamburguesa— pidió.

—Vale, ve a comer. Yo espero aquí, no me voy a ir a ningún sitio— dije cerrando los ojos. Intentaba dormir un poquito o al menos concentrarme en alguna película o pasaje de algún libro para ignorar las náuseas salvajes que galopaban en mi estómago.

Pasaron veinte minutos y no lo soportaba, esa cosa iba a salir de mí. Intenté rodar mi silla de ruedas lo más rápido que pude hacia los servicios. Pero iba demasiado lento y esa cosa ya estaba en mi esófago. Me levanté apurada, caminé unos cortos pasos y no pude resistir.

Fue realmente asqueroso, vomité todo aquel líquido amarillo viscoso. Pero un par de zapatos negros se interpusieron entré mis fluidos y el piso del pasillo. Quería morirme, que papelón.

Con el esfuerzo caí en cuatro patas y me ensucié el vestido tan bonito que me había puesto. Rápidamente unos brazos me levantaron.

— ¿Qué te pasa Bella?

¡Ahora sí me quería morir! ¡Era Edward! ¿Por qué siempre me pasan estas cosas a mí? De toda la gente que trabaja y se atiende en el hospital tenía que ser el director, ex novio, padre donador de mi bebé y antiguo amor de mi vida a quien le vomitara.

—Esa cosa— dije intentado limpiarme con las mangas de mi cárdigan.

Pero él me detuvo y limpió mi rostro con algo suave.

— ¿Qué pasó? ¿Tienes nauseas así de fuertes? ¿Le has contado a Tanya? ¿No te ha dado algo para evitarlas?— preguntaba rápidamente.

—No tengo nauseas, es lo que me dieron a tomar… la prueba del azúcar— dije sintiéndome fatal. Sentía algo de líquido en mi nariz, que asco.

— ¿Prueba del azúcar?— preguntó.

—Sí, ahora debo tomar eso otra vez— quise llorar.

— ¿Te han hecho el Test de O´Sullivan?— preguntó. Yo ni siquiera sabía cómo se llamaba esa prueba.

—No sé— respondí, sintiendo algo de emoción al verlo limpiar una parte de mi vestido que se había manchado.

—Vamos al consultorio— dijo ayudando a ponerme de pie. — ¿Esa es tu silla de ruedas?— preguntó al verla en medio del pasillo.

—Sí.

—Sube, tengo que hablar con Tanya.

Mientras Edward empujaba mi silla de alguna forma me sentí protegida.

Llegamos a la puerta del consultorio, afuera estaba la señora que había vomitado antes que yo. También se veía muy pálida.

Edward llamó a la puerta.

—Necesito hablarte— le dijo a Tanya apenas ésta abrió. Por su tono de voz, estaba segura que alguien sería reprendido.

Edward entró y no salió de allí en varios minutos. Si no hubiera gente afuera habría pegado mi oreja a la puerta paras saber que le decía.

— ¿A qué hueles?— Jake llegó a mi lado y arrugó su nariz apenas percibió el olor.

—Mi estómago es débil— sonreí. No porque me diera risa su cara graciosa sino porque imaginaba que Edward reprendía a Tanya, le gritaba por haberme dado esa cosa y terminaba su compromiso.

Pero eso sólo pasó en mi cabeza. Minutos después la puerta se abrió, dejándome ver a la rubia sonriendo. En el umbral de la puerta abrazó a Edward y le dio un rápido beso en los labios. Él parecía abochornado, se repuso y se marchó sin siquiera despedirse de mí.

— ¿Vomitaron?— preguntó Tanya cómo si no lo supiera.

—Sí— me ganó en hablar la otra embarazada.

— ¡Cuánto lo siento!—se excusó. —No importa, no les daré otra dosis, bastará con que me digan si no tienen algún familiar con diabetes.

¿O sea que nos hizo sufrir sin motivo? ¡La mato, yo la mato! Médico embustera. ¿Está experimentando con nosotras o qué?

Esperé más de una hora, estaba muerta de hambre, con nauseas, oliendo a vómito y sucia.

Tanya y su sonrisa de aviso dental salieron a invitarme a entrar.

— ¡Hoy es tu ultrasonido! No lo recordaba sino te habría mandado directo con Jane. Bueno, ve allá y luego regresas— me tendió una orden médica.

Echaba humo pero como soy una mujer madura y madre, me tragué mi orgullo y sin decir palabra le hice señas a Jacob para que me lleve.

—Pudimos ir y volver de tu casa para que te cambies— susurró Jake.

—Ni me lo digas— dije entre dientes.

—Noto algo de furia por aquí— soltó una suave carcajada.

—Es que ella no tenía por qué hacernos esa prueba, bastaba con que nos pregunte si teníamos familiares con diabetes.

—Pero a lo mejor era importante— no le respondí, esa mujer no me quería, eso era seguro. Debió acordarse de mí, de nuestra conversación telefónica hace años… o peor, de lo que pasó en Vancouver.

La antipática de la enfermera malvada, Jane, no se quejó de mi deplorable estado pero sí se colocó una mascarilla y guantes para poder atenderme. Creo que ella nunca ha sonreído, al menos no por amabilidad. Tiene la cara tiesa.

No me dijo absolutamente nada durante el ultrasonido. Nada, ni siquiera me dijo que había terminado, simplemente apagó la máquina y me dio una hoja para llevársela a Tanya. Esa enfermera debe tener algún problema con el mundo.

De regreso con mi obstetra, me explicó que el ultrasonido era normal, que mi bebe estaba en las medidas y el peso adecuado. Y que era muy pequeño aún para saber su sexo. Ni modo, a esperarme un tiempo más.

— ¿No tienes ningún síntoma anormal? ¿Visión borrosa? ¿Pies hinchados? ¿Zumbido de oídos?— preguntó.

—No. Sólo tengo demasiado sueño— respondí.

—Tu presión arterial está algo elevada pero puede que se deba al mal momento de hoy. Siento mucho que te fuera mal, pero la prueba de azúcar se realiza en muchos países del mundo, aún no me llega el medidor de glucosa que pedí, por eso debo recurrir a este método.

—No hay problema— dije intentado sonreír.

Regresé a casa con la moral por el piso, comí algo y volví a mi lugar favorito: mi cama. No debí levantarme hoy, que mal me fue.

Cap 11 ¿ Quién llamó a la Cigüeña?




CAPÍTULO 11

¡HAGAN LLORAR A BELLA!

Noté un suave burbujeo dentro de mi adorada pancita, luego unos suaves jaloncitos. Parecía que mi bebé estaba despierto y quería jugar. Me había pasado toda la semana sintiéndolo moverse. Era adorable, me llenaba de emoción cuando sentía eso. Verdaderas mariposas en la panza, no de esas que dicen que se siente cuando te enamoras, no. Estas son tan reales. 

Muchas lágrimas se derraman en mis mejillas, cuando te siento mi pequeñín, mi tesoro. Ya te amo, ya te quiero, mi pequeño milagrito. La espera es larga, necesitas crecer y hacerte fuerte. ¡Cómo anhelo ver tu carita!

Mi cuerpo es ahora tu hogar, yo te cobijaré, juntito a mi corazón. Quédate quieto, no tengas miedo. Cada célula de mi cuerpo sabe que debe cuidar de ti. Yo te arrullaré con dulces cantos, te daré calor para que puedas crecer. Mi sangre te dará el alimento, mi amor la fuerza que necesites. ¿Lo sientes chiquitín? ¿Escuchas mi corazón? No dice tun tun… dice te amo, te amo, te amo.

Mi pequeño inquilino, cada día tú casita es más grande, ya casi no puedo ver mis pies. Mi pancita se ensancha, la piel se estira… ya no tengo cintura y nunca estuve más feliz. Tengo un par de pechos que te esperan, listos para alimentarte.

¿Sabes chiquitito? Nunca creí que se podía sentir tanto amor, tanta ternura. Ni que algo podía ser tan maravilloso, hasta que te sentí dentro de mí.

Ya no existe el “mío”, ahora todo lo que tengo es “nuestro”. Nuestra casa, nuestra habitación, nuestro Charlie…nuestra vida. ¡Lo podemos todo, juntos!

¿Sabes? Siento mucha curiosidad, quiero saber si eres “el” u “ella”. Quiero hacerte zapatitos de estambre, camisitas de lino. Y no sé qué color darles. También hay que pintar tu habitación, no sé cómo decorarla. Si con lindas princesas o con atrevidos astronautas.



Ha llovido todo el día, me di cuenta cuando estuché los truenos a lo lejos. Imagino que son dioses gladiadores que chocan sus espadas. He empezado a leer cuentos infantiles, en voz alta. Quiero que mi chiquitín se acostumbre a los versos y a mi voz. Descargué muchas melodías para que se familiarice con la música.

En un rato saldré hacia la parte trasera de la casa, Charlie me ha acomodado allí una mecedora, que era de la abuela. Quiero escuchar cantar a los grillos, el croar de las ranas y los pajaritos, cuando deje de caer agua del cielo. Yo sé que los grillos festejan las inmensas charcas de agua y las ranitas cantan felices porque el aguacero terminó.

Quiero que mi bebé escuche eso, tal vez no lo distinga aún o sus oídos no estén lo suficientemente desarrollados. Pero creo que si yo lo oigo, él podrá sentirlo también.

.

Dos horas después, ya estaba oscuro. Jake llegó, él sabe que me gusta estar aquí en las tardes.

— ¡Bella!— escuché su grito.

— ¡Aquí!— lo llamé.

—Traje pescado— sonrió. Eso debía enviarlo Sue. Últimamente papá no ha ido mucho a verla. Se la pasa las noches conmigo, no quiere dejarme sola. Jake viene casi todos los días pero también tiene sus responsabilidades.

—Vamos, entonces a cocinarlo— le sonreí. Me ayudó a ponerme de pie y caminamos lentamente hacia la cocina. Ahora usaba mucho el microondas. No podía estar de pie para guisar, lavar trastes o picar verduras y carnes. Debía permanecer sentada y hacer el mínimo esfuerzo.

Órdenes del doctor Cullen, que sin saber, era de cierta forma quien nos cuidaba. ¡Qué rayos! Siempre pienso en Edward “sin querer”.

Ahora me da risa lo que pasó en nuestra última consulta. Fui tan tonta. Parecíamos unos viejos cascarrabias peleando por todo. Nosotros somos dos extraños, ya no queda nada del amor que un día nos unió. Aunque lleve un hijo suyo en mi vientre. Él no lo sabe… y este secreto pienso llevármelo a la tumba. Mi bebé es sólo mío.

— ¿En qué piensas?— preguntó Jake.

— ¿Yo?— dije respondiéndole con otra pregunta.

—No… le hablo a los pescados— me miró fastidiado.

—Quiero que me ayudes a pintar la habitación del bebé pero no sé de qué color— hice mi mejor puchero. Jake era tan bueno con nosotros, no quería hacerlo enojar.

—Puede ser un color neutral. ¿Cuándo te hagan el ultrasonido no te pueden decir el sexo del bebe? A lo mejor lo sabemos antes de empezar a pintar— se sirvió un vaso de mi leche.

—Sí. Espero que en la siguiente consulta me programen un ultrasonido— sonreí.

Charlie acababa de entrar, apenas lo sentí llegar, mi pancita me hizo cosquillas. Alguien se había despertado.

Piqué unas cebollas y preparé la fuente para poner los pescados. Le pedí a Jake que lo metiera en el horno y fuimos a sentarnos en el sofá.

Me alegraba tenerlos a mi lado por las noches. Era muy divertido, Jake y yo jugábamos cartas o dominó. Papá nos contaba cómo le fue su día, quien rebasó el límite de velocidad, si hubo algún arresto o simplemente se sentaba a mirar la televisión.

.

¡Mi corazón saltó de alegría cuando sentí su primera patadita!

Fue la noche siguiente, se me hacía agua la boca por un buena tajada de pastel que Jake me trajo del supermercado y tardando en abrirlo.

Sólo fue un golpecito leve desde dentro de mi pancita. Lo suficientemente fuerte como para notarlo.

— ¡Me pateó!— grité.

— ¿Qué?— Jake se giró a verme.

— ¿Pateó?— Charlie llegó corriendo desde el salón. –Va a ser un futbolista nato— dijo emocionado.

— ¡Allí está otra vez!—dije al volver a sentir otro golpecito.

—Tu panza se mueve— Jake miró horrorizado cuando otro golpecito más fuerte movió parte de mi blusa.

— ¡Si, es maravilloso!— dije conteniendo las lágrimas de felicidad.

—No, si has visto demasiadas películas de terror— Jake volvió a seguir partiendo el pastel. Charlie también parecía asombrado, me sonrió y se fue a seguir mirando su partido.

—Ellos no entienden porque no pueden sentirte bebe. Yo estoy muy feliz que por fin puedas comunicarte conmigo— le hablé a mi barriguita.

Nuevamente otra patadita me sorprendió. Empecé a jugar con mi pancita, a hacerle toques, caricias, a simular que mis dedos caminaban sobre ella. Pero ya no lo sentía más por ese día.

.

—Qué bueno que hoy viniste sin esa silla de ruedas— me burlé de Jake. Había llegado el día de mi siguiente cita. Amanecí nerviosa, quizás me tocaría otra vez con Edward. Había ensayado la noche anterior, estaba lista para una perfecta representación teatral. Mi obra se llamaría “No me importas”. No volveré a perder la paciencia con él. Voy a tratarlo como a un médico más, ni siquiera cómo a un médico al que le tienes afecto y confianza. No. Yo seré de piedra.

—Me ahorré unos buenos dólares— se defendió mi amigo.

Subimos al coche y partimos rumbo al hospital.

Creo que era mi imaginación, o tal vez Jake manejaba muy lento. Me estaba desesperando.

— ¿Tu coche está fallando?— pregunté.

—No. Ayer le hice un afinamiento.

— ¿Y por qué vamos más lento que el camión de la basura?— reclamé.

—Tu papá me pidió no ir a más de cuarenta kilómetros por hora— se quejó.

— ¡Ay Charlie!— suspiré.

— ¿Tienes prisa por llegar?— preguntó alzando una ceja.

—No. Es sólo que siento que caminando llegamos más rápido— le sonreí.

—Ya va, falta poco.

Se estacionó y me trajo una silla de ruedas como la vez anterior. Mi corazón se aceleró al entrar por la puerta del hospital. Quería negarle a mis pensamientos que trajeran a Edward pero mi cerebro no me hizo caso. Dale a pensar en él otra vez.

—Consultorio 3— dijo a recepcionista al mostrarle mi cita.

Jake empujó mi silla en silencio, también él estaba pensando en Edward. ¿Qué pensaría de él? ¿Estaría celoso? ¿Querría volver a hacer de las suyas?

Al girar el último pasillo me di cuenta que habían cambiado muchas cosas. Los consultorios estaban numerados y tenían el nombre de la especialidad en sus puertas.

Debía alegrarme por eso, tendría a alguien que pueda chequearme correctamente. Un médico obstetra que me oriente mejor que un pediatra. Pero no me alegré.

—Es acá, no hay fila, voy a tocar— me anunció Jake.

Esperé sentada tranquilamente. Segundos después que mi amigo llamara a la puerta salió una mujer rubia. ¡Yo la conocía! ¡Era la misma mujer que estaba cerca de Edward en Vancouver! A la que le presté la bufanda del vestido. ¿Será alguna amiga suya?

—Dígame— sonrió.

—Venimos a la cita de mi novia— dijo Jake, algo intimidado por ella. Era impresionante. Bastante más alta que yo, podía verse el vestido que traía debajo de la bata y sus hermosos zapatos de tacón alto. Perfectamente maquillada y con el cabello recogido. Incluso sus gafas eran hermosas.

—Pase por favor— sonrió abriendo la puerta. –Soy la doctora Tanya Denali y yo me haré cargo de sus consultas a partir de ahora, hasta que llegue el momento de dar a luz.

¡Era ella! No me importaban sus dientes perfectos ni su sonrisa de aviso de dentífrico. Era ella. La que me atendió el teléfono de Edward hace 5 años y no me quiso comunicar. La misma que parecía perra en celo alrededor de Edward en Vancouver.

¿Ella iba a atenderme el resto de mi embarazo? ¡Maldita sea! Prefiero que sea Edward quien lleve mis citas, pero eso ya no es posible, yo misma que quejé.

No tengo opción, más que hacerme la loca. Pero se dará cuenta en cuanto le entregue mis documentos. No parece haberme reconocido, su sonrisa perfecta estaba intacta, esperando que entremos. Me habría mirado raro si me reconociera. Sinceramente no creo que lo haga, yo estaba bastante arreglada aquella noche, me maquillé y llevaba un vestido bonito. Ahora traigo el cabello suelto, ropa ancha y común. Confío en que no me recuerde.

Jake empujó mi silla y se sentó en la que estaba libre. ¿Por qué ahora no se iba y me dejaba sola como hace dos semanas, cuando Edward me atendió?

—Su apellido por favor— me miró.

—Swan. Soy Isabella Swan— le respondí. Medí su reacción pero no pareció afectada.

—Aquí tengo su ficha. Amenaza de aborto, debemos cuidar a ese nene travieso. Venga por acá, le ayudaré a colocarse la bata ¿Puede caminar?— preguntó. Yo no quería que me toque, podría desvestirme perfectamente sola.

—Si puedo caminar, la silla es sólo preventiva— dije poniéndome de pie y caminando hacia detrás del biombo.

— ¿Es su primer bebé?— le preguntó a Jake mientras me fui a cambiar.

—Eh… sí es el primero— parecía que Jake estaba embobado con la nueva doctora. Creo que le miraba el enorme escote que traía. Cachorro tonto, luego me va a oír. Puede mirar a cualquier mujer del mundo pero no a esta. Por culpa de ella no pude hablar con Edward hace años y aclararle las cosas.

Regresé con la bata puesta.

—Acuéstese por favor— pidió. Creo que vamos a realizarle un ultrasonido la siguiente consulta. Estoy segura que tienen deseos de saber si es niño o niña— sonrió poniéndose el estetoscopio.

—Sí. Bella quiere pintar la habitación del bebé— contestó Jake.

—Qué alegría que lo esperen con amor, el bebé siente las emociones de su entorno a través de la madre— me descubrió la bata y puso su aparato sobre mi pancita. Nos hablaba como si fuésemos un par de críos, tal y cómo yo les hablo a mis niños en el pre escolar. ¿Qué seguirá? “El papá pone la semillita en la mama y así nace un niño”.

— ¿Y usted de dónde es?— preguntó Jake. Si pudiera le daría una patada. Se supone que estamos aquí por mi bebé, no para que coquetee con esa doctora.

—De Vancouver. Pero crecí en Seattle, regresé a Canadá para la universidad y vine a trabajar aquí hace sólo una semana. Me encanta este pueblo.

¡Qué hipócrita era! A nadie le gusta Forks. Dice eso para quedar bien, lo sé.

— ¿Qué la trae por aquí?— en cualquier momento Jake empezaría a babear como un perro.

—El amor. Mi prometido fue nombrado director del hospital y decidí venir a ayudarle— sonrió mostrándome sus enormes y blancos dientes. En cualquier momento destellarían como en los dibujos animados.

— ¿Es la prometida de Cullen?— preguntó Jake.

Cómo si me importara. ¡Qué diablos me iba importar a mí si era su prometida o su esposa!

— ¿Lo conoce? Sé que él vivió algunos años aquí, siempre quiso volver y hacer algo por este pueblo.

—No mucho. Apenas hemos cruzado palabras— sonrió Jake.

— ¡Qué fuerte late este corazoncito!— dijo ella sorprendida. –Estoy segura que será un niño tan fuerte como su padre— miró a Jake que sólo le devolvió la sonrisa.

¡Idiotas! ¿Yo estaba pintada o qué? Ella tan “amigable” y él hecho un estúpido.

—Vamos a medir esa pancita— tomó una especie de centímetro de colores vivos y procedió a hacer su trabajo. Cuando Jake me miraba le lanzaba dardos envenenados por los ojos.

— ¿Y cuánto tiempo van a quedarse?— preguntó Jake haciendo gala de su indiscreta personalidad. ¡Que nos importaba cuanto tiempo se queden!

—Un año. A Eddy le dieron la dirección del hospital por un año entero. Vamos a pesarla señora— por fin se dirigió a mí.

Me levanté lentamente, me envolví bien la bata y bajé despacio. Me ubiqué en la balanza.

— ¿Y cuándo se casan?— miré a Jake pero él estaba pendiente de la respuesta de Tanya. ¿Qué rayos le pasaba? ¿De cuándo acá tan interesado por la vida de Edward?

—En seis meses— respondió la rubia con una enorme sonrisa. –Mi cuñada Alice lo está preparando todo, viajaremos a Vancouver para la ceremonia. Pero no se preocupe, su hijo nacerá antes y no dejaré a su novia sin atención.

¿Ellos se van a casar? ¿Edward se casará con esta mujer? Con razón ella estaba tan pendiente de él en Vancouver. Pero se marchó a cambiarse su vestido manchado… por eso yo me encontré con Edward a solas y pasamos la noche.

Él está comprometido, a puntos de casarse. Y Alice les está ayudando.

Traté de bajarme de la balanza pero trastabillé y caí hacia adelante. Jake me sostuvo antes de darme contra el suelo.

— ¡Señora tenga cuidado!— se espantó la doctora. Yo no había abierto la boca hasta ahora.

—Lo siento. Soy torpe, lo siento— me disculpé.

—Ella es así, pierda cuidado— Jake no ayudaba en nada.

—Tranquila, voy por un vaso de agua.

Rápidamente Tanya salió del consultorio.

— ¿Estás bien?— preguntó Jake.

—Si— respondí.

—Oh no. Es un sí a secas. Estás molesta.

— ¿Puedes dejar de ser tan intruso en la vida de la doctora?— pregunté con la mandíbula tensa.

— ¿Estás celosa de mí o molesta porque Cullen se va a casar?— me ayudó a regresar a mi silla de ruedas.

No quise responderle, porque ni yo misma sabía la razón. Me enfurecía que él coquetee abiertamente con Tanya. Supuestamente yo era su novia y estaba esperando un hijo suyo. ¿Qué puñetero novio coquetea con una doctora cuando lleva a su mujer a la consulta?

Pero no eran celos de Jake. Me daba rabia que sea tan amable con “esa”.

Tanya regresó con un vaso con agua y unas gotas. Le acepté el vaso pero no el frasquito.

—Son Flores de Bach, no es medicina, se usa para calmar los estados emocionales— me sonrió.

—No estoy alterada— dije muy seria.

—Es para el bebé. Debe haberse asustado.

Se lo acepté de mala gana, leí las indicaciones, me aseguré que estuviese sellado en envase.

—Gracias. ¿Cuánto le debo?— traté de sonreírle pero me salió fatal.

—No es nada, yo trabajo con un laboratorio homeopático y reparto muestras de productos en mis panzoncitas. A veces las emociones hacen que el embarazo sea difícil pero con las Flores de Bach he notado que se relajan y se estabilizan.

—Pues consígame un litro de eso porque Bella lo necesita, últimamente ha estado llorando por todo o se molesta muy rápido— sugirió Jacob. Casi le aviento el frasco.

—No es necesario, sólo debe tomar 4 gotas, cada 4 horas. Le durará bastante— sonrió mientras se sentaba a anotar algo.

—Gracias Doc, en serio, es de lo mejor que he visto por estos rumbos— siguió alabándola Jake.

Apenas salgamos del hospital voy a patearlo tan fuerte que sus ancestros nativos van a enterarse. Y vamos a ver si puede tener descendencia.

—Acá tiene su nueva cita, nos vemos en dos semanas, tenga mucho cuidado por favor— la rubia nos alcanzó el papel con la fecha y hora de mi siguiente cita.

—Gracias doc, fue un placer. No se preocupe que no le quitaré el ojo de encima a Bella— se despidió Jake. Yo apenas le sonreí, lo intenté, juro que intenté que la sonrisa fuera sincera pero no pude.

No tenía ni un ápice de ganas de sonreír. No ahora.

De regreso no abrí la boca, entramos a casa despacio y me senté en mi sofá.

— ¿Estás triste o molesta?— preguntó Jake.

— ¿Por qué eres tan preguntón?— le grité.

—Sólo quiero saber que te sucede— se encogió de hombros.

—Me avergonzaste. ¡Te pasaste toda la consulta sonriéndole y coqueteando con esa!

— ¿Estás celosa de mí?— Jake parecía haber escuchado un chiste y no un reclamo.

— ¿Sabes quién es ella?

—Es tu doctora, está guapa pero comprometida…

—Es la misma idiota que no me quiso comunicar con Edward hace 5 años. ¿Te acuerdas que te conté?

— ¿Qué?

—Si te conté que le llamé a casa de los Cullen en Vancouver y una tipa no quiso pasármelo y me colgó.

—Entonces no estás celosa de mí— Jake caminó hacia la cocina.

— ¡Oye no he terminado de hablarte!— le grité.

Pero no me hizo caso, se tardó un par de minutos y regresó con un vaso de agua.

—Toma, a lo mejor así te enfrías— me ofreció.

—No soy un radiador de auto— le dije molesta.

—No, los autos son más fáciles de entender— dijo entre dientes.

—Ella sabe quién soy— dije tomando un sorbo e agua. –Yo le di mi nombre aquella vez. Pero parece que no se acuerda o finge bien.

—Oye Bella, sé que no debo llevarte la contraria pero creo que estás loquita— me miró con pena.

— ¿Qué te pasa?— me ofendí.

—Yo sé que tuve la culpa de tu alejamiento con Cullen y te he pedido mil veces que me perdones pero ya han pasado varios años. Supéralo ¿No? Sobre todo porque ahora estás embarazada y ya no hay ninguna posibilidad que ustedes vuelvan. Y él va a casarse con esa guapa doctora…

Me levanté y caminé hacia mi habitación. No le hice caso a Jake y le tiré la puerta en las narices, cerré con llave y no quise saber nada más, ni de doctoras sexys, amigos metiches o matrimonios.

Miré por la ventana y si querer las lágrimas empezaron a caer. Ni siquiera las forzaba. No había suspiros, ni lamentos. Tampoco gestos en mi rostro. Sólo mis últimas lágrimas diciéndole adiós a un amor que pudo ser. Que ya nunca sería.